Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
6-11-2018
¡Fuera ratas de la
política!
¡Qué duda cabe: el roedor no sólo es peludo sino feo y con
dientes amenazadores! Las ratas suelen ser elementos con que el público común y
corriente designa a sus hombres y mujeres en la cosa pública. ¿Cuántas veces no
ha escuchado usted la letanía?: ¡es una rataza! Y nadie se libra, diputado,
senador, gobernador, alcalde, presidente. Cuando la cólera popular asoma no
queda rata con cabeza.
Y no sólo están en Perú. También los hay en Europa, Madrid
sobre todo y son los que huérfanos de respaldo y anémicos de cualquier clase de
honradez u honestidad, braman por golpes de Estado y complots a cuyo eco
numerosos asalariados concurren con sus plumas que son “formadoras” de opinión.
En nuestro país llueve para arriba y no hay quien, hasta ahora, haya refutado
semejante premisa.
¿Qué hacen las ratas? Roen cuanto está a su paso. Transmiten
pestes, huelen mal, engordan grotescamente, muerden y atacan porque son feroces
y peligrosas.
¿Y qué cuando tienen dos patas?: masacran los fiscos, roban
los impuestos, estafan al pueblo al que prometen una cosa y desde el gobierno
incurren en corruptelas múltiples, direccionan contratos con nombre y apellido
y enrolan al amigote, compadre, querido o querida; laceran, pues con daño
irreparable, cualquier proyecto nacional de desarrollo con justicia y libertad
y alimentan la ignorancia masiva de los pueblos que no saben de qué se trata ni
por qué hay que consentir a estos forajidos.
¿Son efímeras las ratas de dos patas? A veces duran largos
años y los mecanismos de reelección les proveen esa chance perversa. Años de
años discurseando y estafando la fe del pueblo; cualquier auditoría sincera
arrojaría poca producción legislativa y mucha riqueza personal atesorada en
bienes muebles e inmuebles, inversiones aquí o acullá, diplomas honoris causa
como chapitas de gaseosas adornando paredes y más paredes. ¿Y cuánto para y por
el pueblo?: poco, casi nada, una grosería.
Un cuento alemán de los Hermanos Grimm recuerda que en 1284
se produjo en el pueblo de Hamelín una plaga masiva de ratas. Un flautista
ofreció una solución para con los animalitos y luego de un pacto por el
servicio, usó su flauta y con música hizo que las ratas le siguieran en su
trayecto hacia el río Weser ahogándose en sus aguas los roedores. En
Latinoamérica se llamó a la narración El
flautista de Hamelín (Der Rattenfänger von Hameln).
Pero los del pueblo de Hamelín de tanto andar entre y con
las ratas, adoptaron su vil comportamiento depredador y no honraron el pago al
flautista que regresó después y con su instrumento y música consiguió llevarse
tras de sí a los niños ninguno de los cuales fue vuelto a ver en su lar natal.
¿Cuándo aparece un flautista en Perú que nos libre de las
ratas de dos patas que han convertido a esta gran nación en un potrero
gigantesco? ¿Por qué hay que soportar el festival cotidiano que sindica que las
ratas han expoliado los dineros públicos y han robado al pueblo desde los más
altos cargos?
Una combinación ingeniosa demandaría que algún músico
enamorase con sus tonadas a las ratas de dos patas de la cosa pública y que las
llevara a algún monte alto muy alto, algo así como nuestro Taigeto andino
(recordando a Esparta) y despeñase a esos malos elementos desde miles de metros
para garantizar la desaparición de estos destructores a lo largo y ancho del
Perú.
¿Imposible? No lo creo. Las cárceles aguardan a sus
protagonistas cuyos crímenes empiezan a ser robustamente demostrados.
La hora llegada es con las trompetas del Jericó cívico de
derrumbar las murallas de la esclavitud y de la ignorancia. Los ciudadanos
tenemos que construir un Perú justo, culto y libre y porque el porvenir nos
debe una victoria que algún día habremos de alcanzar.
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