Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
4-1-2018
¡Ninguna clase de
reelección y parlamentarios hasta los 45 años!
La reelección de
parlamentarios, alcaldes, presidentes regionales o nacionales yugula, corta y
liquida la posibilidad que otros transiten por estas responsabilidades. Si Perú
es un país con población mayoritariamente joven ¿por qué se permite este vicio
y tara de la reelección?
Si se juntara la “producción
legiferante” de los parlamentarios reelectos y que ya tienen más de 10, 15, 20
ó 25 años instalados en la curul, llegaríamos a cuotas pobrísimas y deleznables.
El cáncer repitente debiera abolirse para siempre.
¿No tiene derecho el pueblo
peruano a mejores Congresos? Lo visto en los últimos 30 o más años, con raras
excepciones, da cuenta de una chatura abominable. Algunos por sectarios o
dogmatismo inflexible, incapaces de otear cualquier consenso sin renuncia a sus
creencias; y otros por ser simplemente irremediables estúpidos de nacimiento.
Poco o casi nada se habla del
relevo generacional. Claro que es un tema que provoca pánico en quienes han
hecho del pago mensual y el tráfico de influencias su modus vivendi. Que les
llamen doctores, que los choferes les abran las puertas, que les otorguen
preferencias de cualquier índole, enloquece a estos pánfilos. No hay que
descartar que los más avisados empiezan a conocer cómo se mueven los hilos en
beneficio propio.
¿Cómo podría conseguirse una
rotación sana y con miras hacia una dinámica social superior en la construcción
de un Perú libre, justo y culto? ¡Prohibiendo cualquier reelección! El que fue
parlamentario, alcalde, presidente regional, regidor o presidente nacional, NO
debe volver a serlo nunca más. Aquella experiencia deberá servir en sus
agrupaciones políticas para la educación de los más jóvenes en la carrera
pública.
Un buen techo para cualquiera
de estas postulaciones debiera ser una edad máxima de 45 años. Quienes tengan
aspiraciones políticas y sean mayores tendrán que mirar hacia el Senado, si
acaso alguna vez Perú retorna a la bicameralidad. El fuego del debate, la liza
oratoria, el cruce polémico de ideas, tiene que dejarse a los más jóvenes.
¿Quién no se ha avergonzado con los ronquidos y sueños plácidos de los
legisladores cuando el pueblo les paga para trabajar? No pocos están cansados y
vencidos. Pero sus nulidades no deben ¡jamás! tener el respaldo dinerario del
impuesto de los peruanos.
Una nación que persiste en el
yerro bobo de conservar a veteranos cuyos límites son archiconocidos, sólo
produce vulgaridad social, nunca renovación o revolución. Y Perú requiere de
una profunda refundación moral y política que promueva a los más jóvenes. Y que
a los viejos los mande a la tumba como decía Manuel González Prada.
En medio de tanta cháchara
resobada y crisis, acaso convenga pensar con sencillez rotunda y claro e
inequívoco designio de cancelar a inútiles y catapultar a los valores jóvenes.
¿Es mucho pedir?
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