Testimonios
de Guerra: Alfonso Ugarte – II
4-3-2016
Director SEHCAP
Hace casi una década atrás y teniendo a
la mano el libro “Tomo I Serie Biográfica-Los Héroes de la Breña”, figuraba el
inventario, para consulta general, de expedientes militares de sobrevivientes
de la pasada guerra. Llamó la atención este legajo que no figuraba en la lista,
el cual fotografiamos para su posterior análisis.
Publicamos este segundo trabajo donde a
través de los relatos de sobrevivientes, se destaca la valerosa actuación, en
este caso, de Alfonso Ugarte.
Es importante reiterar que el objetivo principal
es mostrar directamente al peruano común realizando actos heroicos tan
meritorios e importantes como los personajes ya conocidos por nosotros, y en
este caso particular, el hijo de Estanislao Granadino, un acaudalado
tarapaqueño que contribuyó a crear al batallón Iquique No.1, es quien presenta
una solicitud a la Comisión Calificadora de Combatientes de la Guerra del
Pacífico para que se reconozca los servicios de su padre y durante esta larga e
interesante crónica, descubriremos en un lenguaje a veces confuso pero muy
detallado, detalles poco conocidos de esta batalla.
Se ha respetado casi en su totalidad la
construcción gramatical del original, dejando al lector criterio para poder
entender su contenido.
“…Andrés
A. Granadino Almonte, General del Ejército en situación de retiro, solicito de
Ud. se sirva disponer que la “Comisión Calificadora de Combatientes de la
Guerra del Pacífico” declare vendedor de la “Batalla de Tarapacá” del 27 de
noviembre de 1879 contra el Ejército de Chile, a mi padre don Estanislao B.
Granadino, batalla en que fue herido en una pierna en las circunstancias que se
expresan a continuación, que deliberadamente son expuestas con bastante latitud
a fin de que no se ignoren detalles inéditos sobre la creación en Iquique del
glorioso “Batallón Iquique” de 990 plazas, organizado, vestido, equipado,
alimentado y pagado, desde su creación hasta el 7 de junio de 1880, en que fue
aniquilado en el mundialmente conocido
sacrificio del Morro de Arica, junto con su jefe el ínclito paladín
Alfonso Ugarte, que, cubierto en los pliegues de la bandera del glorioso
“Batallón Iquique”, bordado por mi madre y otras damas tarapaqueñas, prefirió
arrojarse al mar y morir despedazado en los peñascos del Morro de Arica antes
de caer en manos del enemigo, por un grupo de verdaderos patriotas, acaudalados
salitreros tarapaqueños, sin que el Estado tuviese que abonar ni un solo
centavo, sino suministrar solamente los fusiles y municiones, a lo que mi padre
contribuyó con ingentes sumas que fueron abonadas desde el primer día de su
creación hasta el mismo 7 de junio.
Así
como sobre la épica marcha no igualada jamás por ningún ejército del mundo en
circunstancias semejantes, ni aun en las guerras de la independencias del Perú
(en las que el general español Valdez cubría fuertes jornadas pero no a pie
sino montadas sus tropas en caballos del país, mulas, burros y hasta llamas,
con las que llegaba a recorrer hasta 60 km en un día), tal como fue la marcha
de Iquique a Tarapacá en 4 jornadas nocturnas:
La
primera de 10km abandonando Iquique a las 4 de la tarde del 22 de noviembre de
1879 para llegar a pie a las 11 de la noche del mismo día a la estación de “El
Molle”.
La
segunda de 50km, partiendo a pie de La Noria a las 4 de la tarde del 23 para
atravesar el desierto calichero para llegar a La Tirana donde llegó al amanecer
del 24.
Las
terceras y cuartas jornadas partiendo de La Tirana a las 6 de la tarde del 24
para atravesar el desierto entre La Tirana y la quebrada de Tarapacá, o sean
90km sin contar con una sola gota de agua, escases más sensible para una
División que carecía de cantimploras, llegando a partir de la una de la tarde
de la segunda etapa (25) , al borde de la pampa y del desierto con la quebrada
de Tarapacá, frente a Huarasiña, muertos de hambre y sobre todo padeciendo de
sed. En una palabra, una División que no podía entrar en combate por hallarse
completamente agotada después de esas 4 marchas nocturnas seguidas a pie, mal
alimentados y sobre todo sin agua, y que si no hubiese sido por la inteligente
previsión y energía de mi padre que les hizo preparar sustanciosas comidas el
25 y 26, a riesgo de privar de víveres a su familia compuesta de su esposa y de
3 hijos menores de edad, mis hermanos mayores, que se dirigían en caravana a
Tacna, con lo que contribuyó a convertir a tropas agotadas por las marchas,
incapaces de combatir, en tropas llenas de energía física y coraje con las que
derrotó al enemigo, después de descansar un día efectivo.
La
participación que tuvieron las tropas tarapaqueñas en la batalla, así como mi
padre que no quiso abandonarlas en la lucha, combatiendo lado a lado de Alfonso
Ugarte, primo de mi madre, curando al jefe del batallón Iquique de su herida en
la cabeza, recibiendo él mismo un balazo en una pierna, sirviendo de agente de
enlace entre la División de Cáceres y la de Ríos durante la batalla, y ayudando
a coordinar los ataques centrales en los que fue mi padre, elemento decisivo,
que terminaron poniendo en fuga desenfrenada a los 5000 soldados chilenos,
envalentonados con sus fáciles triunfos de Pisagua y San Francisco.
Por
último, su ayuda a la División Ríos durante la larga y terrible retirada de
Tarapacá a Arica junto con las otras tropas peruanas y la familia de mi padre,
acompañando a esta División, prestándole toda la ayuda necesaria y atención por
mi madre y su servidumbre, de sus heridos y enfermos, desde Sipiza hasta llegar
a la Quebrada de Camarones.
Antes
de continuar debo hacer presente que todas las poblaciones, campos de batalla,
red de caminos, rutas de invasión principalmente, y las de retirada utilizadas
en 1879, has sido reconocidas personalmente por el suscrito en camioneta,
automóvil y especialmente en mula, durante algo más de un mes, al regresar de
mis 7 años de destierro en la Argentina por el general Odría, estudiando todas
sus condiciones logísticas, además del terreno, vías de invasión, etc., bajo el
más amplio espíritu ofensivo o de revancha, para lo cual aproveché del pretexto
plausible de visitar la tierra donde nacieron mis padres y viven hoy mis
numerosos parientes en toda la provincia o departamento de Tarapacá.
Debo
de declarar que, sin ninguna excepción, se mantiene vivo el amor a nuestra
Paria, el Perú, lo que no podía ser de otra manera en la tierra del Mariscal
Castilla y Marquezado y la de Alfonso Ugarte, hallándose listo su espíritu de
colaboración en todo lo que yo pudiese pedirles.
Mi
citado padre nació en la población de San Lorenzo de Tarapacá, capital del
Departamento, el 10 de noviembre de 1836, siendo el último de los 15 hijos,
entre hombres y mujeres, que tuvieron mis abuelos Dn. Vicente B. Granadino y
Dña. Manuela de Oviedo de Granadino, su esposa.
Dedicado
mi padre desde muy joven a la explotación del salitre el cual mi abuelo fue uno
de sus descubridores, era propietario, a la declaración de la guerra con Chile,
de 3 oficinas salitreras: Ramírez, San Donato y San Lorenzo, elaboradores de
salitre con sus respectivas plantas inglesas de elaboración, además de
numerosas “estancas” de terrenos salitreros en los que se trabajaba su
extracción.
En
Iquique era propietario asimismo de, además de varias bodegas o grandes
depósitos de salitre elaborado y listo para su exportación a Europa, que más
tarde sirvieron de alojamiento al glorioso “Batallón Iquique No. 1”, así como a
otras tropas acantonadas en ese puerto.
Al
romperse las hostilidades con Chile, se reunieron en Iquique un grupo de los
más acaudalados salitreros tarapaqueños, formado entre otros por D. Estanislao
B. Granadino, mi padre, su hermano D. Marcos B. Granadino, D. Fermín Bernal y
García, D. Lorenzo Zavala, d. Andrés Bustos, la familia Ugarte y Bernal, D.
Juan Vernal y Castro, D. Evaristo Quiroga y varios otros cuyos nombres deben
hallarse consignados en documentos oficiales de la época que debería poseer el
Ministerio de Guerra, los que decidieron organizar un batallón de infantería de
900 plazas, refundiendo en uno solo los
dos batallones originalmente constituidos a fines de marzo antes de la declaración
de guerra, formándolo con oficiales y tropa de la Guardia Nacional, oriundos
exclusivamente del Departamento de Tarapacá, cuyo sostenimiento general durante
todo el tiempo que durase la guerra sería sufragado íntegramente por los
acaudalados salitreros tarapaqueños presentes, sin que le costase un solo
centavo al erario peruano, el cual solo debía suministras los fusiles y
municiones necesarios, para lo cual los tarapaqueños presentes y los que se
adhiriesen posteriormente, como lo hizo mi tío Marcos B. Granadino, hermano de
mi padre y casado con mi tía Dominga, hermana de mi madre, se comprometieron a
abonar la cantidad inicial necesaria y mensualmente la suficiente para su
sostenimiento, inclusive el importe de la alimentación, sueldos,
gratificaciones y propinas a la tropa.
El
Sr. Estanislao B. Granadino ofreció poner inmediatamente a disposición del
batallón que iba a organizarse, 2 grandes “bodegas” que le servían de depósito
de salitre, sitas hoy en la calle Serrano, y 2 casas de altos y bajos para
Alojamiento del Cuerpo de Oficiales y Oficinas del Batallón, situadas hoy en la
calle Sargento aldea.
Se
acordó asimismo, que a la brevedad posible se suministrase a dichos oficiales
las prendas de cama necesarias lo mismo que a la tropa, así como los muebles y
enseres necesarios a las oficinas, disponiéndose al mismo tiempo la confección
de uniformes, capotes y demás prendas de vestuario, ropa interior, calzado,
correaje y fornituras, mochilas, cantimploras, así como los enseres necesarios
para la confección de las comidas para oficiales y tropa, comprendiendo
servicio de comedor para los mismos, además de la compra de alas de silla para
las plazas montadas y para el transporte del parque e impedimenta, útiles de campamento, etc., o sea de todo lo
que necesitase el batallón para entrar en campaña.
En
la misma reunión se designó 1er. Jefe del Batallón, confirmando su nombramiento
primitivo, al Sr. Alfonso Ugarte, coronel de Guardias Nacionales, quien desde
ese momento se encargaría de las gestiones oficiales ante la Comandancia en
Jefe para alcanzar su completa organización, especialmente del Cuerpo de
Oficiales y aceptar las clases y soldados instructores que había ofrecido
proporcionar el coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la 2da. División del
Ejército del Sur, para la instrucción necesaria y cooperar en la organización
general, gestionando de la superioridad la aprobación de las medidas adoptadas.
En
la misma reunión se acordó comprar el cuero, etc., necesario para la confección
del correaje, fornituras, cinturones, que no podía suministrar el Estado, a fin
de activar su entrega al batallón pero, sobre todo, dotarlo de suma urgencia de
las cantimploras tan indispensables en esa árida región de pampas, pero que no
podían adquirirse en las instalaciones del Ejército en Iquique que no las tenía,
debiendo ser adquiridas en Lima, lo que desgraciadamente no pudo dotarse la
Batallón a pesar de haberse enviado a Lima un oficial comisionado con la
autorización de la superioridad y provisto del dinero necesario.
Se
dispuso asimismo que las esposas, hijas y parientes de las personas allí
presentes, organizasen talleres de costura con la cooperación de todas las
damas peruanas de Iquique con los sastres necesarios, para confeccionar las
prendas de vestuario y equipo del personal de oficiales y tropa del batallón,
así como que se procediese a confeccionar la bandera nacional destinada al
Cuerpo, así como los banderines, que serían entregados al Batallón cuando
terminase de organizarse y lo dispusiese la Comandancia en Jefe en la ceremonia
patriótica correspondiente, procediéndose en el acto a recabar los cheques,
órdenes de pago comerciales, giros sobre Londres en $, etc.
Efectivamente
el…………….. de 1879, se reconoció oficialmente al batallón de infantería de 900
plazas comandado por el coronel de Guardias Nacionales Alfonso Ugarte Vernal,
designándolo con el nombre de “Batallón Iquique No.1”, siendo afectado a la
División Ríos acantonada en Iquique y compuesta de tropa nativa del
Departamento, el cual desfiló correcta y gallardamente ante el Alto Comando y
autoridades militares, en medio de entusiastas aclamaciones, vítores y
entusiasmo patriótico de toda la población de Iquique.
Según
las Listas de Revista que no han sido encontradas hasta la fecha, entre los
oficiales y tropa del batallón figuraban muchos parientes de mis padres, así
como numerosos empleados y obreros de las oficinas de salitre de mi padre.
Antes
de la declaración de guerra, muchas familias tarapaqueñas residían en Tacna por
su clima, abundancia de víveres frescos, etc., entre los que se encontraba mi
tío Marcos B. Granadino, hermano de mi padre y su familia, que habían viajado
por vía marítima con sus hijos antes de la declaración de guerra.
Pero,
una vez que Chile se adueñó del mar después del hundimiento del monitor
“Huáscar”, se intensificó el bloqueo de la vía marítima entre Iquique, Pisagua
y Arica, por lo que solo algunas pocas familias optaron por tomar la ruta
terrestre de Pisagua – Tiviliche – Quebrada de Camarones – Arica y Tacna.
Como
en Iquique hasta los civiles sabían con certeza que en Antofagasta, Chile
preparaba su primera invasión del Perú para apoderarse del rico departamento
salitrero de Tarapacá que era su primordial objetivo, desembarcando
obligatoriamente en Pisagua, mis tíos Marcos y Dominga urgieron a mis padres
para que se trasladasen cuanto antes a Tacna, a fin de descongestionar en lo
posible al suministro de víveres frescos especialmente carne, de que carecía
Iquique en cantidad suficiente para el Departamento, lo que hacía muy difícil
el aprovisionamiento de las tropas.
Como
por intermedio de Alfonso Ugarte, primo de mi madre, mi padre había sostenido
sólida amistad con el coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la 2da. División
Peruana de Línea acantonada en el Departamento, amistad que culminó años
después cuando mi padre aceptó gustoso su deseo de ser mi padrino de bautizo
por haber nacido el suscrito el 10 de noviembre, fecha también del nacimiento
del que fue Mariscal del Perú, Don Andrés A. Cáceres.
Esta
amistad se convirtió en sólido vínculo cuando se tradujo en el mismo año de
1879 en el servicio que le hizo mi padre a él y al Perú al proporcionarle 500
mulas de carga adquiridas en el Tucumán, Argentina, que le servían a mi padre
para el transporte del salitre de las oficinas de elaboración a las estaciones
del ferrocarril de Pisagua al puerto de Iquique para su embarque al extranjero.
Este ganado lo necesitaba con urgencia el coronel Cáceres para poder
transportar su parque e impedimenta como víveres, etc., de su División, en su
desplazamiento sobre cualquier punto del departamento que fuese necesario, para
poder hacer frente al enemigo que se afirmaba invadiría en breve al
Departamento.
Como
muy pronto obtuvo mi padre confirmación de la inminencia del desembarco de
tropas chilenas en Pisagua, que cortarían la ruta terrestre a Tacna por
Pisagua, Tiviliche y Arica, inició los preparativos para marchar por tierra a
Tacna con toda su familia, marcha a la que se agregaron numerosos parientes
cercanos con sus familias, residentes en la Tirana, Pica, Matila, Pozo Almonte
y el Valle, formándose una verdadera caravana, por lo que dispuso mi padre que
cada familia preparase sus acémilas de silla y carga para el transporte de su
propio personal e impedimenta, especialmente sus víveres en cantidad necesaria
para el largo viaje de más de 600km que se iniciaría probablemente en La Tirana
en fecha que indicaría mi padre oportunamente, población en la que debía
reunirse o concentrarse la caravana.
La
marcha sobre Tacna se haría por los senderos del comienzo de las estribaciones
de los Andes, a fin de no obstaculizar los posibles desplazamientos de las
tropas peruanas en la Pampa del Tamarugal, y comienzo de las quebradas que
bajan de los Andes para perderse en dicha pampa.
La
principal preocupación de mi padre consistía en el suministro de carne y
víveres necesarios para las dos terceras partes del viaje por lo menos, por lo que formó por su cuenta un rebaño
compuesto de ganado vacuno con algunas vacas para el suministro de leche, especialmente
para los niños de la caravana, además de corderos, aves llamas, y también
además de un convoy transportando charqui, chalona, arroz, chuño, papaseca,
chochoca, maíz para cancha y mote, harina de trigo y de maíz, azúcar, té
chocolate, etc., todo en cantidad suficiente, además de algunos barriles de
agua que podrían ser necesarios, así como enseres de campamento, clase de
víveres y agua que el ejército peruano tendrá que llevar cuando llegue el
momento de lo que fue y será siempre nuestro. Mis padres montaban excelentes
mulas argentinas de silla elegidas cuidadosamente, llevando una mula con
angarillas en que irían sus dos últimos hijos menores de edad, uno en cada
lado, mientras que cabalgando en la parte superior y central, iría nuestra
hermanita la mayor, menor de edad también. Dicha mula estaría a cargo de un
antiguo arriero de toda confianza que no podía alejarse de ella por ningún
motivo.
Formaba
parte de la caravana, personal de la servidumbre, además de los antiguos y
mejores y ya probados arrieros conocidos de mi padre, con las mejores mulas de
carga de las tres oficinas de salitre, habituadas a marchar por la Pampa del
Tamarugal.
La
intención de mi padre y de su capataz y arrieros era marchar no por el borde
Este de la pampa, sino por los senderos para las mulas, a media pendiente de
los espolones de los Andes, pasando de quebrada en quebrada, en la dirección
general del norte y paralelo igualmente al borde Este de la Pampa del
Tamarugal, con el fin de no entorpecer posibles desplazamientos de las tropas
peruanas, tal como sucedió.
La
reunión de la caravana con todos los elementos que le constituían se realizó el
28 de octubre en La Tirana, iniciándose la larga marcha en la mañana del 1ro.
De noviembre, en momentos que se extendía la noticia transmitida por telégrafo
desde Pisagua, de que los chilenos habían iniciado el ataque para apoderarse de
ese puerto y poder desembarcar sus tropas. Bajo la penosa impresión del ataque
chileno, la caravana siguió su marcha hacia el Este, sobre Tipiza, para de allí
girar definitivamente al Norte.
Después
de atravesar varias quebradas paralelas, la caravana llegó al mediodía del 25
de noviembre al pueblo de Mamiña sobre la quebrada de Tarapacá, a varios Km al N.E.
de la población de ese nombre, habiéndose encontrado en esos caminos de sierra
con algunos soldados bolivianos que les informaron sobre el éxito del
desembarco chileno en Pisagua y la batalla de San Francisco con resultado
adverso para las armas de Perú y Bolivia, pero ocultando que estos desastres se
debían únicamente a la traición del presidente boliviano Daza que se vendió por
dinero a Chile, ordenando media vuelta en la quebrada de Camarones a las tropas
bolivianas que se dirigían a reforzar las tropas peruanas en Tarapacá, y a que
las tropas bolivianas asesinaran por la espalda cuando asaltaban el cerro San
Francisco.
Al
llegar al pueblecito de Mamiña, 3 soldados peruanos en comisión en dicho lugar,
confirmaron a mi padre los anteriores informes, agregando que después del
desastre sin combatir en San Francisco, el ejército peruano, menos la División
de Caballería de Bustamante que también emprendió la fuga sobre Arica, se
encontraba en el pueblo de Tarapacá dirigiéndose a Tacna por Arica, y que la
División Ríos que había quedado en Iquique, había recibido orden de abandonar
ese puerto y dirigirse al pueblo de Tarapacá, la cual había partido de La
Tirana a las 6 de la tarde del día anterior 24, dirigiéndose sobre la quebrada
de Tarapacá, según informes telegráficos de La Tirana.
Al
escuchar mi padre estos informes y conociendo perfectamente los peligros del
camino de La Tirana a Tarapacá, que había recorrido tantas veces en su
juventud, especialmente la senda que pasa por Huarasiña a la entrada de la
quebrada, especialmente por la absoluta carencia de agua antes de llegar a
Huarasiña, en una tan grande extensión
de cerca de 50km o sea la mitad de su extensión total, así como la
naturaleza del terreno, pedregoso en los primeros 45km y de arena muerta los
últimos 45, y con total ausencia de todo recurso, ordenó mi padre en el acto
beneficiar cuatro novillos así como varios corderos, carne que con víveres
secos apropiados la dirigieran sobre Tarapacá con varios arrieros bien
montados, conduciendo con ellos dos mulas además con 4 barriles para agua cada
una. Mi padre dejó a su familia y a la caravana bien instalada en Mamiña,
dirigiéndose rápidamente sobre Tarapacá con su pequeño convoy de carne y
víveres, donde sabía que se encontraba su buen amigo el coronel Andrés A.
Cáceres.
Al
llegar a la pequeña plaza de Tarapacá le fueron confirmados todos los informes
anteriores, agregando la noticia de que algunos elementos avanzados de batallón
“Iquique” habían llegado a la una de la
tarde de ese día 25 al borde de la pampa y del desierto, muy cerca y frente a
Huarasiña, a la entrada de la quebrada, y que el jefe de la División Ríos,
División que desgraciadamente no había sido dotada de cantimploras desde Lima,
a pesar de sus angustiosos pedidos y remesas de dinero, pedía con urgencia que
se le enviara agua y víveres inmediatamente, pues sus tropas se hallaban
sumamente agotadas después de las 4 larguísimas marchas de noche, muy sedienta
y hambrienta.
No
es demás advertir que el coronel Suárez jamás se preocupó de atender en algo el
angustioso pedido del coronel J.M. Ríos que pedía agua y alimento para sus
soldados tarapaqueños.
Al
tener conocimiento de este informe mi padre dispuso inmediatamente que una
parte de la carne y víveres que traía desde Mamiña se dirigiera al borde del
desierto frente a Huarasiña y que se llenasen de agua los 8 barriles, y que con
las mulas de los víveres fuesen las 2 mulas con el agua al mismo punto a
juntarse con esa tropa del “Batallón Iquique”, donde con la paila que se
llevaba se preparasen rancho apropiado y continuo, suministrando agua a la
tropa de los 4 barriles mientras que mi padre continuaba con la otra mula de
agua, seguida después por la otra mula y 2 arrieros con sus barriles ya llenos.
En
consecuencia mi padre subió por la pendiente S.E. de la quebrada hasta el borde del desierto
donde estaba reuniéndose poco a poco el batallón “Iquique” y el resto de la
División Ríos, continuando mi padre en dirección de La Tirana por las sendas
por donde venía el resto de la División, encontrándose a los pocos momentos con
Alfonso Ugarte que a pie marchaba al frente del grueso de su batallón para dar
ejemplo y levantar la moral de sus hombres y para ceder su caballo y las mulas
de sus oficiales a los soldados agotados por la marcha de 135km en 3 jornadas
de noche, a razón de 45km cada noche.
Es
muy posible que mi padre no se diese exacta cuenta en esos momentos de acción,
de que con su previsión y energía estaba permitiendo que el Perú pudiese
escribir la página más gloriosa de su historia militar al convertir una
División de 1500 hombres agotados físicamente e incapaces de combatir, en otra
División llena de energía física y moral, pletórica de coraje, la cual iba a
decidir la suerte de la batalla, haciendo morder polvo a su odiado enemigo,
superior en número y armamento y a regar con su sangre sagrada y generosa un
campo de batalla donde hasta ahora se ven blanquear los huesos de nuestros
“inmortales”. Que se reconocen por los
botones de los girones de las reliquias de sus uniformes, botones de los que
poseo algunos y que claman venganza, mostrándonos el camino del deber y de la
reconquista de tierras que fueron y serán siempre nuestras.
Héroes
olvidados desde el 27 de noviembre de 1879 y que recién ahora que se sabe han
desaparecido todos los heroicos sobrevivientes. Se recuerda que la patria debió
siquiera cubrirlos a ellos y a sus
descendientes de medallas y bienestar económico, mostrándolos al país para que
los admirasen y sirvieran de modelo en
el futuro hasta que en ese mismo campo de batalla el Perú levante el monumento
donde se graven en el mármol los nombres de todos “los que cayeron por
defenderlo” y de todos los que tomaron parte de la lucha, levantándole el
monumento que hasta ahora se le ha negado al glorioso paladín que envuelto en
los pliegues de la sagrada enseña de su glorioso “Batallón Iquique”, se
precipitó al abismo legándonos ejemplo eterno de heroísmo de lo que valen los
hombres y sus descendientes de esas sagradas y gloriosas tierras entre los que
se cuentan los Mariscales Ramón Castilla, La Fuente, el general Remigio Morales
Bermúdez y el coronel Guillermo Billingurst héroe del morro Solar, todos los 4
presidentes del Perú, y los héroes de Tarapacá y del Morro de Arica.
No
hay que olvidar que esos hombres de la División Ríos, de coraje bien templado,
venían caminando con sus pies desde las 4 de la tarde del 22 de noviembre desde
Iquique hasta la estación del Molle, árbol que hasta ahora existe esperando que
lo cubra el pabellón peruano, donde llegaron a las 11 de la noche, para tomar
inmediatamente el tren que los condujo a La Noria a donde llegaron a las 7 de
la mañana del 23, lugar en que tomaron un ligero desayuno, pero sí un buen
almuerzo, e iniciar a las 4 de la tarde de ese día su épica marcha a pie por
los calichales, pedregales y arenales de la Pampa del Tamarugal, hasta el
amanecer del 24 en que llegaron a La Tirana donde recibieron como ración una
libra de carne con pan, bollos, galletas al rescoldo, sopa y pillas preparadas
por las damas peruanas, descansando hasta las 6 de la tarde en que emprendieron
la primera etapa de 45km de desierto sobre la quebrada de Tarapacá, haciendo
alto a las primeras horas de la mañana del 25 en que el sol convertía la pampa
en un horno abrasador, llegando por fin a la 1 de la tarde los primeros
elementos del “Batallón Iquique”, sobre el borde del desierto con las
pendientes que bajan sobre la quebrada de Tarapacá, frente a Huarasiña, donde
por el centro del vallecito corre el arroyo que lo corta.
En
ese borde se esperó que se reuniese toda la División, pudiendo satisfacer esos
héroes espartanos su hambre con el rancho que había hecho preparar mi padre con
parte de los víveres que trajo de Mamiña.
Reunida
ya la División, bajó a la quebrada a las 9 de la noche para recorrer los 2 o 3
kilómetros para alcanzar Huarasiña donde mi padre les había hecho preparar
precario alojamiento donde se repartieron los restos de la carne asada y cancha
con mote, sobrante del rancho que mi padre había hecho preparar en el borde del
desierto que acababan de abandonar. De dicho borde de la quebrada, mi padre
había enviado ya un arriero a Mamiña para que con nuevos arrieros y mulas se
enviase más víveres y carne para poder preparar un sustancioso rancho para toda
la División Ríos en Tarapacá, donde posiblemente se llegaría a las 12m del día
siguiente 26. Este pedido fue despachado bajo la vigilancia personal de mi
madre para que fuesen la mayor cantidad de víveres, aun a riesgo que se
agotasen los víveres que se contaban para seguir la marcha a Tacna.
Mientras
tanto mi padre descansaba en la misma casa con Alfonso Ugarte, coronel J.M.
Ríos y algunos jefes de la División en el alojamiento preparado por un pariente
cercano residente en Huarasiña. Habiendo pedido por medio de un arriero a un
primo hermano que residía en Tarapacá, que preparase alojamiento el día 26 para
el mismo personal, al que posiblemente se agregaría el coronel Andrés A.
Cáceres con alguno de sus jefes, disponiendo al mismo tiempo los lugares
convenientes donde pernoctaría la tropa de la División Ríos, que ya se
encontraba en condiciones físicas muy aceptables.
A
las 8 de la mañana del 26, víspera del día que se escribiría la más gloriosa
página de nuestra historia militar y ya completamente restablecida la División
Ríos de su desgaste físico, después de tomar una ligera colación, partió de
Huarasiña llevando desplegada la gloriosa bandera del “Batallón Iquique” a la
cabeza, seguida de sus jefes, del “Iquique” y demás unidades tarapaqueñas. A
las 12 del día la División desfilaba gallardamente en la plaza de Tarapacá,
frente a los dos generales del ejército del Sur, y sus altos jefes y cuerpos de
tropa.
En
Tarapacá esperaba a la División Ríos y a todo el cuerpo de sus jefes y
oficiales, el magnífico rancho preparado por el cocinero oficial de la caravana
a quien había enviado mi madre, con los víveres enviados por ella de Mamiña,
que dejó casi exhaustos a los de la caravana, rancho que se repitió en parte a
las 6 de la tarde, con lo que terminó de reponerse completamente toda la
División Ríos. Marcha de Iquique a Tarapacá en 4 días sin perder un solo fusil
ni un cartucho, habiendo solo abandonado en la estación de El Molle y algo
también en La Noria, bastante cantidad de víveres que no pudieron ser
transportados de La Noria a La Tirana i mucho menos a Tarapacá, en las muy
pocas mulas con que contaba la División, pero que fueron entregados al pueblo
peruano, incluso los que no pudieron llevar sobre sí las tropas y los
oficiales.
La
marcha ejecutaba por esta División de 1500 hombres, supera a las más memorables
que consigna la historia militar de todas las Américas, inclusive las del
general español Valdez en las guerras de la independencia del Perú, ejecutados
por los legendarios soldados cuzqueños, pero que eran realizadas montados los
soldados de infantería en caballos del país, mulas, burros y hasta en llamas,
con lo que se explica la de 60km en su campaña de Moquegua.
Al
comenzar a amanecer el 27, mi padre fue despertado en la pieza en que dormía
Alfonso Ugarte, por una mujer que conocía a mi padre desde niño y que tenía su
choza con sus corderos y perros en el borde de la pampa con las pendientes que
forman la Quebrada, y cerca de una torrentera, la que le avisó que los chilenos
estaban ocupando todo el borde que domina el valle, mientras que soldados a
caballo y más soldados a pie continuaban sobre Pachica por el mismo borde. Mi
padre despertó inmediatamente a Alfonso Ugarte que hizo tocar “generala” que
puso en pie a todas las tropas peruanas, lista a inicial la lucha, mientras mi
padre transmitía el informe al coronel Cáceres, el cual sin esperar órdenes
inició el ataque lanzando a la conquista de las ásperas pendientes que
dominaban la quebrada, a su famoso batallón “Zepita” seguido del “2 de Mayo”,
los que al alcanzar el borde de la pampa se apoderaron de la artillería
enemiga, haciendo retroceder a los chilenos a bastante distancia, apoderándose
de sus trincheras, equipo, etc.
Y
cuando en Batallón Iquique No.1 con Alfonso Ugarte a la cabeza y con mi padre a
su lado que hacía fuego con un fusil tomado a un soldado peruano muerto,
seguido de la “Columna Navales” de Iquique mandada por el abogado doctor Meléndez comandante de Guardias
Nacionales, y por un piquete de “Gendarmes de Iquique” mandado por el teniente
More, tropas que avanzaban apoyando vigorosamente al Coronel Cáceres, que
atacaba a la columna chilena Arteaga, fue herido Alfonso Ugarte de un balazo en
la cabeza, siendo socorrido en el acto por mi padre que le vendó la herida que
sangraba profusamente, con su pañuelo de seda del cuello, instante en que fue
muerto de un balazo su caballo blanco que le obsequiara mi padre en Iquique, al
que reemplazó mi padre en el acto entregándole su propia mula, con la que
continuó comandando su batallón y atacando al enemigo. Fue en esos momentos que
mi padre hacía fuego al lado de Alfonso Ugarte desde el comienzo de la lucha,
que fue también herido de un balazo en la pierna, proyectil que felizmente no
le comprometió el hueso, lo que le permitió montar la mula de uno de sus
arrieros que trajo de Mamiña y que combatía también a su lado siguiendo el
ejemplo de mi padre.
Y
cuando el escuadrón chileno de “Granaderos” cargó impetuosamente sobre la
“Columna Loa” de Tarapaqueños y no de bolivianos como se dice equivocadamente, y
sobre los gloriosos “Navales” que tanto se distinguieron en el Morro de Arica,
que no tuvieron tiempo para formar el “cuadro”, fueron furiosamente acometidos
por el glorioso “Iquique”, haciéndoles emprender la fuga, lo que permitió a las
unidades tarapaqueñas acometer de nuevo con poderosos bríos al enemigo. Es en
estos momentos que se vio aparecer en el borde del norte de la pampa a la
División Dávila proveniente de Pachica que atacó el flanco del enemigo sin
disparar, para acometerlo enseguida con
repetidas descargas de fusilería, al mismo tiempo que el coronel Andrés A.
Cáceres atacaba el centro, lo que desencadenó ataques coordinados sobre todo el
frente peruano, lo que originó el
desbande general de los chilenos que huyeron despavoridos por la Pampa del
Tamarugal en dirección Oeste, no deteniendo su fuga hasta reunirse con el
grueso de su ejército en los alrededores de San Francisco.
Alcanzado
el triunfo, las tropas peruanas descendieron al valle de Tarapacá al atardecer
del 27, donde el comando peruano decidió retirarse sobre Arica, lo que fue
comunicado a mi padre por Alfonso Ugarte y por el coronel Andrés A. Cáceres, lo
que motivó que mi padre con su herida vendada sumariamente se dirigiera en el
acto a Mamiña a disponer la marcha de la caravana sobre Tacna, pegándose
ulteriormente a la retaguardia del “Batallón Iquique”.
Al
pasar por Pachica tuvo conocimiento que las tropas peruanas de Tarapacá
emprenderían la marcha a las 11 horas de esa misma noche, precipitación
despavorida originada por el falso informe de un arriero que sin haber sido
verificado, originó el abandono inhumano sobre el campo de batalla de todos los
heridos incluso los peruanos que no podían caminar, y que no se enterrasen
siquiera nuestros gloriosos muertos, así como el abandono casi sin ocultarla de
la artillería enemiga que tanta sangre había costado capturarla a nuestros
héroes.
En
efecto, al amanecer del 28, la caravana de Mamiña emprendía la marcha, enviando
adelante al capataz de los arrieros hasta con un día de anticipación y con
dinero suficiente y 2 arrieros para comprar novillos, o carneros, o aves, y los
víveres secos que pudieran obtenerse a no importa a qué precio, para
suministrárselos también a la División Ríos.
Al
llegar a Sipiza, la caravana se pegó a la cola del “Batallón Iquique”
continuando con él hasta Camiña. Desde Sipiza mi madre con su servidumbre y
ayudada por otras damas peruanas, tuvo que dedicarse a curar a Alfonso Ugarte y
a mi padre así como a los heridos en la batalla y a los enfermos, hasta llegar
a la Quebrada de Camarones. En el trayecto encontraron a numerosos soldados
bolivianos especialmente en Jaiña, donde en su cobarde fuga se habían dedicado
al robo, al saqueo y a violar a las mujeres, matando a todo campesino peruano
que saliese en defensa de ellas. En Camiña felizmente mi padre no continuó con
las tropas peruanas en su marcha sobre Moquella, camino en el que le dieron
media vuelta y regresaron a Camiña por un informante falso también de otro
arriero sobre la presencia de tropas chilenas en esa población.
Mientras
tanto la caravana se dirigía sobre que se halla sobre uno de los afluentes que forman el río Camarones donde mi tío
Marcos había hecho avanzar un pequeño convoy y ganado en pie, que mi padre
compartió con la División Ríos y la de Cáceres y las otras hasta donde
alcanzaron, reuniéndolos con otros que no pudieron adquirirse.
En
Soya, población inmediatamente anterior a Camiña se habían agotado por completo
todos los víveres de la caravana, los de los particulares incluso los de mi
familia, quedando solamente una caja de leche condensada y algunas conservas
que mi madre reservaba celosamente para los niños y algunos enfermos de cuidado
del “Batallón Iquique”, habiéndose liquidado por completo hasta con las mulas
de silla, y las de carga que se sacrificaron y comieron ya que no tenían nada
que cargar, salvo algunos enseres de campamento y el transporte de la angarilla
con mis hermanos mayores, menores de edad,
las de mi padre y las del capataz y de heridos de la División Ríos.
Habiendo repartido en Sipiza algunas mulas entre las unidades con heridos
tarapaqueños y enfermos de cuidado.
En
una de esas etapas mi madre y mi padre, cojeando, tuvieron que marchar todo un
día a pie, para ceder sus mulas a heridos del “Iquique”.
Las
tropas peruanas se alimentaban en general con el cuero del correaje que no era
indispensable, el que hacían hervir con raíces, hojas y cortezas de árboles y
arbustos, lo que produjo una epidemia de disentería.
Por
todos los lugares poblados a lo largo de los senderos que seguían nuestras
tropas, se encontraban huellas recientes de los incendios provocados por los
soldados bolivianos, desbandados, así como de sus actos vandálicos, incluso
huellas de actos de canibalismo con niños. En algunos lugares los peruanos
tuvieron que hacer uso de sus armas para contener el vandalismo de esas
bárbaras y cobardes tropas y defender a nuestros connacionales.
Las
tropas de la 2da. División y de la División Ríos guardaban estricta disciplina lo
mismo que las otras Divisiones, notando mi padre que en la División Ríos no se
perdió fusil alguno y ni un solo cartucho, incluso los de los soldados que
cayeron en la batalla de Tarapacá.
La
sed era el tormento mayor y general, pues eran muy raros y lo son actualmente,
los pequeños arroyos y fuentes entre quebrada y quebrada, viéndose obligada la
tropa a beber sus propios orines para calmarla.
Por
fin, la caravana de mi familia llegó a Pachía sobre la Quebrada de Camarones
donde mi padre poseía un pequeño fundo donde invernaban anualmente las mulas de
las “piaras” de sus salitreras y donde la familia pasaba a veces algunos
veranos. En dicho fundo se encontraba esperando a la familia de mi tío Marcos,
con todos los víveres necesarios, inclusive para las tropas de la División
Ríos, que descansaron dos días en él, continuando su marcha sobre Colpa y Checa
y Arica, donde el general Buendía y el coronel Suárez fueron destituidos
vergonzosamente del mando de las tropas peruanas del Ejército del Sur, por el
contralmirante Montero.
Después
de una semana de descanso, mi padre con la familia continuó la marcha directa
sobre Tacna, donde ya tenía preparado alojamiento y donde terminó su larga
peregrinación, acompañando y ayudando a las gloriosas tropas que vencieron al
eterno y rapaz enemigo nuestro.
Como
en el Archivo Nacional del Ministerio de Guerra que se conserva en el cuartel
Mariscal Cáceres de esta Capital, los mismo que entre los documentos del
Archivo del Centro de Estudios Militares, parece que no solo han desaparecido
los valiosos documentos oficiales referente a la creación del “Batallón
Iquique” en ese puerto, cuyos gastos en equiparlo, pagarlo, etc., fueron sufragados por un grupo de
salitreros tarapaqueños entre los que encontraba mi padre, sino también han
desaparecido hasta las Lista de Revista del mismo batallón, documentos de alto
valor histórico, correspondientes a los meses de abril de 1879 de su creación,
hasta el mes de junio de 1880 en que se sacrificó en el Morro de Arica, así
como también se hubiese esperado, asimismo, que hubiese desaparecido el último
sobreviviente de la batalla de Tarapacá para que hubiese podido certificar todo
lo expuesto en esta solicitud, lo mismo que los contemporáneos de la misma
generación que hubieran tenido conocimiento de los mismos hechos, por lo que
ofrezco el testimonio personal y jurado de los siguientes respetables
caballeros tarapaqueños que por su situación social y edad, escucharon de sus
padres y parientes y de los mismos vencedores sobrevivientes, relatos que
confirman todo lo expuesto. Dichos testigos son los siguientes:
Don
Julio Zavala, tarapaqueño de nacimiento, de 72 años de edad, sobrino del héroe
del Morro de Arica coronel D. Ramón Zavala y por ser hijo de su hermano D.
Fernando Zavala, acaudalado salitrero que combatió también en la batalla de
Tarapacá en la Columna “Tradicional de Lima No.3”, el cual al ser expulsado de
Tarapacá se trasladó al Perú donde ingresó como contador del Banco Central de
Reserva del Perú del que está jubilado en la actualidad. Reside en Magdalena
del Mar en el número 283 del Jirón Bolognesi.
D
Juan Baselli, tarapaqueño también de nacimiento, de 74 años de edad, que al ser
expulsado de Iquique por los chilenos se trasladó a Lima, donde se radicó. Por
sus patrióticas actividades en favor de sus comprovincianos tarapaqueños,
tacneños y ariqueños, fue proclamado Presidente Vitalicio de la Sociedad
“Tacna, Arica y Tarapacá”, y cuando se incorporó Tacna al territorio nacional,
fue proclamado igualmente Presidente Vitalicio de la Sociedad Tarapacá.
En
la actualidad, este patriota hijo de Tarapacá obsequia anualmente de su propio
peculio a nombre del departamento de Tarapacá, una medalla de oro con su
correspondiente diploma, al alumno más distinguido que egresa del colegio
nacional “Alfonso Ugarte” de Lima.
Comerciante
muy conocido en la plaza de Lima por su honorabilidad y competencia profesional.
Su establecimiento comercial está ubicado en el Jr. Carabaya 388, de Lima.
El
profesor D. Manuel Paniagua Caucoto, tarapaqueño de nacimiento, de 73 años de
edad, que ejercía la dirección y profesorado de un colegio de alumnos hijos de
peruanos de las poblaciones de Pica y Matilla cuando fue expulsado de Tarapacá
por los chilenos.
Se
radicó en el valle de Chancay del departamento de Lima al llegar al Perú, donde
continuó ejerciendo particularmente su profesión magisterial. Reside en el
Barranco, avenida Surco No.324.
Estos
caballeros de distinguida condición social que fueron expulsados de Tarapacá
por los chilenos por su propaganda patriótica a favor del Perú antes del plebiscito,
certificarán bajo juramento todo lo expuesto en la presente solicitud, por
haber escuchado estos hechos a sobrevivientes de la Batalla de Tarapacá. El año
pasado en la urbanización “Tarapacá”, cerca del Callao, cedida por el Estado a
los expulsados de Chile, murieron los dos últimos sobrevivientes tarapaqueños
de la Batalla de Tarapacá que pertenecieron al glorioso “Batallón Iquique
No.1”, escuchando también de sus padres y parientes ancianos, así como de otros
ancianos de la época…”
Hasta aquí la detallada transcripción de
Andrés Avelino Granadino, donde solicitaba a la Comisión: 1º. Reconocer a su
padre Estanislao B. Granadino como vencedor de Tarapacá y sea autorizado a
grabar en el mausoleo familiar “Vencedor de la Batalla de Tarapacá”, para que
toda su familia y descendientes conozcan y sientan orgullosos de las acciones
de su pariente, para admiración de las futuras generaciones, 2º. Se le conceda
una medalla de oro y un diploma o que se le autorice hacer una medalla a costo
del solicitante y repartir copias fotostáticas del diploma a los pocos miembros
de su familia, 3º. Se reconozca que su padre contribuyó con grandes sumas de
dinero a la creación y sostenimiento del Batallón Iquique No.1, 4º. Reconocer
todas las medidas adoptadas por su padre en la devolución de la energía física
y moral de la División Ríos, clave para ganar la batalla, y 5º. Se reconozca
que Estanislao Granadino contribuyó a que la mencionada división se retirase
sobre Arica “sin que se perdiese un solo
fusil y cartucho”.
No está demás señalar que el pedido fue
aprobado por todos los miembros de la comisión, resaltando entre sus argumentos:
“Que el relato minucioso que de la parte más
importante de nuestra desgraciada Guerra con Chile hace el peticionario,
contiene muy interesantes datos y hechos que es necesario su divulgación
porque, si es verdad que la mayoría de estos son conocidos por los señores
miembros de la Comisión Calificadora, sin los cuales no cumplirían con acierto
su misión, también es verdad que la mayoría de la ciudadanía no los conoce en
sus detalles y esto es necesario que tenga divulgación como ejemplo y para
experiencia”.
Terminamos así la segunda parte sobre
Alfonso Ugarte descubriendo a su vez a otro peruano realizando hazañas del
mismo valor: Historia que no merece quedar en el olvido refundido entre papeles
de un anaquel.
Fuente: Archivo Central del Cuartel
General del Ejército. Letra “G”. Archivo digital Juan Carlos Flórez Granda.
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