La ciudad como zona de miedo
"La ciudad no tiene tamaño tiene grandeza", decía Marco Tulio Cicerón (106 a.C. 43 a.C.). Si así fuera, la Lima de hoy es menos que un piojo, un ácaro, vamos, una microscópica bacteria que aflige, causa dolor y espanta. La violencia, la desidia y la corrupción han convertido a la capital del Perú en una zona de miedo. El tema no es nuevo: sobre la inseguridad ciudadana han corrido ríos de tinta y no han faltado los opinantes de todo pelaje sin haberse alcanzado solución, ni siquiera la luz de una tímida luciérnaga al final del túnel.
Dos episodios recientes siguen generando titulares y nos han mostrado con crudeza dónde y en qué precariedad estamos sobreviviendo. En menos de una semana un prontuariado criminal de nombre Juver Vargas Crespo (que hasta donde se sabe debiera estar purgando cárcel) encabezó el grupo de hampones que le disparó a una niña de 9 años, Ariana, hija del congresista Renzo Reggiardo; y un subnormal al volante llamado Weimer Huamán Sánchez dejó en coma a Ivo Dutra, joven reportero gráfico del semanario "Hildebrandt en sus trece", quien murió anoche.
En ambos casos, detrás hay autoridades que avergüenzan y cuyos pergaminos morales –y cuentas bancarias– merecen ser investigados por el trato condescendiente brindado a estas amenazas públicas. En el caso del sujeto que atacó a la pequeña Ariana, está fichado por hurto, tráfico de drogas, microcomercialización y asociación ilícita para delinquir; en el 2006 fue condenado a prisión efectiva por robo agravado. ¿Quién aplicó los beneficios penitenciarios que le permitieron a esa amenaza andar libre para poner en jaque la seguridad y tranquilidad de los ciudadanos?
Es un hecho que a diario criminales avezados –liberados inexplicablemente– toman por asalto las calles, asesinan impunemente, disparan contra otros niños y niñas como Ariana, quien gracias a Dios hoy ya está recuperada. Ariana encarna lo que se padece en Lima. Otro tanto ocurrió con el caso de Ivo Dutra, donde no se produjo el milagro esperado. Cada día, es cierto, en los diferentes barrios de esta tres veces coronada villa, decenas de familias pierden trágicamente a uno de los suyos a manos de desequilibrados mentales, seres violentos y agresivos cuya arma mortal es el vehículo que conducen. Tal como Weimer Huamán Sánchez que cruzándose una luz roja arrolló al reportero Dutra. Se esperaría que el Huamán este estuviere procesado, inhabilitado, detenido. Soñemos, estamos en Lima, Perú, así que el chofer de marras –de transportes Orión–fue prontamente liberado por el fiscal provincial adjunto Víctor Ríos Candio, mientras que la fiscal Ana María Linares Zamora se negó a recibir el atestado sin ninguna explicación, según denuncia el semanario del periodista César Hildebrandt. ¿No valdría la pena, aunque sea por curiosidad, levantar el secreto bancario de este par, analizar sus transacciones financieras y sus propiedades?
La ciudad, es cierto, es el reflejo de sus habitantes, pero mientras unos tratan –tratamos– de construir ciudadanía, ser buenos vecinos, crecer moral y espiritualmente para contribuir con esa "grandeza" de la ciudad, de la que nos hablaba Cicerón –jurista, político, filósofo, escritor y orador romano– tenemos que convivir no solo con hampones sino con autoridades bastante proclives a que estos anden libres.
En el siglo X el filósofo musulmán Al Farabi definió la Ciudad Ideal como una sociedad ordenada en la que todos sus habitantes se ayudan para obtener la felicidad. En Lima más bien parece que las autoridades judiciales tratan de desordenar y fomentar no solo nuestra infelicidad sino nuestra intranquilidad. Al Farabi sostenía que la función era primordialmente educativa (tanto intelectual, espiritual como emocionalmente). Si pasara por Lima, difícilmente le reconocería la cualidad de ciudad.
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