Thursday, July 09, 2009

Secreto del gobierno: ¡debilitar espíritu público!

Los libros, mis amigos
por Herbert Mujica Rojas
9-7-2009

Secreto del gobierno: ¡debilitar espíritu público!
http://www.voltairenet.org/article160934.html

Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, Maurice Joly,
Alianza Editorial, Barcelona 1977, pp. 55-60.

Diálogo Séptimo

Maquiavelo

Aquí podemos detenernos.

Montesquieu

Os escucho.

Maquiavelo

Debo deciros ante todo que estáis profundamente equivocado con
respecto a la aplicación de mis principios. El despotismo aparece
siempre a vuestros ojos con el ropaje caduco del monarquismo oriental;
yo no lo entiendo así; con sociedades nuevas, es preciso emplear
procedimientos nuevos. No se trata hoy en día, para gobernar, de
cometer violentas iniquidades, de decapitar a los enemigos, de
despojar de sus bienes a nuestros súbditos, de prodigar los suplicios;
no, la muerte, el saqueo y los tormentos físicos sólo pueden
desempeñar un papel bastante secundario en la política interior de los
Estados modernos.

Montesquieu

Es una inmensa suerte.

Maquiavelo

Os confieso, sin duda, que muy poca admiración me inspiran vuestras
civilizaciones de cilindros y tuberías; sin embargo, marcho, podéis
creerlo, al ritmo del siglo; el vigor de las doctrinas asociadas a mi
nombre estriba en que se acomodan a todos los tiempos y a las
situaciones más diversas. En nuestros días Maquiavelo tiene nietos que
conocen el valor de sus enseñanzas. Se me cree decrépito, y sin
embargo rejuvenezco día a día sobre la tierra.

Montesquieu

¿Os burláis de vos mismo?

Maquiavelo

Si me escucháis, podréis juzgar. En nuestros tiempos se trata no tanto
de violentar a los hombres como de desarmarlos, menos de combatir sus
pasiones políticas que de borrarlas, menos de combatir sus instintos
que de burlarlos, no simplemente de proscribir sus ideas sino de
trastocarlas, apropiándose de ellas.

Montesquieu

¿Y de qué manera? No entiendo este lenguaje.

Maquiavelo

Permitidme; esta es la parte moral de la política; pronto llegaremos a
las aplicaciones prácticas. El secreto principal del gobierno consiste
en debilitar el espíritu público, hasta el punto de desinteresarlo por
completo de las ideas y los principios con lo que hoy se hacen las
revoluciones. En todos los tiempos, los pueblos al igual que los
hombres se han contentado con palabras. Casi invariablemente les basta
con las apariencias; no piden nada más. Es posible entonces crear
instituciones ficticias que responden a un lenguaje y a ideas
igualmente ficticios; es imprescindible tener el talento necesario
para arrebatar a los partidos esa fraseología liberal con que se arman
para combatir al gobierno. Es preciso saturar de ella a los pueblos
hasta el cansancio, hasta el hartazgo. Se suele hablar hoy en día del
poder de la opinión; yo os demostraré que, cuando se conocen los
resortes ocultos del poder, resulta fácil hacerle expresar lo que uno
desea. Empero, antes de soñar siquiera en dirigirla, es preciso
aturdirla, sumirla en la incertidumbre mediante asombrosas
contradicciones, obrar en ella incesantes distorsiones, desconcertarla
mediante toda suerte de movimientos diversos, extraviarla
insensiblemente en sus propias vías. Uno de los grandes secretos del
momento consiste en saber adueñarse de los prejuicios y pasiones
populares a fin de provocar una confusión que haga imposible todo
entendimiento entre gentes que hablan la misma lengua y tienen los
mismos intereses.

Montesquieu

¿Cuál es el sentido de estas palabras cuya oscuridad tiene un no sé
qué de siniestro?

Maquiavelo

Si el sabio Montesquieu desea reemplazar la política por los
sentimientos, acaso debiera detenerme aquí; yo no pretendía situarme
en el terreno de la moral. Me habéis desafiado a detener el movimiento
en vuestras sociedades atormentadas sin cesar por el espíritu de la
anarquía y la rebelión. ¿Me permitiréis que os diga cómo resolvería el
problema? Podéis poner a salvo vuestros escrúpulos aceptando esta
tesis como una cuestión de pura curiosidad.

Montesquieu

Sea.

Maquiavelo

Concibo asimismo que me pidáis indicaciones más precisas; ya llegaré a
ellas; mas permitidme que os diga ante todo en qué condiciones
esenciales puede hoy el príncipe consolidar su poder. Deberá en primer
término dedicarse a destruir los partidos, a disolver, dondequiera
existan, las fuerzas colectivas, a paralizar en todas sus
manifestaciones la iniciativa individual; a continuación, el nivel
mismo de temple decaerá espontáneamente, y todos los brazos, así
debilitados, cederán a la servidumbre. El poder absoluto no será
entonces un accidente, se habrá convertido en una necesidad. Estos
preceptos políticos no son enteramente nuevos, mas, como os lo decía,
son los procedimientos y no los preceptos los que deben serlo.
Mediante simples reglamentaciones policiales y administrativas es
posible lograr, en gran parte, tales resultados. En vuestras
sociedades tan espléndidas, tan maravillosamente ordenadas, habéis
instalado, en vez de monarcas absolutos, un monstruo que llamáis
Estado, nuevo Briareo cuyos brazos se extienden por doquier, organismo
colosal de tiranía a cuya sombra siempre renacerá el despotismo. Pues
bien, bajo la invocación del Estado, nada será más fácil que consumar
la obra oculta de que os hablaba hace un instante, y los medios de
acción más poderosos quizá los que, merced a nuestro talento,
tomaremos en préstamo de ese mismo régimen industrial que tanto
admiráis.

Con la sola ayuda del poder encargado de dictar los reglamentos
instituiría, por ejemplo, inmensos monopolios financieros, depósitos
de la riqueza pública, de los cuales tan estrechamente dependerían
todas las fortunas privadas que estas serían absorbidas junto con el
crédito del Estado al día siguiente de cualquier catástrofe política.
Vos sois un economista, Montesquieu, sopesad el valor de esta
combinación.

Una vez jefe de gobierno, todos mis edictos, todas mis ordenanzas
tendrían constantemente el mismo fin: aniquilar las fuerzas colectivas
e individuales, desarrollar en forma desmesurada la preponderancia del
Estado, convertir al soberano en protector, promotor y remunerador.

He aquí otra combinación también pedida en préstamo del orden
industrial: en los tiempos que corren, la aristocracia, en cuanto
fuerza política, ha desaparecido; pero la burguesía territorial sigue
siendo un peligroso elemento de resistencia para los gobiernos, porque
es en sí misma independiente; puede que sea necesario empobrecerla o
hasta arruinarla por completo. Bastará, para ello, aumentar los
gravámenes que pesan sobre la propiedad rural, mantener la agricultura
en condiciones de relativa inferioridad, favorecer a ultranza el
comercio y la industria, pero sobre todo la especulación; porque una
excesiva prosperidad de la industria puede a su vez convertirse en un
peligro, al crear un número demasiado grande de fortunas
independientes.

Se reaccionará provechosamente contra los grandes industriales, contra
los fabricantes, mediante la incitación a un lujo desmedido, mediante
la elevación del nivel de los salarios, mediante ataques a fondo
hábilmente conducidos contra las fuentes mismas de producción. No es
preciso que desarrolle estas ideas hasta sus últimas consecuencias, sé
que percibís a las mil maravillas en qué circunstancias y con qué
pretextos puede realizarse todo esto. El interés del pueblo, y hasta
una suerte de celo por la libertad, por los elevados principios
económicos, cubrirán fácilmente, si se quiere, el verdadero fin.
Huelga decir que el mantenimiento permanente de un ejército
formidable, adiestrado sin cesar por medio de guerras exteriores, debe
constituir el complemento indispensable de este sistema; es preciso
lograr que en el Estado no haya más que proletarios, algunos
millonarios, y soldados.

Montesquieu

Continuad.

Maquiavelo

Esto, en cuanto a la política interior del Estado. En materia de
política exterior, es preciso estimular, de uno a otro confín de
Europa, el fermento revolucionario que en el país se reprime. Resultan
de ello dos ventajas considerables: la agitación liberal en el
extranjero disimula la opresión en el interior. Además, por ese medio,
se obtiene el respeto de todas las potencias, en cuyos territorios es
posible crear a voluntad el orden o el desorden. El golpe maestro
consiste en embrollar por medio de intrigas palaciegas todos los hilos
de la política europea a fin de utilizar una a una a todas las
potencias. No os imaginéis que esta duplicidad, bien manejada, pueda
volverse en detrimento de un soberano. Alejandro VI, en sus
negociaciones diplomáticas, nunca hizo otra cosa que engañar; sin
embargo, siempre logró sus propósitos, a tal punto conocía la ciencia
de la astucia. 1 Empero en lo que hoy llamáis el lenguaje oficial, es
preciso un contraste violento, ningún espíritu de lealtad y
conciliación que se afectase resultaría excesivo; los pueblos que no
ven sino la apariencia de las cosas darán fama de sabiduría al
soberano que así sepa conducirse.

A cualquier agitación interna debe poder responder con una guerra
exterior; a toda revolución inminente, con una guerra general; no
obstante, como en política las palabras no deben nunca estar de
acuerdo con los actos, es imprescindible que, en estas diversas
coyunturas, el príncipe sea lo suficientemente hábil para disfrazar
sus verdaderos designios con el ropaje de designios contrarios; debe
crear en todo momento la impresión de ceder a las presiones de la
opinión cuando en realidad ejecuta lo que secretamente ha preparado de
su propia mano.

Para resumir en una palabra todo el sistema, la revolución, en el
Estado, se ve contenida, por un lado, por el terror a la anarquía, por
el otro, por la bancarrota, y, en última instancia, por la guerra
general.

Habréis advertido ya, por las rápidas indicaciones que acabo de daros,
el importante papel que el arte de la palabra está llamado a
desempeñar en la política moderna. Lejos estoy, como veréis, de
desdeñar la prensa, y si fuera preciso no dejaría de utilizar asimismo
la tribuna; lo esencial es emplear contra vuestros adversarios todas
las armas que ellos podrían emplear contra vos. No contento con
apoyarme en la fuerza violenta de la democracia, desearía adoptar, de
las sutilezas del derecho, los recursos más sabios. Cuando uno toma
decisiones que pueden parecer injustas o temerarias, es imprescindible
saber enunciarlas en los términos más convenientes, sustentarlas con
las más elevadas razones de la moral y del derecho.

El poder con que yo sueño, lejos como veis, de tener costumbres
bárbaras, debe atraer a su seno todas las fuerzas y todos los talentos
de la civilización en que vive. Deberá rodearse de publicistas,
abogados, jurisconsultos, de hombres expertos en tareas
administrativas, de gentes que conozcan a fondo todos los secretos,
todos los resortes de la vida social, que hablen todas las lenguas,
que hayan estudiado al hombre en todos los ámbitos. Es preciso
conseguirlos por cualquier medio, ir a buscarlos donde sea, pues estas
gentes prestan, por los procedimientos ingeniosos que aplican a la
política, servicios extraordinarios. Y junto con esto, todo un mundo
de economistas, banqueros, industriales, capitalistas, hombres con
proyectos, hombres con millones, pues en el fondo todo se resolverá en
una cuestión de cifras.

En cuanto a las más altas dignidades, a los principales
desmembramientos del poder, es necesario hallar la manera de
conferirlos a hombres cuyos antecedentes y cuyo carácter abran un
abismo entre ellos y los otros hombres; hombres que sólo pueden
esperar la muerte o el exilio en caso de cambio de gobierno y se vean
en la necesidad de defender hasta el postrer suspiro todo cuanto es.

Suponed por un instante que tengo a mi disposición los diferentes
recursos morales y materiales que acabo de indicaros; dadme ahora una
nación cualquiera. ¡Oídme bien! En El Espíritu de las leyes 2
consideráis como un punto capital no cambiar el carácter de una nación
cuando se quiere conservar su vigor original. Pues bien, no os pediría
ni siquiera veinte años para transformar de la manera más completa el
más indómito de los caracteres europeos y para volverlo tan dócil a la
tiranía como el más pequeño de los pueblos de Asia.

Montesquieu

Acabáis de agregar, sin proponéroslo, un capítulo a vuestro Tratado
del Príncipe. Sean cuales fueren vuestras doctrinas, no las discuto;
tan solo hago una observación. Es evidente que de ningún modo habéis
cumplido con el compromiso que habéis asumido; el empleo de todos
estos medios supone la existencia del poder absoluto, y yo os he
preguntado precisamente cómo podrías establecerlo en sociedades
políticas que descansan sobre instituciones liberales.

Maquiavelo

Vuestra observación es perfectamente justa y no pretendo eludirla.
Este comienzo era apenas un prefacio.

Montesquieu

Os pongo, pues, en presencia de un Estado, monarquía o república,
fundado sobre instituciones representativas; os hablo de una nación
familiarizada desde hace mucho tiempo con la libertad; y os pregunto
cómo, partiendo de allí, podréis retornar al poder absoluto.

Maquiavelo

Nada más fácil.

Montesquieu

Veamos.

1) Tratado del Príncipe, capítulo XVII.

2) El espíritu de las leyes, libro XIX, cap. V.

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