por Herbert Mujica Rojas
14-3-2008
La normalidad del Congreso
¿Recupera el Establo, el ínfimo y deleznable prestigio que posee y
ostenta con cinismo desde hace largas décadas, con el desafuero de la
indecente Tula Benites? ¿es la única con rabo de dinosaurio en ese
ámbito? ¿hubiera reaccionado esa institución si no hubiese sido
monumentalmente brutal su torpe blindaje y enorme la indignación
pública? ¡Bah! González Prada concibió, entre otras muchas sentencias,
una que proclama saber si el Congreso no está considerando su cerrazón
definitiva. ¿Sirve para algo el edificio de Plaza Bolívar?
Es posible que exista uno que otro –no llegan a la decena- de personas
respetables que crean en el lance oratorio, en el parlamento como
productor de leyes que, por desgracia, no sirven para nada. Este es un
país curioso, todos saben que esas disposiciones que llevan el augusto
nombre de ley, se hacen para justificar el sueldo y llenar formas y
garabatear papeles, sin embargo de ello, a cada ley nace un sucedáneo
inverso que la viola, la pisotea, la escupe y ¡precisamente! de eso
viven los abogángsteres: haciendo más problemas y sacándole la vuelta
a las mismas.
Aquí nadie siente las leyes como parte integrante de su menú
cotidiano. Es más, el peruano, por la enanez mental de sus dirigentes,
está acostumbrado a no respetar ninguna clase de ley. No las lleva
como parte de su orden espiritual, social, cívico. No le basta la
ignorancia de las mismas, es irrelevante conocerlas para estrujar sus
contenidos y obviar su letra muerta. Nuestras leyes son mamarrachos
cuya factura corresponde a los episódicos grupos de poder que, además,
han demostrado, una mediocridad sempiterna y torva. ¿Hace cuántos años
no aparece un buen legislador? Y con más urticante pasión,
preguntemos: ¿y si existiera, no hubiera sido ya ahogado por las
recuas de mulas y asnos que hay en el Establo, el actual y el de todos
los tiempos? No nos engañemos, él o la pobre, ya habría dádose cuenta
que sus esfuerzos serían impotentes, insuficientes, inanes ante tanta
estupidez colectiva de un país ¡sin leyes!
¿Cuántos parlamentarios dividen los sueldos –los suyos no, por
supuesto- asignados a sus pelotones de secretarias y batallones de
asesores, para colocar al primo, a la prima, al querido o la querida,
al amante o la amante, la tía desvalida y sin pensión o a la empleada
de casa? Todos se tapan. En el régimen pasado, denuncié a un individuo
cuyo nombre fue siempre olvidable, y las pruebas, tal como fueron
presentadas por otras agencias noticiosas –de allí salieron-, eran
contundentes. Sin embargo a la hora de votar, el pobre somormujo quedó
libre de cualquier sanción y resulté yo el equivocado. Debo confesar
que el romanticismo y la idiotez fueron mías por ¡siquiera! haber
creído que el arribo a un castigo era pensable. ¡Bah!
El Establo da muestras diarias de su envilecimiento progresivo. En
lugar de leyes confeccionan procedimientos que prolongan su
putrefacción porque carecen totalmente de norte, este, oeste o sur, de
alguna especie. Estar en el Congreso no es más que una asistencia
puntual a las tesorerías. Con travesura, años atrás, definí a la
oposición como una dinámica sentada y cobradora. En el lamentable y
hoy tristísimo caso, ese cuerpo colectivo, en su totalidad infame
constituye una exacción institucional al organismo de la patria.
¿Tiene solución este asunto que vemos con tanta frecuencia? Creo que
sí y voy a repetir lo que enfureció a algunos legiferantes de la
entonces manada fujimorista, por aquellos tiempos mucho más feroz,
palurda y matona que en los tiempos actuales: ¡una gran pira, el gran
incendio nacional, pero con todos adentro!
Repitamos por pertinente e incontestable con Manuel González Prada:
"¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran
colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República.
Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los
estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila
politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres
anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de
infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la
mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre
de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre
honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en
semejante corporación."
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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