Saturday, August 04, 2007

¿Arica, puerto natural, o el Alto Perú complemento natural del Perú?

¿Arica, puerto natural, o el Alto Perú complemento natural del Perú?
por Félix C. Calderón
4-8-2007

El Alto Perú fue durante gran parte del periodo colonial un componente
importante del virreinato del Perú y solo fue desmembrado en 1783 para
anexarlo a la audiencia pretorial de Buenos Aires. Sin embargo, desde
1810 mantuvo vínculos políticos incuestionables con el virreinato de
Lima los mismos que se acentuaron desde 1811. En suma, se puede decir
que durante el coloniaje por apenas algo menos de 28 años, el Alto
Perú fue separado de su atávica y milenaria entraña andina del Bajo
Perú. De allí que lo promovido por Bolívar desde junio de 1824, en
Yanahuanca, fue antes que nada un acto anti-peruano, destinado a
debilitar al Perú, desmembrando con la ayuda de cantos de sirena y de
una manipulación grosera una parte vital de su hinterland en las altas
tierras y, por añadidura, le dejó con la inopinada nueva República
serios problemas limítrofes para nada ajenos en la infausta guerra de
1879 y que, por fin, pudieron zanjarse en 1909. Por eso, más
desafortunado no pudo haber sido el encuentro del Perú con Simón
Bolívar.

Si nos atenemos a lo que escribió el historiador boliviano Alcides
Arguedas en la Historia General de Bolivia.- El proceso de la
nacionalidad- 1809-1921 (La Paz.- Arnó Hermanos, editores.- 1922), si
bien la noticia del cautiverio del rey Fernando VII por los franceses
llegó a Chuquisaca el 17 de setiembre de 1808, una primera revuelta,
en apariencia de lealtad a la monarquía, recién se produjo el 16 de
julio de 1809. Días más tarde, el 24 de julio, se organizó la Junta
Tuitiva con quince vocales, agregando Arguedas: "El primer paso que
dio la Junta Tuitiva fue anunciar a Chuquisaca el movimiento que
acababa de operarse en La Paz y en dirigir engañosamente, un oficio al
virrey de Lima (sic) protestando adhesión al monarca destronado;
oficio tácitamente desmentido por la proclama que enseguida se lanzó
al pueblo y en la que renegando de haber guardado 'un silencio
parecido a la estupidez' ante la política opresora del conquistador,
anunciaba haber llegado la hora de sacudir la odiosa dominación."

Aparte de reconocer Arguedas esa respetuosa relación política con
Lima, no es menos contundente que haya sido el propio virrey de Lima
que, alarmado por los sucesos en el Alto Perú, encomendara al poco
tiempo al brigadier José Manuel Goyeneche, a la sazón presidente del
Cuzco, a debelar todo movimiento, abierto o encubierto, que tuviese
por fin galvanizar la libertad de los pueblos. Goyeneche, con ese fin,
concentró tropas que estaban dispersas en Puno, Arequipa y Cuzco,
llegando a reunir un ejército de 5000 hombres. Empero, cuando se
aproximaba a La Paz, el 30 de setiembre, la auto-denominada Junta
Tuitiva tomó la decisión de disolverse. Tal vez prematuramente, si se
repara en el hecho que el 7 de noviembre de 1810 el argentino Balcarce
apresuró su marcha al Alto Perú, derrotando a los realistas en
Suipacha.

"El movimiento independiente tomó proporciones incontenibles, pues fue
secundado primeramente por Chuquisaca el 13 de octubre y el 16 de
noviembre por La Paz, adhiriéndose ambas localidades al gobierno de
Buenos Aires y desconociendo al de Lima (sic)." (Ibid.). Sin embargo,
el 20 de junio de 1811, Goyeneche destruyó completamente las tropas
desprevenidas del argentino Castelli. Y éste acobardado huyó hasta
Buenos Aires. De este modo, el Alto Perú quedó en pocos meses
pacificado por Goyeneche, llegando éste a ser reemplazado en 1813 por
Joaquín de la Pezuela que fue quien hizo frente al avance del general
Belgrano, triunfador en Tucumán el 24 de setiembre de 1812,
derrotándolo dos veces, en octubre y noviembre de 1813, e imponiendo
luego con violencia la pacificación. Tres años más tarde, en mayo de
1816, fue este mismo Pezuela quien viajó a Lima para reemplazar al
virrey Abascal, quedando en su lugar el general La Serna que años más
tarde, en el verano de 1821, lo depuso asumiendo la jefatura de un
virreinato del Perú ya parcialmente independiente.

A la luz de los antecedentes, se puede afirmar, sin ligereza alguna,
que cuando en 1811 el Alto Perú acentuó su dependencia del virreinato
del Perú, aquél se circunscribía, territorialmente hablando, en lo
esencial, a la Audiencia de Charcas y, por lo mismo, no tenía por el
oeste acceso al Océano Pacífico ni por el norte se extendía a los
"territorios incógnitos." Confinaba con ellos, pero no los comprendía.
Ergo, los territorios incógnitos y la provincia de Chunchos eran "dos
conceptos distintos."

Por eso, no es exagerado decir que la crisis que empuja a Chile a
agredir al Perú en 1879 se gestó en 1825, cuando un déspota y
anti-peruano Bolívar, ordenó a su fiel asistente de origen irlandés
Burdett O'Connor a encontrar un puerto para el Estado que trataba de
crear a expensas del Perú, arrebatando obviamente una porción de la
parte sur de lo que había pertenecido al virreinato de Lima. Para nada
tuvo en cuenta su propia receta de respetar el uti possidetis de 1810,
ni tampoco se detuvo en preguntar su parecer a un Consejo de Gobierno
peruano totalmente obsecuente y mantenido en la más completa
ignorancia. Simplemente procedió por diktat sin reparar en el
desidératum de los pueblos. El relato que ha dejado para la posteridad
ese aventurero irlandés es francamente de antología:

"Pasé todo el mes de octubre en Tarija (1825) con la Legión Peruana.
Llegó el correo de 4 de Noviembre, y me trajo dos notas oficiales del
general Sucre; en la una de ellas ordenándome, por disposición del
Libertador, desocupara inmediatamente la plaza de Tarija, por haber
cedido dicha provincia al gobierno argentino (sic), en el arreglo
hecho con su Legación (...), y despachar la Legión Peruana a Potosí.
La otra empezaba en estos términos: "Al señor coronel jefe de Estado
Mayor General, Francisco Burdett O'Connor.- Señor: Su Excelencia el
Libertador ha tenido á bien conferir á Usía una comisión de suma
importancia, la cual verificada con buen suceso, le granjeará no solo
la honra, sino la gratitud de todos los pueblos del Alto Perú (sic)",
y seguía diciéndome que esta nueva República carecía de un puerto de
mar (sic); que me dirijiese a la costa de Atacama, levantase un mapa
de Loa, Cobija, Mejillones y Paposo, y habilitase para el comercio el
que encontrase mejor. Pocos días después, en cumplimiento de esta
orden, salí de Tarija y me dirigí á la villa de Tupiza (…). (…) De
Toconao, en cuyo pueblo me dejó Fermín Torres, pasé al pueblo de
Atacama, capital de la provincia, distante diez leguas de Toconao,
camino muy llano. En Atacama encontré de guarnición al capitán
Casanova, con la compañía de cazadores del batallón segundo del
ejército del Perú, cuyo cuerpo dejé de guarnición en Potosí cuando
marché para el sur. (…) Pasé por Calama, Chacance y Culupo, y llegué a
Cobija sin novedad. (…) En Cobija no encontré más que un hombre,
cochabambino, llamado Maldonado. Este me dijo que habían muerto de
viruelas todos sus changos, pescadores de lobos, que no había más
vivientes en el puerto que él y su hermano (…). Al día siguiente llegó
al puerto el bergantín de guerra Chimborazo con el jefe de la escuadra
colombiana en el Pacífico á bordo, de orden del Libertador (sic), para
llevarme con él con el objeto de reconocer todos los puertos que
tenía anotados (sic) en mi nota de instrucciones (sic). (...) La
primera noche que pasé á bordo del Chimborazo fue la del 9 de
diciembre, primer aniversario de la victoria de Ayacucho, y el
comodoro que mandaba el bergantín Chimborazo era el capitán Carlos
Wright, del batallón Rifles, de Bomboná, primero de la guardia. Había
servido con su batallón en la batalla de Ayacucho, y sabiendo el
Libertador que había sido guardia marina en el servicio inglés, que
equivale á cadete en el ejército, le nombró comodoro de la escuadra
colombiana en el Pacífico, y esto por necesidad, tan escasos eran los
hombres aptos de quienes el general Bolívar tuvo que valerse para el
servicio. Al día siguiente emprendimos el reconocimiento de todos los
puertos mencionados en mis instrucciones y hallamos que el de Cobija
tenía el mejor fondo para ancla y el puerto más cómodo también, aunque
escaso de agua, pero de poder aumentar la cantidad. Me separé del
comodoro en el puerto de Loa, que no es más que una rada, y con el
agua del río Loa, tan salada que no se puede beber. El puerto de
Mejillones es hermoso, pero carece de agua. El de Paposo tiene río con
pescado que le entra, pero como el tránsito desde Paposo por tierra á
Atacama no tiene una gota de agua, ni pasto, y por estas razones
inverificable. Empero, si yo hubiese podido penetrar en lo futuro,
hubiese habilitado los dos puertos, el de Paposo y el de Atacama; el
primero con almacenes para desembarco de las mercancías, y el segundo
para punto de partida hasta Potosí, disponiendo que los fardos y demás
cargas se transportasen del un punto al otro en lanchas, arrimándolas
á la costa sin peligro alguno. De este modo se hubiesen evitado las
posteriores pretensiones infundadas de Chile, y su usurpación en la
provincia más rica de Bolivia. Había encargado al corregidor Maldonado
llevar mis mulas por tierra hasta la boca del río Loa, con mi
asistente, y cuando me separé del comodoro seguí mi camino río arriba
hasta el puerto de Quillagua, adonde llegué la misma tarde. El
comodoro se dirigió al puerto de Arica á tomar á su bordo al
Libertador de regreso de Chuquisaca y llevarlo á Lima."

"Este puerto de Arica era en el que se embarcaban para España todas
las encomiendas procedentes del Alto Perú. (…) Desde Quillagua
despaché á mi asistente á Atacama á traerme mis animales y petacas (…)
y entretanto me ocupé de reconocer todas las inmediaciones del pueblo
y de dirigir al general Sucre mi primer parte del resultado de mi
comisión hasta aquí. No sé si recibió el pliego; pero lo cierto es que
no tomó providencia alguna sobre los datos que le dí relativos á la
demarcación entre el Bajo y el Alto Perú (sic). Lo que puedo asegurar
con confianza es que si yo hubiese acompañado al comodoro hasta Arica,
si me hubiese visto allí con el Libertador, que pasaba á Lima, y si le
hubiese hecho sabedor de los datos que había tomado de los ancianos en
Quillagua, el Libertador, á su llegada, á Lima, hubiera arreglado
todos los linderos entre el Alto y Bajo Perú por un decreto (sic), el
cual hubiera aumentado el territorio de Bolivia, con todo el collado
del Cuzco, desde el abra de Santa Rosa, y por la costa desde el río de
Tambo (sic), entre Torata y Arequipa; y como se reconocía al
Libertador por presidente de ambas Repúblicas, jamás hubiera habido
oposición la más pequeña a su decreto (sic)." (F. Burdett O'Connor:
Independencia Americana-Recuerdos de Francisco Burdett O'Connor.-
Sociedad Española de Librería-Madrid. Escrito en 1869).

Como puede apreciarse, hubiese sido muy fácil durante esos fatídicos
meses arrebatarle al Perú inclusive parte de Arequipa. Enhorabuena que
O'Connor no viajó a Arica para encontrarse con el veleidoso caudillo
militar que, como se aprecia más en detalle en el Tomo Tercero
Descodificando la creación de Bolivia, de la serie Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, regresaba apuradamente a Lima para
defenestrar a algunos diputados peruanos que podían tirar por la borda
su libreto urdido para hacer del Perú, en el colmo del cinismo, el
promotor de la separación del Alto Perú y de la "dictadura perpetua."
Asimismo, ese recuento sirve para calibrar mejor la otra cantidad de
problemas limítrofes que el malhadado caraqueño dejó al Perú en prueba
de su deslealtad.

Según lo relata el mismo Arguedas, y confirma ese designio avieso en
perjuicio del Perú, en una carta escrita por Sucre a Bolívar, en 1823,
suponemos desde Lima, aquél hizo una abierta crítica de la conducta de
Santa Cruz en el Alto Perú como comisionado de Riva Agüero, subrayando
que más que con un objetivo militar, "iba a esas regiones con el fin
de 'apoderarse de las provincias del Alto Perú y segregarlas del Perú
y Buenos Aires, formando un Estado separado." Pero, al enterarse que
La Serna se acercaba al Alto Perú, Santa Cruz no dio ninguna batalla,
optando por "emprend(er) una precipitada retirada que más tenía trazas
de vergonzosa huída, perdiendo en la ruta la casi totalidad de sus
7000 hombres", concluye Sucre. (Ibid.). ¿Despertó esa carta la
ambición del caudillo militar de hacer parir un nuevo Estado?

Veamos algunos fragmentos de cartas de Sucre, entre muchas otras, en
busca de la respuesta:

"(...) Mil veces he pedido a V. instrucciones respecto del Alto Perú y
se me han negado, dejándome en abandono; en este estado yo tuve
presente que en una conversación en Yacán (pueblo cerca de Yanahuanca)
me dijo V. que su intención para salir de las dificultades (sic) del
Alto Perú era convocar una asamblea de estas provincias." (Carta de
Sucre a Bolívar de 4 de abril de 1825 en Vicente Lecuna: Documentos
referentes a la creación de Bolivia.- Tomo I).

"(...) Yo pienso irme a Puno a encontrar al general Olañeta para
arreglar definitivamente las cosas del Alto Perú; mas me demoraré aquí
tres días por solo esperar instrucciones de V. (sic); si no me llegan,
me sujetaré en cualquiera transacción a las conversaciones que sobre
estos asuntos tuvimos en Yanahuanca en el mes de junio (sic). (Carta
de Sucre a Bolívar de 11 de enero de 1825.- Ibid.).

"(...) Me ha dicho el doctor Olañeta que él cree difícil, sino
imposible (sic), reunir las provincias altas a Buenos Aires; que hay
una enemistad irreconciliable (sic): que o se quedan independientes o
agregadas al Perú (sic), en cuyo caso quieren la capital en Cuzco, o
más cerca de ellos. Sirva de gobierno esta noticia que está
corroborada por otras muchas más (sic)." (Carta de Sucre a Bolívar de
5 de febrero de 1825.- Ibid.).

"(...) no obstante que las provincias están muy determinadas a no ser
argentinas (sic); los partidos están entre ser independientes o del
Perú (sic); a lo último se inclinan los hombres de más juicio (sic)."
(Carta de Sucre a Bolívar de 23 de abril de 1825.- Ibid.).

En síntesis, mediante evidencias e indicios dejados por las
comunicaciones cruzadas entre Bolívar y Tomás de Heres con Sucre y
Santander, puede sostenerse que el veleidoso caudillo militar sí tuvo
la intención de dividir el Bajo y Alto Perú desde antes de la batalla
de Ayacucho. Concretamente, por lo menos desde junio de 1824, por
confesión de su lugarteniente. Pero, no es improbable que haya sido
desde antes, inclusive desde la fecha en que tomó conocimiento de la
rebelión de Olañeta en el Alto Perú. Con esa intención en mente, solo
conocida por uno o dos de sus más fieles servidores, Bolívar quiso
evitar ser otra vez sorprendido como sucedió en Guayaquil, en que un
sentimiento pro peruano se instaló prematuramente en el seno de la
Junta de Gobierno (Tomo Primero: La usurpación de Guayaquil de la
serie Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar). Por eso, desde
antes de la batalla de Ayacucho buscó acercarse a Olañeta,
seduciéndolo para que se haga su aliado. (Véase el Tomo Segundo La
fanfarronada del Congreso de Panamá). Juego infructuoso que continuó
por inercia, producida la derrota de los realistas en la Pampa de la
Quinua, hasta que Bolívar se enteró por Sucre en febrero de 1825 que
la situación podía precipitarse, reviviendo con ansiedad en su mente,
imaginamos, la difícil experiencia de Guayaquil. Su fiel lugarteniente
se limitó en todo esto a dar cumplimiento a lo que en su leal entender
era el pensamiento del ambicioso caudillo, tal como éste le confesó en
Yacán en junio de 1824, en el sentido de forzar la independencia de
esas provincias del altiplano. Había que fraccionar el Perú,
debilitarlo, para desplazar el centro de gravitación geopolítica hacia
el norte.

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