Wednesday, August 10, 2022

El Chí Cheñó como política de Estado

 

Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas

Diario Uno/9-8-2022

 


El Chí Cheñó como política de Estado

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No necesitamos políticos o ministros Chí Cheñó.

 

Acudamos a la ayuda invalorable del tradicionista Ricardo Palma en su sexta serie:

 

Lima, como todos los pueblos de la tierra, ha tenido (y tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos mansos y cándidos. A esta categoría pertenecieron, en los tiempos de la República, Bernardito, Basilio Yegua, Manongo Moñón, Bofetada del Diablo, Saldamando, Cogoy, el Príncipe, Adefesios en misa de una, Felipe la Cochina, y pongo punto por no hacer interminable la nomenclatura.

 

Por los años de 1780 comía pan en esta ciudad de los reyes un bendito de Dios, a quien pusieron en la pila bautismal el nombre de Ramón. Era éste un pobreton de solemnidad, mantenido por la caridad pública, y el hazmerreír de muchachos y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo, a todo contestaba con un sí, señor, que al pasar por su desdentada boca se convertía en chí cheñó.

 

El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se llamaba Ramoncito, y todo Lima lo conocía por Chicheñó, apodo que se ha generalizado después aplicándolo a las personas de carácter benévolo y complaciente que no tienen hiel para proferir una negativa rotunda. Diariamente, y aun tratándose de ministros de Estado, oímos decir en la conversación familiar: «¿Quién? ¿Fulano? ¡Si ese hombre no tiene calzones! Es un Chicheñó».

 

El Chí Cheñó es un dador del sí a prueba de balas, sobre todo al jefe del Ejecutivo. ¿Qué garantías ofrece de parsimonia, equilibrio el flamante gabinete?: esperemos que todas las habidas y por haber.

 

He allí el peligro de tener por anticipado la anuencia entusiasta de ministros falderos que no aciertan a diferenciar un ornitorrinco de un celular pero sí son capaces de arropar imposturas con toneladas gárrulas y ociosas y desfilando por las tenebrosas caras del peor castellano que háyase escuchado por nuestros pagos.

 

La política que debiera ser escuela dentro de un apostolado, persiste en charco, fango, pantanoso accidente de nuestra controvertida historia en la que ser político equivale a ser un genuino ganapán terminal.

 

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