Señal de Alerta-Herbert Mujica
Rojas
Diario Uno/9-8-2022
El Chí Cheñó como política de Estado
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No
necesitamos políticos o ministros Chí Cheñó.
Acudamos
a la ayuda invalorable del tradicionista Ricardo Palma en su sexta serie:
“Lima, como todos los pueblos
de la tierra, ha tenido (y tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos
mansos y cándidos. A esta categoría pertenecieron, en los tiempos de la
República, Bernardito, Basilio Yegua, Manongo Moñón, Bofetada del Diablo,
Saldamando, Cogoy, el Príncipe, Adefesios en misa de una, Felipe la Cochina, y
pongo punto por no hacer interminable la nomenclatura.
Por los años de 1780 comía pan
en esta ciudad de los reyes un bendito de Dios, a quien pusieron en la pila bautismal
el nombre de Ramón. Era éste un pobreton de solemnidad, mantenido por la
caridad pública, y el hazmerreír de muchachos y gente ociosa. Hombre de pocas
palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo, a todo contestaba
con un sí, señor, que al pasar por su desdentada boca se convertía en chí
cheñó.
El pueblo llegó a olvidar que
nuestro hombre se llamaba Ramoncito, y todo Lima lo conocía por Chicheñó, apodo
que se ha generalizado después aplicándolo a las personas de carácter benévolo
y complaciente que no tienen hiel para proferir una negativa rotunda.
Diariamente, y aun tratándose de ministros de Estado, oímos decir en la
conversación familiar: «¿Quién? ¿Fulano? ¡Si ese hombre no tiene calzones! Es
un Chicheñó».
El Chí Cheñó es un dador del sí a prueba de balas, sobre
todo al jefe del Ejecutivo. ¿Qué garantías ofrece de parsimonia, equilibrio el
flamante gabinete?: esperemos que todas las habidas y por haber.
He allí el peligro de tener por anticipado la anuencia
entusiasta de ministros falderos que no aciertan a diferenciar un ornitorrinco
de un celular pero sí son capaces de arropar imposturas con toneladas gárrulas
y ociosas y desfilando por las tenebrosas caras del peor castellano que háyase
escuchado por nuestros pagos.
La política que debiera ser escuela dentro de un
apostolado, persiste en charco, fango, pantanoso accidente de nuestra
controvertida historia en la que ser político equivale a ser un genuino ganapán
terminal.
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