3-3-2008
La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
65 Tratado de Ancón
El continuo batallar de Cáceres fue el factor determinante para que
Chile modificara su política y ambiciones. De un pensamiento de
destrucción completa y sistemática del Perú, que era lo que sus
políticos desearon y empujaron a la prensa con ese clamor, para lograr
los mayores enriquecimientos de gobernantes, militares y cuanta
persona pusiera la mano en el quehacer del país sojuzgado, ya que el
saqueo sistemático al cual sometieron al país, careció de inventarios
y medidas de control y, éstas, sólo se efectuaron en las partes y
cuantías que los merodeadores, atracadores y las entradas a saco
produjeran en pillaje franco o encubierto. Esa posibilidad de
continuar indefinidamente con la expoliación de aduanas, servicios,
administración pública, municipios y poder judicial, además de las
raterías que se efectuaban diariamente en los establecimientos,
haciendas y domicilios privados. Durante la ocupación chilena, nada
quedó a salvo, incluidas las iglesias, ya que todo era considerado
como a libre disponibilidad del gobierno chileno. Ese saqueo
sistemático ejercido por la autoridad de ocupación representada por
Lynch como jefe de las cuadrillas, uniformadas o no de asesinos,
salteadores, estafadores y francos ladrones que Chile había
desparramado por todo el ámbito peruano bajo el control de sus
bayonetas. Esa situación se les tornaba difícil por la continua
resistencia que en esos mismos territorios se incrementaba y sumaba a
la ofrecida por el ejército de La Breña. Efectivo militar al cual no
podían hacer desaparecer, pese a las derrotas que les inflingieron y
castigos que impusieron, como el degüello de prisioneros y poblaciones
indefensas, pues por cada difunto, surgía un nuevo peruano en defensa
del territorio patrio. Componente psicológico enraizado en las
poblaciones y fuera magníficamente bien expresado por Luis Pardo y el
grupo de jóvenes de Chiquián, Cajatambo, Ancash, que salieron a
recibir a Cáceres, cuando derrotado, regresaba de Huamachuco hacia el
Mantaro para levantar nuevos contingentes. En el lugar denominado Tres
Cruces, al compás de guitarras le dedicaron la siguiente canción de
autor desconocido: (193).
"Cuando el peruano pelea y pierde,
no desespera de la victoria,
porque en coraje crece y se enciende
y en nueva empresa verá la gloria
¡Oh patria mía!, no me maldigas
porque al chileno no le vencí
que bien quisiera haber perdido
la vida entera que te ofrecí.
Más queda un bravo, noble soldado
que aquí en la Breña luchando está;
tú eres ¡Oh Cáceres! nuestra esperanza;
tu fe y constancia te harán triunfar.
Esa política fue modificada en dos años de resistencia montonera, por
eso, frente al descalabro peruano en Huamachuco, el gobierno de
Santiago aprovechó la oportunidad para acelerar los trámites de paz ya
iniciados y aceptados por Iglesias. Para ese efecto, tuvo en Lima un
enviado especial con plenos poderes para negociar e incluso suscribir
convenios o tratados, fue Jovino Novoa, quien, apoyándose en las
tropas de ocupación y en coordinación con Lynch, brindó todo apoyo a
Iglesias al ser en ese momento el único que se avino a suscribir lo
que Chile deseara. La camarilla del gobernante, ansiosos de poder y al
mismo tiempo temerosos de las represalias que pudiera tomar el país
frente a su comportamiento, procuraron aferrarse a las bayonetas
enemigas para que los defendieran. Inicuo y vergonzoso comportamiento,
pero real. Y, frente a ese conjunto de entreguistas, para Chile fue
fácil lograr el tratado que buscaban.
Primero le dieron la jurisdicción de La Libertad para que Iglesias
sintiera que tenía un territorio que gobernar, incluso entregaron
fusiles, municiones y dinero, pero no le dieron reconocimiento de
gobernante del Perú, dejándolo cual pequeño títere a disposición de
las maniobras que desearan ejecutar.
En setiembre de 1883, llegó de Santiago el ministro de Relaciones
Exteriores de Chile para entrevistarse y dar las indicaciones del caso
a Novoa y Lynch y, la forma como deberían proceder para la suscripción
del tratado de paz.
De acuerdo a las órdenes dadas, Iglesias debía embarcarse en Salaverry
con su escolta y, para que su viaje no pareciera demasiado desairado,
desembarcaría en Ancón, simple caleta de pescadores. Se le trató como
a personaje subalterno, sin mayor respeto por su persona e Iglesias,
empujado por su camarilla, aceptó esos vejámenes, que más que a él,
eran dirigidos al Perú. Recién entonces Novoa, el 18 de octubre,
reconoció al nuevo gobierno y dos días después, suscribió el tratado
por parte de Chile, firmando por el Perú: Lavalle como ministro de
Relaciones Exteriores recién nombrado y, el cuñado de Iglesias, Castro
Zaldívar. En esa forma, el 20 de octubre de 1883, quedó sellado el
destino de Tarapacá, y, Arica y Tacna en dudoso porvenir, mediante el
Tratado llamado de Ancón, por ser el lugar donde Chile recepcionó al
gobierno que recién reconocía. El 23 de ese mes, los chilenos se
dignaron desocupar Palacio de Gobierno y pudiera posesionarse el nuevo
ocupante como presidente del Perú, convertido en defensor de los
latrocinios efectuados por Chile y, con el tratado se convirtieron en
derecho, e Iglesias, consagraba que se respetarían y él defendería.
Esos días fueron los más negros y tristes de la historia del Perú. Se
consolidó el desmembramiento del territorio patrio y aceptó la
agresión como derecho internacional. Chile hizo lo que le vino en gana
en los territorios ocupados y el Tratado de Ancón convalidó sus
tropelías y crímenes, y, el grupo palaciego de Iglesias, quedó feliz
de haber llegado al poder, sin interesarles que lo hacían sobre la
sangre vertida por decenas de miles de peruanos que, al margen de edad
o sexo, su único pecado fue defender a la patria mancillada o estar
presentes, por razones de vivienda, en lugares donde los corvos
chilenos realizaron degüellos generalizados. Todo eso se olvidaba y
perdonaba. Un poco más y también les daban las gracias. Epílogo de la
guerra del guano y el salitre.
Y el Perú, por los errores cometidos por sus gobernantes y clases
dirigentes, debió seguir viviendo y aceptando que sus hijos del sur
pasaran al cautiverio en forma permanente y, con ellos, las riquezas
que sus terruños contenían devinieron en patrimonio ajeno.
No hubo vergüenza ni pudor al suscribir documento tan lesivo, mucho
menos entereza para defender los derechos del país y sus ciudadanos.
Olvidaron el clásico y antiguo dicho: "más vale morir de pie que vivir
de rodillas", prefirieron los suscriptores del Tratado, esa condición
humillante y degradante e incluso, se la impusieron al Perú para que
saliera adelante, si podía, con esa carga de dolor e indignidad y la
amenaza constante de nueva agresión, no sólo de parte de Chile que en
forma permanente no ha hecho sino estar listo para agredir nuevamente
al Perú y continuar la etapa de depredación con otros departamentos
del sur, sino, que en forma continua azuzando a los países limítrofes
para que efectuaran reclamaciones territoriales. Agresión armada
latente que ha contado y sigue recibiendo el pleno apoyo de
Inglaterra, que fue el gran beneficiario de la tragedia del 79.
Ese fue el resultado y corolario del Tratado de Ancón, por eso, desde
el primer momento que fuera conocido, fue rechazado por la inmensa
mayoría de la población peruana, sólo lo aceptaron y hasta
aplaudieron, los traidores tanto de palacio de gobierno como sus
alrededores y testaferros. Otros, como Montero, lo aceptaron como
situación natural que era de esperarse y no por ello debía alterar la
agradable rutina de sus pasatiempos. Los únicos líderes que
mantuvieron altiva la resistencia al interpretar el sentir ciudadano
fueron García Calderón en la prisión de Chile y a quien no pudieron
doblegar y Cáceres, que después del Tratado se erigió en el abanderado
del rechazo y la resistencia, por eso, todo el odio y peso del
gobierno, con el apoyo de la soldadesca chilena cayó sobre él y
quienes lo secundaron o apoyaron.
Después de más de cien años de suscrito el Tratado, aún no se ha
efectuado plena justicia con el nombre de esos dos patriotas que en el
campo político el uno y el militar el otro se mantuvieron sin
claudicar frente a la adversidad, mientras a personas, que mejor sería
hacer desaparecer su público y denigrante actuar, se les perenniza.
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