Thursday, November 10, 2016

¡Amor loco: yendo al pasado para comprender el presente!

¡Amor loco: yendo al pasado para comprender el presente!
por Zully Pinchi Ramírez; zullyarlenepinchi@gmail.com

10-11-2016

Cuando te vi me enamoré y tu sonreíste porque lo sabías. William Shakespeare

Pasando los 35 años, el amor es mucho más duro y complejo que a los 17; ese vuelo ligero de la mente, haciendo conexión directa con el corazón sin escalas al dolor, ya no se siente, todo se vuelve más serio, más responsable, más monótono, a menos que el amor caiga en manos de dos locos que cada día luchen sin cansancio por reinventarse y por darse nuevas alas de creatividad para pintar un cuadro nuevo, un paisaje diferente.

Como lo hizo Michael Fox en el film Volver al futuro, regreso y me encuentro con los tres amores de mi vida: el primer amor, el amor imposible y el amor de mi vida.

El primer amor fue un muchacho de 16 años, con ojos azules profundos, cabello lacio y rubio, no era alto pero era bastante atractivo, fue con quien descubrí las primeras lágrimas de celos y dudas y al mismo tiempo el amor más dulce y espontáneo que pude sentir, aunque no todo fue miel, existieron espinas y hiel como toda relación, al final los hombres son hombres desde que empiezan a descubrirlo y llegan con algunos parámetros codificados de machismo en su esencia y eso los hace ser más falibles. Nuestro amor duró tan solo dos años, después de más de 10 me buscó y propuso matrimonio, pero era demasiado tarde, todo aquel sentimiento se había esfumado, que ya de esa historia no quedaba nada en mi recuerdo.

Los cabellos color azabache, largos y ondulados estilizados dentro de una cola de caballo, junto con una mirada tierna escondida en unos ojos negros y anteojos, fue lo que llamó mi atención hacía aquel hombre de 26 años, con piel canela, que era una mezcla de intelectual apacible con muchas ganas de descubrir el mundo, timidez, decisión y una solidaridad fraternal en aquél que se convirtió en mi efímero héroe. Nuestras mejores conversaciones fueron aquellas que solo él y yo nos dimos en cada mirada, en las mil y una veces en que nos vimos, me hizo ilusionarme tanto como nunca lo hubiera imaginado, me enamoré inmediatamente aunque jamás fui correspondida, aunque nunca existió un lo nuestro, ni un capítulo de amor en el libro de su novela aún no escrita, mi idilio platónico duró cerca de cinco años, sin ninguna melodía romántica tangible, sin una rosa, sin un baile juntos a la luz de la luna, sin una carta, sin un viaje, una noche perdida, sin un te quiero. Hoy, doce años después, él es feliz y eso me alegra con todo mi corazón porque su bondad merece todo.

La sonrisa plena, un lunar cerca de los labios y una mirada un poco triste me hicieron querer saber algo más del caballero de 33 años que tenía en frente y aunque su estatura pasaba el metro ochenta parecía más un niño entusiasta que iba por la vida intentando descubrir si había algo adicional, algo que quizás él desconocía. En términos de amores y espirituales él hablaba arameo y yo hebreo; él era el mar y yo él fuego; yo graduada con honores en conocer los sufrimientos del alma y él también, y ambos con doctorados en decepciones, de repente nos juntamos para curar las heridas, para buscar los fragmentos de nuestros corazones rotos. En ese momento, con 31 años, había decidido jubilarme anticipadamente en cuestiones de amor y romanticismo, pensando que nunca volvería a amar, que mis sentimientos congelados no volverían a vivir y mientras intentábamos consolarnos, sin querer nos vimos envueltos en una historia de cuento jamás soñada, donde he sido demasiado e intensamente feliz. En ocasiones con mucho dolor y sufrimiento pero también con gran esperanza y paz. Nos ha costado tanto poder estar juntos, hubo que pelear contra viento y marea, luchando con fantasmas del pasado.

Tuvo que pelear con él mismo, tuve que lidiar conmigo misma.

Hoy, después de siete años de conocernos y ser su esposa, su paciente y fiel enfermera  cuando estuvo muy enfermo, la psicóloga es sus momentos incomprensibles, su sombra en los momentos de crisis y aun cuando ni él mismo se soporta, los gajes de oficio de una esposa a veces suelen ser tan crueles y sin respuesta, pero lo importante es que en alguna esfera del universo alguien observa y valora mi esfuerzo y dedicación, sobre todo, cuando siempre tuve una posición tan agnóstica con respecto al matrimonio.

Sigo intentando, sigo batallando, no sé si el destino me perseguirá y tendrá más renglones de relato entre nosotros, pero a modo de inspiración y de manera breve me he trasladado al pasado para poder entender mi presente, huyendo de torbellinos y buscando la recompensa cálida de un suave soplo del viento.

He aprendido que no puedo exigir el amor de nadie. Yo solo puedo dar buenas razones para ser querido y tener paciencia para que la vida haga el resto. William Shakespeare

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