Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-3-2016
México, niñez y
memoria histórica
En México, los domingos, los museos tienen entrada libre. Más
aún, decenas, centenas, sino miles de niños, a lo largo y ancho de este gran
país, visitan, especialmente ese día, las instalaciones muy bien cuidadas estas
trincheras que perpetúan la memoria histórica de un pueblo que viviera momentos
muy aguerridos por tierra y libertad.
Nada hay más emocionante que ver a niños, párvulos de 6 años
para arriba, acompañados de sus maestros que hacen de guías y narradores,
escuchando pasajes vibrantes de la historia mexicana. Los infantes se adentran
en las delicadas fibras de un tejido que reconoce valor, heroísmo, pueblo en
armas y que tiene exponentes populares que van más allá del reconocimiento
oficial que otorgan, no pocas veces con desgano o hipocresía, los políticos
oficialistas o de la oposición.
En México, país con enormes vacíos de poder, como reza el
título del notable estudio del célebre profesor Edgardo Buscaglia, la historia
se encuentra en cualquier recodo o jirón de sus calles recorridas ayer por
batallones guerreros que celebraron victorias o rumiaron derrotas y en eso
estriba la posibilidad de renacimiento que las nuevas promociones habrán de
celebrar cuando derrumben el narco-Estado que desgarra en flecos sangrientos al
hermano país.
Cuando uno camina por Ciudad de México, más conocida como
Distrito Federal aunque ya perdió esa denominación, parece que está en Lima. Si
se acerca al Zócalo, inmensa plaza de armas, los ambulantes gritan las bondades
de su mercadería megáfono en mano, las frituras abundan por todas partes y el
bullicio nos hace recordar las inmediaciones del Mercado Central de nuestra capital.
Sólo varía el acento pero el calor humano y solar, son enormes.
Imposible disimular la emoción de asistir a clases
voluntarias dadas por docentes a sus alumnos infantiles en el Museo de la
Revolución y fuimos testigos de la bella escena Jesús Guzmán Gallardo y quien
esto escribe. Por falta de tiempo sólo pudimos ir en domingo y nos dimos con la
sorpresa que la entrada era gratuita. En los días pagos, los mayores de 60
años, sólo abonan la mitad. (Desafortunadamente en otros dos museos, por falta
-literalmente- de edad, que canas tengo de sobra, debí pagar completo).
Mientras que los mayores, dedicados a saquear el país, allá
como en Perú le dicen a eso gobernar, han olvidado a sus héroes populares que a
cañonazo limpio, revólver en mano, acompañados de las Adelitas con rifle en
bandolera, protagonizaron bellas páginas épicas del levantamiento social -no socialista-
más importante de principios del siglo XX en Latinoamérica, la Revolución Mexicana,
los niños aprenden, lapicero y cuaderno en mano, a conocer quiénes fueron los
presidentes, en qué etapa, cuáles las leyes más importantes y cómo fue que
desaparecieron violentamente, entre otros célebres, Emiliano Zapata y Pancho
Villa. Las fotografías de ambos menudean en este gran museo por el significado
que, juntos y de manera individual, ambos aportaron en la aurora de la
Revolución. A los párvulos no hay que decirles quién es quién, ellos recitan
los corridos, saben cómo fue y no se asustan por la violencia de esos días de
sangre y pólvora.
Debo hacer necesariamente un recuerdo. En la edición 2015
del Seminario Internacional Los partidos y una nueva sociedad, fui solitario
orador que recordó al líder agrarista que venía desde el sur, Emiliano Zapata y
al bravo general de la División del Norte, Pancho Villa a reunirse en Ciudad de
México. Por toda explicación muchos asistentes me explicaron que el “PRI se
había apoderado de la Revolución y eso era vergonzoso”. Nunca entendí del todo
el mensaje, pero en esta edición 2016 sí fue vigorosa la reminiscencia a la Revolución.
Acaso que un periodista peruano tuviera ese chispazo, doce meses antes, atizó
el fuego y remembranza de dos semanas atrás.
Lo fundamental del tema es que los niños, desde edades muy
tiernas, empiezan a beber del manantial histórico de un suceso que, para bien o
para mal, perfiló una nación con fronteras -al norte- conflictivas con Estados
Unidos. De algún modo, en México se vive en el subconciente con ese rico
margesí de recuerdos. Cuando los hoy niños sean adolescentes, estudiantes y
profesionales, acaso su identificación con el suelo que los vio nacer,
fortalezca caminos de liberación y limpieza de los males que hoy aquejan a
México.
¡Cuánto haríamos aquí de bueno si imitáramos esos ejemplos
en lo cultural, educativo y en lo histórico! Para que los peruanos comiencen a
entender su identidad primero deben estudiar y conocer denodadamente su
historia, no la que cuentan los profesionales de la mentira y los que “respetan”
el pacto endogámico de hablar a media voz, sino de aquella que fue labrada a
sangre y fuego en los requiebros de las luchas populares por un Perú libre,
justo y culto.
Entonces, recuperaremos el país de las pandillas y taifas
que lo tienen sojuzgado y preso a vicios y taras abyectas.
Sí se puede. En México están trabajando. Aquí debemos hacer
algo similar o mejor. ¿No es un desafío hermoso para todos los peruanos?
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