Cuidado, que hay
primaveras con lluvia e inviernos con sol
por Jesús Guzmán Gallardo; jeguzga@hotmail.com
14-1-2018
“Los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”, este viejo
apotegma pertenece a Manuel González Prada, y fue expresado en circunstancias
muy similares a las actuales. Esto no es muy alentador, ya que significa atraso
y ningún aprendizaje, sobre todo en el terreno político. A su vez, nos explica
un estado de anomia y flagrante subdesarrollo en el campo cultural, a despecho
de esfuerzos individuales, muy meritorios, pero que colisionan tremendamente
con la pretendida y ridícula intención, entre otras afirmaciones idénticas, de
formar parte de la OCDE que solemos escuchar de figurones demagogos y en
especial de la clase política del Perú que desnudan constantemente su
estulticia. Luego, es una frase que, vistos los actuales acontecimientos, vale
la pena revalorar y comentar.
Víctor Raúl Haya de la Torre, discípulo del egregio
escritor, y a quien tuve el honor de conocer y trabajar a su lado durante más
de una década, solía repetirnos en su consabida pedagogía reiterativa estas
frases aludidas; pero, con una interpretación no literal sino enriquecida con
esa visión de estadista y maestro que conjugaba sabiamente.
Haya, como González Prada, desde su juventud despreciaba a
la clase gobernante de entonces que había hecho de la política un vil oficio y
nunca recurrió a la connivencia o a la indiferencia que a muchos resulta fácil
hacerlo para no meterse en problemas; y desde las calles presidió múltiples jornadas,
con nutrida presencia de jóvenes, en lucha y protesta como la de las 8 horas y el
23 de mayo de 1923, por anotar algunas; consecuencia que mantuvo hasta el final
de sus días.
Con esa óptica, recogida de la realidad vivida con
intensidad, él explicaba que simplemente ser joven o viejo no otorgaba ninguna
autoridad, el secreto estaba en mantener hasta la inevitable madurez, vale
decir toda la vida, ese espíritu juvenil que describieran Romain Rolland, Rubén
Darío y José Gálvez respectivamente. Que no sea la lucha contra la injusticia
flor de un día, sino testimonio permanente hasta rendir nuestra existencia. En
resumen, retener a pesar del tiempo transcurrido, el mismo fuego juvenil de los
18 años siempre, sin pausa y sin tregua pero con la misma alegría, entrega,
lozanía, transparencia, fervor y pasión que son propios de la juventud.
Expresado en pocas palabras, ser jóvenes eternamente.
A continuación,
enlazaba una reflexión, parafraseando los versos del poeta alemán Goethe:
“cuidado, que hay primaveras con lluvia e inviernos con sol”. Esta advertencia
es clara, porque hay jóvenes que son viejos a temprana edad y viejos que son
jóvenes a pesar de su edad.
Es por esta magnífica lección, que me reconforta ver salir a
los jóvenes a las calles, y unirme a ellos, cuando sin temor alguno, con
vitalidad, gracia y creatividad expresan su indignación y protesta contra los
politiqueros y politicastros, defendiendo la justicia, la libertad, los
derechos humanos y convirtiéndose en actores y protagonistas de su propio
destino, haciendo caso omiso a quienes les condenan como vagos y violentos.
Digno, el país que cuenta con jóvenes, de todas las edades,
que tienen esa capacidad de decir valientemente lo que creen frente al engaño,
abuso, corrupción e injusticia, colocándose al lado de los más pobres, de los
que no tienen voz y de los que más sufren. Hermoso legado de los que pelean por
principios y no los arrían nunca, avanzando y llenando de vergüenza a los
reaccionarios, cobardes, ignorantes y retrógrados que esperan que las cosas
cambien por sí solas.
El grito de batalla, en estos momentos, debe ser cual
consigna insoslayable: “viejos a la tumba, los jóvenes a la acción”.
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