Centenario* de
Andrés Townsend Ezcurra
por embajador Oscar Maúrtua de la Romaña; osjomar@hotmail.com
23-3-2015
La ausencia de Andrés Townsend Ezcurra nos llena de
nostalgia, pero también constituye un motivo especial para reflexionar sobre su
valioso legado. Su compromiso con la democracia así como su lealtad
desinteresada e invariable tuvieron una proyección desde su ciudad natal,
Chiclayo, a todo el Perú y luego hacia toda Indoamérica, en una mágica
simbiosis de ancestros sajones y vascos.
Hombre de limpieza acrisolada, decencia, pluma
privilegiada, buen humor, fina inteligencia y mejores devociones familiares,
atesoró un hogar ejemplar, del cual, con su señora esposa Anel, que aquí nos
acompaña, tuvieron cuatro hijas, dos de las cuales han continuado con sus
predilecciones. Me refiero a Josefina, valerosa periodista; y Anel, comprometida
política, que cuando postuló al Congreso en el 2001, fue ungida como la
parlamentaria con el mayor número de
votos y fue una decidida Ministra de la Mujer y Desarrollo Social.
Supo, en un infatigable peregrinaje, difundir el concepto
de pan con libertad que aprendiera de su maestro tan querido y admirado como lo
fue el Dr. Haya de la Torre. Los que vimos de cerca su actuación y lucha
cotidiana, estamos en capacidad de testimoniarlo. Recuerdo las gratas conversaciones
que sostuve con Andrés cuando venía a conversar con el presidente Belaúnde, y
él tenía la gentileza de pasar media hora antes para abordar temas de
integración latinoamericana.
En 1956 comenzará su labor diplomática
en las Naciones Unidas, donde participó en el debate y redacción del Pacto de Derechos
Sociales, Económicos y Culturales. Ahí hicieron una fraternal amistad con
Manuel Félix Maúrtua, quien valoraba su
sensibilidad por los más desposeídos y en especial su versación en los temas de
derechos humanos.
Actualmente se habla mucho sobre la integración
internacional y somos testigos cómo
proliferan nuevos bloques y organismos, algunos con perfil político y
otros orientados más a lo económico y el comercio. Sin embargo, es justo decir
que Andrés Townsend Ezcurra como un verdadero apasionado y visionario de la
integración de América Latina, escribió los primeros capítulos de este proceso.
Su visión geopolítica, pero también de solidaridad con los
pueblos oprimidos del hemisferio, se refleja en la creación del Parlamento
Latinoamericano, ya que sin ser la política exterior en el Péru de sustento
congresal, como lo es en EEUU, inicia y promueve una diplomática parlamentaria
que se proyecta a través de la OEA y posteriormente con UNASUR, CELAC,
CARICOM, SICA, entre otros.
En 1964 al crearse el Parlamento Latinoamericano, se
reunieron en la Cámara de Diputados de Lima, delegaciones de los Congresos o
Asambleas provenientes de prácticamente todos los países de la región. Por
primera vez se juntaban representantes populares de los pueblos de
Latinoamérica y de todas las corrientes políticas, de izquierdas, centro y
derechas, con el propósito de debatir los problemas de integración de nuestra
América. Pudimos ser testigos cómo se juntaron parlamentarios de un amplísimo
espectro político que incluía a conservadores de Colombia, radicales de
Argentina, comunistas de Chile, adecos de Venezuela, colorados de Paraguay y
socialdemócratas de Brasil, entre otros. El Parlamento nació como una
institución de latinoamericanos, fundada por latinoamericanos y para
Latinoamérica.
El prestigio de su vocación continental quedó en evidencia,
luego de producido el golpe del 1968 que cerró el Congreso Nacional. Sus
colegas del Parlamento Latinoamericano no le aceptaron a Townsend su renuncia y
de forma unánime le pidieron que continuara con ellos, dada su autoridad y erudición,
como Secretario Ejecutivo de dicha entidad.
Andrés Townsend Ezcurra estaba plenamente consciente que la
tarea de forjar el sistema democrático en Latinoamérica aún no estaba
concluida, y que aquellos que defienden los valores de la democracia y el
estado de derecho, sufrirían persecuciones, destierros y exilios. Él mismo tuvo
que abandonar nuestro país en varias oportunidades, pero las adversidades no
cambiaron un ápice sus sólidas convicciones políticas y su firme defensa de la
moral pública.
Su larga experiencia como Diputado, Constituyente y
Senador, forjaron en él cualidades dignas de un estadista. Townsend no era
un intelectual ajeno a la realidad nacional, sino el político de acción
comprometida con las reivindicaciones que reclamaba el pueblo y que él
fue capaz de interpretar de forma lúcida.
En los momentos de hedonismo político que atraviesa la
República, cuánta falta nos hace la presencia de Andrés Townsend Ezcurra, su
rectitud, su honradez, su amor por la patria, su lucha contra la corrupción,
así como su tenaz empeño en pos de la integración continental.
Albergaba sentimientos de solidaridad y bonhomía y nunca
cobijó rencores ni venganzas. Tenía un corazón noble y una esencia generosa que
lo motivó siempre a encontrar coincidencias, convergencias, en lugar de
confrontaciones y divisiones, pues era plenamente consciente, de acuerdo a la
doctrina hayista, que la política se sustenta una incesante evolución.
Al celebrarse su primer centenario, el espíritu de este
patricio de la democracia, está presente en este Congreso, del que fue su Presidente,
donde persevera como ejemplo para que las nuevas generaciones persistan en este
sistema democrático, para que sigan teniendo fe en él, a pesar de sus
incongruencias, por la defensa de los intereses permanentes de la nación.
En síntesis, hablar de Townsend es referirse a la
tolerancia sin claudicaciones, a la conciliación para bien de los pueblos.
Todo ello constituye un legado que debemos preservar
por su valor cívico, moral y por ende ético y que las generaciones jóvenes
tienen el deber de imitar, tal como destacaba Goethe al decir que “un noble
ejemplo hace fácil la acción difícil”.
Muchas gracias.
*Discurso pronunciado en el Salón Raúl Porras Barrenechea,
Congreso de la República.
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