por Herbert Mujica Rojas
27-9-2010
Divagaciones del presidente García
http://www.voltairenet.org/article167064.html
Pocos minutos atrás anunció el jefe de Estado que la liberación de la señora Nancy Gilvonio, del MRTA, se hacía "contra su voluntad". ¿Y a quién le importa, en un asunto que no es de su competencia, la opinión o voluntad del mandatario? Por razón misteriosa, quien debiera respetar los fueros de cada poder del Estado, se encarga, con alegría frívola, de anunciar su irreverencia hacia ellos y su autosuficiencia cruza todos los Rubicones habidos. Y por haber.
Según la transcripción de la agencia oficial Andina, el primer servidor público del país, dijo lo siguiente: "Esa señora sale contra mi voluntad, que lo sepa el país, yo lamentablemente no soy juez, pero sale contra mi voluntad, los jueces sabrán cómo aplicar las leyes pero, al igual que cualquier ciudadano o ciudadana del Perú, a mí me gustaría que cumpla hasta el último día de los 20 años", declaró a la prensa. http://www.andina.com.pe/Espanol/Noticia.aspx?id=BzJDc2oJpQk= ¿En dónde está prevista la voluntad presidencial para conceder o denegar la libertad en casos de terrorismo? Reconoce García que no es juez (¡como si el país lo ignorara!), no obstante destila un tufillo de veneno cuando subraya su volición que la Gilvonio "cumpla hasta el último día de los 20 años".
¿No hay un alma inteligente o bondadosa que pudiera ilustrar al señor García a no incurrir en veredas odiosas y distractivas? Un dicho reza que no hay que escupir al cielo y no pocos desde muy arriba despeñaron sus humanidades para estar tras las rejas en los típicos movimientos pendulares de la política peruana. Y si tiene un margesí vergonzoso de concesiones y hasta traiciones, tanto peor. El bumerán retorna y a veces golpea, con mayor fuerza a su lanzador irresponsable.
¿Qué revela esta clase de declaraciones? Sin duda alguna se evidencia con mucha fuerza la percepción presidencial que él está por encima de los jueces, de los legisladores, de los ministros, de los alcaldes, de todos los ciudadanos. No es un jefe de Estado, don Alan se siente un emperador cuya voluntad dicta, corrige, enmienda o sanciona, sin ser dictador, careciendo de las dotes de un profesor y huérfano del poder de un juez. Por tanto, la muerte democrática de estas figuras lo transfigura en un ser supremo, un dios civil que proclama sus veredictos urbi et orbi ante la impresionante abulia, mediocridad y mudez de una oposición agónica e inepta. El presidente gana por ausencia y no por competencia.
Por ejemplo, el Congreso no es más que un apéndice que navega en océanos de desprestigio y su actual titular, César Zumaeta, es un tributario pro domo sua de García Pérez. De eco engolado no pasa y del resto hay poco que decir.
El gabinete recompuesto tampoco se distingue por luces propias o potentes. Brilla de relansina y como satélite que sólo refleja el torbellino presidencial. Impotente de decir no o basta, está donde está por pura inercia.
¿Qué hay de la base política? Si oposición, gabinete y Congreso, son instituciones cuasi insignificantes, el Apra, partido político que teóricamente es el fundamento de esta administración, deviene en organización débil (para eso ha trabajado con pertinacia, Alan García) no sólo para oponer cualquier voz razonable a los desmanes ambientes sino también incapaz de pelear en las calles, en la protesta pública, al interior del resto de organizaciones, en buena cuenta existe con membrete pero su legitimidad popular está en una declinación cuasi irreversible. Los muy próximos comiciones municipales amenazan con castigarles volviendo a perder ex bastiones como Trujillo, ratificando la conseja popular que reza que el pueblo es más sabio que todos los sabios.
El presidente García está obligado constitucionalmente a hacer cumplir las leyes y la separación y soberanía funcional de los poderes del Estado está entre esas responsabilidades. ¿En qué momento ascendió al firmamento de los emperadores? El mandatario que es culto debiera hacer reminiscencia de cómo tildó Galeazzo Ciano a Mussolini cuando era ¡precisamente! su canciller: ¡César de carnaval!. Y también hay, en todas partes, emperadores de opereta. Perú, tal como vemos, no es una excepción.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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