Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
20-11-2025
¡Instrucción vial como política de Estado!
https://senaldealerta.pe/instruccion-vial-como-politica-de-estado/
La deplorable epidemia de
accidentes con muerte de ciudadanos ocurre, como de costumbre, con las
habituales lamentaciones, proclamas y pésames a los familiares perjudicados.
¿Sabe usted si algún club electoral coloca la instrucción vial como política de
Estado?
La instrucción vial se
refiere a las normas, reglas y comportamientos necesarios para garantizar
la seguridad en las vías públicas, tanto para conductores como para peatones.
Incluye el respeto a señales de tráfico y límites de velocidad, el uso del
cinturón de seguridad y casco, no conducir bajo la influencia de alcohol o
drogas, y la prudencia al maniobrar y al cruzar la calle. La seguridad vial
también se enfoca en la educación continua y el mantenimiento del vehículo.
Desde licencias de
conducir falsas, exámenes que no se practican nunca, tarifas para eludir los
procedimientos de una conducción impecable, todo suma para que las pistas
produzcan heridos y fallecidos porque salvajes al volante atropellan todos los
principios de supervivencia.
¿No debería ser la
Instrucción Vial una herramienta como política de Estado y capítulo oficial
obligatorio desde el primer grado de primaria? Cruzar por las esquinas,
respetar las señales de tránsito, dar preferencia al peatón, eliminar las
carreras en todas las pistas, vestir y saludar (mutuamente) al usuario y al
chofer, hitos de una urgentísima reforma imprescindible.
Los conductores
infractores debieran ser penados con inhabilitaciones muy severas desde
suspensión por 5 años para manejar como la cárcel de por vida por la gravedad
de sus crímenes.
Contemplemos otro acápite
abusivo también.
Se trata de un asunto
harto conocido pero poco analizado. Los conductores escogen su radioemisora, su
música, el volumen de la misma y el pasajero tiene que soportar o sufrir los
arpegios chicheros de algún conjunto desafinado o las fugas en ritmo de huayno
o la estridencia cumbiambera de irreproducible baile o lógica.
Los microbuseros no
preguntan si los usuarios quieren escuchar la bulla que propalan sus radios, ni
siquiera si acaso hay que moderar el volumen porque alguien recibe o desea
hacer llamadas por el celular. Como van los tiempos, esta herramienta ayuda no poco
en la resolución de problemas u orientación de negocios por hacer o conquistar.
En el Perú todos somos (o
una mayoría impresionante que podría elegir a un presidente) desempleados, por
tanto, requerimos impulsar convenios fuera del status quo de las minorías
empleadas. En consecuencia, hablar por celular es imprescindible. Pero ¡oh sorpresa!
es tal la ruidosa radioemisora que eso torna virtualmente en una proeza.
¿Con qué derecho se impone
al usuario de microbuses una música que no ha pedido, que no desea escuchar o
que simplemente no es de su gusto? Las más de las veces el cobrador cumple su
tarea tarareando o cantando al son de la tonada.
Otro ámbito cuasi
desapercibido. Casi nunca, el chofer y su conductor, se muestran prolijos ni en
su olor y menos en su vestimenta. Por lo general sus camisas hieden, sus uñas
muestran siglos de suciedad y el andar barbados y sucios no les inquieta en lo
más mínimo.
¿Cómo se pretende que la
gente pague contenta un “servicio” de esa naturaleza con música incluida?
El tema de los cinturones
de seguridad debe haber sido un buen negocio de alguien relacionado con quien
dio la norma porque los choferes sólo se colocan el adminículo en cruceros
donde saben que hay policías de tránsito o porque hay que aparentar el cumplimiento:
a veces estos cinturones no sirven para nada y en caso de accidente el chofer
es candidato seguro al panteón.
¿Cómo así es que
despreciamos la muerte de manera tan descarada? Es que hemos vivido con ella
durante larguísimos y tremebundos años. La violencia terrorista equiparaba a
veces a la del Estado y sus matanzas selectivas.
La televisión, esa maldita
caja boba, se encargó de imbecilizar a millones y hoy, para variar, en
democracia, sigue siendo la misma y hasta peor.
De ese modo, que alguien
muera triturado por las ruedas de una combi o que un cobrador sea lanzado por
la colisión ya no levanta sino las consabidas congojas y lamentos. Pero al día
siguiente los noticieros de crónica roja pueden mostrar cerebros salidos de sus
bóvedas o cuerpos ensangrentados entre vehículos.
Insistamos en demandar una
política de Estado.
Este es un asunto de
educación. Nadie tiene la opción de invadir la privacidad a que el usuario de
microbuses tiene derecho. Ni música estridente o bulla desenfrenada de
cobradores que le gritan a uno en plena oreja ¡ni qué decir de alientos
apestosos u olores de zorrillo!
El servicio es servicio y
sólo es bueno cuando quien lo brinda entiende que el reconocimiento del usuario
premia su corrección. Hoy eso no sucede.
Mientras tanto, exijamos
no escuchar fiestas ajenas y tampoco recibir malos tratos de nadie. Cuando uno
sube a un microbús paga y por tanto tiene deberes y obligaciones. Los choferes
y cobradores tienen que aprender a respetar al usuario y viceversa.
Rompamos el pacto infame y
tácito de hablar a media voz.

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