Tuesday, February 12, 2008

Cáceres en la ofensiva

Historia, madre y maestra
12-2-2008

La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima

53 Cáceres en la ofensiva

En los primeros días de octubre, Cáceres ocupó Chosica y sus patrullas
llegaron hasta cerca de extramuros, produciéndose escaramuzas en Santa
Clara. Las tropas estuvieron desplegadas en las proximidades de Lima
con el coronel Manuel de la Encarnación Vento, acantonado en Canta,
comandando la cuarta división. En Cieneguilla, los guerrilleros tenían
el control; Cáceres, en la quebrada del Rímac y Santa Eulalia y el
coronel Bedoya, dominaba Chancay.

El ejército peruano estuvo constituido por seis divisiones con dos
batallones cada una: "Tarapacá" y "Zepita" en la primera; "Junín" y
"Tarma" la segunda; "Ica" y "Huancayo" la tercera, junto con el
batallón "América"; el escuadrón "Cazadores del Perú" con cuatro
cañones Krupp de montaña y servicios de maestranza, sanidad y
pagaduría, bajo el mando del mismo Cáceres; el coronel Tafur jefe de
Estado Mayor y, el coronel Ramírez, comandante de las guerrillas.

El coronel Vento tenía la cuarta división con los batallones "Canta"
No. 1 y 2 y la División Vanguardia del coronel Bedoya con los
batallones "Alianza" y "Huacho", además del escuadrón "Dos de Mayo" y
la sexta División al mando del coronel Panizo estacionada en Ayacucho.

Ese ejército, que cada día lograba una mejor preparación por la
instrucción intensiva a que era sometido, especialmente las fuerzas
bajo el mando directo de Cáceres, recibieron en forma continua y
diferentes vías, armamentos y municiones, que sus amigos y agentes
compraron y consiguieron en Lima, donde, bajo las narices de los
chilenos, se desarrolla un mercado de armas y aprovisionamientos.
Igualmente se reunió dinero gastado en esas adquisiciones o remitido a
Cáceres para el pago del ejército y otros gastos. En esa tarea
desplegó intensa actividad, la esposa de Cáceres, doña Antonia Moreno,
pese a la constante y estrecha vigilancia a que la tuviera sometida el
invasor.

Ese ejército, que, posiblemente se preparó para atraer al enemigo y
poderlo batir en las quebradas, que por su topografía resultaban casi
inexpugnables y posteriormente intentar la captura de Lima, donde, se
pudo contar con un levantamiento popular, no logró cumplir su objetivo
por tres factores, dos de ellos decisivos: el tifus y Piérola y, el
tercero, el clima lluvioso.

Desde los primeros días de noviembre, el tifus se presentó en el
ejército de Chosica y día a día cobró mayor intensidad, llegando a fin
de mes a fallecer hasta diez o doce soldados por día. Pese a que las
tropas fueron llevadas a diferentes localidades, el desarrollo
epidémico de la enfermedad siguió su curso, causando sensibles
pérdidas que en forma significativa mermaron la capacidad combativa.

El clima lluvioso comenzó a deteriorar el armamento, que por la falta
de acuartelamiento adecuado de la tropa, quedó muchas veces expuesto a
la intemperie y, si se tiene en cuenta, que mucho de ese armamento fue
bastante usado y de años atrás, comenzó a malograrse, por lo cual el
"Brujo de los Andes" dispuso la formación de una maestranza en
Matucana.

El tercer golpe lo recibió de Piérola, a través de sus adictos los
coroneles Vento y Panizo. El primero ya había tenido actitudes
arbitrarias en contra de Cáceres, al desobedecer sus órdenes desde el
mes de octubre, entorpeciendo con ello la estrategia a seguir, como su
incumplimiento de vigilar los caminos que conducían a los cerros
Huascata y Pariachi, apostando grupos de guerrilleros que pudieran
observar los movimientos enemigos y en el momento propicio, atacarlos
por retaguardia. Igualmente no remitió 139 rifles que recibió de Lima
del coronel Gómez Silva, agente secreto de Cáceres, quien adquirió el
armamento con dinero que le hizo llegar el general de La Breña para
enviarlos a Chosica, así como municiones que sobrepasaban los veinte
mil cartuchos. Junto con su cuñado el coronel Mariano Vargas, jefe del
"Canta" Núm. 2. arreglaron diferencias con el "Brujo de los Andes",
pero, cuando Piérola, después de haber renunciado y llegó a Lima el 3
de diciembre y, el día 6 se entrevistó en casa de Juan de Aliaga con
el jefe de las fuerzas de ocupación Lynch, y, en otra residencia, con
el chileno y diplomático Novoa. Vento defecciona. Al respecto Basadre,
escribe: (162)

"No hay versión de la primera entrevista; pero sí unos apuntes de
Novoa acerca de la segunda. Piérola creía posible un alzamiento a
favor suyo en el ejército de Cáceres".

Ese pequeño apunte es por demás indicativo que el ex Dictador tramó
ese alzamiento y fue escuchado y secundado. Al respecto, Cáceres en su
obra, escribe: (163)

"Una vez en Lima el ex presidente Piérola, parece que se arrepintió de
haber dejado el mando supremo, y consintió en que sus amigos políticos
enviaran agentes secretos con el fin de provocar la desmoralización de
mis tropas, y se dirigieran también a varios jefes adictos a él,
incitándoles a desobedecerme, lo que cumplieron al punto el coronel
Manuel de la Encarnación Vento, disolviendo la división que estaba a
sus órdenes, y el coronel Arnaldo Panizo, negándome su concurso,
cuando más lo necesitaba.

A pesar de que la peste continuaba haciendo fuertes estragos, los
guerrilleros parapetados en las alturas de la quebrada, irrumpían a
menudo hasta extramuros de Lima.

Encerrados los chilenos en el círculo de la capital, estaban inquietos
al ver que verdaderamente, se efectivizaba y progresaba la resistencia
armada. Pensé, entonces en una reacción ofensiva, atrayendo a las
fuerzas enemigas hacia el interior, para luego acometerlas con
ventaja, utilizando la estructura montañosa del terreno y el
entusiasmo de las tropas. Mas, hube de desistir de tal propósito,
cuando eché de ver que no podía contar con las fuerzas de Panizo, que
me eran indispensables para tal operación. Y lo que era peor; la
disolución de las tropas de Vento dejaba ahora al descubierto el
flanco derecho del dispositivo general de nuestras fuerzas.

Como el coronel Panizo no había puesto a mis órdenes las tropas a su
mando, en cumplimiento del ya citado decreto del señor Piérola, ni
contestado la nota que le dirigí al respecto, le reiteré, el 14 de
diciembre, la orden de poner en marcha su división hacia el cuartel
general, incorporando además a ella las pequeñas fuerzas destacadas en
el departamento de Apurímac. El prefecto de Ica, coronel Pedro Mas, al
saber la abdicación de Piérola, en vez de continuar a disposición de
la Jefatura Superior del Centro, declaró que habiendo abdicado
Piérola, no existía ningún gobierno legal y que, por consiguiente, se
mantenía en expectativa de la situación. Esa actitud del coronel Mas
se debió, al parecer, a una falsa interpretación de la proclama que
mandé cursar a raíz de mi repulsa a la designación que para presidente
hizo de mi persona el ejército del centro. Mas tarde, en claro el
asunto, rectificó su actitud".

Frente a la situación de enfermedad, clima y traición, los planes del
ejército del centro debieron modificarse sustantivamente, pese al
desplazamiento guerrillero a las alturas dominantes de los valles que
confluían a la capital, que esas fuerzas se encontraron en constante
vigilancia y prestos a cualquier contingencia, que organizaron un
sistema de inmediata comunicación por medio de señales, comunicándose
desde las cumbres de los cerros, logrando que los ocasionales ataques
enemigos pudieran repelerse prontamente, pese a la aparente situación
favorable de las fuerzas, la situación cambió radicalmente por la
traición de Vento, Panizo, capitán Lara, Barriga y otros. Al respecto
el mismo Cáceres escribió: (164)

"Nuevas comunicaciones de Lima confirmáronme la noticia sobre la
próxima salida de la expedición chilena. Además, recibí partes de las
guerrillas apostadas en las alturas de Chosica de haber divisado
patrullas de exploración enemigas.

Ante la grave amenaza que entrañaba la expedición enemiga, reuní a los
principales jefes y, tras una sucinta apreciación de la situación
general, ordené levantar el campamento y emprender la retirada hacia
Junín, nuestra base de operaciones. Esta determinación obedecía a
fundados motivos. La epidemia mortífera del tifo desarrollada en
Huarochirí hacía mas de un mes, había azotado a la tropa en tal grado
que el número de bajas, por defunciones y enfermos, ascendía a una
cifra alarmante. Las condiciones propias de la estación, la
organización bastante deficiente, como la escasez de recursos, que no
se ocultaba a nadie, fueron las causas que impidieron combatir
eficazmente el mal, el que recrudecía cada día mas, multiplicando el
número de víctimas.

Sin embargo, esta situación de suyo calamitosa no hubiera sido motivo
para decidir por sí sola la retirada, porque resuelto firmemente el
ejército a hacer todo género de sacrificios en pro de la patria,
estaba dispuesto a arrostrar con resignada entereza los riesgos de la
peste.

Lo que había tornado verdaderamente crítica la situación del ejército
del centro en la quebrada de Huarochirí era el vacío producido en su
flanco derecho sin que nuestros escasos efectivos nos permitiera
restablecer esa protección que estaba entonces a cargo de la división
de Vento, también el flanco izquierdo viose pronto seriamente
amenazado.

En tales condiciones, pues, y en la imposibilidad de intentar ninguna
empresa efectiva contra las fuerzas chilenas de la capital,
inmensamente superiores a las mías, diezmadas ya por la peste y la
traición, resolví la retirada. La evacuación de la zona de Chosica
significaba la pérdida de una excelente posición militar; pero no
quedaba otro recurso, si se quería evitar una derrota tal vez
decisiva.

La región de Junín ofrecía los recursos suficientes para reparar la
salud de las tropas y reponer las bajas producidas; tenía además la
esperanza de que allí se incorporaría al ejército del centro la
división de Ayacucho, cuyo refuerzo era indispensable para impulsar la
resistencia, activar las operaciones y crear nuevos momentos
favorables para recuperar la ocasión perdida por la ausencia de dicha
fuerza.

El 4 de enero de 1882 se rompió la marcha en retirada. Honda
consternación experimenté al presenciar el desfile de mi tropa, toda
extenuada y maltrecha. El ejército del centro, que en los momentos de
ocupación de la quebrada contaba con 5.000 plazas, estaba ahora
reducido a 2.500 hombres escuálidos, pero en quienes no habían
desaparecido los destellos del valor y del patriotismo.

En el primer viaje que hizo el tren, despaché a Matucana el escuadrón
Cazadores del Perú, juntamente con otras tropas; pero el escuadrón que
había sido la escolta del ex dictador Piérola, se sublevó en el
trayecto, dispersándose gran parte de su personal, y solamente se
logró dominar ese motín con el fusilamiento de algunos de sus
principales promotores.

Al propio tiempo que ocurría esta sublevación el capitán Lara, jefe de
las guerillas de Sisicaya, dejaba el paso franco a los destacamentos
enemigos que avanzaban por ese lugar. Los guerrilleros que permanecían
fieles a la causa nacional, al descubrir su infamia lo fusilaron; al
registrar sus vestidos encontraron ocultos, dentro de las botas
documentos chilenos que probaban su traición. Su cadáver fue arrojado
desde un barranco al abismo".

En la noche de ese día, descansando en Matucana, nuevamente el
escuadrón Cazadores, (165) "sublevado esa tarde, lo hacían otra vez",
frente a la actitud decidida de los batallones Tarapacá y Zepita, los
amotinados escaparon en la oscuridad, siendo ocho de ellos capturados
esa noche y después de juicio sumario, a la mañana del día siguiente
fueron fusilados, sirviendo de ejemplo moralizador: (166).

"Desde luego que todos esos execrables motines tenían su origen en la
capital y eran provocados, unos por los agentes secretos del jefe de
ocupación, y otros por emisarios del ex-dictador.

Y como estos últimos persistieran en su vitanda (execrable) la tarea
de socavar la moral del ejército, con miras a su desorganización,
lancé en Casapalca, el 6 de enero de 1882, un corto manifiesto,
poniendo en transparencia los ignominiosos sucesos últimos y
denunciando ante el país las acechanzas de los agentes del ex jefe
supremo".

El 1 de enero de 1882, los chilenos iniciaron la segunda expedición al
centro, en esa oportunidad, bajo el mando directo de Lynch, con una
fuerza de 3.000 hombres y una segunda columna de 2.000 efectivos al
mando del coronel Gana; Cáceres, frente a la imposibilidad de un
enfrentamiento directo, optó por retirarse hacia Tarma y siempre con
el pensamiento puesto en una acción ofensiva en el momento que fuera
reforzado con la división de Panizo.

Cuando se encontró cerca de Jauja, recibió un mensaje del ministro
norteamericano Hurlbut, anunciándole que su país había reconocido al
gobierno de García Calderón y a Montero como Vicepresidente, lo cual
motivó el pronunciamiento de Cáceres, de reconocer al gobierno de la
Magdalena.

Los efectivos se habían reducido al mínimo. En la segunda quincena de
enero, pasó revista a sus tropas en la Plaza de Armas de Huancayo,
apreciando que los batallones Zepita, Tarapacá, América y Huancayo se
habían reducido a 1.100 soldados de infantería, complementados con 90
artilleros y 40 de caballería, con un total de unos 1.300 hombres,
muchos de los cuales continuaban siendo azotados por el tifus.

Prosiguiendo su retirada, se vio obligado el ejército del centro a
librar batallas de retaguardia, primero fue en San Jerónimo, donde los
peruanos en una escaramuza recuperaron ganado y alimentos que robaron
y saquearon los chilenos y, el 5 de febrero, se dio la batalla de
Pucará cuando los batallones Zepita y Tarapacá, al mando del mismo
Brujo de los Andes lograron contener los repetidos ataques enemigos,
determinando que los chilenos se sintieran perdidos y regresaron a
Huancayo, dejando en el campo a sus muertos y gran cantidad de
municiones y equipos. Esa victoria no pudo ser explotada por lo exiguo
de las tropas y el estado en que se encontraron, prosiguiendo su
retirada hacia Izcuchaca, donde tomó disposiciones para su defensa y
prosiguió hacia Ayacucho para dilucidar situaciones con Panizo.

El ejército del centro, al dirigirse sobre Ayacucho, y teniendo al
enemigo a la espalda, fueron sometidos a privaciones y dificultades en
su marcha, al efectuarla por zona muy escabrosa y de poca población,
donde era difícil encontrar mayores auxilios, pese a ello, siguieron
con estoicismo su camino y justamente por hacerlo, el 18 de febrero,
al caer la noche decidieron trepar la quebrada y llegar a Julcamarca.
Al tratar de llegar a ese pueblo, una tormenta de magnitud se abatió
sobre ellos; el aguacero formó rápidamente pequeñas avalanchas y,
entre los que caían a los precipicios por la oscuridad o eran
arrastrados a los mismos por las aguas, se perdieron en esa noche de
pesadilla, además de cantidad de pertrechos, 412 soldados y la bestias
de silla y carga con el material que transportaban, incluido un cañón,
además que muchos soldados se extraviaron y perdieron en la oscuridad,
quedando al día siguiente, en la plaza del pueblo, tan sólo 400
hombres, debiendo ser auxiliados por la población con alimentos,
abrigo e incluso les confeccionaron calzado, las tradicionales
"ojotas" del poblador andino, utilizando cueros y, trataron que
descansaran y recuperaran.

Y Cáceres, el hombre en lucha permanente contra la adversidad, que se
agigantaba frente a los contratiempos y exigía lo imposible a sí mismo
y a los demás, prosiguió la marcha.

Cuando Panizo fue requerido para avanzar sobre Chosica, alegó la
imposibilidad de hacerlo por falta de recursos, por eso Cáceres,
vendió una de sus propiedades y, los 3.000 soles de la venta, le
fueron entregados. Expresó que no eran suficientes, por lo cual Tomás
Patiño, amigo y representante de Cáceres, le entregó otros 2.000 y la
división continuó sin movilizarse. Seguidamente, aprovechó de las
situaciones políticas y la renuncia del dictador, quien antes de salir
de Ayacucho lo nombró jefe político militar del Sur, pero continuó
inmovilizado y, por último, presentó su renuncia ante Cáceres, pero
con su comportamiento no la efectivizó y, por el contrario, manifestó
su desacato y hostilidad, cuando el coronel Remigio Morales Bermúdez,
nombrado por el Brujo de los Andes, prefecto y comandante general de
Ayacucho, se presentó para hacerse cargo de su puesto en esa ciudad,
fue apresado por orden de Panizo y detenido en el local prefectural,
frente a esa abierta actitud de rebeldía sólo quedó el combate que se
dio el 22 de febrero en Acuchimay en las proximidades de la ciudad.

Pese a la diferencia numérica de cuatro a uno, el arrojo de los
hombres y la calidad de estrategia militar de Cáceres, determinó el
triunfo, quedando Panizo y sus jefes y oficiales prisioneros.

Fue increíble que, en plena guerra, y estando parte del territorio
nacional ocupado por el invasor, se desatara la guerra civil, que el
egoísmo de unos e irresponsabilidad de otros, ensangrentara el suelo
patrio, cuando no fue la cobardía y traición, que debieron enfrentar
unos pocos, llevando sobre sí la responsabilidad de defender al país
en sus horas mas aciagas, como Cáceres y el puñado de valientes que lo
acompañaron y secundaron. Igualmente es muy sensible que no se hiciera
justicia ni en ese entonces y tampoco después, con aquellos que
faltaron a su responsabilidad y deber y no tuvieron reparos en
destrozar al Perú para satisfacer minúsculos intereses, fatuidades o
egolatrías.

Acuchimay es una página de dolor y vergüenza, que en lugar de hacer
causa común frente al enemigo, los adversarios resultaron peruanos,
enfrentando a Cáceres contra la adversidad y sus mismos compañeros de
armas, quienes, envueltos en su irresponsabilidad se inclinaron y
prestaron al juego sucio que Piérola, una vez más y, en aras de su
insana megalomanía desencadenó sobre la patria, ensangrentada en
demasía debido a los malos gobernantes y especialmente su insensatez,
pero él no reparó en ello ni le importó, ya que, en su ceguera mental,
se representó al Perú como un templo donde todos quedaban prosternados
ante su figura de dios omnipotente y, en cuando algunos pretendieran
desconocerlo, exigió que fueren destruidos, así el templo se viniere
por los suelos, que él sabría colocarse a buen resguardo frente al
cataclismo desatado, como que así lo hizo con salvoconducto para
ingresar a Lima y, salir del país, que le diera Lynch, el enemigo,
además de buenos deseos de pronto regreso para que continuara
arruinando al Perú, como que así sucedió de 1884 en adelante, para que
nadie osare arreglar las cuentas pendientes, que, por el Tratado de
Ancón, quedaron a favor de los chilenos.

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