Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
21-11-2006
¡Alfredo González Prada: dignidad!
Leamos el capítulo trigésimo primero del libro Nuestras vidas son los
ríos… de Luis Alberto Sánchez y que lleva por título: Tres renuncias y
una sola conducta. El caso Poindexter.
El año de 1928 marcó el apogeo de Leguía. Entonces, reafirmó el
propósito de perpetuarse en el gobierno por medio de una segunda
reelección. Llevaba nueve años consecutivos en la presidencia. Se
habían reanudado las relaciones con Chile y aprobado el Tratado
Salomón-Lozano entre Perú y Colombia. Se aceleraba el arreglo con
Ecuador. Los adversarios acusaban a Leguía de que sus pactos
internacionales se basaban en sendas cesiones territoriales. Guiado
por su espíritu pragmático, Leguía decidió cancelar los pleitos con
los vecinos. Quería dedicarse al "frente interno", lo que para él se
reducía a construir caminos, emprender irrigaciones, colonizaciones y
el fortalecimiento de la clase media. En 1928, los directivos del
comercio, la industria y la banca ofrecieron al dictador un opulento
banquete, en el Teatro Municipal de Lima. Los menús de los invitados
especiales estaban grabados en láminas de oro; los del resto, en
plata. Sin embargo, se acusaba que los hijos y validos de Leguía
realizaban peculados como suele ocurrir en toda dictadura.
El embajador norteamericano era el primer adulador de Leguía: uno de
ellos apellidado Moore, le comparó con Pericles, Solón, Lincoln y
Bolívar, y le colgó el rótulo de "titán del Pacífico". Al fin las
negociaciones directas entre Perú y Chile realizadas en Lima, dieron
como fruto el Tratado de Paz y Amistad de 1929; basado en que Tacna
volviera al Perú como había vuelto Tarata y que Arica quedaba en poder
de Chile dentro de un régimen especial. Cerrado ese luctuoso capítulo,
los áulicos de Lima lanzaron la candidatura de Leguía para el período
1929-1934. Las elecciones fueron un "walk-over". No se permitió la
inscripción de ningún competidor. La "democracia", imperaba en las
tierras del Perú.
Doña Adriana, siempre en la casita de la Puerta Falsa del Teatro,
vigilaba los estudios de su nieto Felipe. Este andaba por los catorce
años: pubertad sensitiva.
Uno de los embajadores norteamericanos, Mr. Miles Poindexter, y su
esposa figuraban entre los habitúes de las reuniones de Palacio y de
la casa de la calle de Pando. De regreso a Estados Unidos, los
Poindexter, llevaron consigo dos criados peruanos indios, uno se
llamaba Cornelio.
Antes de seguir adelante, anotaremos que el 29 de agosto de 1928,
apenas reconciliados con Chile, el ministro de Relaciones Exteriores
del Perú, Rada y Gamio, expidió una Resolución Suprema que decía:
"Nómbrese Consejero de la Embajada del Perú en Chile, al doctor
Alfredo González Prada". (Archivo del Ministerio de Relaciones
Exteriores, Lima, Fondo L.A.S. y M.G.P. Biblioteca Nacional de Lima.
Cir.: A.G.P. Redes para captar la nube, cit., prólogo).
Transcribió la Resolución a Alfredo, don Samuel Barrenechea, Oficial
Mayor de la Cancillería. Tenía todos los visos de un ardid muy de
Leguía. ¿Qué mejor ofrenda a Chile, que mejor reto a los peruanos
adversarios del arreglo, que comprometer al hijo de Manuel González
Prada, el apóstol de la revancha? Otros pensaron que, dado el respeto
que Leguía demostró siempre a don Manuel, era esa una ratificación de
su admiración al Maestro. El criterio de Alfredo se manifestó en un
cable inmediato: lamentaba mucho declinar el nombramiento, por lo cual
Leguía designó en su lugar a Javier Correa y Elías; sería consejero
del embajador César A. Elguera. El rechazo de Alfredo mereció el
entusiasta aplauso de doña Adriana y la ira de Rada y Gamio: éste
tardaría menos de un año en cobrarse el desaire.
El criado de los Poindexter, Cornelio se dio cuenta, a través de su
trato con otros servidores de embajadas, de que a él le pagaban muy
poco y lo hacían trabajar demasiado. Fracasados sus reclamos ante su
patrona, la señora Poindexter, Cornelio pidió protección a la embajada
peruana, a cuyo frente se hallaba provisionalmente Alfredo, como
Encargado de Negocios. Alfredo tomó a Cornelio y a su hermana a su
servicio en las condiciones usuales en EEUU, mientras arreglaba los
trámites para su repatriación. De nada valieron las protestas de la
señora Poindexter. La embajada protegió a sus ciudadanos.
El 11 de julio de 1929, el chismoso Washington Daily Post publicaba
bajo el titular "Peruvian indian servant", la queja de la señora
Elizabeth Gales Poindexter, contra el Encargado de Negocios del Perú,
por haberle "arrebatado", y prácticamente "secuestrado" a una pareja
de cholitos, "sirvientes" que ella había traído de Lima: escándalo
digno de Randolph Hearst. La señora Poindexter había tenido a los
"cholitos" a su servicio cinco años en Lima. En Estados Unidos le
pagaba a los dos 48 dólares al mes, o sea 24 dólares a cada uno a
tiempo completo. Cuando Cornelio llevó su queja a Prada, éste habló
con la señora Poindexter. Viendo que nada conseguía, los contrató
pagándoles lo que la ley norteamericana estipulaba, más del triple de
lo que recibían. La señora Poindexter había dirigido el 9 de julio una
carta sentimental a Leguía, recordando lo afectuosos y obsecuentes que
ella y su marido habían sido con el gobierno del Perú; dos días
después, como un medio de presionar, inspiró la publicación del
Washington Daily Post. Planteado el escándalo, al que hicieron eco los
corresponsales extranjeros, la Cancillería de Lima esperó que Alfredo
se amedrentase. Este respondió a los diarios estableciendo el derecho
de los peruanos a recibir un estipendio adecuado dentro de la ley. El
8 de agosto, el ministro Rada y Gamio dirigió a Prada el siguiente
cable No. 42:
"Causádonos penosa impresión, incidente usted con señora Poindexter,
Stop. Esperamos satisfágala usted ampliamente, entregándole criado.
Conteste. Rada y Gamio".
El uso de la primera persona del plural implicaba tácitamente a
Leguía. La ausencia de toda fórmula cortés, indicaba el ánimo de
doblegar. Alfredo contestó tajantemente el 9 de agosto:
"Telegrama 121: Los términos de su cablegrama 42 me hacen comprender
que sus informaciones sobre incidente son inexactas. Stop. Como no
puedo creer que deliberadamente se quiera protegerla en forma injusta
basando su determinación únicamente en la antojadiza versión de la
señora Poindexter, estoy listo, si usted me pide, a explicar la verdad
de lo sucedido. González Prada".
Para la arrogancia de Rada y el régimen, el tono del cable de Alfredo,
era intolerable. Rada y Gamio ripostó con calculada violencia, ya que
su respuesta tardó. Entre tanto, doña Adriana había tenido información
de Alfredo. Hierática, con el ceño arrugado, recibía a los amigos que
tenían noticias del impasse. Al fin, el 8 de agosto despachó Rada y
Gamio su cable. Decía:
"Agosto 13, Telegrama número 44. En respuesta a su telegrama número
121, cumpla usted inmediatamente mis instrucciones contenidas mi
telegrama número 11. Rada y Gamio".
El 15 de agosto, después de recibir el 14 el cable de fecha 13
transcrito, Alfredo hizo tres cosas: contestó el cable; retiró sus
objetos personales de la Embajada y devolvió al Secretario de Estado
la tarjeta que lo acreditaba como miembro de la Embajada y telegrafió
a Isaías de Piérola, hijo de don Nicolás, quien era Agregado Comercial
a la Embajada de Washington y que fue enemigo de Leguía en 1900.
Isaías de Piérola se hallaba a en White Oaks Shad, New York, de
vacaciones. Le correspondía hacerse cargo de la Embajada, en ausencia
del embajador Velarde y de Alfredo.
El duro cable de Alfredo a Rada y Gamio decía:
"Agosto 15. Las órdenes de su cablegrama son injustas y no las
cumpliré. Si amparar los derechos de un ciudadano peruano, abusado y
explotado, constituye a los ojos de Ud. un acto censurable en un
funcionario oficial, yo pienso de distinta manera y como no estoy
dispuesto a cumplir sus instrucciones arbitrarias, renuncio al cargo
que desempeño. Sé que este incidente es un simple pretexto y la
culminación de la actitud de hostilidad latente desde el instante en
que rechacé el nombramiento de Consejero de la Embajada del Perú en
Chile y me negué a asociar mi apellido a las desastrosas negociaciones
que han terminado con el pacto infame que acaba usted de suscribir. No
me sorprende que mi actitud de hoy le parezca reprochable: mal puede
proteger mi afán justiciero de proteger los intereses de un peruano
humilde, quien como usted ha fracasado en la defensa de los más
sagrados y altos derechos del Perú. He hecho entrega de la Embajada al
Consejero don Isaías de Piérola, a quien he presentado al Departamento
de Estado como Encargado de Negocios ad interim. Prada".
La nota a Isaías de Piérola era seca y cortés:
"He renunciado hoy y siendo usted el siguiente en rango en la
Embajada, se convierte en Encargado de Negocios automáticamente. He
notificado al Departamento de Estado y a Relaciones Exteriores de
Lima. Como hay asuntos importantes pendientes con el Departamento de
Estado, haga el favor de venir a Washington tan pronto como pueda. Le
telefonearé esta noche a las 9 del Este. Mis mejores consideraciones.
González Prada".
La apretada redacción de cada uno de estos documentos indica no sólo
tensión en quien los escribía sino también diversos estados de ánimo,
según la persona y asuntos a quien se dirigen. Con Piérola se muestra
cortés, pero distante; con Rada, agresivo y doctrinario. Naturalmente,
la respuesta de Relaciones Exteriores sólo tardó un día:
"Agosto 16. Lima. Para González Prada. Urgente. Aceptada su renuncia.
Rada y Gamio".
La Prensa de Lima, también entonces en poder del gobierno; publicó
parte de este choque cablegráfico con el ánimo de restarle
importancia. Doña Adriana, a quien visité la tarde del 17 de agosto,
estaba en compañía del periodista Francisco A. Loayza. No se mostró
satisfecha: "Sí, Alfredo ha hecho bien, pero debió hacerlo antes", fue
su comentario, acaso excesivamente duro.
Una de las primeras y más expresivas congratulaciones fue la del
eximio dibujante Julio Málaga Grenet, amigo de toda la vida de
Alfredo. Su cablegrama debe transcribirse entero, máxime cuando, por
un error de armaduras, aparece mutilado y confundido con otro
documento en el prólogo mío a la selección de Alfredo, Redes para
captar la nube.
1929. Aug. 21. Lam. 1 ND540 NEWYORK NY 21 González Prada.- 2633
Connecticut Ave. Washington DC.- Abrazazo formidable por haber hundido
en mierda a Pedro José. Como en el cuento Los canastos de Clemente
Palma, has restablecido el equilibrio universal. En este momento te
escribo lleno de entusiasmo y admiración. Málaga Grenet".
Málaga, espíritu cáustico, trabajaba como dibujante en un importante
diario de Nueva York, después de haberlo hecho en Caras y Caretas de
Buenos Aires y en Le Matín de París: había comenzado sus primeras
armas con Alfredo y Valdelomar en Lima. Fue el fundador de Monos y
monadas, semanario que apareció en los primeros años de la primera
década del siglo.
Aunque no era muy de la devoción cívica de Alfredo, el poeta Chocano
entonces autoexiliado en Santiago de Chile, le dirigió un curioso
cable fechado el 3 de agosto. Decía:
"Cablegrafíame dirección escríbole. –Santos Chocano:
Al parecer, el "poeta de América", enfrascado en ese momento en activa
campaña contra Leguía, aunque había patrocinado el arreglo de Tacna y
Arica, quería comunicar algo confidencial a Alfredo.
Carlos Concha, ex secretario de Pardo, ex presidente de los
Estudiantes del Perú, a la sazón desterrado y profesor en la
Universidad de Yale, cablegrafió el 22 de agosto:
"Era casi un milagro que le respetaran a usted esas gentes indignas
del gobierno de Lima, que no tienen el menor concepto de la honradez
ni la decencia. Me alegro infinito de que esté usted de acuerdo
conmigo al juzgar el tratado Figueroa-Rada. Su silencio me lo hacía
hacía entender así. El que haya podido suscribirse semejante pacto da
la idea del grado de abyección a que se ha llegado en el Perú. Carlos
Concha".
El Comité Ejecutivo del Apra (entonces una organización diminuta)
desde París, el 18 de agosto mismo le cablegrafiaba su adhesión.
Firmaban el cable Alfredo González Willis, Wilfredo Rosas, Luis E.
Heysen, Gregorio Castro, Horacio Guevara y José Z. Ochoa. En esos
días, Haya de la Torre había sido "reexpedido" de Panamá a Hamburgo
por presión de la dictadura de Leguía. De todos los sectores
antileguiístas, sin excluir a los del más rancio "civilismo", llegaron
mensajes de adhesión y aliento al altivo dimitente. Se dio cuenta de
cuán frágil es la ideología frente a los intereses, y cuán diversa
pudo ser la vida para su padre si hubiese recurrido en un solo acto
grato al civilismo.
Diez días después de su renuncia, el 16 de setiembre, Alfredo y
Elizabeth emprendían viaje a Europa a bordo del gigantesco y flamante
"Ile de France". Doña Adriana fue invitada a reunírseles: prefirió
permanecer al lado de su nieto. Terminaba 1929 y había estallado el
desbarajuste de la Bolsa de Nueva York, consecuencia de la caída del
marco alemán y de la falsa prosperidad de la trasguerra.
En los seis primeros meses de 1930, el sólido gobierno de Leguía se
deterioró visiblemente. Por un lado, las facciones internas; por el
otro, la renacida y acelerada conspiración en el exterior; además, la
falencia de la Caja Fiscal, el cese de los empréstitos; el
consiguiente desgano castrense. Con la incomprensible tolerancia del
gobierno llegó de París un oscuro militar, dos veces desterrado por
motinero: el comandante Luis M. Sánchez Cerro. Había tenido frecuente
contacto con los grupos borbónicos, o sea con los oligarcas residentes
en Italia y Francia. Allí conoció ocasionalmente a Alfredo. Regresó a
Lima buscando un mando militar que le fue facilitado por el presidente
de los Diputados y pariente de Leguía, Foción Mariátegui: le asignaron
la comandancia de un regimiento en Arequipa. El 22 de agosto se
sublevó enarbolando un manifiesto democrático, con cuyos enunciados
jamás cumpliría. Dos días después, ante la presión de la guarnición de
Lima, Leguía renunciaba a la presidencia y se refugiaba en un barco de
la Armada de Guerra. El 27 entraba triunfalmente Sánchez Cerro en
Lima. Entre sus compañeros de gobierno, figuraban algunos entusiastas
lectores de Don Manuel, entre ellos el comandante Alejandro Barco y el
mayor Gustavo Jiménez. El 8 de setiembre de 1930 Alfredo recibía en
París su designación como Agente Confidencial de la Junta
Revolucionaria: el 19 de setiembre del mismo año fue nombrado Ministro
Plenipotenciario en Londres: noticia que recibió en Estocolmo. El
mismo día fueron repuestos en sus cargos diplomáticos, Francisco y
Ventura García Calderón y se nombró a Felipe Barreda y Laos.
A las funciones de Ministro Plenipotenciario en Londres, se agregaron
las de Delegado del Perú ante la Sociedad de Naciones. La Corte de
Saint James y el Palacio de Ginebra, tuvieron como representante
peruano a un hombre de 42 años polígloto y a una dama de origen sajón
que se interesaba por los problemas políticos.
A mediados de 1931, un sector del partido descentralista del Perú
pensó en la candidatura presidencial de Alfredo. El comandante Gustavo
Jiménez era uno de los más interesados en ello. Siguiendo los pasos de
su padre, Alfredo no manifestó ninguna inclinación a ceder a la
tentación. Además, en mayo de 1931 había llegado a Londres, procedente
de Berlín y con destino a Lima, el fundador del Apra, Haya de la
Torre, proclamado candidato de su partido. A las observancias que le
formularon desde Lima, respondió que para él era digno de respeto y,
por tanto, debía ser alojado en la casa del Perú en Londres aquel a
quien se pensaba digno de ser Jefe del Estado.
A fines de 1931 llegaron malas noticias de Lima. Felipe, que había
terminado su instrucción secundaria se hallaba seriamente enfermo. Fue
hospitalizado en la Clínica Angloamericana de Bellavista. Los médicos
no descubrían la identidad de su mal. Se hablaba de anemia, de
leucemia, de tuberculosis, pero nadie podía afirmar nada. Alfredo
decidió que apenas mejorase viajara a Europa, a reunirse con él, en
compañía de doña Adriana. Al fin los González Prada de Verneuil se
juntarían de nuevo. Elizabeth estuvo de acuerdo.
La política peruana fue muy cambiante entre 1930 a 32. En noviembre de
1930, el comandante Sánchez Cerro se dio a sí mismo un golpe de Estado
y se entregó a un gabinete derechista, abandonando a Jiménez y sus
"radicales". Empezaron las persecuciones, sobre todo contra la recién
nacida Sección Peruana del Apra, fundada el 20 de setiembre de 1930.
La oligarquía apoyaba al naciente Partido Comunista contra el Apra: El
Comercio era uno de los vehículos de esa campaña. El 1 de marzo de
1931, se sublevó la Escuadra con el Contralmirante Alejandro Vinces
como jefe. Sánchez Cerro fue derrocado. En el lapso de cinco días hubo
tres presidentes. La nueva Junta de gobierno encabezada por el viejo
revolucionario pierolista David Samanez Ocampo, convocó a elecciones
generales. Sánchez Cerro fue proclamado vencedor, sobre Haya de la
Torre. Empezó a gobernar como Presidente constitucional el 8 de
diciembre de 1931. En su gabinete figuraría enseguida como ministro de
Relaciones Exteriores Luis Miró Quesada, codirector de El Comercio y
cabecilla del grupo que asaltó a La Idea Libre (1902). Este Miró
Quesada había atacado a don Manuel desde 1900; más tarde, chocaron
nuevamente con ocasión del "asunto de la Biblioteca Nacional", en
1912. Alfredo no titubeó un instante. El era un González Prada:
formuló renuncia irrevocable a algo a que tenía indiscutible derecho:
a los cargos de Ministro en Londres y Delegado ante la Sociedad de
Naciones. Esto ocurría en enero de 1932. Había desempeñado aquellas
dignidades desde el 19 de setiembre de 1930. Era su cuarta renuncia
pública en 30 años de actuación oficial: 1914, 1928, 1929, 1932.
En compañía de Elizabeth viajó por los países nórdicos, por Francia,
Italia, Grecia y España. De regreso, encontró a su madre y a Felipe,
su hijo, en París. Felipe falleció como ya se ha visto. Le enterraron
provisionalmente en el cementerio Pére Lachaise.
Aquel año de 1933 inicia Alfredo la admirable tarea de publicar los
inéditos de don Manuel. A Trozos de vida les puso un prólogo
compendioso. En Bajo el oprobio dejó fluir libremente su pasión
antimilitarista, semejante a la de su padre. Había, sí, una
diferencia: impulsado por la gratitud del derrocador de Leguía y
admirador de don Manuel, había tenido la flaqueza de concurrir, dos
años atrás, en mayo de 1931, cuando Sánchez Cerro había perdido el
poder, al banquete que los emigrados peruanos, le ofrecieron en París.
Sánchez Cerro sentó a Alfredo a su derecha. Entre los asistentes se
hallaban Francisco y Ventura García Calderón, Felipe y Enrique Barreda
y Laos, Francisco Tudela y Varela, Clemente Althaus, Juan y Andrés
Alvarez Calderón, y un grupo de militares, entre ellos un comandante
Ravines, hermano del primer secretario del Partido Comunista del Perú.
La renuncia de enero de 1932 redimió a Alfredo de aquel pecado. El
prólogo a Bajo el oprobio rezuma el odio a los dictadores castrenses.
Era como una reedición de uno de los más cáusticos textos de don
Manuel.
Con los papeles inéditos de su padre en un pequeño baúl de acero,
anduvo por el mundo. Cada noche entablaba fecundo diálogo con aquellas
reliquias resurrectas. Con paciencia y perspicacia organizó los
volúmenes que constituyen hasta ahora lo más significativo de la obra
de González Prada. En 1935, me pidió que prologara y editara Baladas
peruanas y, en 1936 y 37 Anarquía y Nuevas páginas libres, utilizando
las prensas de la Editorial Ercilla de Chile; yo era subdirector de
ella. La casa Bellenand de París editó Grafitos, Baladas, Libertarias
(en verso), Figuras y figurones, en prosa. La editorial Imás de Buenos
Aires, manejada por anarquistas, lanzó Propaganda y ataque y Prosa
menuda. Dos años después de la muerte de Alfredo y utilizando sus
apuntes, publiqué en México, El tonel de Diógenes, y en 1946, en Lima,
la tercera edición de Pájinas libres, según el original enmendado por
el propio don Manuel.
En 1947 edité Adoración, versos, tomados del ejemplar inédito que
poseía doña Adriana. En 1975 publiqué Letrillas. Están todavía
inéditos dos libros que Alfredo no alcanzó a editar: Cantos del otro
siglo y Ortometría.
Pero, todo esto debe abonarse en la tarea de editor de Alfredo. Queda
concluir el relato de su vida y la presentación de su propia obra.
…………………….
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