Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
29-6-2024
¡La mentira como discurso único!
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Lamentablemente, Kenya Fujimori, se fracturó la cadera. Por
estos mismos días la justicia chilena amplió los delitos por los que debe ser
juzgado aquel personaje que estuvo tan enfermo y en artículo mortis, a raíz de
lo cual, consiguió irse a su casa.
El gobierno de Dina Boluarte (en estos días de excursión en
China) tiene en su cuenta deudora este asunto. Los casi 60 muertos a balazo
militar y letal luego del 7 de diciembre en que Castillo hizo su autogolpe, son
otro baldón para aquella.
¿Por qué nuestra sociedad muestra “compasión” con quienes
hoy pasan los 80 y más años, pero que cuando la comisión de sus crímenes,
desfalcos, abaleamientos y aniquilaciones, estaban en la plenitud de su aptitud
monrera y desnacionalizante como el individuo del cual hablamos?
No es sólo que Kenya Fujimori siempre usó la mentira como
discurso y embuste al país sino que todo el sistema ha sido cómplice de
trapacerías que de descubrirse, también descorrerían el velo de ¡quienes
estuvieron en el fango de esos robos!
Por tanto, los rateros y ladrones, asesinos y sicarios,
protagonizan un hechizo espíritu de cuerpo para protegerse entre sí y que
incluye la omertá (ley mafiosa de silencio) y la espada de Damocles que quien
canta, desaparece, él o ella y sus parientes más cercanos.
Las sociedades criminales no hesitan en asestar sus golpes
de mano y hay en juego muchos secretos y estafas que no deben ser de
conocimiento público.
He allí la razón del por qué la mentira se usa como discurso
único. Lo aberrante es que la sociedad la asimila, degusta, saborea y ¡hasta el
próximo capítulo!
¡En la boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso!
Popular como trágica realidad la constatación que nuestros
hombres y mujeres públicos no hesitan en mentir. El embuste tiene personalidad
y se lo pronuncia con voz académica y dicción saboreada. ¡No importa que sean
tonterías, las expresadas, “suenan” mejor!
La mentira es un mensaje ecuménico instalado desde siempre
en el ADN social peruano. Quien no miente se arriesga a ser considerado tonto
o, peor aún, estúpido que no aprovecha la ocasión de engatusar a unos y otros.
Otro dicho reza: la mentira tiene patas cortas. Aunque, hay
que agregar, de larga duración. Especies repetidas y deformadas con el tiempo,
han persistido en su torvo mensaje, de generación en generación.
Si la definición de mentira es que su carga es lejana de la
verdad ¿cómo se la asimila y repite corregida y aumentada en todos los ámbitos
de la abstrusa sociedad peruana cuyos fragmentos, más de una vez, han amenazado
con gatillar una diáspora terrible?
Los responsables de ordenar, metodizar la memoria y el
documento histórico incurrieron en pecados y se cuidaron muy mucho de obliterar
verdades y “rescatar” falsedades. ¿Cuántas calles y avenidas, parques y sitios
públicos, llevan el nombre de traidores?
La historiografía miope y selectiva, por así llamarla,
contribuyó a la edificación de falsos valores que en vida fueron delincuentes y
se los “recuerda” como probos y selectos hijos de la Nación.
Sobre el barro o el fango no se puede construir parapetos de
ilustración o limpieza. ¡Todo lo contrario! La típica costumbre peruana de
justificar todo so pretexto que “roba pero hace obra, ni es nueva y menos
original, es sucia como sus fautores!
Por tanto, a nadie asombra que los discursos demagógicos exhiban
mentiras impúdicas. La “crítica” se remite a la belleza gestual y oratoria del
emisor y el discurso. Pero una cosa es el deseo y aspiración y otra la realidad
fragorosa que vencer y derrotar.
El político sucio no aspira a construir nada, sólo tiene la
mira puesta en enriquecerse. Y con él la gorda patota de parientes, queridas,
amantes, entenados, validos, que le acompañan con los timbales y los platillos
del festejo.
Decía González Prada que una vez llegados al Parlamento las
figuras y figurones se convertían en gorilas politicantes. Si no sacaban una
ley con nombre propio a las buenas, recurrían a las tradicionales alamedas de
la coima, el soborno, el delito.
En eso estriba una clave fundamental: para los peruanos la
mentira no constituye la aberración cancerosa que es. ¡Es una herramienta
“indispensable” en el camino al “éxito”. El antídoto que debiera ser la
vergüenza y prudencia contra los malos actos, no funciona, es más bien,
pasaporte para la gestión delictiva.
Pero, además, la ciudadanía debe castigar a los políticos
mentirosos no depositando su voto por ellos. El invento de “Tú lo conoces, vota
por él” es otra engañifa del peor calibre. ¡Precisamente porque conocemos al
99% de inútiles en la cosa pública, es que hay que limpiar, sanear y
desinfectar la política peruana.
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