Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
9-1-2025
Idiotas a la carta
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En tiempos en que para
encontrar un idiota no hay que hacer mucho esfuerzo, merodean en las redes
sociales seres que escriben lo que les viene en gana. Jamás constatan lo que
balbucean. Pero lo peor es que se creen su cantinflada.
Por si las moscas, el ilustre
mexicano Mario Moreno “Cantinflas”, forma parte de una de las épocas más
brillantes del cine azteca, en su rango, humorístico-social ¡insuperable!
Y pronto el número de
legisladores tendrá más diputados y senadores, grandes oradores de la nada en
la escena pública porque menos de 130 señores así lo han acordado contra la
opinión en referéndum de más de 15 millones que votaron contra la reelección y
la vuelta del Senado.
Innecesario destacar que
idiotas de viejo cuño, volverán a la feroz práctica del vulgar tráfico de
influencias.
Bueno advertirlo, porque
los idiotas a la carta, con automatismo reprobable, a todo aquél que no piense
como aquellos, los tilda de ser parte del “foro de Sao Paulo, de comunista, de
socialista” o de lo que sea.
Claro está que la
imbecilidad es democrática, no reconoce edades, cerebros deficientes y palurdos
ensoberbecidos en sus torpezas. Bien reza el dicho: ¡qué sabe el burro de
alfajores!
La tecnología facilita
cosas. Pero también envilece el ejercicio de la inteligencia.
Siempre me he preguntado
¿cuáles las virtudes de esos personajes que premunidos de una pantalla gigante
y una computadora pequeña, balbucean mecánicamente cuanto se ve reflejado en el
plano?
No pocas veces los
relatores son tartamudos, tienen pésima dicción y del castellano no entienden
gran cosa. Sólo pretenden leer cuanto refleja el haz de luz en la superficie
blanca.
Estos expositores modernos
(con excepciones honrosas), usan palabritas que reducen el lenguaje a
cacofonías gestuales de las cuales les es imposible apartarse.
Una mala copia son los idiotas
a la carta hablantines y de escaso margesí intelectual.
Incapaces de improvisar,
su “disco duro”, no admite semejante alternativa, hemos llegado al nivel en que
apenas superamos a los loros y la escala zoológica no nos favorece si nos
comparamos con estos pajarracos.
Algo parecido sucede con
Internet. Los escolares de hoy y los universitarios de estos días, han perdido
el buen y constructor hábito de la lectura.
Los idiotas a la carta son
maestros en estas pistas jabonosas.
Todo se reduce al cut and
paste y como original sólo pueden reclamar que ponen su firma a textos que no
revisan, que asimilan acríticamente y que transcriben bajo el supuesto que por
estar en la red, son datos exactos e impolutos.
Los idiotas a la carta han
hecho de la ociosidad, madre de todos los vicios, su mejor consejera y que ha
venido a instalarse en el colectivo juvenil que ya no indaga y no ha aprendido
a escudriñar con ojos de duda, para premunirse de verdades sólidas e
imbatibles.
Un estudio privado en
temas comunicacionales, de larguísima experiencia y trayectoria, determina que
sólo microscópicas porciones escuchan los programas políticos y que más diminutos
aún, son los que aprehenden algo.
No poco de esto débese al
lenguaje primario, casi simiesco de nuestros políticos, absolutamente
ignorantes, huérfanos de cultura elemental y moderna y lastrados por arquetipos
anclados en 30 ó 40 años atrás.
Si unimos ambas
circunstancias de comunicación insuficiente, mecánica acrítica, entre quienes
se suponen son los instructores y el público llano, podemos explicarnos la
aberrante pobreza del castellano.
Los idiotas a la carta creen
comunicarse merced a replana, cuando en realidad lo que hacen es destruir los
cimientos educativos y culturales de cualquier sociedad reemplazándolos con muy
frágiles y anémicas sustituciones efímeras.
¡Nunca pueden probar lo
que vociferan de manera irresponsable! La pregunta es válida ¿tienen algún
prestigio que cuidar? Pareciera que no. Su lema es: miente, miente, que algo
queda.
Alguna vez, cuando me
ofrecieron un proyector y una pantalla para una charla, di una respuesta
declinante pero cortés.
Agregué que era hora de
volver a los cánones antiguos en que la energía y habilidad del ponente motivaban
en el auditorio la comprensión, merced al buen manejo del lenguaje, a la
precisión expositiva y, sobre todo, al esfuerzo mayúsculo que demandaba entablar
empatía con el oyente.
Difícil el asunto,
ciertamente.
¿No será hora de
licenciar, aunque sea por horas, a esos idiotas a la carta que etiquetan abusivamente
a quien no les caiga simpático?
El desprecio a sus
insignificantes existencias, es una potente solución. Los idiotas, sobran.