Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
6-7-2025
Trujillo 1932 ¡Pueblo se levantó en armas!
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La insurgencia armada, el
levantamiento protagonizado por los cañeros, estudiantes, obreros, hombres y
mujeres que la madrugada del jueves 7 de julio de 1932 atacaron el Cuartel
O’Donovan en Trujillo, no es sólo un acontecimiento en la historia del aprismo
auroral, pertenece, como página insurgente al pueblo peruano y rebasa las
fronteras partidarias para significar un hecho que tiene que estudiarse y analizarse
por las nuevas generaciones.
Entonces la prédica
partidaria y la limpieza de los líderes permitieron la entrega heroica de
decenas y miles de hombres y mujeres que, rifle al hombro, dispararon desde las
copas de los árboles defendiendo lo que era para ellos la revolución.
Preguntar hoy, si acaso la
más mínima protesta, pudiera encontrar ecos de fronda y alzamiento en esas
huestes raleadas, constituiría un ejercicio inútil. Signos y sospechas de falta
de honradez, aprovechamiento de la cosa pública, abandono total de las ideas
germinales y angurria por la cosa pública como menú normal de su
comportamiento, han reducido al mínimo vergonzante a esa colectividad.
Entonces, 1932, el
gobierno de Sánchez Cerro había desatado una persecución sañuda contra los
apristas. Haya estaba preso en la Penitenciaría, muchos deportados y más aún
presos.
La mentira, desidia
oficial, la ficción creada por el odio cainita y visceral de los todopoderosos
generó y aisló a una insurrección para confinarla como un fenómeno solitario,
ajeno a los pueblos y no comprometido con lo que fue la esperanza de justicia
social que encarnó ese movimiento temprano.
Por tanto, como primera premisa,
en honor a la efemérides que cumple mañana 7 de julio, 93 años de ocurrida,
debemos señalar que la rebeldía fue clamor de un pueblo herido y aplastado por
un gobierno reaccionario que aplicó violencia criminal.
Un nuevo Perú
En octubre de 1931, la
oligarquía birló el triunfo a Haya de
Los locales partidarios
fueron asaltados, sus militantes malamente heridos o asesinados como
Comienzan los desmanes
En el 2001, narrando cómo
se hizo El Partido del Pueblo. Historia Gráfica del Aprismo, escribí:
“En febrero de 1932, el año de la barbarie, los constituyentes apristas fueron
apresados y deportados. Víctor Raúl perseguido fieramente, cayó preso en mayo.
La marinería se sublevó y fusilaron a 8 de ellos por el delito de alzarse en
nombre de la democracia.
La madrugada del jueves 7
de julio, los cañeros, estudiantes y militantes apristas insurgieron en
Trujillo y capturaron, a sangre y fuego, el Cuartel O’Donovan. Manuel Búfalo
Barreto fue el primero en caer y su valentía bautizó como “búfalos” a todos los
del partido.
Y la barbarie estalló
ensañándose con crueldad rayana en lo más oscuro del alma imaginable contra
Trujillo. El pueblo fue bombardeado por la aviación y los combates se sucedieron
a diario. Fue entonces que el heroísmo dio lecciones y escribió su impronta
para elevarse como huella imborrable a los fastos de la historia popular del
Perú. Es historia que no se lee en los textos escolares, porque el odio cainita
pudo más y se ha pretendido negar que esto ocurrió.
Y sin embargo así fue. Los
estudiantes que fugaron con los fusiles de sus prácticas pre-militares
disparaban contra los soldados desde las copas de los árboles y caían cuando el
agotamiento de sus fuerzas era un hecho o porque el parque de municiones había
colapsado.
Mujeres como Agripina
Mimbela y María Luisa Obregón de las que aún queda el registro de sus nombres, bramaban
carajos instando a no bajar la guardia y alimentando a sus combatientes o
disparando ellas mismas. Los alzados se turnaban en las guardias para avisar de
los avances militares y de la presencia de soplones.
El Comercio se encargó de
difundir historias absurdas que engañaron a muchos peruanos sobre la verdad de
lo ocurrido en Trujillo. En cambio nunca habló de los paredones que empezaron a
fusilar por decenas y centenas a los trujillanos. Ni las lágrimas ni los ayes
más dramáticos pudieron hacer nada contra las draconianas órdenes que Lima
impartía.
Trujillo 1932 fue, pues,
la respuesta insurreccional y bravía de un pueblo malamente armado pero
galvanizado en su aspiración de justicia social hasta la más íntima fibra.
Ninguna autoridad militar,
ni política, ni aún
En La Insurrección de Trujillo,
Margarita Giesecke escribió: “Al mismo tiempo, la revolución no fue una derrota
total para el Apra. Es cierto que se vieron aislados y que la masacre producida
en la prisión de Trujillo, tan aprovechada por la prensa civilista, había hecho
desvanecerse la posibilidad de encontrar aliados entre los militares….. Toda
una ciudad y la región circundante habían respaldado a Haya y al Apra hasta el
punto de alzarse en franca rebeldía. Aunque el levantamiento había sido
infructuoso, el Apra era reconocido ahora como una seria amenaza a la hegemonía
civilista”. p. 338, julio 2010.