En el Día de la Fraternidad
por Jesús Guzmán Gallardo; jeguzga@hotmail.com
21-2-2017
Debo confesar que en la hora crepuscular de mi vida, tenga
que sentirme triste y no alegre como lo fueron aquellos días que nos reuníamos
con el pueblo aprista para celebrar el onomástico de Victor Raúl. En aquel
momento hacíamos un alto en la lucha diaria, para rendir homenaje al jefe, al
maestro, al guía, al padre, al hermano en la doctrina, en el ideal. Era un
homenaje al compañero consecuente que hizo de su vida un testimonio verdadero y
auténtico, al decir de Séneca: “Elige a tu maestro, no por lo que digan sus
labios, sino por cómo desenvuelve su vida”.
En nuestro país se nos enseña a diario cómo odiar, y frente
a este sentimiento negativo que destruye, se opuso siempre el deseo de Haya de
la Torre de construir una fraternidad entre todos los peruanos, sentimiento que
relaciona y construye una verdadera unidad entre todos los que amamos a nuestra
Patria y queremos verla próspera y con justicia social.
Lamentablemente muchos no lo entendieron, y se explica,
porque para ello hay que deponer soberbias y egoísmos así como tener el
espíritu dispuesto para el bien y no para el mal en todos los actos de nuestra
vida. Sé que no es fácil, pero es imperativo y necesario aunque las fuerzas de
las tinieblas nos exijan siempre lo contrario.
Esto conceptos pueden parecer idealistas e irrealizables,
pero olvidan los que son presa de la estulticia, que fueron los que animaron
las luchas más sublimes y libertarias en el mundo, y en especial en los albores
del siglo XX en el Perú que determinaron la existencia de una generación a la
cual perteneció Haya. ¿Cuántos saben que en el lapso que los historiadores
llaman “el período de esclarecimiento ideológico del APRA”, vale decir del 24
al 30 del siglo pasado, Víctor Raúl expresó en medio del debate, que el
problema fundamental de Indoamérica era antes espiritual que económico?. Para
entenderlo hay que leer y tener el corazón dispuesto y bien puesto.
Empero, es bueno recordar cómo surgió el Día de la
Fraternidad. Era el año de 1946, a poco de salir de una de las peores etapas de
nuestra historia, plagada de persecución y asesinato, sólo por enarbolar un
ideal con devoción y lealtad. Fueron once años de prisión, destierro, tortura y
muerte para los apristas. La dirigencia de aquel entonces, convocó a una
asamblea en el viejo Estadio Nacional a propósito del cumpleaños de Haya de la
Torre. El lugar escogido se colmó a lo largo y a lo ancho, no era una
celebración frívola más, la atmósfera condensaba la mística que se generó en la
gran clandestinidad, en la cual no hubo cabida para la venganza, el odio y el
resentimiento; por el contrario, la alegría del reencuentro con los hermanos de
lucha sólo auspiciaba amor entre y por los más débiles y marginados. La figura
catalizadora, fue el jefe del Partido, que sintetizaba todos esos nobles
sentimientos que lo distinguieron en su fructífera existencia; todos querían
verlo y escucharlo, se sentían parte de una gran familia que el oprobio de la
dictadura y la oligarquía no pudo derrotar ni dividir, acudiendo con la ofrenda
de su afecto y coraje demostrado, al hermano mayor que no los defraudó y que no
renunció jamás a su puesto de combate en favor de los más necesitados, de los
más pobres, a pesar del peligro.
En estas circunstancias, que mi modesta pluma no puede
describir como quisiera, toma la palabra Manuel Seoane, tribuno de los que ya
no vemos, pronunciando uno de sus más hermosos discursos que la historia
bautizó como “Recado del Corazón del Pueblo”; del cual quero reproducir un
fragmento que habla por sí sólo: “Este es un acto que parte y que llega desde y
hasta las zonas más elevadas y más profundas que la simple coincidencia
ideológica. Ya dije alguna vez, que si nos preguntaran a nosotros los apristas
qué lazos nos vinculan con más vigor, responderíamos que esta especie de
parentesco moral que nace de sabernos compañeros en una causa que, por sobre
todos los requisitos, impone la condición de amor a la justicia y la limpieza
en la conducta………, aquí hemos venido todos, los presentes y los ausentes, los
vivos y los muertos, en este Día de la fraternidad Aprista, a encender las
fogatas de alegría de nuestro primer 22 en libertad.” A buen entendedor pocas
palabras.
Hecha esta remembranza, nos queda preguntarnos, otra vez, si
podemos estar alegres este 22 de febrero. La respuesta es que no podemos estar
contentos cuando han destruido el Partido que costó una gran inversión de amor,
valor, transparencia, lealtad y consecuencia de miles y miles de apristas que
nada pidieron y todo lo dieron. Estamos indignados y con vergüenza ajena, al
ver que quienes son sus pseudo dirigentes solo tienen la talla de pigmeos
políticos si un ápice de credibilidad, que han llevado a una gran organización
partidaria a su mínima expresión que no es más que una señal de su agonía
ética, moral y espiritual.
Más aún, quienes se creen con derecho a ser sus eternos y
espurios dirigentes son solo fracasados y claudicantes de la ideología creada
por Haya de la Torre al ponerse al servicio de los grandes intereses económicos
y olvidarse del sufrimiento de los más pobres y de los más débiles. Han
traicionado la doctrina, la filosofía y la historia de una gran organización
para ponerla al servicio de los más poderosos convencidos que la plata viene
sola.
Como si fuera poco, han hecho tabla rasa de los valores y
principios que hicieron del Partido Aprista una institución en la cual se
depositara confianza y representatividad del pueblo, deviniendo en una panda de
alanistas al servicio de un ego y no de un ideal. Les importa solo su interés
personal, afán de gloria fácil y enriquecimiento ilícito; han convertido un
gran movimiento en un redil que consiente el blindaje de una espuria dirigencia
al servicio de quien las encuestas consideran el político mas corrupto del
Perú. Si alguien tiene dudas, que revise el “Codigo de Etica Japista” y lo
contraste con la conducta de estos nuevos fariseos de la política.
En resumen, estaremos alegres cuando desaparezcan del
escenario los apóstatas de Víctor Raúl y un congreso auténtico elija
democráticamente a quienes sueñan aun con la gran transformación y se recupere
el elan de una gran institución política que fue su secreto de supervivencia y
su más valioso tesoro. Los requisitos que deben exigirse son honestidad,
sentido veraz de la ética, moral, conocimiento y sabiduría, dicho de otra forma,
ostentar una biografía que pueda leerse de principio a fin. De esta manera se
desterrará la necedad, la ignorancia, la incapacidad, la felonía que todavía
lucen y que han atomizado lo que tanto costó y en tan poco tiempo se perdió.
Ya está cerca el día, en que podremos gritar con alegría y
convicción aquella jaculatoria cívica con la cual terminó su bella alocución
Manuel Seoane aquella noche del 22 de febrero de 1946: “En la lucha, HERMANOS;
en el dolor, HERMANOS y en la victoria, HERMANOS”.
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