Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
12-9-2024
Estado precarísimo y líderes de juguete
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Incontestable apotegma del avatar político peruano es que el
Estado no representa a los 33 o más millones de ciudadanos. En algunos casos,
basta con alejarse pocos cientos de kilómetros del centro de poder, la ruidosa
Lima, para entender que es un Estado precarísimo.
Y a ese Estado, a través de todos los gobiernos, lo conducen
líderes de juguete, improvisados e irresponsables, cuya habilidad más connotada
es asaltar las arcas ¡de ese mismo Estado!
En muchas provincias campean pandillas locales con su propia
ley formal, su sistema de cooptación y sus dinámicas para recaudar fondos a troche
y moche. Mosaico insalvable.
Paradoja incomprensible para el que no conoce la psicología
nacional y tampoco detecta la muy frágil disciplina que se enseña con malos
ejemplos desde ¡la mismísima niñez!
Hasta hoy, no obstante aquello, el Perú se mueve.
¿Qué es el Estado peruano? Una maquinaria elefantiásica,
poco moderna, nutrida de miles de leyes contradictorias entre sí, hambrienta de
recursos pero que a los poderosos serviles y correas de transmisión del genuino
poder en ultramar, allende y aquende, NO les cobra impuestos completos.
En cambio al hombre y mujer común le exacciona hasta
chuparle la sangre íntegra y robarle su economía por varias generaciones. Y en
nombre de la democracia, se caza –literalmente- a los contribuyentes en falta.
Existe, soterrada, camuflada por uniformes y reglamentos una
corrupción que pone contra las rejas a las empresas y ¡por quítame esas pajas!
cierra la firma, a menos que el sobrecito salvador y robusto, satisfaga la
hambruna y vileza del inspector municipal.
El encargado tiene la autoridad y el mandato escrito y así
como puede clausurar temporalmente negocios, también se hace de la vista gorda,
recaba la exigida coima y da su informe positivo, arrancado por coacciones
forajidas.
Hay definiciones clásicas de cómo el Estado es el intrumento
de opresión de una clase o varias clases sobre las otras menos poderosas o
escuálidas de cualquier atisbo de mando o influencia.
¿Discute nuestra fauna política acerca de Estado de qué
clase y qué clase de Estado quieren o anhelan como parte de su diseño económico
y político? En su mayoría los muy idiotas se creyeron el cuento de los acérrimos
del libre mercado que cacarean que esa polémica es bizantina o inane.
¡Desdichados!
Para buena parte de la corrupta e ineficaz burocracia
pública, el Estado como está, es el tinglado ideal para la comisión de sus
estafas, chantajes, robos a toda escala y con esquemas que legalizan el asalto.
¿Reparte el inspector y la gavilla de adláteres que le
acompañan en su acto, la coima? Preguntemos, primero, ¿a qué bolsillo va el
dinero malamente obtenido? En el bolo: el jefecito, el alcalde, los regidores?
En no pocos casos, el burócrata que representa al Estado en
las oficinas públicas, es un individuo capaz de reptar, hábil en la fabricación
de coimas o dineros sucios e integérrimo para apisonar el camino al pariente, a
la amante, al hijo que aún estudia y egoísta como para olvidar que es pagado
por el dinero de los tributos de los peruanos y derrochar recursos que no son
suyos y que dispendia con la facilidad de quien jamás hizo esfuerzo por
ganarlo.
En América Latina y no es motivo de ningún orgullo, el
burócrata peruano debe estar entre los más grandes vendepatrias de que se tenga
memoria.
El Perú profundo no está muy lejos de las capitales o de la
metrópoli central Lima. En el 2005 asistí a Huacho a un evento político que me
tuvo entre sus oradores. Conocí personas que venían de la Sierra de Lima en
viaje de algo así como 8 horas.
Así como lo lee ¡8 horas!, el lapso que demora tomar un
avión hacia Santiago de Chile y volver al Perú. Falta de caminos impecables,
orfandad de autoridad política, el habitante del interior con su tiempo
subjetivo, Ich zeit, improvisa sus propias dinámicas, vive su vida y logra no
pocas conquistas.
El Estado nacional peruano no funciona sino en pequeñas
porciones tradicionales y siempre bajo la premisa que es insuficiente, paquidérmico,
incapaz de procesar el reclamo ciudadano por salud, trabajo, educación y
seguridad.
Un Estado que por pura inercia sólo obedece el comando de
gobiernos entreguistas, claudicantes, aventureros, se resigna a oír y acatar
los mandatos que vienen desde los centros de poder financiero, económico e
industrial de todo el orbe.
Ellos deciden qué produce Perú, qué precios pone a sus
exportaciones primarias, qué límites debe acatar cuando ejerce su
"soberanía" y cómo regala en bandeja de plata los grandes negocios
del país, verbi gracia, Telefónica.
El otro Perú, el profundo, el multicolor, aquél casi siempre
despreciado y devaluado por razón de su color de tez o forma de rostro, se
mueve y lo hace secularmente ignorando qué dicta el Estado inepto y colonial
que sigue obedeciendo órdenes desde las matrices lejanas.
Perú se mueve a pesar del Estado precarísimo y de los
despreciables líderes de juguete.
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