Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
10-7-2024
¡En las manos de un taxista en Lima!
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Pretendí la tarde del lunes, sobre las 5.50 pm.,
literalmente, escapar de Miraflores con rumbo a Surco. Pacté el precio de la
carrera y subí al vehículo. Allí comenzó la aventura.
No terminaba de sentarme y el taxista (hombre de más o menos
40 años), ya había tocado tres veces la bocina bullanguera de su automóvil.
Luego de cada ruido, sazonaba con ajos y cebollas la lentitud que atribuía al
chofer de otro carro adelante.
Procuraba concentrarme en algunos temas que demandan cierta
paz y tranquilidad. Empezaba a persuadirme que había equivocado el rumbo. El
destino me diría ¡y cómo!
Lo más cómodo hubiese sido buscar salir del embrollo de la
Av. Diagonal para tomar San Martín y la Av. Benavides. No sé cómo, por arte de
qué rompecabezas cerebral me di cuenta que estábamos en el Barrio Médico de
Surquillo casi en la frontera con Miraflores.
Como aderezo de lo que era hasta entonces corto viaje, el
taxista me narraba sus opiniones respecto de tales y cuales. Al notar mi
incomodidad, optó por moderarse. Pero la lavada salió más cara que la camisa.
El taxista de marras ubicó en su dial una radioemisora que
propalaba música chicha. Eso hubiera sido interesante pero el conductor conocía
las letras de las canciones y las tarareaba. No me atreví a decirle que estaba
muy lejos de ser un intérprete o algo parecido.
Tomar taxi no es una opción económica, en oportunidades
extraordinarias para acelerar las dinámicas propias del trabajo, lo hago. Pero
a lo que mínimamente uno aspira es a hacer placentero el gasto.
De repente en una parada, se nos acercó un policía de
tránsito que increpó con dureza al taxista. ¿Saben qué había hecho este
bárbaro? Pues nada más ni menos que por “ahorrar tiempo”, se había metido en
una calle a contramano, o sea en contra del tránsito.
El diálogo con el policía amenazaba con terminar con una
multa por la falta. Pero el taxista manejaba un elaborado menú de halagos y
ruegos que persuadieron al uniformado de otorgar el perdón.
Orgulloso de su victoria, el taxista me inquirió: “¿qué le
pareció, soy o no convincente?”. Empezaba a molestarme. El gandul éste no sólo
hacía tabla rasa de todas las buenas costumbres sino que pretendía que alabara
sus picardías.
Varios años atrás, en Buenos Aires, en otro taxi, me topé
con un tránsito infernal en la capital porteña. El chofer, dicharrachero y a
modo de esclarecimiento, nos explicó que todo esto era culpa del “turco” Menem.
Le referí en aquellos tiempos y de manera idéntica cuanto me ha vuelto a
suceder hace pocas horas y el argentino no tuvo más respuesta que preguntar:
“che, ¿de qué planeta sos vos?”.
Muy bien, esto que parece un cuento de terror, aconteció tal
como voy contando. El servicio de taxi, aunque hay innovaciones y mejores
costumbres, deja aún mucho que desear. La falta de aseo de los conductores, sus
radios a volúmenes grotescos, la unidad llena de polvo o basurita que dejan los
habitúes, son constantes agresivas contra los usuarios.
Ir contra el tráfico no es una picardía. ¡Es un delito que puede
transformarse en tragedia si hay automóviles en la vía contraria y eso casi
siempre fulmina vidas humanas. ¿Cómo le hacemos entender a estos conductores
que transportan seres humanos, no carga o bultos?
La policía de tránsito debe castigar con lo que diga el
reglamento a los choferes abusivos e insubordinados a las leyes. No hay
justificación válida para pasar por alto gruesas violaciones al buen sentido y,
sobre todo, contra la preservación de la vida humana.
Cuando subí al taxi le pregunté si tenía cambio de un
billete de S/ 20. Suelo asegurarme que lo posean para que no paren en cualquier
parte y para evitar contratiempos. Pues bien, recibí su afirmación y a la hora
de pagar, el taxista se “dio cuenta” que no tenía para dar vuelto.
Después de haberlo sufrido más de 40 minutos a bordo, ya
estaba persuadido que este pícaro podía hacer cualquier cosa porque en su
concepto “así somos los peruanos”. Opté por una admonición respetuosa pero sin
opciones perdonadoras: “entonces le pago la próxima vez”.
Nuestro taxista, de inmediato y milagrosamente encontró
monedas y me dijo que sí tenía. La verdad era otra, como fui a una zona de
puras casas, el zamarro ensayó quedarse con el billete lo cual hubiera sido
injusto y, sobre todo, caro.
Lo que debía haber sido un transporte plácido, cómodo, sin
inquietudes mayores, fue un ejercicio de castigo estereofónico, de groserías
irrepetibles y de vivezas hamponescas. Me puedo defender y oponer resistencia
pero me pregunto ¿tendrán ocasión damas y ancianos de hacer lo mismo con tanto
esquizofrénico suelto con las manos en el timón?
Al Perú lo pierde la desesperante falta de educación desde
temprana edad. El domingo pasado al cruzar una pista, le enseñé a mi nieta a mirar
a la izquierda y a la derecha y nunca prescindir de la mano de un adulto
conocido. Lección aprendida que ella le dicta a su hermanito que aún tardará un
poco en repetir y cuando supere sus apenas 4 meses.
Educación desde temprano y el porvenir que nos debe una victoria,
responderá al país con vientos de renovación y horizonte promisorio. Así de
simple.
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