Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
4-7-2024
¡Crimen no paga, la mentira sí!
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De repente, como predican
los moralistas de novela, el crimen no paga.
La mentira sí paga. ¿No es
cierto acaso que débiles mentales, idiotas consuetudinarios, nulidades
intelectuales repetidoras de lugares comunes, pasan en Perú como faros de
cultura, estrategas, analistas, sabios, amautas, líderes luchadores y demás
monsergas?
¿No son aquellos vividores
profesionales de dineros raros, los que se halagan entre ellos, se invitan a sí
mismos, rotan por los poquísimos programas políticos y hasta escriben “libros”
para justificar los apoyos que reciben del exterior?
¿No estamos viendo en los
días corrientes a conocidos tramposos lavadores de dinero que lloriquean
proclamando su inocencia y al amparo de los alegatos de sus abogados igual o
más delincuentes?
Si hay algo que la gente
repudia, odia a muerte, considera abyecto y criminal, pero que está presente en
un amplio porcentaje, por encima del 90% de todo escenario de esta naturaleza,
es la mentira, monda y lironda, que sí paga y lo hace con dólares contantes y
sonantes.
La mentira sufraga
propaganda engañosa, transforma a vulgares estafadores y delincuentes
todoterreno en hombres de Estado, comunicadores, analistas, sabios sociales,
expertos en gobernanza, etc y etc.
Ni los clubes electorales,
alias partidos políticos, ni la sociedad o el Congreso o ningún organismo de
control, de cualquier especie o pelaje, tienen poder, real o formal, para
pulverizar los elementos podridos porque toda la mentira que es el Perú “democrático”
tiene ¡absolutamente corroída sus bases morales!
La política posee vectores,
los políticos. Pero ¿qué aprenden, como lección príncipe, y fundamental, estos
ciudadanos?: ¡a mentir!
Sin la mentira coyuntural
o perenne, no son tales, carecen de capacidad de convicción y están huérfanos
de “argumentos”. Por ejemplo muy simple, una experiencia que conozco de cerca.
La iniciativa de crear una agencia de noticias alternativa, libre,
independiente, valiente, que reemplace la basura cotidiana que las pandillas de
poder lanzan al mercado para que la gente crea sus “verdades”, recibe apoyo entusiástico,
vítores de todo tipo.
¡Pero a la hora (de los
loros), de emprender la marcha triunfal de sufragar sus primeros arrestos
¡entonces, los soportes virtuales, los paladines ofertantes de fondos, arrugan,
mienten cualquier cosa, retiran su estímulo y, lo que es peor, demuestran que
jamás tuvieron franqueza ni interés, sólo cobardía franca y pusilánime!
Reiteradas veces escuché
entusiásticos cantos y respaldos pero a la hora de cruzar el Rubicón, hasta la
fractura de la cola del gato, servía de pretexto para huir del compromiso. ¡Y
eso que los que firmaban eran otros y a esos los enjuician por quítame estas
pajas!
A nadie parece extrañar que
los candidatos, una vez en la presidencia, digan ¡todo lo contrario! desde el
podio de mando, a cuanto ofrecieron pocos meses atrás.
La mentira ha deshecho y
castrado cualquier reclamo porque todo el tejido político se basa en engaños
por conveniencia y la trama discurre por do ut des, en la que si alguien quiere
figuración, sueldo fijo a fin de mes y una parte de la torta, entonces debe
callar y no hacer olas que malogren o cuestionen la putrefacción que, aunque
pestífera, es políticamente correcta.
¿Puede darse crédito a la
sociedad civil? Así gustan de llamarse los consorcios o grupos de amigotes o
proffesional beggars –mendigos profesionales- agrupados en ONGs (Organizaciones
No Gubernamentales) que son islotes que custodian intereses financiados, en la
mayoría de los casos, por USAID o fundaciones como
Los que ayer denostaban
del dólar imperialista, hoy cobran del mismo, protegen líneas de inversión
creadoras o proseguidoras de los grandes problemas porque de ese modo perpetúan
las donaciones abundantes y dolarizadas.
El propio James Petras,
sociólogo norteamericano, les ha llamado empresarios de la pobreza lo que equivale
a traficantes y piratas de nuevo cuño. Es probable que un porcentaje muy ínfimo
crea realmente en los derechos humanos o en las numerosísimas fachadas de que
hacen gala en la prensa, pero en su lamentable vasta mayoría forman parte de un
funcional modelo de opresión pagada en los miedos de comunicación que difunden
mentiras que a fuer de repetidas tornan en “verdades” aceptadas acríticamente.
La mentira es
profundamente envilecedora; embrutece y socava la moral de un pueblo y de su
dinámica colectiva. Hay que combatir el negocio de la mentira que es practicada
como una política de Estado. Y es una realidad que no puede disimularse. No por
más tiempo.
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