Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
8-1-2023
San Borja: ¡siniestras luces altas!
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Por razones vinculadas al culto de la disciplina física y al
amparo del lema: mente sana en cuerpo sano, corremos diez kilómetros diarios
muy temprano, literalmente mientras que la ciudad o la urbe de cemento duerme.
Pero hay bandadas de conductores, casi siempre los mismos,
que no distinguen carreteras de sitios urbanos y mantienen sus luces altas,
potentes, cegadoras, insolentes y avanzan a velocidades peligrosísimas.
Me refiero a las parvadas de automovilistas que, viniendo
del sur o del norte, cruzan el atajo que es el Cuartel General del Ejército,
llamado popularmente "Pentagonito"
y no se toman la molestia de accionar las luces normales y conservan las altas,
porque los pobres ciclistas y corredores ¡les importan un bledo!
En efecto, entre 4 y 5.30 am, hay, al principio, no más de
quince corredores o ciclistas y a partir de esa hora la cifra se incrementa en
decenas. Los que trotan por afición deportiva, de salud o porque no pueden
dormir y prefieren estar en la calle, confirmando los movimientos planetarios
de las estrellas o la Luna cuando no hay neblina, están amenazados diariamente
por estos irresponsables, a quienes parece esfuerzo magno adecuar sus luces a
niveles permisibles.
Por eso sostengo que, para orgullo bobo de no pocos, en Perú
la estupidez amanece temprano. Y aunque suene a galimatías, no lo es si se
trata de subrayar cómo podemos distinguir este rasgo perverso del alma nacional
que sabiendo que hay medidas de seguridad, no las cumple, se zurra en las
mismas y no pocas veces la tragedia corona circunstancias tan abominables como
evitables.
Un rasgo enfermizo, a esas horas de madrugada no hay que
ganar o aventajar porque el tráfico es escaso.
No sólo eso. Hay choferes cuyo "criollismo"
estriba en ir contra el tráfico, "robar" unos cuantos cientos de
metros y a sabiendas que no hay policías que reprendan su mal accionar.
Peor aún. Por lo menos dos o tres veces a la semana hay
émulos de Fittipaldi que confunden San Borja con los grandes circuitos
automovilísticos norteamericanos o europeos y revientan las ruedas de sus
carros a no menos de 120 o más kilómetros por hora. El chirriar de las ruedas
contra el asfalto deja su impronta en largas y fétidas huellas en las pistas.
Más de uno está ebrio.
Los ciclistas no se quedan atrás, hay algunos que han puesto
luces potentes a sus fierros y, para variar, enceguecen a los corredores que
van en sentido contrario.
La siguiente es una anécdota, no la más ejemplar, pero sí
muy divertida: las palabrotas vertidas por un ciclista, increpando a un
trotador, constituyeron el peor momento y en el mal sitio, el sujeto insultado
medía casi 2 metros y pesaba algo así como 150 kgs, es buena gente pero se
indignó ante la grosería, y en su ruso inextricable, descifró el insulto
castellano y si no hubiera intervenido un par de ciudadanos, las magulladuras
habrían impedido al ciclista su entrenamiento por lo menos un par de meses. Si
es que volvía a las andadas.
Como en las grandes capitales, Lima también reconoce a
grupos nutridos de deportistas que hacen gala de fuerza y pundonor desde la
madrugada y eso está bien.
Gente muy joven, menor de 20 años, hasta veteranos con más
de 70 y los que pasamos de los 50, todos convictos en la bondad del ejercicio
que provee salud, fuerza y vigor.
Los serenos, hombres y mujeres, dan todo de sí en el combate
contra los indisciplinados que los hay de todo jaez, edad y desverguenza:
drogadictos, exhibicionistas, beodos –hombres y mujeres-, rateros que se esconden
en las zonas oscuras, etc. El serenazgo mal pagado y jamás reconocido pero
estas personas son valiosas.
Es hora de acabar con la estupidez que amanece temprano en
Lima.
Cuando, imposible descartar la ocurrencia, lleguen las
tragedias, entonces, en típico rasgo peruano, lloraremos con lamentaciones
atroces, pero nada podrá devolver la vida a quienes la pierdan tan
absurdamente.
Como estoy entre los candidatos, desde hace largos años,
aunque la parca no me quiera ni de bromas, lo he contado varias veces, prefiero
alertar a los lectores normales que duermen, mientras que otros inquietos ya
estamos en las calles.
No puede ser que entre nuestros salvajismos se considere una
habilidad manejar con luces altas, velocidades enormes y desconsideración por
los deportistas que no hacen daño a nadie.
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