Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
13-7-2020
¿Hombres de Estado o
mamarrachos?
Hay un conjunto de ciudadanos que aspira a conducir al país
y las vertientes son varias desde el Ejecutivo, el Congreso, la burocracia,
alcaldías, gobiernos regionales, etc. La ambición es legítima bajo la premisa
que existe qué aportar, decir y decidir en torno a los destinos
socio-económicos-políticos del pueblo peruano. Imposible, hasta aquí, no estar
de acuerdo.
La pregunta cotidiana en Perú es ¿por qué hay muchos hombres
de Estado –o que dicen serlo o así se lo hacen cacarear a una prensa dócil- que
más bien parecen mamarrachos que no atan ni desatan a la hora de asumir las
grandes posturas y retos que plantea un Perú con quiebra moral desde su mismo
nacimiento como república?
Por estos pagos hay un ciudadano que muestra urbi et orbi
una foto con Haya de la Torre y el contrabando descarado que esa circunstancia
suplantaría una militancia partidaria que jamás tuvo, una ideología que
desconoce profundamente porque sus actos son en pro del capitalismo salvaje
definido muy bien por Manuel Seoane como el azúcar caro y el cholo barato.
Más allá y acullá manadas de individuos improvisan colectas
en las redes sociales, conferencias con supuestos defensores de la democracia y
consiguen desprestigiar aún más el ejercicio político denostado por sectores
inmensos de la población.
Una conclusión aterradora sería la de comprender con riesgo
de una resignación terminal que nuestros hombres de Estado son miopes,
incapaces de aprehender el horizonte enorme y complicado de la patria y que su
ignorancia y falta de preparación intelectual o académica, ni que se diga del
conocimiento de la realidad nacional, es de tal magnitud que ¡ya no hay nada
que hacer! Del pantano no nacen flores ni virtudes en la cosa pública. La
ciénaga pone su marchamo fétido en sus embajadores.
Por eso, pudiérase explicar, las discusiones de abogaditos
en el Congreso se reduce a los estrechísimos confines de una legislación
confusa y hasta contradictoria con reglamentos y modificaciones como es la del
Perú. Y los productos son deformes, espinosos, intrincados, viles que hasta los
autores luego enuncian como yerros por los que hay que pedir disculpas.
¿Está condenado Perú a vivir de estos malos hombres de
Estado o mamarrachos, a la postre es lo mismo, o hay que buscar caminos y
tránsitos de una reprogramación del quehacer político urgentemente?
La mentecatería se nota hasta en los más íntimos y
recónditos entresijos del alma nacional. Los jóvenes abominan de la política y
tienen otra clase de aficiones. ¿Es lícito que el alma juvenil decline una
tarea indispensable para la construcción del Perú? He allí una interrogante
premiosa.
¿Cuánto más bajo puede caer un país que carece de partidos
políticos, de grupos creadores de doctrina o cuadros ideológicos, por simples
que fueren, con el propósito de lograr un Perú libre, justo y culto?
Bien decía González Prada: tomar a lo serio cosas del Perú,
esto no es república, es mojiganga.
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