¡Ya se avecinaba cuarentena
apocalíptica, me lo dijeron!
por Zully
Pinchi Ramírez; zullyarlene39@gmail.com
12-4-2020
El 7 de marzo
preparaba maletas para regresar a Lima, después de estar un par de meses en Madrid.
Al llegar al
salón de belleza al barrio chino donde suelo ir, me solicitaron ponerme guantes
y mascarilla. Yo que siempre notaba el ambiente ajetreado y activo, ese día lo
sentí muy lúgubre y tenso.
Zully, ¿irás
mañana a la marcha por el día de la mujer?, me cuestionaban todas las féminas que
me atendían y replicaba: aún no lo sé, creo que no. ¡Por favor no vayas –me dijeron-
es muy peligroso, todos los de la comunidad china cerraremos nuestros negocios
el lunes y sabemos que mañana será un grave foco infeccioso, tienes todos los
días del año para celebrar tus derechos. Luego de eso me enseñaron desde sus
teléfonos móviles videos y noticias de Wuhan, quedé muy sorprendida y asustada
a pesar que las noticias sobre Italia eran alarmantes, vi lejana la idea que
nos enfrentaríamos a una pandemia, a la crisis sanitaria más grave de los
últimos tiempos.
El 8 sonó el timbre
a eso de las 3: 30 pm, era un grupo de amigos españoles y latinos que me
esperaban para ir a la gran marcha pero les comenté toda la información que
había leído y decidimos caminar por el parque El Retiro, comentando sobre lo
que estaba aconteciendo y como cambiarían nuestras vidas después de este
suceso.
El 9 mi padre y yo nos dimos un abrazo en la
terminal T4 del Aeropuerto de Barajas, nuestro abrazo no fue el más tierno ni
sentimental, por el contrario fue algo rápido y seco, total nos veríamos pronto
en menos de un mes.
Hoy a 25 días
de aislamiento, confinamiento, cuarentena, estado de alarma, emergencia, toque de queda y luego de vivir la extraña experiencia
de salir solo los martes, jueves y sábado, he comprendido que nadie en la Tierra
había profetizado un minúsculo episodio de lo que ha sucedido en cada una de
las novelas de nuestras vidas, donde se es el propio antagonista y
protagonista, donde elegimos si somos estáticos o dinámicos, si nos dejamos
deprimir hasta una muerte lenta o si al estilo de las metáforas bíblicas, resucitamos.
Poco importa
si alguien pensaba volver a casarse, mudarse, recorrer el mundo, construir una
nueva casa, repotenciar su canal de televisión por cable o por internet,
comprarse su primera cartera de Chanel o empeñar el alma con tal de conseguir
una pulsera de Cartier para presumir, ya nada de eso importa. Tampoco interesa
mucho si un rufián tramaba asesinar a su
enemigo o una niña esperaba un trasplante de riñón. Se nos va el final de
nuestras vidas entrelazado con el inicio de lo que soñamos con las cartas de un
9 de espadas o un 10 de copas, no hay brujería ni milagro que haya salvado a
los miles de muertos que se han ido.
Ahora no
cuenta la ridiculez de tener uno o 200 millones de seguidores y creernos
mejores que otros, no interesa si tienes veinte años o sesenta, ni las críticas
con burla y felonía, ya no sirven nuestros títulos, nuestra forma fantástica de
comunicarnos ni el premio Nobel que adorna un rincón de la casa. ¿Dónde está la
vanidad? ¿Dónde se fueron el odio, indiferencia y venganza? Estarán también
confinados muy dentro de nosotros, dentro de nuestras venas y arterias o ¿es
que les hemos dejado volar y a cambio hemos decidido llenar los vacíos con
solidaridad y empatía sin juzgar ni culpar?
Nada ni nadie
me devolverá la mirada de mi padre a quien debí correr a darle el abrazo que
sueño cada noche de insomnio, pensando si Dios o alguna fuerza sobrenatural me
da la oportunidad de volverlo a ver.
Mis padres siguen
en España y yo sola en Perú.
Todo servirá
para pensar en una nueva misión, misión y propósito en reconstruirnos y
recomenzar.
No nos
olvidemos de los demás, pero tampoco de nosotros mismos.
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