Señal
de Alerta
por
Herbert Mujica Rojas
18-8-2004
Juguetes, política y mamarrachos
Ya no
parece tan indelicado decir que el Perú es un país de juguete. Aquí tenemos
mamarrachos en política que juegan con el destino de 26 millones de
connacionales y es más importante saber el color de las medias del presidente
Toledo que enjuiciar cómo se regalan los grifos –y a quiénes-, quién es abogado
de quién y cuáles sus pasados vinculados a la mafia fujimorista o el disfuerzo
de quienes, luego de haber mamado de la ubre del Estado, ahora se llaman de
centro-izquierda cuando en realidad no son más que payasos en busca de alguien
que les pague cada fin de mes.
Escribió
Manuel González Prada: “el Perú es un organismo enfermo, donde se aplica el
dedo brota pus”. ¿Es posible no decir lo mismo en los días de hoy? Por
desgracia, se lo puede repetir, pero multiplicado por mil. El Perú es lo que es
porque así lo han hecho sus políticos, sus empresarios (o los que así gustan
llamarse), sus intelectuales, sus gobernantes. País de contradicciones y de
diagnósticos al por mayor y según quién los sufrague, somos una colectividad
sin rumbo ni norte, y ni siquiera sabemos qué es Perú y mucho menos recordamos
nuestra historia. País que no lo hace, repite sus errores.
Decir
por tanto que Perú es un país de juguete, como lo ha recordado Juan Sheput en
su columna semanal, no es una invectiva. Por el contrario es un reto, un acicate
para superar semejante condición oprobiosa y trocar el infortunio en victoria y
la estupidez ambiente en creación genuina y heroica de buenos y esforzados
peruanos. Hay en el país aún gente dispuesta a sacrificar su cuota de tiempo
con calidad y generosa gana de hacer un Perú libre, justo y culto. Ciertamente,
también abundan los mercachifles y aventureros.
¿Cómo
se hace esto? Tengo la impresión –que no la varita mágica- que hay que
movilizar a los jóvenes y convocarlos al ejercicio político de enjuiciamiento
terminal y concurso sin dobleces. ¡Hay
que enterrar bajo miles de toneladas de concreto al 95% de la fauna política y
hay que comenzar otra vez la forja dulce y tremebunda de construir un país
desde dentro y desde abajo! Tal como está el Perú, bajo el mando nominal de
mediocres logreros, sólo asimilará cuanto nos impongan desde fuera porque aquí
no hay capacidad de respuesta. Los estudiantes tienen el sagrado derecho y
deber de poner el hombro y mover al país conmoviéndolo desde sus cimientos más
íntimos. ¡Los viejos a la tumba, jóvenes a la obra!
Si la
juvenilia estudiantil se abraza con los hombres y mujeres de buena voluntad que
aún permanecen limpios de obra y espíritu, entonces, el Perú aguarda la señal
de alerta que le ilumine hacia destinos superiores como nación vertebrada y
equipo en Costa, Sierra y Montaña. ¿Es tan difícil la tarea? Creo que no. Pocas
semanas atrás tuvimos la suerte de dirigirnos a un auditorio juvenil. Y la
sorpresa de su respuesta jubilosa y anhelante de directivas claras y simples,
fue para mí, las trompetas del nuevo Jericó que aguarda la república para dar
vuelta a la página actual, mísera y hedionda.
¡El
porvenir nos debe una victoria, hay que arrancársela a la historia!
¡Ataquemos
al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos
el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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