Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
6-1-2022
Democracia electoral devaluada
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En mis años de escolar y universitario el grito protestante
era La revolución es el sufragio.
Entonces el gobierno militar ya sumaba, desde 1968, largos años de permanencia
y desgaste en Palacio. La presión sindical y civil arrancó la convocatoria a la
Asamblea Constituyente que en 1978 comprobó que el candidato Víctor Raúl Haya
de la Torre ganaba, para sí, en simbólico e histórico triunfo popular, más de 1
millón de votos preferenciales bajo el dintel de C-1.
Desde aquella época a la fecha, han pasado muchas lunas,
fracasos, esperanzas y horizontes marchitados por una mediocridad patentizada
en legisladores de escasísima versación cultural, nula capacidad política y
ausencia clamorosa de cualquier atisbo de inteligencia.
En pocas palabras, la democracia electoral sufrió una
erosión irreversible que la transformó de pasaporte cívico a obligación con
multa si no se vota. Los partidos políticos trocaron en clubes y patotas
arrebatándose los puestos públicos y los gobiernos, paradigma negativo de cómo
repartirse contratos con nombre y apellido amparados en un capitalismo salvaje
que destruyó sindicatos, remató empresas públicas y convirtió al tecnócrata en
“hombre de Estado”.
Si Perú es hoy el remedo de nación que es con todo a medio
hacer, plagada de rateros en las reparticiones del Estado e ineptos para una
concepción integral de gobierno y construcción por 100 años, no es por culpa de
fuerzas exógenas o foráneas. Los únicos responsables somos, por angas o por
mangas, nosotros mismos.
Una centuria atrás, la atroz sentencia de Manuel González Prada
advertía: “tomar a lo serio cosas del Perú, esto no es república, es
mojiganga”. Pesarosamente no hay cómo rebatir semejante aldabonazo.
Al momento de redactar esta humilde contribución al debate,
se desconoce si el Apra logró inscribir sus listas para las elecciones
municipales de este año. No hay duda posible en reconocer que dicho movimiento
es cuasi inexistente. Sin parlamentarios, dirigentes en las organizaciones, huérfana
de personalidades de quienes pueda leerse biografías sin mácula, hoy resiente
el paso de la corrupción, de capitán a paje y lo que ayer fue protesta y
heroísmo, hoy es vergüenza pública y humillante papelón ante un pueblo que les
retiró su confianza desde hace largos lustros.
Confinar la revolución de pan con libertad a procesos
electorales que sólo admiten a escogidos o digitados por las cúpulas
maniobreras, es un atraso retardatario. Participar para hacer el ridículo,
sabiendo del escaso arrastre en cualquier parte del Perú, una genuina traición.
La urgente renovación política es imperativo ineludible para
todas las organizaciones que aspiran a tomar parte en el manejo del Estado vía
el gobierno. Hay quienes sí saben o pretenden aparentarlo, cautelar sus
intereses y para ello no dudan en promover vacancias, generar inestabilidad y
alientan el desorden y caos tal cual vemos desde que el señor Pedro Castillo se
alzó con el triunfo electoral insuficiente para liquidar a los majaderos y
desopilantes opositores.
¿Qué caminos o derroteros los que vienen? Es un asunto de
premiosa definición patriótica.
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