Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
11-12-2014
Estupidolandia*
En Estupidolandia no se tuvo mejor idea como leit motiv de
identidad que acuñar su frase más emblemática: ¡Aquí llueve para arriba! Como en el Cambalache inmortal:
¡cualquiera es un señor, lo mismo un burro que un gran profesor!
Sorpresa, pues, no causa que los ministros gocen de
blindajes potentes. Pero el asunto es más democrático aún: conserjes,
legisladores, funcionarios, cabilderos caza-contribuciones y cualquier mediocre
aupado, también vive con protección a prueba de cualquier inteligencia.
País inmenso, rico en biodiversidad, también tiene el dudoso
privilegio de albergar a una fauna variopinta de logreros, mendigos
profesionales, peluqueros sociales, mediocres pedigueños, que se han creído la
fábula de sus logros "en la vida". Si la nación pudiera exportarlos,
pagaría con creces su deuda externa.
¿Qué se necesita para triunfar en Estupidolandia? A no
dudarlo, sine qua non, deviene la categoría indiscutible de estúpido. Recordemos,
a guisa de referencia qué dice un autor europeo, Giancarlo Livraghi, en su
libro sobre esta calidad humana:
"The power of stupidity, May 2009, p.
11: “Never underestimate the power of
human stupidity” .
When stupidity combines with other factors (as
happens quite often) the results can be devastating. In many situations human
stupidity is the origin of a series of events that combine into constantly
increasing complication, with effects that can be quite funny –until we
discover that they are tragic. In other cases stupidity is not the origin of
the problem, but all sorts of stupid behaviors make it worse and prevent
effective solutions”.
Cuando la
estupidez se combina con otros factores (como ocurre muy a menudo), los
resultados pueden ser devastadores. En muchas circunstancias la estupidez
humana es el origen de una serie de eventos que se complican constantemente,
con efectos acaso divertidos hasta que descubrimos su trágica índole. En otros
casos la estupidez no es el origen del problema, pero toda clase de
comportamientos estúpidos empeoran y envilecen las soluciones preventivas
eficaces.
Define Livraghi,
p. 13:
When we try
to understand stupidity, we are dealing with a subject that is scarcely
studied, rarely understood, broadly avoided because it’s uncomfortable and
disturbing (as we shall see in chapter 28.) It’s as though we all knew that we
are stupid, but we uneasy about admitting it."
Un ministro del Interior, con cualidades de bufón
vocinglero, ordena exámenes psicológicos a todo aquél que no "piense"
como él; ministritos brutos pretenden disimular sus torpezas congénitas, es
decir su estupidez natural. Como son tan estúpidos aún no se atreven a
inaugurar el Ministerio de la Estupidez porque no encuentran doctores y
maestros con grados suma cum laude en Estupidez de alta calidad.
Los políticos, o los que así suelen llamarse a sí mismos,
sólo "piensan" en curules, en diputados y si se reivindica el Senado,
en esa cámara, más que sea. Todos quieren vivir de la cansada ubre del Estado y
aspiran a gozar de televisión, micros de radioemisoras o prensa escrita que se
refocila cada vez que cuenta trapacerías de estos estúpidos.
Si la estupidez no construye y por el contrario, destruye,
deviene arduo comprender cómo es que el piloto automático funciona en ciénagas
de estupidez acrisolada, de capitán a paje. Y sólo por la fruición frívola de
concitar "noticias", más de un estúpido estaría listo a asumir el
ministerio de la Estupidez, total -dice- tendría pelotones de secretarias,
manadas de asesores, chofer y gasolina por cuenta del Estado y gastos de
representación, amén de sinecuras múltiples.
En Estupidolandia los diplomáticos menos inteligentes ganan
las distinciones más elegantes y las embajadas más codiciadas. El país, la
nación, el destino manifiesto de país central y con un pasado de capitanía
continental ¡nada de eso importa! Además, ¿no le parece estúpido entender a un
estúpido?
Si Ripley, el de "aunque usted no lo crea" viviera
en Estupidolandia, renunciaría a su margesí de temas insólitos porque aquí
encontraría muchos más y más desopilantes, al nivel de la náusea.
¡Cosa más grande en la vida, chico! exclamaba Leopoldo
Fernández, el genial cubano que interpretaba a Tres Patines.
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*Publicado originalmente en la Red Voltaire el
11-12-2014 http://www.voltairenet.org/article186179.html?var_mode=recalcul
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