Crónicas corovirales (2)
Trump, Freud y el
instinto de muerte
por Jorge Smith
Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
28-4-2020
Me hubiese gustado saber qué hubiese opinado el doctor
Sigmund Freud sobre lo que ha dicho y lo que no ha dicho el presidente Donald
Trump estos últimos días y también sobre lo que ya está haciendo y sobre lo que
quiere hacer.
Freud hubiese opinado que para comprender el proceder de
Trump era necesario tener muy claros algunos conceptos que él había elaborado
después de mucho reflexionar sobre los seres humanos en su comportamiento
individual y colectivo y estos son los conceptos de instinto de muerte, de
duelo y también sobre la negación. Sobre este último concepto, Freud lo plasmó
en forma magistral en un escueto documento de solo 3 páginas hacia 1925. El
concepto de duelo y cómo funciona éste,
ya lo había hecho en su ensayo Duelo y Melancolía, escrito en 1915
y publicado en 1917, y el concepto de
instinto muerte que aparece en muchos de sus escritos, pero mas como una
reflexión que como algo que fuese operativo para la psicoterapia
psicoanalítica, que era su objetivo fundamental.
Freud, humano al fin y al cabo, tuvo que lidiar durante su
vida personal en diversas formas con esos conceptos. Los revisó una y otra vez.
Sobre todo el concepto de duelo pues tuvo que afrontar dos muertes de las
cuales, de alguna manera ya nunca se pudo recobrar. Inicialmente su percepción
del duelo era desde una óptica médica, como un proceso natural y pasajero, pero
diversos eventos hicieron que viese el impacto psicológico y duradero de éste.
Un episodio fue el de la muerte de Sophie, que era su quinta
hija y a la que más quería que murió a la edad de 26 años en Hamburgo como
consecuencia de una neumonía contraída, todo parece por contagio en un hospital
de Hamburgo. Su muerte era el subproducto de la denominada “gripe española”, la
última gran pandemia antes de la que estamos viviendo y que arrasó Europa durante varios años a partir
de 1918. En una Europa que acababa de
salir de la I Guerra Mundial se calcula que murieron unas 100,000 personas por
esta pandemia.
Ya en sus reflexiones sobre la agresividad y sobre los
inicios de esta absurda guerra Freud comenzó a pensar que existía algo así como
un instinto de muerte en los seres humanos. Para él era muy visible en sus
pacientes que una y otra vez volvían a crear
situaciones que los hacían sufrir, creando casi adrede las condiciones
para cometer los mismos errores, y por lo mismo tener las mismas frustraciones
y los consecuentes sufrimientos. Eso también se reflejaba en forma colectiva en
situaciones como la guerra, en las cuales el ser humano da rienda suelta a su
ímpetu destructivo. De allí que fue elaborando el concepto de instinto de
muerte.
Esa guerra fue una carnicería sobre todo por el hecho que la
tecnología bélica había avanzado bastante, creándose armas cada vez más
letales. A la muerte de su hija Sophie, Freud se culpó de no haber podido estar
cerca de ella en los últimos momentos y para colmo el hijo de Sophie, a quien
Freud adoraba, llamado Heinele, y que se vino a vivir a Viena con la familia
Freud, murió a la corta edad de tres años. Las cartas de Freud, dirigidas a su
discípulo Ferenczi y también a sus amigos Binswanger y el pastor Pfister, sobre
estos penosos eventos, testimonian que Freud cambió mucho su percepción de lo
que era el duelo, escribiendo que de la muerte de un ser amado y mas aún los
hijos, el ser humano no se recupera nunca y a través del mecanismo del duelo sólo
se resigna a coexistir con ese dolor.
Dichos. Trump en
un lapso de dos días ha cometido deslices de una gran magnitud que pueden
generar un distanciamiento por parte de sus asesores científicos encargados de
asesorarlo sobre la evaluación y las estrategias para manejar la pandemia como
lo son el doctor Fauci y la doctora Birx. Estos científicos, se sienten cada
vez más incómodos de algunas declaraciones de Trump. El presidente, en la
conferencia de prensa del jueves 23, se atrevió a suponer que si los
desinfectantes sirven para desinfectar superficies externas, quizás podría
experimentarse para ver si se podría generar también una desinfección interna.
Apenas esta declaración se hizo pública esto generó un
pánico mayor y las empresas que producen desinfectantes tuvieron que hacer
anuncios indicando que la gente se abstuviese de ingerirlos por cualquier vía
pues el riesgo podría ser mayor o fatal. Así lo hicieron también diversas
agencias del Estado norteamericano ligadas a la salud.
Este lapsus del
presidente, si bien el día siguiente, in extremis, trató de barajar una disculpa,
aduciendo que lo había dicho en una forma sarcástica, dirigido a los
periodistas que generan fake news o buscan descontextualizar lo que dice. En un
marco ya bastante nervioso en el cual el presidente viene abogando con confusos
argumentos para que los norteamericanos salgan a la calle o a trabajar lo más
pronto posible, para que la economía se recupere, lo dicho sobre los desinfectantes era como si el presidente estuviese
tratando de encontrar maneras para que sus compatriotas se pongan en
situaciones que comprometan su salud física y hasta caigan en riesgo de muerte.
Varias semanas estuvo insistiendo también, que se buscase experimentar con un
medicamento para tratar la malaria, pero la evidencia de que su uso era contra
indicado para aquellos que tienen problemas cardiacos. Al final ya no ha vuelto
a hablar de ello.
No dichos. En la
conferencia del día siguiente al lapsus sobre los desinfectantes, Trump cometió
un lapsus más delicado pero esta vez por omisión, pues obvió pronunciar una
sola palabra sobre el hecho que en los Estados Unidos ya se habían llegado a
las 50,000 muertes a causa del coronavirus. La cifra es simbólica pero llegar a
estos dígitos debe haber causado un fuerte y doloroso impacto por simple
rememoración en los norteamericanos, sobre todo en los adultos mayores que es
la población más expuesta al coronavirus.
Por un hecho muy simple. En toda la guerra del Vietnam, que
fue una desastrosa e interminable aventura, la cifra de muertos alcanzó 58,000
caídos pero ya llegar a los 50,000 era considerado como un traumatismo
nacional. Por eso llegar a esos dígitos tenía una resonancia especial. Los
nombres de todos los soldados caídos en esa absurda guerra están en un
impresionante monumento en Washington que los honra y es de recordar que cada
vez que llegaban los restos de los caídos en Vietnam eran recibidos muy
solemnemente y luego también enterrados con todos los honores.
Los ya más de 50,000 ciudadanos muertos a causa de la
vigente pandemia que por las actuales circunstancias han muerto muchas veces
solos y no han podido ni ser velados, ni enterrados por sus familiares, no
fueron objeto de ninguna señal de duelo por parte de la Casa Blanca pues las
banderas no bajaron en Washington a media asta. No hubo ningún pésame para sus
familiares por parte del presidente. Esto ha hecho incluso más doloroso ese período
de duelo que ya iniciaron en su fuero personal los deudos. Sobre todo la
cantidad excesiva de médicos y trabajadores de sanidad que han muerto cumpliendo
su juramento hipocrático al igual que los policías cumpliendo su deber. Este
detalle puede significarle un costo político muy fuerte en su desesperada lucha
por su reelección al actual presidente.
Lo que Freud hubiese notado inmediatamente en Trump es su
tendencia innecesaria y casi patológica a la negación o denegación. (Die
Verneinung es el término preciso en alemán). Al igual que con el tema del
cambio climático, el presidente sobre el tema de la pandemia, ha negado al
inicio la realidad y luego la gravedad de la pandemia y ha perdido un tiempo
muy valioso, más preocupado por encontrar el causante externo de dicha
pandemia. Sus mismos asesores lo han repetido, que de haber asumido la realidad
y la gravedad de la pandemia, muchas vidas se hubiesen salvado y ahorrado otros
tantos duelos. Nada es más duro que las muertes absurdas e innecesarias que
pudieron evitarse. El duelo en esos casos es más difícil de surmontar.
Va a ser muy difícil que el pueblo norteamericano le perdone
este desliz al presidente Trump. En cualquier circunstancia cuando ha habido
una muerte colectiva sobre todo, los presidentes de los Estados Unidos han honrado
a sus muertos. Lo hizo el más grande de ellos, Abraham Lincoln, frente a los
restos de los 8,000 muertos en Gettysburg durante la Guerra Civil, lo hizo
Clinton por los 160 muertos en Oklahoma en un atentado y lo hizo Obama en el
2015 frente a la muerte de los 9 jóvenes afroamericanos asesinados en
Connecticut.
Algo definitivamente ya no funciona en las democracias.
Quizás porque ya no son elegidos, ni gobiernan los hombres más sabios y
prudentes. El poder hoy en día puede estar al alcance de gente ambiciosa,
intrépida o aventurera que sabe muchas cosas pero que no llega a gobernar, que
no tiene una intrínseca vocación de servicio o búsqueda del bien común. El
poder como se dice se puede obtener hoy en día con mayor facilidad, pero
también se puede perder con mayor rapidez.
Cuando vemos la intransigencia del presidente Trump o la
vehemencia suicida del presidente Bolsonaro de Brasil, el cual parece que no
teme ser contagiado pues cree que la pandemia no pasa de ser una simple gripe,
nos preguntamos si podemos seguir viviendo con la ilusión de que el hombre es
un animal racional o si simplemente la humanidad es una especie que ya cumplió
su ciclo sobre la faz de la Tierra.
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