Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-4-2014
La estupidez amanece
temprano*
Por razones vinculadas al culto de la disciplina física y al
amparo del lema: mente sana en cuerpo sano, corremos diez kilómetros diarios
muy temprano, literalmente mientras que la ciudad o la urbe de cemento duerme.
Pero hay bandadas de conductores, casi siempre los mismos, que no distinguen
carreteras de sitios urbanos y mantienen sus luces altas, potentes, cegadoras,
insolentes y avanzan a velocidades peligrosísimas.
Me refiero a las parvadas de automovilistas que viniendo del
sur o del norte, cruzan el atajo que es el Cuartel General del Ejército,
llamado popularmente "Pentagonito" y no se toman la molestia de
accionar las luces citadinas y conservan las altas porque los pobres ciclistas
y corredores ¡les importan un ardite!
En efecto, entre 4 y 5.30 am, hay, al principio, no más de
quince corredores o ciclistas y a partir de esa hora la cifra se incrementa en
decenas, los que trotan por afición deportiva, de salud o porque no pueden
dormir y prefieren estar en la calle confirmando los movimientos planetarios de
las estrellas o la luna cuando no hay neblina, están amenazados diariamente por
estos irresponsables a quienes parece esfuerzo magno adecuar sus luces a
niveles permisibles.
Por eso sostengo que, para orgullo bobo de no pocos, en Perú
la estupidez amanece temprano. Y aunque suene a galimatías, no lo es si se
trata de subrayar cómo podemos distinguir este rasgo perverso del alma nacional
que sabiendo que hay medidas de seguridad, no las cumple, se zurra en las
mismas y no pocas veces la tragedia corona circunstancias tan abominables como
evitables.
No sólo eso. Hay choferes cuyo "criollismo"
estriba en ir contra el tráfico, "robar" unos cuantos cientos de
metros y a sabiendas que no hay policías que reprendan su mal accionar.
Peor aún. Por lo menos dos o tres veces a la semana hay
émulos de Fittipaldi que confunden San Borja con los grandes circuitos
automovilísticos norteamericanos o europeos y revientan las ruedas de sus
carros a no menos de 120 o más kilómetros por hora. El chirriar de las ruedas
contra el asfalto deja su impronta en largas y fétidas huellas en las pistas.
Más de uno está ebrio.
Los ciclistas no se quedan atrás, hay algunos que han puesto
luces potentes a sus fierros y, para variar, ciegan a los corredores que van en
sentido contrario. La siguiente es una anécdota, no la más ejemplar pero sí muy
divertida: las palabrotas vertidas por un ciclista increpando a un trotador
constituyeron el peor momento y en el mal sitio, el sujeto insultado mide casi
2 metros y pesa algo así como 150 kgs, es buena gente pero se indignó ante la
grosería y si no hubiera intervenido un par de ciudadanos, las magulladuras
habrían impedido al ciclista su entrenamiento por lo menos un par de meses. Si
es que volvía a las andadas.
Como en las grandes capitales, Lima también reconoce a
grupos nutridos de deportistas que hacen gala de fuerza y pundonor desde muy
tempranas horas de la madrugada y eso está bien. Gente muy joven menor de 20
años hasta veteranos con más de 70 y los que pasamos de los 50, todos convictos
en la bondad del ejercicio que provee salud, fuerza y vigor.
Es hora de acabar con la estupidez que amanece temprano en
Lima. Cuando, imposible descartar la ocurrencia, lleguen las tragedias,
entonces, en típico rasgo peruano, lloraremos con lamentaciones atroces, pero
nada podrá devolver la vida a quienes la perdieron tan absurdamente. Como estoy
entre los candidatos, aunque la parca no me quiera ni de bromas, lo he contado
varias veces, prefiero alertar a los lectores normales que duermen mientras que
otros chiflados ya están en las calles.
No puede ser que entre nuestros salvajismos se considere una
habilidad manejar con luces altas, velocidades enormes y desconsideración por
los deportistas que no hacen daño a nadie.
……………………………………
*Publicado
originalmente en la Red Voltaire el 29-4-2014 http://www.voltairenet.org/article183532.html?var_mode=recalcul
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