Tuesday, April 07, 2009

Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo

Los libros, mis amigos
por Herbert Mujica Rojas
7-4-2009

Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo

Trujillo, abril 19, 2007

Señor rector de la Universidad César Vallejo, Sigifredo Orbegozo

Señor embajador Félix C. Calderón

Señor Manuel Jesús Orbegozo

Autoridades de este importante centro de estudios.

Señoras y señoras:

No todos los días un modesto periodista, tiene la feliz oportunidad de
ser invitado por un centro académico de tanto y tan bien ganado
prestigio como la Universidad César Vallejo. El vate liberteño y poeta
del mundo, cuyo nombre ustedes llevan como blasón inconfundible en
honor a las letras, al amor que éstas inspiran y a la dinámica que
impulsa este elan vital, esta noche, se engalana y sublima con un
propósito no menos loable: presentar el segundo tomo de otra de las
célebres entregas del embajador, también liberteño, Félix C. Calderón,
Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, en el capítulo, La
fanfarronada del Congreso de Panamá. No sé bien a cuento de qué estoy
yo aquí, que de presentaciones nada sé y mucho menos de trabajos
históricos como los que suele acometer el embajador Calderón, al
frente de ustedes. Pero en la tribuna de la inevitable circunstancia
siento que debo empinarme, hacer el mejor esfuerzo y convocarles a una
velada que tiene, por fuerza de las circunstancias, que convertirse en
fecha señera, parteaguas indudable, marcador resistente, aporte
notorio, punto de quiebre, en suma, una señal de alerta desde Trujillo
en La Libertad, para todos los pueblos del Perú.

Noten ustedes que en el auditorio también está otra personalidad de
esas que se forjan en el yunque de los años con méritos propios, luz
iluminadora y bondad serena y profesoral como testimonio vívido y
ambulante de que a estos hombres hay que quererlos porque siempre
entregaron todo de sí, por el Perú de sus amores, por el amor a la
causa de justicia y por la enseña indoblegable de ser periodistas con
la verdad ante todo y como escudo a lo largo de altas y bajas, siempre
con la frente en alto y la pluma como arma de trabajo. Señoras y
señores me refiero al maestro, liberteño también, Manuel Jesús
Orbegozo, que hace apenas pocos días en Lima hiciera, él sí, una
magnífica presentación del libro del embajador Félix C. Calderón.

¿Y qué mejor forma de entrar en materia, convocándonos todos, al
conjuro de la figura tutelar de César Vallejo y repitiendo sus
palabras marmóreas en Intensidad y Altura?:

Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay tos hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

Para quienes sospechasen que no hay trabazón entre las inmortales
frases del poeta y cuanto vamos recitando esta noche, sugiéroles que
no lo hagan así. Por el contrario, invito a la Universidad César
Vallejo a una aventura del espíritu porque espiritual es la carga
emotiva que embarga toda empresa humana que comienza en la idea para
arribar a sus realidades mondas y lirondas.

Fue la intensa lectura detallada la que consiguió para el embajador
Félix C. Calderón resultados asombrosos, dicientes y que él, con
generosa valentía, decidió poner al alcance de la opinión pública
nacional y mundial, en forma de libros. Se atrevió a cruzar el Rubicón
impertérrito e intocable que, prácticamente, había hecho de Simón
Bolívar, no un hombre, sino un santo, a quien sólo había que atribuir
hechos magníficos, proezas titánicas, cúspides o Himalayas históricos
de inconcuso refrendo, como también acrítica y mediocre aceptación.
Lejos de cargar las tintas hacia dicterios o invectivas de fragilísima
factura y fácil aclaración, el historiador historió en los testimonios
que Bolívar mismo dejó por mano propia o por interpósita y analizó con
rigurosidad acerada cuánto de lógico, impostado o sobre-actuado, hubo
en aquellos párrafos, ora largos ora crípticos, románticos o cínicos
que la posteridad ha guardado con discreta pasión.

En buena cuenta, el embajador Calderón traza, con las mismas cartas de
Bolívar, una confrontación entre lo que dicen las palabras y lo que
aconteció merced a las crónicas de la fecha, a la historia y encuentra
serias y muy difíciles contradicciones, embrollos, no pocas
revelaciones y desaguisados de muy alto voltaje.

Pudo escribir el maestro, recientemente fallecido, Alfonso Benavides
Correa, en el prólogo al primer tomo de Las veleidades autocráticas
de Simón Bolívar, La Usurpación de Guayaquil:

"La miopía de Bolívar

Bolívar, ahora, es el cautivante y polémico personaje que, con
abundante y novedosa información, así como con brioso estilo, captura
el interés del embajador Félix Calderón, este nuevo libro con el que
incrementa su rica producción intelectual.

No es este libro un nuevo panegírico, sumiso y rendido, como el
Homenaje a Bolívar publicado en 1942 por la Sociedad Bolivariana del
Perú o los Testimonios (estudio y discursos) sobre el Libertador
publicados en Caracas en 1964, por la Sociedad Bolivariana de
Venezuela, sin olvidar, después el famoso Discurso de José Domingo
Choquehuanca, la exposición de Benito Laso a los electores de Puno la
Epístola de José María Pando.

Omitiendo en este apresurado prólogo preferencias a la Federación de
los Andes y a la Constitución Vitalicia jurada el 9 de diciembre de
1826 y abolida, cincuenta días después el 28 de enero de 1827,
provocando una vigorosa oposición en la que prevaleció, como aspectos
principales, el nacionalista, el democrático y el personalista que, el
28 de julio de 1828, citó Mariano José de Arce en la notable Oración
Patriótica en la que, combativamente, se expresó así: "Por muy grandes
que fueran sus servicios, aunque todo lo hubieras hecho sin ayuda de
nadie...... aunque nada le hubieran servido los brazos de los soldados
de las dos repúblicas y los recursos de los pueblos de la nuestra,
aunque él sólo hubiera restablecido la libertad, la gratitud no debía
premiarle a expensas de esa misma libertad. Hacer de la patria el
patrimonio de él habría sido destruir su propia obra. El honor y la
razón han prescrito cierto límites a la gratitud y es una injusticia,
un atentado, pretender traspasarlos. Todos los peruanos deben
conservar agradecimiento eterno a cuantos les han ayudado a conquistar
su libertad; pero un servicio, por muy grande que sea, pierde todo su
valor cuando se pretende cobrarlo exigiendo una injusticia y una
bajeza".

Bolívar –el guerrero, el hombre de salón, el orador, el escritor, el
político, el estadista, el legislador- no amó al Perú."

¡Precisamente! Acaso uno de los méritos más valetudinarios en que
incurra el embajador Félix Calderón en estos dos tomos iniciales, sea
el de haber estudiado a Simón Bolívar, el hombre de carne y hueso, el
cínico gobernante que influye sobre hombres y Estados y que, con el
título de dictador supremo, dividió países, consagró héroes que no lo
fueron y que no amó al Perú porque aquí vino con un designio, de
repente hasta genial, pero distinto, foráneo, alejado, de cualquier
proyecto nacional que tuviere como centro, epicentro y terremoto de
sus mejores conquistas, al Perú de los Incas, a la nación de naciones
y al hermoso país que nos vio nacer. ¡He allí una demostración de cómo
una buena costumbre, la lectura intensa, raigal, firme y sinceramente
crítica, produce revoluciones como las que protagoniza, de repente,
sin saberlo del todo, el embajador Calderón!

Somos un país con ciudadanos que han olvidado el buen hábito de la
lectura. Formamos una nación con ignorancias de suyo condenables.
Tenemos el raro referente de escuchar semi-verdades que, con el
tiempo, trocaron en sentencias apodícticas. Así, el semi-tartamudo,
deviene en orador dilecto. El iletrado con algún respaldo de dólares y
dichos que a fuer de repetidos, tornan en aforismos intelectuales, en
sabio o politólogo, si se dedica a la política, o analista si
demuestra que es menos burro que el resto. Un país que se arma sobre
cimientos al 50%, sólo tiene la mitad de su fuerza o apenas si convoca
a la epidermis de su ser contra un mundo agresivo que nos arrasa con
la fuerza de 100 huracanes premunidos de tecnología, capital y
monstruos, en forma de hombres o mujeres, que nos avasallan con su
nuevo lenguaje, la mitad en inglés y el resto en sílabas (también en
inglés) y que nos convierten en títeres marginales, payasos
insuficientes y seres casi sin dignidad y carentes de cualquier signo
de historia, pasado, apego a la tierra o culto a sus mártires.

Pretendo esta noche celebrar con ustedes el rito de una avenida nueva
que es una aventura que ya tiene un portaestandarte porque así lo ha
labrado su esfuerzo lector y pionero. Ambiciono que La Libertad, a
través de sus hijos contemporáneos y que militan por el mundo, dando
plena demostración de sus inteligencias, dé hoy al Perú un mensaje
firme por novedoso, claro por rotundo, genial porque es posible:

Señoras y señoras, propongo que a partir de la fecha, todos los 19 de
abril, se celebre el Día Peruano de la Lectura y que también
reconozcamos a su insigne creador, el embajador nacido en La Libertad,
ciudadano del Perú y del mundo: Félix Calderón Urtecho.

Entonces, volvamos a la fuente y acudamos a César Vallejo en su poema Masa:

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar

Caminemos por la paráfrasis:

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras Lectura te amo tanto!»
Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.

La rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate Lectura!"
Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
la rodearon; les vio la Lectura triste, emocionada;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar"

¡Esta noche, noche pionera, noche de estrellas y esperanzas de grito
al porvenir y puerta al horizonte nacional, la Lectura, por obra
demostrativa de cómo sirve y enriquece, ha quedado consagrada con su
día, el 19 de abril y su autor, el embajador Félix Calderón, como
jalones de qué puede hacer el espíritu cuando consagra con fuego
creador y atrevido lo mejor de su inteligencia y lo más hermoso de su
amor por el Perú!

¿Que nos alejamos de la presentación del libro? ¡No del todo! Había
anunciado mi desconocimiento real de qué hacía aquí, por tanto, no
pueden decir que no maliciaban que iba a transitar por caminos
distintos y audaces. Sin embargo de cualquier duda, les pido que nos
elevemos hacia aquellas dimensiones de los hombres y mujeres grandes
que marcan con fuego de historia y llama incandescente de forjadores
de sus epopeyas, hacia el llamamiento de una gran empresa espiritual y
cultural que parte de Trujillo y su universidad César Vallejo y su
gonfalonero ilustre, el embajador Félix Calderón, hacia más al norte,
al este y al oeste y al sur del país. Convocatoria que hace sonar las
trompetas del nuevo Jericó para derrumbar los muros de la ignorancia y
la falta de conocimientos. Conjuro de retarnos nosotros mismos, como
lo hizo el embajador Calderón al meterse en una bronca contra miles de
historiadores, que más que historiadores han sido panegiristas
rendidos a la loa fácil y al elogio políticamente conveniente, en una
pelea desigual, rodeado por el silencio oficial de los miedos de
comunicación-intoxicación.

¡Ni una línea alusiva a la presentación del libro en su segundo tomo
en Lima! ¡Ni siquiera porque en ella tuvo parte principal de
exposición el maestro Manuel Jesús Orbegozo, periodista de los buenos,
de fuste y pluma temible! ¡Sin respaldo de su alma máter, la propia
Cancillería que, como de costumbre, y yo siempre hablo muy claro y eso
lo sabe el embajador Calderón, se hizo la sorda! ¡Frente al silencio
de los mediocres, esta noche hacemos el llamado al conjuro de amor al
Perú, de hacer, nuevos caminos con ideas lustrosas y conmemorando, a
partir del 2007, el 19 de abril como el Día de la Lectura nacional!

No soy ni aspiro al sueño interesante de ser académico. Soy apenas un
soldado que milita en el periodismo de frente y con todas sus letras.
Y eso me avitualla de ciertas libertades, por ejemplo, me he saltado
el canon normal que es discurrir por la obra que ustedes leerán,
ahora, estoy seguro, con mayor ahínco. Pero es que Perú tiene que
caminar por los derroteros originales que sus hijos propongan para
mejor descubrir las alamedas democráticas que nos procuren un Perú
libre, justo y culto.

Tenemos aquí en Trujillo, esta noche, el paradigma viviente de qué
produce la lectura crítica y la práctica de un ministerio grave,
examen de conciencia que citaba Alfonso Benavides Correa, reiterando a
José de la Riva Agüero, en Félix Calderón. Y la galería de hombres
ilustres, peruanos todos, y con obvio y célebre predominio de los
liberteños, a los que se agrega con inconfundibles pergaminos, Manuel
Jesús Orbegozo, están casi compelidos a dar los aldabonazos de un Perú
redimido de su ignorancia y liberado de los grilletes más crueles que
pueden atenazar a cualquier país: los de la incultura y la falta de
crítica. El embajador Calderón pecó, si es pecado aquello, de crítica
generosa y abundancia de sentido cultural, nacionalista y peruanizante
sentido de vivir la vida, aquí, y cuando está fuera, recordando su
origen y haciendo de su embajada portavoz, chasqui y atronador grito
de propaganda de nuestras riquezas turísticas, culturales y económicas
que es otra dimensión fundamental de su tarea diplomática.

Vuelvo al ya mentado, varias veces hoy, maestro Benavides Correa,
cuando en el citado prólogo de hace dos años fragorosos, de forja
dulce y de horas luengas como apasionantes porque así era trabajar con
él en empresas comunes y escribió palabras que puédense aplicar
también, con igual sentido y cariño fraterno, al segundo tomo La
fanfarronada del Congreso de Panamá:

"La crítica, sin embargo, no será unánimemente laudatoria. Las
críticas se resienten de superficialidad, de carencia de
fundamentación histórica y sociológica seria; no van a fondo en el
examen de los problemas ni intentan revisión alguna de las cuestiones
que realmente importan a la República; optando generalmente por el
ominoso silencio. Esto ocurre no sólo en el Perú. Es el caso de Manuel
Ugarte o el coraje civil. En su Historia de la Nación Latinoamericana
anota Jorge Abelardo Ramos: "el irritado silencio que ha rodeado
siempre a la figura de Ugarte no sólo es necesario atribuirlo al papel
de "emigrado interior" del intelectual del 900 en las semi-colonias,
sino al "leprosario político" en el que la oligarquía y sus amigos de
la izquierda cipaya recluyen a los hombres de pensamiento nacional
independiente".

¿Será una trágica constante, al cabo de años de apostolado, de no
evadir los temas esenciales del drama, luciendo el coraje moral de
estar contra los mandarines, tener, sin prensa adicta, un atardecer
escéptico por el silenciamiento?

Lima, junio del 2005"

Apreciado embajador Calderón, señoras y señores: había que salir de
Lima, esa capital infecciosa de placeres mundanos, frivolidades
criminales y delicia de seres fáciles a quienes no alcanza la grandeza
provinciana que crea, como lo hemos hecho hoy, un derrotero, una
esperanza, una señal de alerta, en la oscuridad tenebrosa, en los
potros de bárbaros Atilas que padece el país desde cientos de años a
la fecha. Es su voz escrita con entregas de lectura profunda del
embajador Calderón, vertidas en ya más de 8 libros, los que alientan
la esperanza de surcos jóvenes que aguardan al obrero humilde de
lecturas múltiples y enriquecedoras de su mañana mejor porque así
tendrá que ser el Perú de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos.
Tenía que ser aquí en La Libertad donde se pudiera romper el cerco
envidioso de miopes y présbitas, enceguecidos en pasiones subalternas.
¡Cómo no recordar, otra vez, a Vallejo, cuando en Huaco dice:

Yo soy el coraquenque ciego
que mira por la lente de una llaga,
y que atado está al Globo,
como a un huaco estupendo que girara.

Yo soy la llama, a quien tan sólo alcanza
la necedad hostil a trasquilar
volutas de clarín,
volutas de clarín brillantes de asco
y bronceadas de un viejo yaraví.

Soy el pichón de cóndor desplumado
por latino arcabuz;
y a flor de humanidad floto en los Andes,
como un perenne Lázaro de luz.

Yo soy la gracia incaica que se roe
en áureos Coricanchas bautizados
de fosfatos de error y de cicuta.

A veces en mis piedras se encabritan
los nervios rotos de un extinto puma.
Un fermento de Sol;
levadura de sombra y corazón!

Recado del corazón, jaculatoria de honor, notificación que estamos
siempre al pie de las mejores causas. Puedo decir que desde hace más
de 6 ó 7 años, aprendí a conocer de la pluma leída y rica del
embajador Calderón, un ejemplo de vida, un bronce de valiente
paciencia, un apoyo intelectual de primerísima calidad. Testigo soy de
muchos de sus mandobles al sistema, de repente, con modestia de alumno
tímido, hasta cómplice de una que otra travesura, pero siempre
inspirado en el ejemplo diáfano de hombres que hacen que la vida sea
un conjuro de amor y querencia por la tierra y devoción inobjetable y
eterno por el Ande y su historia. Tengo que decir que La Libertad
tiene el privilegio hoy de proponerle al Perú un Día de la Lectura que
será el jalón institucional que nos lleve a navegar de la mano de su
primer piloto y creador, el embajador Félix Calderón, hacia nuevos
puertos, mares procelosos pero siempre embebidos de la promesa del
éxito y de la conquista de la victoria de nuestros ideales. Si la vida
no es combate, lucha, pasión y amor ¿qué cosa es entonces?

Aquí estamos, por último, por lo menos en cuanto a mi humilde tenor se
refiere, para decir que aguardamos aún mucho de su producción
embajador Calderón. Que el Perú de adentro, el sincero, ese que
ningunean desde la capital pero que crea inflexiones nacionales de
digna imaginación, le sabe pleno y firme en la bitácora que se ha
propuesto con sus libros que también tendrán que ser leídos y formar
parte del rico acervo cultural y pedagógico del país. Aquí estamos
como cuando el Perú de Grau, Bolognesi, Cáceres y el Soldado
Desconocido de mil batallas heroicas, nos convocó, en los caminos de
Nuestra Señora la Vida a combatir juntos sin conocernos por el Perú y
su gente. Aquí estamos fraternos y limpios, para todos los nuevos
retos a que se nos quiera llamar. Palabra de hoy. Palabra de mañana.
¡Palabra de siempre!

Muchas gracias.

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