Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
4-3-2023
¡Una rata menos!
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Con traviesa solemnidad, debo decir al amable lector que no
me refiero a esos roedores de cuello (algunas veces blanco) y corbata que
inundan toda clase de gobiernos.
Asunto absolutamente común y corriente, podríale haber
pasado a cualquiera.
La aterradora compilación de las últimas 36 horas se refiere
a un hecho auténtico del cual es protagonista una rata fea, veloz y que violó
todo protocolo y se instaló en varios rincones del hogar, dejando las marcas de
su hedionda presencia.
Por donde vivo hay varios edificios en construcción. Los
trabajos remueven todo: desde la base, cañerías, tubos y las alimañas
hospedadas se mudan a otros lugares. La mano humana y la maquinaria producen
esta clase de éxodos.
De tal suerte que alacranes, pericotes, ratas (las de
verdad), arañas, cucarachas, se instalan sin licencia de nadie, literalmente en
cualquier sitio.
En honor a la verdad, las ratas bípedas, elegantes en la
fabla administrativa y el coloquio político, estudian en las escuelas de
corrupción que son gobiernos, municipios, etc. Cientos hablan varios idiomas y
exhiben con regocijo las decenas de títulos, asistencia a cursitos cuyo
testimonio documental son diplomas muy bonitos y uno que otro, sí que aspira al
buen vivir vía el trabajo honesto y esforzado.
¡Precisamente, las ratas bípedas cuando “les malogran la
plaza y el negocio”, se encargan con rapidez ultrasónica, de limpiar los
escenarios y de “cuadrar” a los insurrectos. ¡O se alinean o se van o los
hostilizan a rabiar!
Pero volvamos a nuestra historia.
El jueves por la noche, mientras procurábamos ver una serie televisiva,
de pronto una sombrita pasó a velocidad excepcional generándonos la duda si era
un ave, gato o pericote. De cualquier manera, la conclusión era terminante:
¡había un extraño en casa!
Las aves no vuelan dentro de los departamentos y el gato
tiene tamaño y formas distinguibles muy claras. La conclusión fue: hay un
pericote aquí.
El argot criollo designa a los rateros, amigos de lo ajeno,
picabolsos y rufianes, como pericotes. Pero esos son –hombres o mujeres- habitantes
de la calle donde acopian sus recursos deshonestos. Ergo, no era, el invasor,
esta clase de pericote.
Caminaba por un vestíbulo y de pronto noté una sombra
rapidísima corriendo a toda velocidad y desapareció de la vista.
Me dije: “por muy ratoncito, pericote o rata que sea, no me
va a derrotar, vamos a liquidarlo”.
Confieso que mi experiencia como caza-roedor es
absolutamente ninguna.
Acto seguido, llamé a Héctor (nombre ficticio del eficiente
portero) quien subió escoba en mano para el cumplimiento del noble encargo de
mata-ratas. Eramos dos premunidos de “armas”. Nos pasamos 35-40 minutos
buscando al roedor que de seguro intuyó nuestras aplastantes intenciones y se
cuidó bastante de aparecer.
Buscamos en los rincones, detrás de las puertas, debajo de
las camas, en el amplio jardín donde hay macetas grandes. Y nuestra ineptitud
fue manifiesta: no dimos con el roedor. Hasta imaginaba las risas del animalito
ante dos inútiles.
Al momento de redactar estas líneas me viene a la memoria el
cuento de El flautista de Hamelin que los hermanos Grimm documentaron de una
versión que tiene registro histórico. El pueblo de Hamelin sufrió una invasión
de ratas que aterraron al pueblo y arrasaron con todas las cosechas.
El flautista de Hamelin, ofreció a cambio de una recompensa
dineraria, eliminar la plaga roedora. Y así lo hizo llevando, tras su música
desde la flauta, a las ratas al río donde se ahogaron. Los de Hamelin no
cumplieron con su oferta. Y la venganza del flautista consistió en llevarse a
los niños, también con su música y la flauta.
Cuando los del pueblo se arrepintieron de su mala fe,
recompensaron al flautista y los niños fueron devueltos.
¿Qué tal si inventamos muchas flautas y llevamos a los ríos,
quebradas o precipicios a todas las ratas bípedas que infestan la
administración pública? ¡Y sin retorno posible! ¿No suena tentador el reto?
Para no aburrirlos, cuento, el viernes descubrimos que la
rata (versión genuina), había dejado recordatorios en dos dormitorios pero cayó
rendida de sueño y se escondió muy cerca a una maceta voluminosa. ¡Fue su
perdición! Roberto (nombre ficticio) del otro excelente portero, la avistó y
sin compasión alguna le asestó una tabla que prácticamente pulverizó a la rata.
¡Una rata (genuina) menos!
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