Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
10-1-2023
Perú ¿cueva de bandoleros?
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Una definición simple de bandoleros se lee así: bandido, encartado, brigante,
facineroso, salteador de caminos, fugitivo, cuatrero, malhechor, proscrito o
forajido.
Me inhibo de
hablar de alguien en singular porque la lista sería interminable.
En nuestros
tiempos podríamos aludir a cuello blanco, jueces al peso, burócrata inútil,
legiferante sin luz o inteligencia, ministro bueno para nada, presidente felón
y ratero.
Uno de los
grandes traumas nacionales consiste en que todos saben, supieron y no les
conviene recordar, de las fechorías en que incurrieron los que integran el Perú
formal que maneja el tributo de los ciudadanos y que lo despilfarra impune en
naderías, adefesios y elefantes blancos que se caen a los pocos años de
construidos.
El pacto no
escrito consiste en que el que llega se olvida del anterior cuando pacta
ganancias compartidas del dinero ilícito de las coimas o de las bancas
paralelas que, las más de las veces, funcionan mejor que las oficiales, cuya
violación es “muy trabajosa”.
Fue el
historiador Jorge Basadre, en una de sus sentencias quien dijo lo siguiente:
“Hay, sin
embargo, una leyenda negra sobre la época republicana, aumentada acaso por la
propaganda de González Prada como reacción contra los hombres y contra los
métodos que permitieron el desastre del ’79. Según esta leyenda, la República
fue una cueva de bandoleros. No sentenciemos tan fácilmente a desórdenes y
errores que no dejaron de estar acompañados de esfuerzos meritorios y
sinceros”. (Basadre, 1929, p. XV).
Y así lo
recuerda en su brillante libro Los inicios de la república peruana viendo
más allá de la “cueva de bandoleros”, Natalia Sobrevilla Perea.
Acaso el
dictamen de Basadre para aquél tiempo señalado pueda ser muy, pero muy
discutible.
Aplicarlo al
Perú de los últimos 80 ó 100 años, no admite la más leve duda.
Hemos tenido en
la cosa pública desde presidentes ladrones, genocidas, cobardes y suicidas,
hasta legisladores mediocres, oscuros y rapaces. ¡Ni qué decir de una
burocracia que no ve, no oye, no habla y deja pasar el delito, contribuye a su
perfección administrativa porque el dinero del contribuyente solo es bueno para
el bolsillo privado!
Por falta de liderazgo político, hasta ahora la oposición
protestante no ha presentado una propuesta pública, realista y madura, para
llegar a un acuerdo, a un gobierno fragilísimo que sólo inventa fantoches de
origen boliviano, terroristas y violentistas cuando la realidad dura es que la
violencia del Estado se ha percibido del modo más trágico con 29-30 muertos.
Peor aún, algunos ganapanes cercanos al gobierno, vendieron
el cuento secesionista vía el cual Bolivia extenderá su manto geopolítico hacia
el Océano Pacífico, todo el sur peruano y se aprovechará de las minas en toda
la extensa zona. Rechazo semejante cretinada y pregunto: ¿son los peruanos tan
idiotas como para no advertir que el real beneficiario sería un país austral
que ya demostró cuáles son sus intenciones desde 1836 y también en 1879?
No recordar estas circunstancias que la historia puntualiza
con denodado ímpetu, transparenta un oscurantismo aberrante en todos los
niveles. ¿Y dónde está la Cancillería? ¡A ver si se olvidan de sus taras
capitalinas y se integran a trabajar en las bases!
Perú es un ámbito secular en que el atolondramiento es
genético. Nacemos en desorden, vivimos en el caos, nos aterroriza la pulcritud
documentaria y somos fanáticos de la turbamulta, la bulla, el grito y el caballazo
en cualquiera de sus formas. Si existiera un concurso mundial para definir qué
ciudadano del mundo es más espontáneo, indiferente a las reglas y fracturador
adrede de cualquier armonía, los peruanos ganaríamos por muchos cuerpos de
distancia.
Y lo antedicho no puede constituir motivo de orgullo sino de
vergüenza.
¡Es hora de ponernos de acuerdo en todos los órdenes! Esa
sentencia abominable: “así es el Peru”, debiera ser pulverizada del menú
cotidiano porque es un paliativo vergonzoso. Mal de muchos, consuelo de tontos,
reza el dicho.
¿Cómo, en qué forma, con qué sinceridad, evitar repetir que
este nuestro país sea una cueva de bandoleros?
Y, por favor, los aludidos no reclamen que se ponga su
nombre y apellido. ¡Caraduras!
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