Augusto Dammert: Un peruano de convicciones
por
Wilfredo Pérez Ruiz; wperezruiz@hotmail.com
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13-11-2021
Augusto
Dammert León fue un ciudadano comprometido con los destinos de nuestro país.
Como esmerado discípulo del ensayista y maestro Raúl Porras Barrenechea (1897-1960),
se consagró a grandes asuntos nacionales y estuvo con los ancianos, los presos,
los campesinos y la juventud.
Quienes
compartimos innumerables vivencias a su lado, podemos acreditar de su
discreción y entereza. Hizo un apostolado cívico de su vocación de servicio y
exhibió una trayectoria prístina, despojada de cualquier interés personal.
Desde mi punto de vista, estos son los referentes más precisos para
describirlo.
Entre
muchos otros, nos aunó un propósito: trabajar sin desvelos para hacer realidad
el aprovechamiento sostenido de la fina lana de este camélido, a la que
denominó “la causa nacional de la vicuña”. Su identificación con la compleja
problemática de estas poblaciones, influyeron en nuestro acercamiento. Largas
horas de cometidos, reuniones, periplos, gestiones en entidades oficiales y
entre un sinfín de actividades, me facilitaron conocer una realidad
invertebrada, antagónica y convulsionada.
Viajamos
en julio de 1987 hasta la comunidad de Lucanas (Lucanas-Ayacucho), en cuyas
tierras se establece la Reserva Nacional de Pampa Galeras, llevando el mensaje
de la Comisión Multisectorial de la Vicuña -que presidía Felipe Benavides- para
dar la buena nueva: el Perú -por encargo de las naciones signatarias del
Convenio de la Vicuña- había logrado obtener la unánime autorización de los
países firmantes de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies
Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) -reunidos en la sexta
conferencia anual realizada en la ciudad de Ottawa (Canadá)- para empezar la
confección de telas de vicuña registradas con la marca “Vicuñandes - Perú”.
Dammert
representaba -en su condición de integrante de la comisión consultiva del
titular de la Presidencia- a nuestro recordado amigo y notable líder aprista,
el ministro Nicanor Mujica Álvarez Calderón (1913-2003), quien se unió a
nuestros avatares para hacer realidad la explotación racional de este recurso,
a pesar de las reiteradas y sórdidas maniobras puestas en práctica. Además, fue
asesor ad honorem del Consejo Nacional de la Vicuña y presidente de la
Asociación Pro Defensa de la Naturaleza (Prodena).
En tal
sentido, sus generosas palabras en mi obra “La saga de la vicuña” (1994)
expresan su apego a este proyecto: “…Este
libro centra aquí su aspiración más cara, por eso, si las autoridades actúan en
el Perú con responsabilidad para poner fin a la caza furtiva de la vicuña, si
se castiga de manera ejemplar a los infractores, si se llegan a elaborar telas
con fibra de animal esquilado en vivo, si por la venta de estas telas se llegan
a obtener divisas que permitan atender debidamente a las comunidades
campesinas, si se logra preservar la vicuña de la extinción a la que parece
estar condenada, el libro de Wifredo Pérez Ruiz habrá conseguido su objetivo”.
Augusto
mereció la confianza permanente de Felipe. Por esta razón, no sorprendió su
designación como director ejecutivo y luego en calidad de vicepresidente del
Consejo Directivo del Parque de Las Leyendas: ejecutó una labor impecable. Eran
tiempos espinosos debido a la severa crisis política y económica.
Una
prueba de su fidelidad se produjo cuando Benavides fue injustamente cesado de
la presidencia del Consejo Directivo del Patronato del Parque de Las Leyendas. El 18 de enero de
1991, mediante una insólita resolución suprema se consideró “necesario dar por
concluida” su designación. “Hay que estar en mi sillón para darse cuenta del
difícil trabajo que es”, anotó un día antes desde Londres Felipe, sin
imaginar que se había resuelto darle las “gracias por los servicios prestados”.
Una vez más, dio
muestra plena de rectitud al declarar: “El cese de Benavides del Patronato
del Parque de Las Leyendas es una decisión sorpresiva. No tengo la menor idea
de cuál ha sido la razón para dictar esta medida. Este es un dispositivo de
gobierno de esos que no se alcanza a comprender, más aún si se trata de
Benavides Barreda, toda una autoridad del conservacionismo reconocida en el
Perú y en el mundo. El dispositivo que cesa a Benavides llama la atención por
su brevedad y la sequedad de los términos” (Expreso, enero 25 de 1991).
Augusto afrontó
duros percances al frente del Patronato del Parque de Las Leyendas. Una de las
más graves amenazas estuvo relacionada con el pretendido recorte de sus
terrenos como resultado de acciones ilegales promovidas desde Palacio de
Gobierno entre los años 1985 a 1990. Asumió una difícil y solitaria
confrontación en resguardo de la intangibilidad de este centro recreacional.
A la muerte de Felipe, Augusto redactó un
emotivo artículo titulado “Benavides, una vocación peruanista” (1991) en el que
aseveró: “…No ha tenido éxito la innoble
campaña montada con el propósito de maltratar a Felipe Benavides Barreda, el
peruano diferente que permaneció en Londres como miembro del servicio
diplomático del Perú compartiendo con el pueblo británico los horrores de una
guerra de dolorosa recordación. Se equivocaron quienes creyeron que podían
doblegarle con agravios o con infamias; los que urdían campañas incalificables
en el país y en el exterior, amparadas en el anónimo y en la mentira,
pretendiendo desacreditar al peruano diferente en los medios internacionales”.
A
pesar de las distancias generacionales, forjamos una amistad enriquecida por
las lidias a las que nos hermanó Felipe Benavides. Mi aprecio hacia él se
acentuó al enterarme que había trabajado con mi padre, Danilo Pérez
Lizarzaburu, en la Casa Grace en la década de 1950.
No
puedo omitir evocar sus afables palabras dedicadas al obsequiarme su nota
“Grandezas de don Ramiro” (1988), en alusión al histórico dirigente aprista: “Para Wilfredo Pérez Ruiz, joven ciudadano
de hoy, comprometido en afanes cívicos y en la conservación de la naturaleza.
Que Prialé y Raimondi sean sus ejemplos”.
Al
asumir el liderazgo del Consejo Directivo del Patronato del Parque de Las
Leyendas me propuse rendir homenaje a cuatro apasionados colaboradores de
Benavides: Augusto Dammert León, Miguel López Cano, Nicanor Mujica Álvarez
Calderón y Javier Pulgar Vidal. Con cada uno de ellos labré un efusivo enlace
amical y emocional.
El 27
de enero del 2007, como parte de las celebraciones por el “Día de la Planta”
-esta fiesta popular instituida por obreros y estudiantes en el populoso
distrito de Vitarte en 1922- develamos con su hermana, la inolvidable y
encantadora Victoria, una placa en la que está grabada la siguiente
inscripción: “A la memoria de Augusto
Dammert León, hombre leal y de principios, peruano entregado al servicio del
bien común y gran amigo del Parque de Las Leyendas”. De esta forma,
perennizamos nuestro reconocimiento a su altruista y efectiva colaboración de
tantos años.
Me
enseñó a comprender al Perú y demostró que, a pesar de adversidades y
obstáculos, no debemos renunciar a nuestros sueños y aspiraciones. Su amplia y
desordenada biblioteca -a la que invitaba a conocer a cuantas personas fuesen a
visitarlo- era una comprobación de su inspiración por nuestra identidad
nacional y, especialmente, por la cultura como un valor que humaniza y
despierta sensibilidades.
Peruano
de convicciones, sincero, servicial, admirador del sabio italiano Antonio
Raimondi y del escritor e historiador de ascendencia española Inca Garcilaso de
la Vega, considerado el “primer mestizo
biológico y espiritual de América". Será un referente para hombres y
mujeres de buena voluntad. Jamás escuché de él un comentario que evidenciara
odio, rencor y resentimiento. Puso “la otra mejilla” y enfrentó la vida con
firmeza y rectitud.
Predicó
con la coherencia de su proceder cristiano, despojado de bienes materiales y
ostentaciones económicas. Su sencillez y austeridad muestran su inimitable
línea de comportamiento. Se diferenció por esparcir semillas de solidaridad e
inequívoco amor al prójimo.
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