Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-9-2006
Designios geopolíticos aviesos
En el Epílogo* de su notable libro, Las veleidades autocráticas de
Simón Bolívar, el embajador e historiador Félix C. Calderón, discurre
con sobriedad, tanto en el estilo cuanto que en la visión crítica y
dura de lo que fue la mediocridad de las castas gobernantes, en torno
al porqué de nuestro actual país de confundidas gentes. Si a ello se
añade que, para variar, entre 1821 y los días actuales, la
improvisación, estulticia, nepotismo abyecto, atolondramiento e
idiotez cuasi congénitas, persisten, como las pirámides, burlándose
del tiempo como constantes perennes de la historia nacional, entonces
hay que buscar y entender, como impugnar, las causas de esta situación
tan dramática. Con ese propósito reproducimos literalmente dicho texto
final que anticipa, valga la acrobacia literaria, otros tres tomos
iguales de nutridas y sorprendentes revelaciones y apuntes que nuestro
connacional ha descubierto en torno a la peripecia vital de Simón
Bolívar, lo real de su figura e influencia desequilibrantes y la
revelación de no pocos sucesos maquillados o fabricados por la
leyenda. (Herbert Mujica Rojas)
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El Perú republicano desde su nacimiento no ha podido sobreponerse a
dos designios geopolíticos aviesos. Bolívar, el genio del norte, cayó
en la cuenta en la campaña de Quito que debía romper el espinazo de
los Andes en su parte donde se encontraba históricamente el centro
geopolítico, para de esta manera poder sojuzgar a la gran nación que
vivía ancestralmente en las tierras altas. Las batallas de Junín y
Ayacucho le demostraron al caraqueño que los pobladores del ande eran
aguerridos, además de auto-suficientes. Por eso creó Bolivia, no por
ser amante de la libertad de los pueblos, sino para modificar el
centro geopolítico de esa gran nación andina, que era el Cusco,
animado por ese viejo precepto romano de dividir para imperar. La
prueba de ese designio adverso para el Perú histórico se encuentra en
la pretensión que puso de manifiesto al año siguiente de volver a unir
al Perú con Bolivia, a condición de debilitar aun más al Bajo Perú, no
solo arrebatándole su extremidad sur hasta Arica, sino partiéndolo aun
más hacia el centro y hacia el norte.
Cuando el Bajo Perú perdió a su hermano denominado el Alto Perú, fue
en ese momento en que también perdió la brújula de su destino
geopolítico en América del Sur. Porque la gran nación andina quedó
artificialmente dividida por fronteras caprichosas que fueron
enseguida germen de confrontación por más de un siglo entre pueblos de
la misma sangre. El lago Titicaca que simboliza la continuidad de la
nación andina y que es cuna mítica de sus padres fundadores Manco
Cápac y Mama Ocllo, sigue siendo todavía una fuente nutriente de agua
dividida imaginariamente en homenaje a las veleidades geopolíticas de
Bolívar, haciendo escarnio del mandato ancestral.
Pero el caraqueño no solo se contentó con descuartizar a la gran
nación andina, también se esmeró en eliminar o desterrar toda
resistencia de los hijos de estas tierras que enarbolaban el
estandarte nacionalista para el nuevo Estado peruano o que propugnaban
una república con raigambre telúrica. Por eso fue asesinado José
Faustino Sánchez Carrión y por eso mismo se extirpó de la naciente
administración pública a las mentes opositoras o renuentes a aceptar
la satelización del Perú, quedando como testimonio de la revuelta
contra esa voluntad mefistofélica el alegato de "Vidaurre contra
Vidaurre." Bolívar se rodeó de gente servil, adulona y de pocos
escrúpulos. Y fue esta gente el embrión de la mediocre casta política
peruana del siglo XIX que en vez de hacer del Perú un dinámico
Estado-nación solo se preocupó de administrarlo y, por añadidura, lo
hizo mal.
Muerto Bolívar, fue esta vez Diego Portales, el genio del Sur, quien
salió a combatir el proyecto de fusión de los dos hermanos andinos que
puso en marcha el general Santa Cruz bajo la denominada Confederación
Peruano-Boliviana. Portales entendió muy rápidamente que una tripa
territorial, pobre y estéril como era Chile, se vería siempre
amenazado si la gran nación andina volvía a reunificarse. Y logró su
cometido, gracias en parte al apoyo de miopes dirigentes peruanos,
enfrascados en rivalidades fratricidas e incapaces de proyectarse
geopolíticamente en el tiempo. Posteriormente, en 1879, los seguidores
de Portales en Chile entendieron que había que arrebatar el acceso al
mar a los bolivianos si se quería además usurpar las riquezas
salitreras peruanas de Tarapacá. Para colmo de males la suerte
acompañó aquella vez doblemente a los usurpadores porque la
entrañablemente peruana Tarapacá les ofreció después generosamente el
cobre, que les permite ahora ser el primer productor mundial y fuente
de su progreso económico. Pero claro, como hemos visto, los
descendientes de la mediocre casta política que se cobijó bajo la
dictadura de Bolívar, no estuvieron en los años previos a 1879 a la
altura del desafío histórico, despilfarrando la riqueza del guano y
creyendo ingenuamente que eran suficientes pactos secretos, mal
redactados y pésimamente concluidos.
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*Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar. Tomo I, La usurpación
de Guayaquil; Félix C. Calderón; Lima, Aleph Impresiones, 2005.
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