Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
30-5-2024
¡Ladridos o rebuznos no refutan ideas!
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De un tiempo a esta parte (o sea, estos últimos 30 años),
sectores exaltados por la plena ignorancia y barbarie de usos y costumbres,
vienen profiriendo ladridos y rebuznos sobre lo que no les gusta. Muestran
dientes, garrotes, voces broncas ¡pero NI
UNA IDEA!
Decía el argentino Domingo F. Sarmiento: ¡bárbaros, las
ideas no se deguellan! Y razón no le faltaba.
Un grupo de trogloditas de derecha, que se hace llamar
“resistencia” y que la fabla popular ha bautizado como la pestilencia, suele
visitar presentaciones de libros, manifestaciones políticas, casas de
periodistas y dan rienda suelta a un salvajismo del peor calibre en que
menudean dicterios, ofensas, amenazas, matonerías.
A estos simios diestros, se les deja actuar y son muchas las
oportunidades en que han ratificado con exhibicionismo acérrimo, su primitiva
concepción que los debates se resuelven a puño limpio o con groserías. Llama la
atención que obren con escandalosa impunidad.
Cuando en los años 30, los nazis destruían los comercios
judíos, también apilaban cerros de libros de estas personas, en las pistas y
les prendían fuego. ¿Mostraban fortaleza ideológica o “superioridad racial”?
¡Pamplinas, eran la personificación de la barbarie!
Con algo más de letalidad, motociclistas arremeten a
balazos, todos los días, contra personas en ajustes de cuentas de necesidad
mortal. El crimen del que los miedos dan cuenta, versa sobre un individuo que
subió, con el casco de motociclista puesto, hasta el tercer piso, avistó a su
presa y la despachó de tres tiros.
Otra clase de asesinos, dueños de empresas de transportes,
no otorgan mantenimiento a sus unidades y son frecuentes los despistes, los
choques y víctimas a montones en todo el Perú. Como este macabro asunto ocurre
a cada rato, ya “no nos llama la atención”.
Años atrás charlaba con el chofer de un taxi en la bella
ciudad de Buenos Aires, y aquél atribuía toda la culpa del “tráfico infernal en
Capital Federal” al turco Menem y que esa era su herencia y legado. Cuando le
conté cómo era en Lima, me contestó con asombro porteño “ché, ¿de qué planeta
son ustedes?”
Un ex ministro, locuaz eslabón parlante del premio Nobel,
Mario Vargas Llosa, presentó la reedición de un libro en torno a presuntas
irregularidades del extinto Alan García. En lugar de organizar una defensa
documentada, plena en argumentos sólidos, lógicos y contundentes, algunos
creyeron que la “refutación” consistía en bulla desmedida y alaridos.
La pregunta es simple: ¿hubo o tuvo alguna eficacia
semejante exabrupto a cargo de irregulares de quienes se tiene duda siquiera
que sepan leer y comprender aunque sea una pizca?
Desbarrancarse por los dudosos caminos de esta clase de
“debates” sólo puede garantizar que algún desequilibrado, de uno u otra
trinchera, genere un disparo y que el resto imite, iniciando el desmadre con
muertos y heridos.
Antaño, a pesar de las animosidades, los cuadros acometían
la liza con ideas, argumentos, entrenamiento en la oratoria y gesticulación y
con el propósito sano del choque de ideas y la síntesis, luego de la tesis y
antítesis, ante auditorios ávidos de conocimientos.
Cierto que con frecuencia las calenturas de alto voltaje aderezaban
las citas y terminaban a capazos.
Pero solazarse sobre la “valiente” grita sin aportar ni un
reto o un desafío, para mostrar sus verdades, sí que es una subversión sobre el
acto civilizado de intercambiar puntos de vista o pareceres. La exhibición
zoológica es exclusiva para los animalitos.
En alguna oportunidad, Nico Mujica, me refirió cómo las
barras sanchecerristas abarrotaban las galerías del Congreso Constituyente de
1931 y seguían los grandes debates en que se lucían como espadachines finos y
convincentes Manuel Seoane, Luis Alberto Sánchez, Luis Heysen, Manuel Arévalo y
otros. El resultado era que a mitad de semana, los urristas dejaban de serlo,
rompían su carné y se afiliaban al novísimo Partido Aprista.
La tremebunda bestialidad de exaltados no rebate ideas. La
trapisonda de la grita suena fuerte pero tampoco contradice con argumentos al
contrario. La arquitectura de una polémica debe reconocer la calidad de los
intervinientes o la estupidez altisonante. No se construye un país sobre
vidrios rotos sino se lo macera y abona con ideas desde las más elementales
hasta las sofisticadas.
La grita producida por los dogos no alimenta un extraño
culto por su líder, antes bien lo degrada y envilece, mientras que otros
presentan estructura de afirmaciones y las fundamentan con lo que llaman sus
verdades, algunos desperdician el tiempo y nadan en la ciénaga improductiva de
malos olores y orfandad argumentativa.
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