Crónicas corovirales (6)
El coronavirus, el
político y el científico
por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
27-5-2020
La toma de decisiones sobre temas que van a tener un impacto
social, tienen en el caso del político y el científico parámetros muy
diferentes. El político puede tener la intuición y el pragmatismo de tomar una
decisión que puede ser acertada o no, frente a una urgencia. Sin embargo, el
político, que en muchísimos casos suele ser abogado, sabe que las decisiones
deben estar enmarcadas dentro de una maraña de regulaciones, que no puede
violentar. No puede aventurarse a violar la constitución o diferentes
regulaciones que le crean un límite a su margen de maniobra, como suelen ser el
Congreso, la Contraloría, etc.
Siempre, además, frente al manejo de lo público en una
pandemia, habrá una persona, funcionario, periodista o institución que para
diferentes temas o ámbitos cumple el rol de lo que los anglosajones denominan
“Whistle blower” (señal de alerta), tema sobre el cual el jurista peruano-suizo
Carlos Jaico ha escrito un interesante texto, que ameritaría ser traducido y
publicado en castellano. El señala que si no se dan señales de alerta sobre
actos que van a ir en contra de los intereses de la comunidad es porque no hay
protección debida a quien hace la denuncia.
En emergencias como las que estamos viviendo, se producen un
sinnúmero de situaciones, que podrían ser objeto de señales de alerta. Por
ejemplo en las compras de insumos diversos, que no conviene comprar y ni
siquiera aceptar como propuesta pues no cumplen los requerimientos debidos, o
si la oferta tiene un costo excesivo en relación a los precios habituales.
El miedo a las represalias hace que alguien se calle y sólo
nos enteramos cuando la compra indebida y el posible delito ya está perpetrado
y se convierte en escándalo mediático.
El hecho que en una situación de urgencia o en un estado de
emergencia se tengan que tomar decisiones rápidas, no quiere decir que se deba
obviar el más mínimo criterio para tomar dichas decisiones. ¿Se debió por
ejemplo, informar inmediatamente al ministerio que los respiradores comprados y
no entregados a la región Tacna, se estaban ofertando a tres veces su precio a
un hospital limeño (del Estado)? Claro que se debió informar. ¡Se debió
informar que las pruebas serológicas dan una información válida, pero diferente
de aquella que dan las moleculares para la urgencia de una acción inmediata
como la actual! Claro que se debió hacerlo. En un ámbito tan delicado como el
médico, en una situación de urgencia, las consultas antes de tomar una
decisión, se las debe consultar a los técnicos o científicos, que hay pocos
pero los hay en Perú, y no dejar que las decisiones las tome simplemente un
funcionario, que aunque esté empoderado para tomar una decisión de compra, no
puede darse el lujo, ni por asomo, de tomar decisiones, que sean
controversiales en las actuales circunstancias. Quienes tomaron decisiones para
acelerar una decisión de compra dudosa y no pudieron defender la decisión con
solvencia profesional o con sustento técnico están definitivamente en falta.
Ese es el riesgo de una politización excesiva como la que estamos viendo en
Perú, con muchos aspectos del manejo de la pandemia.
El presidente sin ser un científico, al inicio, tomó una
decisión rápida, acertada y dura como el confinamiento y toque de queda. Uno de
los primeros en América Latina. Fue una decisión política atinada, en momento
que no se prevía la magnitud de la pandemia. Y debemos agradecer que dicha
medida nos ahorrara miles de muertos. De allí en adelante los criterios o
decisiones para manejar el tema, debieron haber sido estrictamente técnicos.
Lamentablemente allí lo político comenzó a intervenir en la toma de decisiones.
Hubieron avances y retrocesos en muchas medidas que se tomaron, y
lamentablemente no llegó a cuajar el poder armar un comando técnico, que
tuviese un manejo riguroso de la data recabada sobre el crecimiento del
contagio. Se avanzó mucho en las decisiones ligadas a la carencia de
infraestructura de todo tipo, y es injusto acusar al gobierno por carencias en
el sector preventivo, que acarreamos desde hace mas de 50 años por no decir
desde siempre. Si algún alivio podemos darnos es que esta vez la desgracia nos
agarró con plata, y justamente por eso que algunas críticas acentúan la
gravedad, diciendo que lo que se pudo comprar no se compró, o que tal cosa que
se pudo hacer no se hizo.
Lo cierto es que la magnitud de este desastre médico y
sanitario ha agarrado a países pobres y ricos por igual. Nadie estaba preparado
para algo de tal magnitud. De los países mas ricos del mundo, solo Alemania
y relativamente Japón y Canada, puede
decirse que han podido evitar que el costo en vidas humanas no sea tan trágico.
Francia, España, Italia e Inglaterra y ahora también Rusia, tienen una tasa de
infectados y fallecidos que por un buen rato los tendrá traumatizados. Ni qué
hablar de los Estados Unidos, donde la intransigencia política del presidente
Trump, retando la prudencia de los científicos, puede hacer que una segunda ola
tenga consecuencias desastrosas y lo que es peor previsibles.
Para un político una circunstancia como la pandemia es una
panacea. Le permite experimentar decisiones populistas de todo tipo, adquiere
un sentimiento de omnipotencia, en desproporción a sus verdaderas capacidades.
Frente a un enemigo común, esta vez invisible, como en una situación de guerra,
la gente en su desesperación se aferra a un líder o busca uno.
Lo penoso de esta pandemia, es que corre el riego de
llevarse también, de yapa, lo poco de democracia real que nos queda, nuestras
pequeñas libertades de desplazamiento y asociación. La libertad de criticar
todavía existe, pero el Estado ya no parece sentirse obligado a ser
transparente de lo que hace, ni argumentar las razones por las cuales toma tal
o cual decisión.
Sin quererlo, estamos quizás, asistiendo también al réquiem
de una forma de modernidad que creíamos que alguna vez llegaría. Mala suerte.
Un perro se nos cruzó en el camino o no vimos al gato negro rondar por
allí.
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