Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
10-10-2016
Carlos Roose Silva,
Pachochín, el hombre pegado a la letra
Uno de los hombres dotados de humor excelso, risa franca,
mirada miope y anécdotas por millones, Carlos Roose Silva-Pachochín, acaba de
partir la madrugada de hoy y su querida sobrina, Elena Suárez, desde
Gringolandia, tuvo la fineza amical de avisar y la pena inundó todo mi entorno.
Fueron él y Andrés Townsend Ezcurra, los responsables que hiciera desde 1974 en
adelante, intentos de alguna producción periodística.
En 1947, creó Roose a uno de los más divertidos personajes
con que su genio artístico marcó su impronta: Pachochín, el hombre pegado a la
letra. Y publicó en La Tribuna en días fragorosos cuando era un joven bromista,
de chascarrillo en ristre y salidas que provocaban risas y diversión. Fue tanta
la identificación con su personaje que él contaba, riéndose, que cuando le
llamaban Carlos Roose no se daba por enterado, en cambio si alguien musitaba
Pachochín, respondía: “para que soy bueno”.
No estoy muy seguro si alguna vez se hizo el reconocimiento pero
Pachochín fue el gran pionero de la caricatura política del Perú; su
circunspección era de tal jaez que pocas veces se molestaba y siempre buscaba
el sesgo apacible aunque sus juicios fueran, en no pocas ocasiones, lapidarios
para quienes le ofendieron.
Entre 1956-62, fue fotógrafo en el Congreso y una de las
primeras veces no tuvo mejor idea que sentarse en un escaño mientras que
aguardaba la ocasión de tomar sus fotos. Y no se paró hasta que el
parlamentario titular del escaño le hizo entender que allí sólo podían estar
los legisladores. Pachochín casi lloraba de risa al narrar esta anécdota.
Manuel Prado, en 1960, tuvo la audacia de pedir que su
enemigo, Pedro Beltrán se hiciera cargo del ministerio de Hacienda, asunto que
no pudo eludir el dueño de La Prensa. Entonces Manuel Seoane, director de La Tribuna
indicó a Pachochín que debía hacer las mejores tomas de Beltrán en sesión del
Congreso. Roose se acercó a Townsend para preguntar con candorosidad curiosa: “¿quién
es Beltrán?”. Don Andrés recordaba, con carcajadas ruidosas, el episodio en una
de las tantas reuniones que mantuvimos él, Roose y el que esto escribe cuando,
en 1977, hacíamos la Historia Gráfica del Aprismo.
Pachochín solía brindar amistad, circunstancia que
administraba con generosidad y bonhomía incomparables, era difícil no acudir a
su convocatoria. Empecé a buscarlo en su casa y aprendí de música, historia,
arte, teatro; conocí a muchas de sus sobrinas, amistades que duran hasta hoy –por
lo menos eso creo-, trabé contacto con Lily, Dino y doña Julia, la familia de
Carlos y recibí fraterna acogida y coscorrones cuando las calaveradas con niñas
parientes o amigas.
En el piso 11 de un edificio de la Avenida Abancay funcionó
por largos años la famosa Peña periodística que tomó el nombre de Peña 11 en
honor a la altura en que se encontraba. A mí me tocó conocer otra etapa los
viernes a partir de las 9 de la noche en la Asociación Guadalupana. Célebre fue
la “máquina infernal” que siempre llevaba con 100 cassetes Carlos y con toda
clase de música. Recuerdo a Julio César Arriarán, Puchito, Carlos Sánchez
Manzanares, Dante Piaggio, entre los que se fueron y a Carlos Sánchez
Fernández, Gastón Vásquez Dávila, Pedro Flores Figueroa, Manuel Cenzano Mayorca,
Cayo Pinto y cien más entre directores, jefes de redacción, periodistas,
artistas, músicos, pintores, historiadores, intelectuales que pasaron por esas
muy alegres citas en la Av. Alfonso Ugarte.
Hay capítulos como para escribir un libro.
Tuve el raro privilegio de ser habitúe en la casa de Carlos
y hasta una Navidad la pasé con él y su familia porque vivía por aquella época
el exilio a que me había conducido la malacrianza de que entonces era portador.
Los años han limado esas garras aunque sigo rugiendo de cuando en vez.
Meses atrás charlaba vía Facebook con Lily y planéabamos un
reencuentro. Premunido del teléfono llamé a Carlos y fue una grata sensación
volver a oírle siempre tan cordial, risueño, capaz de comentar en broma
cualquier suceso. Lo cierto es que los días, semanas y meses se pasaron con
rapidez y no hicimos efectivo el convite.
Estoy seguro que muchos compartirán, también, sus jornadas
con Carlos Roose Silva, genio del trazo y persona de una modestia conmovedora
aunque fue uno de los adelantados gráficos al que Perú debe un homenaje
fraterno y meritorio.
¡Descansa en paz querido Pachochín!
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