Batalla de San Juan y Chorrillos
por Ernesto Linares Mascaro; elinaresm@yahoo.com
13-1-2011
La
batalla de San Juan y Chorrillos es la más grande en la historia del Perú por
la cantidad de hombres enfrentándose, se realizó el jueves 13 de enero de 1881
y este jueves se recuerda los 130 años de aquel hecho.
Esta
acción de armas es conocida en Chile como batalla de Chorrillos por ser el
pueblo de ese nombre cercano a la batalla y sus alrededores fue donde se llevó
la parte más larga y dura de la lucha. En Perú es conocida como batalla de San
Juan o batalla de San Juan y Chorrillos, porque la línea de defensa era
conocida como línea de San Juan y porque en el cerro Salto del Fraile en
Chorrillos es donde fue el último punto de resistencia peruano.
No
hay muchas versiones de sobrevivientes peruanos sobre esta batalla. La más
conocida es la del general Pedro Silva en sus 2 partes oficiales publicados en
los diarios El Comercio y La Tribuna y también está el parte oficial del
coronel Arnaldo Panizo sobre la defensa del Morro Solar también publicado en el
diario El Comercio. Varios años después de la batalla fueron publicados algunos
relatos. Entre estos están los que relatan la lucha en el Morro Solar que son
los del capitán Silverio Narvarte y el sargento mayor Pedro Alcócer, ambos del
batallón Guardia Peruana N° 1; está el opúsculo “Como Fue Aquello” del coronel
Víctor Miguel Valle Riestra, que relata la lucha en Chorrillos (en las campiñas
y en Santa Teresa); la carta que el coronel Manuel Pereyra en donde narraba
como fue la batalla en San Juan, en el sector de Cáceres, publicada en el libro
“Artículos Militares” de Alejandro Montani; el memorándum y las respuesta al
cuestionario del comité de damnificados italianos del coronel Belisario Suárez,
publicados por su descendiente Rómulo Rubatto; cuestionario del comité de
damnificados italianos del coronel Arnaldo Panizo, publicado por su
descendiente Juan Carlos Flórez, y el más conocido, el testimonio del Mariscal
Andrés A. Cáceres publicado inicialmente por su hija Zoila Aurora Cáceres en su
libro “La Campaña de la Breña”.
Uno
de los testimonios más interesantes y poco conocido es el de José Torres Lara,
quien entre 1911 y 1912 publicó una serie de 5 opúsculos sobre sus vivencias
durante la guerra con el título de: “Recuerdos de la Guerra con Chile (Memorias
de un distinguido)”. El primero de estos tenía por título “La batalla de San
Juan”, en donde él narra cómo vivió aquella batalla en el batallón Concepción
en donde él estaba enrolado. El siguiente opúsculo trata sobre la batalla de
Miraflores y los 3 últimos sobre el primer año de la guerra.
Algunos apuntes sobre la batalla de San
Juan y Chorrillos y el testimonio de José Torres Lara
El
testimonio de este peruano es bastante interesante porque narra los
acontecimientos desde la lucha en San Juan, la posterior retirada de ahí, la
resistencia en las afueras de Chorrillos y la retirada a Miraflores. También lo
es porque es de un soldado y no de un oficial o miembro de la plana mayor. El
mismo José Torres cuenta porque le llaman distinguido: “… ya soy soldado de
veras; soldado distinguido se entiende. Los rasos nos llaman distinguidos de…..
porque lo que caracteriza la distinción
es estar exceptuado del servicio de baja policía, y lo más característico de
esto es el tener que botar diariamente los depósitos de aquello….. de ahí el
mote. Otros nos dicen “distinguidos mataperros”, no por la acepción común del
calificativo, sino por el motivo especial que ya veremos” (1).
En
cuanto a la batalla, la línea peruana estaba defendida por los Ejércitos del Norte
y del Centro, al mando del general Ramos Vargas Machuca y el coronel Juan
Nepomuceno Vargas respectivamente. Cada ejército tenía 5 divisiones; las
primeras 3 divisiones del Ejército del Norte formaban el 1° Cuerpo del ejército
al mando del coronel Miguel Iglesias, quien también era Secretario de Guerra,
las otras dos el 2° Cuerpo del ejército al mando del coronel Belisario Suárez,
las divisiones 3ª y 5ª del Ejército del Centro con una división volante
formaban el 3° Cuerpo al mando del coronel Justo Pastor Dávila y las divisiones
1ª, 2ª y 4ª formaban el 4° Cuerpo del coronel Andrés A. Cáceres. Los ejércitos
estaban al mando del Jefe Supremo Nicolás de Piérola y tenía como Jefe del
Estado Mayor General de los Ejércitos al general de brigada Pedro Silva. Los 4
Cuerpos del ejército también tenían bajo su mando la artillería, las fuerzas
irregulares, los ingenieros, el personal administrativo o la caballería que
estuviera en su zona. José Torres Lara era soldado del batallón Concepción N°
27, formado mayoritariamente por conscriptos de Junín, al mando del coronel
temporal Juan E. Valladares y junto con el Ancash N° 25 y Zepita N° 29 formaba
la 5ª división del Ejército del Norte. La mayoría de soldados peruanos tenía el
uniforme color blanco, es algo que se debe saber para entender ciertas líneas
del relato.
El
ejército peruano en la batalla de San Juan y Chorrillos tenía 18,650 soldados.
De esto se le debe descontar mil hombres porque las fuerzas irregulares estaban
armadas en parte y el resto, con rifles Minié, así como la administración
militar y a que el batallón 23 de diciembre estaba incompleto; se le descuenta
otros 2,150 hombres del batallón de Guardia Civil, la columna de Honor que
estaba en Monterrico, la columna de Pachacámac, una parte del Cuerpo de Dávila
y otra de la de Suárez que no combatieron, de tal manera que el día del combate
sólo habían 15,500 soldados disponibles en el ejército peruano (2).
El
ejército chileno tenía 23,129 hombres disponibles el 12 de enero de 1881 (3).
En
cuanto a las posiciones peruanas, éstas abarcaban unos 12 Km, iban desde las
orillas del mar hasta cerca al cerro San Francisco. Los peruanos llaman derecha
a sus posiciones en Chorrillos e izquierda las de San Juan. La línea de defensa
era las alturas al sur de Chorrillos y San Juan, empezaban en las alturas de
Marcavilca (entre las playas La Chira y Conchán), seguí por las cercanías a la
hacienda Villa, Santa Teresa (donde se encuentra actualmente el AA.HH. Tupac),
Zigzag occidental, Zigzag oriental (donde está la Escuela Nacional de la
Policía), el Gramadal, Viva el Perú y los cerros de Pamplona (en particular, el
que se encuentra a la espalda del supermercado Metro del puente Atocongo). El
relato comienza en San Juan, pues las fuerzas del 2° Cuerpo constituían la
reserva de los ejércitos, y va narrando como ve la lucha desde las cercanías de
la hacienda San Juan y como se tuvieron que retirar desde este punto hasta la
estación del ferrocarril en Chorrillos.
A
continuación, la narración de la batalla.
Recuerdos de la guerra con Chile (Memorias
de un distinguido). La batalla de San Juan (fragmento)
“…
Eran más o menos las cuatro de la mañana, la luna ya se había puesto y el
fulgor de las estrellas que enviaban su postrera luz, no alcanzaba a esclarecer
las tinieblas. Un silencio solemne reinaba y era seguro que millares de hombre
cubiertos por dos banderas enemigas se acechaba para exterminarse. Sólo de
cuando en cuando se sentían los pasos rápidos de los jefes y oficiales del
E.M., cuyas sombras cautelosas veíamos aparecer y desaparecer, llevando o
trayendo órdenes. Nos mandaremos descansar en nuestro propio terreno y nos
sentamos sobre las maleteras…
… Un
poco á la derecha de las posiciones que habíamos ocupado al principio, se había
alzado en un mástil que habíamos notado de día una luz roja, una luz blanca,
otra luz azul: los colores simbólicos de Chile que anunciaban la presencia real
de su ejército por la derecha, centro e izquierda.
Una
o más hora transcurría desde que nos despertaron, cuando unas detonaciones
aisladas primero y descargas sucesivas después, se percibieron bastante
apagadas por la distancia, en nuestra ala derecha. Como los desgarramientos de
las nubes en las tormentas andinas, el bronco ruido de los cañones se dejó oír
luego y el relampagueo de la explosión nos indicaba el sitio del ataque. Pero
no nos entretuvo más el lejano espectáculo; porque así como un castillo cuyas
guías de fuego han sido hábilmente dispuestas por el pirotécnico para un efecto
instantáneo, un vivo resplandor como aureola, se extendió por todas las colinas
de San Juan, y un fuego graneado de fusilería nos anunció que la batalla estaba
empeñada en toda la línea. Si graneado se inició el fuego de la infantería, el
de la artillería con sus resplandores más extensos y más intensos, se rompió
también con su rabia, y su continua sucesión expresaba la impaciencia, el
coraje y la serenidad de los que manejaban los cañones.
Un
¡viva el Perú! espontáneo y estentóreo, respondió a nuestras filas a los ruidos
del combate: nuestro pabellón fue sacado de su caja, enarbolado en su asta, y
el porta, el subteniente Ugarte, tomó la insignia del batallón para no soltarla
mientras no lo obligara una bala enemiga…
… Ya
era de día cuando se dio orden a todo el 2° Cuerpo del Ejército para que fuera
a ocupar un lugar más próximo a las posiciones en que se batían los nuestros.
Desfilamos sin demora, atravesando por la plazoleta de la hacienda San Juan, y
fuimos a desplegar los seis batallones a retaguardia del centro de batalla… De
entre el ruido atronador del combate percibíase claramente la música de “San
Miguel de Piura”, que tocaba probablemente el pabellón de este nombre para unir
en esos instantes supremos el pensamiento de nuestra Patria chica al de Patria
grande. Otros cuerpos tocaban diana, y era patente que nuestros soldados,
nuestros reclutas, puede decirse, hacían buena cara al enemigo.
Pero
no era un espectáculo gratuito el que contemplábamos; una batalla no se ve de
cerca impunemente. Las grandes parábolas que los proyectiles enemigos
describían alejando sus efectos de nuestras filas, fueron acortándose a medida
que rectificaban sus punterías; muchas bombas reventaron en un lugar pantanoso
o anegado, salpicándonos con el lodo que sublevaban; una reventó entre la cola
del batallón Ancash y la cabeza del nuestro, y fue una fortuna que no causara
más que un herido, un soldado del Ancash, que recibió sobre la espalda un casco
que le ocasionó una herida grande, pero no grave, pues aunque bañado en sangre
lo vi alejarse rápidamente sin necesidad de ajeno auxilio. No paso mucho tiempo
de esto cuando sentí un ligero chasquido cerca de mí a retaguardia; todas las
miradas convergieron hacia ese punto, y si la situación y la causa no fueran
tan graves, riéramos de la cara espantada y grotesca que ponía un ranchero de
mi compañía, al mismo tiempo que exclamaba: - “Me han herido”. En efecto, un
hilo de sangre le corría por la mejía derecha y por la izquierda le salía una
masa verde-sanguinolenta. Sin duda la bala le penetró en trayección horizontal
en momentos que introducía la coca y le había pasado por el vacío sin tocarle
la lengua.
Seguido
de un numeroso estado mayor, cuyo selecto personal no podía ser disimulado, el
Jefe Supremo, tan impasible al silbido de las balas como á las aclamaciones de
los soldados, pasó delante de nosotros, dirigiéndose a la derecha en donde la
acción se hacía cada momento más severa.
El
efecto eventual de los proyectiles perdidos del enemigo no había sido con todo
hasta este momento de daño tan grave como para inspirar temor; pero la acción
entraba ya en su período álgido y nuestra situación se modificaba con gran
desastre. De pronto una onda agitó toda nuestra línea, y una voz siniestra
cundió de boca en boca: ¡Los chilenos, los chilenos! ¡Miren como avanzan! Sí; envuelta
en la bruma del humo y del polvo del combate, avanzaba una numerosa fuerza
enemiga a apoderarse del abra por donde viene el camino de Lurín a Chorrillos;
y avanzaba y avanzaba incontenible, era de verlo y no creerlo; pues ¿qué
hacíamos nosotros…? Transcurrió espacio de tiempo inestimable y perdido para
nosotros, cuando vi llegar a toda carrera al general Pedro Silva y hablar,
accionando enérgicamente, con el coronel Suárez, partió luego a escape un
ayudante, y poco después el batallón de la cabeza, el “Huánuco”, se desprendió
de la línea y avanzó a reforzar la posición; peros e encontró con el reflujo de
los que venían en derrota, y vaciló. Luego se desprendió el veterano
“Paucarpata”, y abriéndose en guerrillas al mismo tiempo que avanzaba, marchó sobre
el enemigo; pero fue inútil su resolución y su serenidad, porque interceptada
la muchedumbre de nuestros dispersos, antes de poder hacer uso de sus armas fue
también dominado por la corriente de la derrota, sufriendo la suerte de ser
destrozado, sin poder causar daño al enemigo. Había sido herido el Comandante
General Coronel Buenaventura Aguirre de la 4ª división; lo había sido
mortalmente el Coronel Chariarse del “Paucarpata” y de gravedad el Coronel
Pedro Mas del “Huánuco”.
¿Qué
hacían entre tanto los otros batallones del cuerpo de Reserva? El “Jauja”, que
se encontraba más inmediato al lugar de la catástrofe, se desconcertaba; el
“Ancash”, “Concepción” y “Zepita” (“Zuavos”) continuaban inmóviles en su
formación, recibiendo, no ya las balas perdidas, sino los tiros directos del
enemigo que encontraba un blanco seguro. Todos los Jefes, el Coronel Suárez, el
Coronel Pereira de la división y los jefes de los batallones, con una serenidad
admirable, puesto que, estando montados, constituían los blancos predilectos de
los enemigos, todos se esforzaban por igual en infundir su aliento a los que
mandaban. Nuestro Jefe, el Coronel Valladares, decía a sus soldados que
empezaban a dar indicios de vacilación: “Que no se diga que los hijos de
Concepción han corrido”….
…
Desde que ocupamos la retaguardia de la línea de batalla, una interminable
procesión sangrienta pasaba por delante y por detrás de nuestras filas; unos
heridos iban todavía con paso firme y prometían llegar a la ambulancia; otros,
con pasos vacilantes no tardarían en caer; los abnegados ambulantes no se daban
abasto para recoger su piadosa cosecha, y pasaban y repasaban incesantemente,
penetrando hasta las mismas filas del combate. Varios de estos meritorios
soldados cayeron cumpliendo con exceso con su deber de peruanos y de
cristianos.
Nuestra
posición, repito, nos permitía observar detalladamente este aspecto triste de
la batalla: a nuestro frente, a menos de 200 metros, teníamos los cerros de San
Juan, y a cada momento veía aparecer esos heridos que después miraba pasar a
nuestro lado; otros eran sacados por los mismos soldados de las filas de
combate y puestos en lugar seguro para ser socorridos por la ambulancia.
He
dicho ya que las balas perdidas del enemigo no nos causaban en un principio gran
daño ni temor: dos ó tres muertos y otros tantos heridos, cuyo claros se
cerraron inmediatamente en las filas, fueron todos los que vi o de los que me
enteré en el espacio de media hora, más o menos, que transcurrió desde que
llegamos hasta que se inicio la derrota; pero desde este momento a las raras
balas que rebalsando nuestra primera línea, nos causaban perdidas más raras
aun, se agregó el fuego de enfilada que empezó a llover de la derecha y que
bien pronto se convirtió en verdadero huracán de plomo.
Pero
no era sólo allá donde los nuestros cedían el terreno al enemigo: de repente
empecé a ver aparecer de detrás de las colinas de San Juan, por nuestro frente,
individuos cuya ligereza indicaba no estar heridos; luego ya no fueron
individuos aislados sino grupos, pelotones; de pronto, se oye un toque
inexplicable en esos momentos: el de cesar el fuego, y un momento después era
toda la línea de San Juan la que abandonaba sus posiciones.
Es
este instante el de mayor desfallecimiento que vi en mi vida y fue ese el
momento más difícil para conservar el orden y la formación en los tres
batallones que aun los guardábamos: sacando la cabeza de las filas podía verse
caer sus individuos como los granos de una mazorca de maíz, como las hojas de
un árbol. Un sargento y un distinguido de los cuatro que escoltaran el
estandarte están ya acostados sobre el suelo; un momento más y vemos que el
mismo estandarte se inclina y cayera si otros no corrieran a sostenerlo: es que
ha faltado el brazo que lo sostenía, es que esta herido el subteniente Ugarte.
Los más atrevidos del enemigo que ha asaltado las posiciones de San Juan
aparecen en las alturas y apuntan… no, no apuntan, disparan nomás, que todo es
blanco. Fue este, repito, uno de los momentos más infelices de mi vida y el más
crítico de la batalla; los soldados nerviosos, frenéticos, agitaban sus
fusiles, y los oficiales apenas podían impedir que se les hiciera fuego y
aumentaran inútilmente la confusión de la derrota, cuando oí que el mismo
General Silva daba la orden para la retirada. Habiendo llegado a hora temprana
para tomar parte en la batalla, nos retiraban tarde para evitar sus efectos
desastrosos.
Sonó
la corneta el toque vergonzoso, y desfilamos al trote por la izquierda; pero
las balas enemigas nos seguían con su mortal tenacidad, pues aunque el boscaje
del camino ocultara el bulto, el polvo les enseñaba el blanco. El teniente
Arroyo, que hacía de capitán de mi compañía a falta de propietario del cargo,
cayo gravemente herido; alzado y colocado sobre un caballo con un individuo que
lo condujera, fue alejado rápidamente del campo. Antes de separarse vivó al
Perú con el aliento que le quedaba y nos exhortó una vez más a que cumpliéramos
como debíamos. Después de dejar un reguero de muertos y heridos en el camino,
nos vimos al cubierto de las balas enemigas…
… Al
abrigo de la Escuela de Clases, como he dicho, los maltrechos batallones de la
4ª División del Norte, y los diezmados de la 5ª, menos “Zepita”, que sobre la
marcha recibió orden de ir a reforzar la derecha, rehicimos completamente
nuestras filas. “Huánuco”, “Paucarpata” y “Jauja” estaban reducidos a la mitad
o poco menos. Una gran parte de ellos con los primeros jefes de los dos
primeros, otros jefes y oficiales, habían caído en los gramadales de San Juan o
en retirada; otros estaban prisioneros y algunos se habían dispersado. Los
batallones de la 5ª no habían dejado prisioneros ni habían tenido dispersos;
sus bajas no se debían sino al plomo, y con todo no eran menos de cien los del
“Ancash” y “Concepción” no respondían ya a la lista. Pero a pesar del estrago
sufrido y del espectáculo desmoralizador que habíamos contemplado, el ánimo de
la tropa estaba entero; y esta actitud resuelta era más digna de elogio en los
restos de la 4ª División. Deberíase ello, en parte, a los tímidos y acobardados
habrían huido lejos, sordos a las órdenes y súplicas de sus jefes y oficiales,
y habían quedado en filas los que sostenían su resolución de disputar palmo a
palmo el terreno al enemigo, y, ya que no arrancarle la victoria, vendérsela
cara.
Mientras
estábamos concertando nuevamente nuestras filas, llegó el Jefe Supremo;
impartió al Coronel Suárez sus nuevas disposiciones y siguió a Chorrillos, en
donde ardía la batalla.
Sin
demorar, pues, más tiempo que el indispensable para rehacer o rectificar su
formación, salieron, de su abrigo los batallones de la 4ª y la 5ª División a
ocupar nuevos puestos de combate.
La
línea se extendía ahora a todo lo largo de Chorrillos y desfilaron
sucesivamente a ella el “Huánuco”, en el que marchaba imponiendo a sus soldados
su energía y su entusiasmo mis antiguos capitanes en el “Callao” Mendoza y
García, al primero de los cuales ya no volvería a ver, y en seguida
“Paucarpata” y “Jauja”; luego siguió “Ancash” que se desplegó de la Escuela a
la derecha, y “Concepción” a la izquierda.
Conforme
íbamos abandonando nuestro abrigo, éramos descubiertos por el enemigo, que nos
enviaba sus mensajes de muerte. Empezó otra vez la música celestial, oí decir
cerca de mí con un metal de voz entero, y en tono de chiste; me volví y vi que
era Porfías el que había hablado.
… el
modelo que yo hubiera querido imitar, el ideal de ese valor verdadero estaba
realizado en Porfías. Es signo característico de este valor, la convicción de
que es una facultad natural que todos poseemos en el alma, y que su ejercicio
solo depende de que haya necesidad de él; por eso esta clase de valientes son
mansos en su vida normal, porque el peligro no es frecuente en ella; por eso no
hablan de valentía, porque no es objeto de discusión, porque no dudan del valor
de nadie; por eso entre las muchas disputas que había tenido con otros o
conmigo, jamás habría traído a discusión este tema. Sólo una vez, pero no
promovido por él, le oí hablar de esto. El distinguido T. hablaba un día de una
manera despreciativa, que siempre usaba sin empacho, de la poca confianza que
le merecían “los serranos”; yo me aparté un tanto porque en general me
disgustaba atravesar palabra con una persona que si entonces me era
desagradable y repulsiva, hoy me es odiosa (si no ha muerto) por el crimen de
que me parece ser autor.
También
Porfías parecía que sentía repulsión por este sujeto, pues, contra la costumbre
que me ha hecho darle el nombre con que lo llamo, jamás sostuvo porfía con él;
pero estaba tan procaz y tan torpe T, que no pudo menos Porfías que acercarse y
tomar la defensa de los serranos.- Sí, le dijo, muchos correrán, porque no les
importa nada la capital de los viracochas que los insultan cuando no pueden….
cuando tienen miedo de hacerles algo peor; pero los serranos que sabemos que
estamos defendiendo la Patria…. yo quisiera ver si les da U. siquiera a la
rodilla. U. que tan valiente es…. con la boca;- y le volvió la espalda sin
hacer mas caso que el desprecio merecido de las palabras de T. que lo provocaba
diciendo:- Vamos afuera del cuadro… para que veas a donde te doy.
He
visto, en efecto, confirmadas las palabras de Porfías: muchos de estos indios,
sin concepto alguno patriótico, sin necesidad de exponer su vida por lo que no
existe para ellos, han huido de la muerte en cuanto les ha sido posible
libertarse de la fuerza que los obligaba a arrostrarla; pero muchos, también,
consientes de lo que hacían, muchos de esos indios de cara mansa y apacible,
los he visto magníficos en el combate, y recibir heroicos un balazo en el pecho
o en la frente, o caer atravesado por una bayoneta enemiga…
… La
acción se había vuelto a empeñar con más escarnecimiento por nuestra derecha;
“Ancash” y los restos de los otros batallones que he citado, recibían ahora el
empuje decisivo de los chilenos y derramaban con un objeto más útil la sangre
que no habían ahorrado en la triste participación que nos había cabido en San
Juan. En cuanto a “Concepción”, que ni antes ni después debía dar motivo a las
apreciaciones injustas que algunos hicieran, le tocó en este periodo de la
lucha una participación, si importante por su objeto, mucho menos sangrienta.
Colocados en la extrema izquierda, era nuestro papel impedir que el enemigo la
cerrara y nos flanqueara, encerrando a todo el ejército en Chorrillos, como logró hacerlo con una
parte de él; pero los chilenos, que no podían ignorar que teníamos un ejército
de reserva en Miraflores, que podía caerles por la espalda, llevaron su ataque
a fondo por el centro y la derecha, limitándose a mantener por nuestro frente
guerrillas con el objeto de no perder nuestro contacto y observarnos;
guerrillas con las cuales nuestra acción se redujo a un tiroteo intermitente y
poco mortífero.
Sosteniendo
esta actitud estuvimos más o menos hasta las diez de la mañana, hora en que
abandonamos el abrigo de las tapias tras de las que estábamos y tomamos camino
de Chorrillos: se había recibido orden de intentar un postrer esfuerzo para
auxiliar o liberar nuestras tropas de la derecha de la derecha que peleaban
ardorosamente en el Morro Solar y en la población. Una vez más renacieron los
bríos del batallón, y acallando nuestros gritos de entusiasmo el ruido de la
batalla, penetramos a la población. Acosados por todas partes, sordos al
silbido de las balas que caían como granizo, ciegos a la vista de la muerte que
marcaba nuestra marcha con huellas de sangre, llegamos en tan resuelta actitud
hasta la iglesia del Buen Pastor… Pero ¿por qué se retiraba nuestra gente que
cubría el frente (que en nuestro desfile teníamos a la derecha)?.... También
por las calles de la población pasaba el tropel de los nuestros en sentido
contrario al del enemigo. A la altura del Buen Pastor flanqueamos a la derecha
y penetramos por la boca-calle al corazón del pueblo; imaginé que esto tendría
por objeto cubrir nuestra maniobra ofensiva; pero muy pronto supe que era para
contramarchar algo a cubierto de los fuegos con que éramos ofendidos.
¿Había
sido por falta de fuerzas que apoyaran y secundaran el ataque lo que impidió
llevarlo a fondo? ¿o había sido una maniobra para atraer la atención y el fuego
del enemigo sobre nosotros y pudieran retirarse nuestras tropas de la derecha?
Sólo en este caso resultaría útil nuestra acción, porque, en efecto, una parte
de las tropas que se batían allí, se abría paso a punta de bayoneta por la
calle Lima; al mismo tiempo que soldados del “Concepción”, dando la mano a los
del “Ancash”, rescataban un jefe y varios soldados capturados por chilenos del
“Esmeralda”, que a su turno quedaban prisioneros. Fue en este momento que cayó
con una estrella en la frente el subteniente Goret.
Frustrado
el último esfuerzo o llenando su único objeto, y dejando en las veredas de
Chorrillos nueva y más honda huella de sangre y cadáveres, emprendimos la
retirada que se nos ordenaba de Miraflores; quedando por efecto de la maniobra
indicada, cubriendo la retirada, con nuestras filas cerradas y listas pare
rechazar la persecución del enemigo…
… No
nos persiguió el enemigo inmediatamente sino con su artillería; pero,
emplazados sus cañones de modo que no nos enfilaban, lo que hubiera sido fácil,
o torpemente dirigidas sus punterías, no nos causaron daño apreciable; sus
disparos cruzaban diagonalmente nuestra línea de retirada, y sus granadas
rebotaban o reventaban por nuestros flancos.
Un
sol de enero nos abrasaba y el polvo de la marcha nos asfixiaba cuando llegamos
a la línea de Miraflores: era medio día.
Al
desfilar por el 2° Reducto me dijo Porfías:
-
¿Has
oído?
-
Sí….
Había
oído entre comentarios que se hacían un grupo de soldados de la Reserva, estas
palabras que, en estos momentos más que en ningún otro, tenían un sabor por
demás amargo:
-
Estos
se han venido íntegros en masa….
Cuando
un momento después se pasaba lista en el potrero inmediato al Reducto, no respondieron
a ella cinco oficiales y más de un centenar de soldados….
Cierto
que esta pérdida era insignificante comparada con la que experimentaron otros
cuerpos: el “Piérola”, en la pampa de San Juan, en donde, negándose a rendirse
su jefe Reinaldo Vivanco, caía al filo del sable de la caballería enemiga, no
quedando ileso casi ninguno de sus oficiales y salvando solo unas cuantas
decenas de sus soldados; el “Pichincha” a quien cupo suerte igual heroica a su
jefe el Coronel Pastor Sevilla; los valerosos restos que con los coroneles
Noriega y Rosa Gil se abrieron paso por la Calle de Lima; pero no había sido
por voluntad nuestra el que la acción del batallón se desarrollara en zona en
la que el combate no asumió las proporciones sangrientas que en otros; no fue
elección nuestra las diversas situaciones en que asistimos a la jornada. No, no
creíamos merecer el vituperio de la crítica que encerraba aquella: habíamos
soportado imperturbables sin poder hacer un tiro y sin que se ordenara nuestras
filas, viendo caer a muchos de nuestros oficiales y compañeros, el fuego de
exterminio de San Juan, hasta que nos hicieron retirar; habíamos cumplido
nuestra consigna impidiendo el flanqueo por nuestra izquierda en Chorrillos,
que hubiera dado al desastre mayor magnitud; y, finalmente, habíamos emprendido
nuestra última ofensiva contra el enemigo; acciones todas que habían tenido
nuestro espíritu en larga y agudísima tensión; y sin embargo, sólo en
obediencia a una orden superior, habíamos abandonado el campo, sin perder por
un momento nuestra formación. Y era esta circunstancia, notada y elogiada por
los militares entendidos, lo que impresionaba a los reservistas, y los hacía
verter la frase que tan hondamente venia a herir nuestra susceptibilidad
patriótica. Cierto que no estaban aquellos en aptitud moral de emitir juicio;
doblemente moral, porque no sabían lo que hablaban, y porque con el mismo
criterio y con la misma razón podíamos haber dicho nosotros: Estos no se han
movido de su reducto.
Ah!
Pero estos argumentos que ahora se me ocurren no se me ocurrían en esos
momentos; y ¿cómo se me iban a ocurrir? Me encontraba en ese estado de ánimo
confuso y despechado de la infeliz doncella a quien los arrebatos de la pasión
arrastraran a la cita misteriosa, y de la que saliera incólume por la frialdad
de su amador, pero perdida ante el concepto de las gentes. ¡Y qué argumento
poner ante el espectáculo de la batalla del Morro Solar, cuyo fragor llega a
nosotros como una condenación inapelable!
Solo
conociendo la magnitud del desastre podía explicarse la actitud de los que
debían acudir en auxilio de los combatientes: de los 18000 hombres formados esa
mañana en la línea de San Juan sólo seis mil, una tercera parte, formaron en la
de Miraflores; en otra tercera parte se apreciaban los muertos, heridos y
prisioneros…. Una cantidad igual se había disipado, se había colado por entre
las filas de la Reserva que se desplegó para cerrar el paso a los dispersos.
Eran
las dos de la tarde cuando se arrió nuestra bandera en el Morro Solar sobre sus
defensores muertos o rendidos por falta de municiones y de auxilio, y surgió la
de la estrella de Chile; pero, como si sus soldados no la juzgaron dignas de
lucir en el cielo puro y sereno de la gloria, bien pronto se ofuscó entre el
humo del incendio…” (4)
Notas
(1)
José
Torres Lara, “Recuerdos de la guerra con Chile (Memorias de un distinguido). El
héroe del Pacífico”. 1912. Lima, pp. 38-39.
(2)
Periódico
“La Tribuna”, 22 de enero de 1884. Parte anotado y documentado del Estado Mayor
General al Dictador, sobre las batallas de 13 y 15 de enero de 1881.
(3)
“Relación
completa de las batallas de Chorrillos y Miraflores escrita en el teatro de la
guerra por el corresponsal de La Patria”. 1881. Valparaíso, p. 8.
(4)
José
Torres Lara, “Recuerdos de la guerra con Chile (Memorias de un distinguido). La
batalla de San Juan”. 1911. Lima, pp. 48-74.
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