La cuestión religiosa*
por Manuel González Prada
Cuando se habla de lanzar un
libro contra los dogmas católicos o de fundar un periódico de combate, muchos
hombres con ínfulas de graves pensadores o de avisados políticos, no censurarán del todo la campaña
religiosa, pero niegan diplomáticamente la
conveniencia y oportunidad de iniciarla. Como Bertoldo no encontraba ningún
árbol que pudiera servirle de horca, así los avisados políticos y los graves
pensadores no hallan ocasión favorable para combatir la sacrosanta religión de
sus abuelas. Debe respetarse -dicen- las convicciones ajenas, conviene no
escandalizar a los simples y sencillos ni quitar a los desgraciados el consuelo
de la fe. Algunos, tomándola desde muy alto, suelen afirmar que no vale la
pena de consumir las fuerzas cerebrales en cuestiones de poca monta o de orden inferior.
Respetar las convicciones ajenas. Los católicos ¿dan el ejemplo? Leamos a los
apologistas o defensores de la
Iglesia , y veremos que los más tolerantes y moderados
comienzan por infamar a los dioses de todos los olimpos y concluyen por
arrastrar en el lodo a los creyentes de todas las religiones.
El católico de buena raza, sube
al cielo para degollar a las divinidades, desciende a la Tierra para estrangular a
los infieles, y en seguida forma de todos los cadáveres, divinos y humanos, una
inmensa montaña para instalar en la cumbre al hijo de un palomo y de una mujer. La ortodoxia romana condena al oprobio
las civilizaciones anteriores al Cristianismo y considera a la mayoría de la Humanidad viviente como
una manada de lobos entretenidos en procrear y devorarse. Si en el otro mundo
no salen muy bien librados los hombres que mueren sin haber recibido el agua
del bautismo, en esta vida no hacen un papel muy honroso los judíos, los
budistas, los musulmanes ni los mismos protestantes: fuera de la Iglesia Católica
no hay salvación; tampoco hay ciencia, virtudes ni honorabilidad. El hombre no
tiene derecho de exigir a los demás hombres sino lo que él mismo se halla
dispuesto a concederles en igualdad de circunstancias: entonces ¿con qué
derecho piden el respeto a sus convicciones los individuos que no saben
respetar la conciencia ni la honra de sus prójimos?
No escandalizar a los simples y sencillos. El católico ¿no escandaliza, también a los demás
hombres (entre los que seguramente no faltan simples ni sencillos) cuando se
burla de todas las creencias y de todos los creyentes? O el escándalo de un
musulmán al oír escarnecer a Mahoma ¿vale menos consideraciones que el de un
papista al ver combatir la divinidad de Jesucristo? Dejando el terreno de las
religiones positivas; o más bien, saliendo del campo donde católicos y no
católicos se escandalizan mutuamente, debemos preguntar: ¿no se produce
escándalo entre los librepensadores al hablarles de una divinidad trina, de una
Virgen-madre, de un hombre-Dios, de un Papa infalible o de unos libros dictados
por el Espíritu Santo? ¿No se escandaliza también a los sabios cuando se pone a
la Religión
frente a frente de la Ciencia ,
y hasta en escala superior? Al sabio le sobra razón para escandalizarse, pues
los misterios y dogmas encierran tanto absurdo como la teoría de los cuatro
elementos, como el horror de la
Naturaleza al vacío, como el sistema geocéntrico de Tolomeo.
Desde que el apogeo de la
Iglesia coincide con el mayor abatimiento y la mayor
ignorancia de la Humanidad ,
debemos llamar al Catolicismo el supremo escándalo de la Historia , no sólo en el
presente siglo sino en el porvenir. Si nosotros nos escandalizamos hoy de
nuestros antepasados al constatar sus groseras supersticiones, nuestros
descendientes se escandalizarán mañana de nosotros al ver la enorme
desproporción de nuestro desarrollo mental, porque mientras en el orden
científico hemos llegado a fijar el verdadero método, en materias religiosas
seguimos admitiendo los errores y supersticiones de un cafre. Efectivamente,
nos reímos de los pobres egipcios que hacían nacer a sus dioses en los huertos
o jardines, y tratamos con seriedad y respeto a los hombres que extraen a su
Dios de las panaderías. ¿Cabe mucha diferencia entre divinizar una lechuga y
adorar un disco de migajón?
Quitar a los desgraciados el consuelo de la fe. Podemos igualar el Catolicismo con la tintura de
árnica; la Ciencia ,
con los poderosos desinfectantes modernos. Si admitimos que a un fanático se le
deje la fe, por servirle de consuelo, aceptemos también que a un pobre diablo
se le permita su tintura de árnica en lugar de ácido fénico y el sublimado. ¿Por
qué no dejamos al hombre del pueblo con su doctora
y su curandero? El médico le asusta,
el curandero y la doctora le consuelan. Si no hay consuelo más seguro que la religión ni consoladores más eficaces que los sacerdotes ¿por qué en todas
nuestras enfermedades no recurrimos al mónago ni encerramos la terapéutica en
una serie de manipulaciones y mojigangas litúrgicas? Desde que el bromuro de
potasio tiene un sabor desagradable y el bisturí causa dolor, curemos la
epilepsia con un pax tecum y
extraigamos un divieso con un vade retro,
Satana! En vez de otorgar a los desgraciados el consuelo de la fe ¿no
valdría más proporcionarles los medios de conseguir la felicidad terrestre, sin
perjuicio de obtener la dicha celestial? A los desheredados del mundo, la fe
les sirve de espejismo; como si dijéramos de engañifa, para soltar el bocado y
entretenerse en perseguir la sombra. Supongamos que nos ponemos a marchar por
delante de un asno hambriento, dándole a oler un manojo de hierba, pero no
dejándole atrapar un solo bocado. Ningún católico negará que practicamos una
buena acción -que procedemos conforme al espíritu de caridad evangélica- pues
si no damos al burro el placer de engullirse una sola rama, le proporcionamos
el consuelo de olerlas todas. Lo que un bufón de mal gusto haría con el
borrico, lo hace la fe con los desgraciados.
Las cuestiones religiosas pertenecen a un orden
inferior. No lo negamos; concedemos que
muchos hombres resuelven el problema religioso en los primeros años de la
juventud, y aun en los albores de la adolescencia; concedemos que la
inteligencia, al salir de la ignorancia, se despoja del Catolicismo como el
niño al escapar de la noche uterina se desembaraza del meconio; concedemos que
en la sociedad las religiones hacen el papel de carnes fungosas involucradas en
las células de un organismo; concedemos que, dada la difusión de los
conocimientos, nadie puede llamarse católico sin llevar reblandecidas las tres cuartas
partes de la masa cerebral; hasta concedemos que todas las religiones antiguas
y modernas son a la Ciencia
como el insecto y el microbio son al cuerpo del hombre. Porque nos consideramos
un animal superior ¿miraremos con tal desprecio a los bichos inferiores que
impunemente nos dejaremos devorar? Mefistófeles opinaba con más cordura que los
avisados políticos y los graves pensadores, cuando decía:
"A la pulga que nos pique
¡Reventarla, amigos míos!"
En resumen: el respeto a las convicciones ajenas, el escándalo a los simples y
sencillos, el consuelo de la fe y las cuestiones inferiores, deben
considerarse como sofismas, paparruchas y salidas de tono. Lo esencial estriba
en resolver si el Catolicismo encierra o no la verdad. Si la encierra, verifiquemos
un movimiento regresivo, organicemos la sociedad moderna conforme al modelo de
las naciones medioevales, o, en dos palabras, sometamos el poder civil al poder
eclesiástico, sin admitir más códigos que el Syllabus; si no la encierra,
entonces proveámonos de una buena escoba, y sin el menor escrúpulo, hagamos con
los dogmas y misterios, con el hombre-Dios y la Virgen-madre , algo
semejante a lo que Don Quijote de la
Mancha hizo con la titiritera morisma de maese Pedro.
Con el Catolicismo no se avienen
los términos medios: si no se le acepta en globo, se le rechaza en bloque.
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*Publicado en La
Idea Libre, de Lima, el 6 de abril de 1901. Manuel González Prada ¡Los
jóvenes a la obra!, p. 471,Textos Esenciales, David Sobrevilla, Biblioteca de
Congreso, 2009.
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