Seguridad ciudadana: ¡utopía o ilusión mayor
irrealizable!
por
Guillermo Olivera Díaz; godgod_1@hotmail.com
2-9-2016
¡Ni generales más, ni
generales menos, resuelve el complejo fenómeno criminal!
Léase, con ojos saltones,
que en estos días se vive la fiebre, con ilusión, quimera o fantasía, de la
seguridad ciudadana, por una asaz alarmante inseguridad callejera. ¡Librarnos
del delito diario, se anhela, de todo tipo de delincuente en particular y de la
atroz delincuencia en general, como fenómeno que alarma al Perú y al mundo,
desde los tiempos bíblicos de Caín y Abel, si acaso existieron!
Para tal humana ilusión se
busca un nuevo ministro, mesiánico, que apellide Basombrío, mejor, vice
ministros que pontifiquen, varios generales de la policía de asesores con
celotipia entre sí -muchos de ellos han sido mis alumnos en la PIP-,
patrulleros con radio o sin radio, armas letales y no letales, cientos de miles
de miembros policiales jovencitos, un presupuesto millonario, y, en fin, una
abultada serie interminable de otros y costosos pertrechos, cuyas compras
–dizque de gobierno a gobierno, servidos igual por hombres abordables- permiten
ingentes comisiones para el bolsillo.
Con todo eso -que en el
fondo es más policías en las calles, donde el menudo y grave delito campean- no
podemos evitar que el delito surja, que el avezado delincuente florezca, o sea,
que desparezca o amaine la criminalidad. Pecaríamos de ilusos, quiméricos o
intonsos.
Si el delito, el delincuente y la masa delictiva son un producto social complicado, una consecuencia inexorable de las históricas condiciones generales de vida, de nuestra tozuda índole personal, incultura e insultante desigualdad social, de la corrupción en general, que capitanean hasta jueces y fiscales supremos, con además presidentes del país –unos investigados y alguien en cárcel-, no esperemos que los versados, corajudos y experimentados –también de los otros- policías subalternos resuelvan algo que no les compete, ni está al alcance de sus cortas manos. Si acaso se lograra capturar, detener a los actuales delincuentes, encarcelarlos o abatirlos, mañana y pasado mañana tendríamos sus reemplazantes, porque la fábrica social ha quedado intacta, intocada, como lo está en centenas de años. ¡Y puede seguir estándolo con el actual desorden social, inicuo por todo costado!
El asunto no es, pues,
enteramente policial, ni militar, tampoco un tema de ministros del interior,
asesores y generales con coroneles de la policía, también de fiscales, de esos
que también pasan a servir a Keiko Fujimori. Es de otro orden: ¡biológico,
psicológico y social! La seguridad montada, por férrea que fuese, no resuelve
en nada este descomunal trípode hecho ancestralmente por el ser humano y por su
naturaleza proteiforme.
¡El eros violento, la codicia y la mendacidad, en suma, el cieno humano, en esencia igual en delincuentes y no delincuentes, seguirán como antes, aún dentro de los policías, fiscales y jueces, que los queremos ejemplares y redentores!
La sólida y heterogénea
problemática bío-psico-social es y será la que la policía nunca resolverá, ni
por asomo. Al fiscal, juez o policía no les corresponde ver y cambiar la
naturaleza biológica y psíquica del hombre que delinque, menos replantear un
cambio en la estructura social, menos criminógena, que elimine o disminuya el
delito.
Por ende, la costosa
seguridad que se estructure, por la inseguridad que se vive, no estará diseñada
para que el delito desparezca o se mitigue. Lo está para detener y encarcelar,
por un tiempo, 5 ó 10 años, vencido el cual el excarcelado regresa a sus
andadas, junto a nuevos que el sistema social prosigue procreando.
El delito, como seguro
efecto, obedece a sus intrincadas causas múltiples, interactuantes e interdependientes,
contra las cuales se requiere una lucha despiadada, que no corresponde a los
bien intencionados agentes de seguridad, incluido el ministro Basombríoactual.
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