La Invención del Reino
Los
libros mis amigos, alertasenhal@gmail.com
13-8-2016
El
escritor Raúl Mendoza Cánepa nos ha obsequiado algunas obras vinculadas al
quehacer de la Ciencia Política y el Derecho, pero también otras obras
literarias, entre las que destacan “Retratos de mi padre”, una reminiscencia de
Jorge Manrique, en cuanto a poesía y “Garcilaso, escritor tardío” en el género
ensayístico. Esta vez no podemos dejar de mencionar la nueva edición de “La
invención del reino” (Calambur editores), un libro de poemas que el autor
divide en tres capítulos bien delineados: Celestiales, Marinas y Terrenales.
Cada nivel expresa una dimensión de la condición humana. Mendoza Cánepa corre
desde el misticismo hasta las premuras del amor romántico.
El
ideal, la trascendencia y la belleza comulgan en estas composiciones como
objeto de la intensa pasión del poeta. Desde la elevación hacia las esferas
celestes de la fe hasta el amor terreno, dominado por el agitado nervio del
amante exaltado. En una de sus letras el autor explica la conexión entre la fe
y la devoción a los ojos que por amor se sobrecogen: “Me asalta el pregón del
ruido mundano, las sublimes comisuras del beso que apura, las curvadas líneas
del tiempo humano”.
Los
versos de La invención del reino nos permiten sentir con el autor, son
sensoriales, vívidos. El hombre protector, abraza a la musa en una noche de
truenos, solitarios, sobre el lecho extraño que los cobija en una selva oscura (el
autor transluce una vena erótica en algunos tramos, como en “Turbadas aves”): “Turbadas
aves/torvos que enturbian/hijas de las tormentas/temor que arredra/pronto trueno./Lluvia
que picotea/el vidrio trémulo./Terror de trizas/ tromba que arrecia./ La mala
hora/ de las turbias aguas/abre a la luz palabras/palabras que se tienden/
sobre la yerba pálida”. Son palabras de amor sosegado del amante. La pasión
gana terreno en los versos finales de este poema: “entibia el lecho/ se
desmonta el peso/anuda el cielo/ prontos
hombres a nacer/ amnióticos destellos…/Senda que se abre/ en celeste brasa/ y
en el seno el cuerpo/de acogedoras llamas/ de la divina majestad/los sublimes
pechos….Rutila la sustancia,/ del rosa
purpurada:/ vierten azucenas blancas”.
El
poeta transita desde el tráfago del desborde pasional hasta la ternura
arrobadora y la melancolía. En el poema “Domingo” nos dice: “Para siempre te
tenía reservado este lugar/ para siempre/ es domingo/ que como en tarde cuelgo/
la pesadez de un agrio licor…”. El viaje, como el de Ulises no concluye, es una
espera o acaso una búsqueda infinita de lo perfecto, del ideal que la poesía
guarda y sostiene para redimir al mundo del prosaico materialismo. Mendoza
Cánepa apela al espíritu, a lo sublime, se enfrasca en una batalla contra
molinos de viento, en un peregrinaje que lo lleva de la desesperanza a la fe y
de la fe al despertar de la conciencia. Sin embargo, la crispación es un
elemento que lo asalta mientras espera, pues mientras espera imagina y la
imaginación es, en ocasiones, la matriz del infierno: “A veces pienso/ que tú también tienes un sillón, un relicario y un reloj de armario/ y que haces
el amor sin ganas/ a media
tarde”.
El poeta prefiere expresar su musicalidad a través
de versos cortos que conectan con el canto popular. “Ojalá me pisaran los
pies del jornalero/ y me pulverizara en
un recodo del camino./Ojalá se deshilachara mi traje/ se desvaneciera mi cuerpo:/
mi sombra filuda/ mi vientre de agua/ mis
patas de araña…./Ojalá y se abriese la tierra:/ una tromba de lava/ una fuga de
hielo/un destello deprisa/un sendero sin rastro…”
El
viaje de la poesía concluye allí donde, precisamente se inicia, en los trazos
firmes de una fe que no se desmorona.
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