Friday, November 27, 2020

La batalla de Tarapacá

 


La batalla de Tarapacá

27 de noviembre de 1879

 

¡Gloria a los héroes que murieron por la Patria!*

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Luego de la muerte del almirante Grau y la captura del extraordinario blindado Huáscar, es decir, destruido el poderío naval del Perú, la escuadra chilena se hizo dueña absoluta del mar, hecho que permitió a los estrategas militares de ese país ejecutar finalmente la primera fase de la campaña terrestre de la guerra de invasión de Chile en 1879, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.

 

Cuando estalló la guerra, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por 4,800 hombres poco más o menos, desperdigados en guarniciones ubicadas en diferentes regiones del territorio nacional. La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. El comando general del ejército peruano se ejercía a través de tres generales de división, veinte generales de brigada y 74 coroneles. Los batallones eran el Pichincha, Zepita, Ayacucho, Callao, Cusco, Puno, Cazadores y Lima. La caballería era más modesta aún: 780 hombres divididos en tres regimientos: El legendario Húsares de Junín, los Guías y los Lanceros de Torata. La artillería estaba compuesta por los regimientos Dos de Mayo y Artillería de Campaña, con un total de 1,000 hombres. Sin embargo, la mayor parte de la artillería peruana era estática y se concentraba en el puerto del Callao. Estaba dividida en las baterías Independencia, Pichincha, Zepita, Maipú, Provisional y Abtao, provistas de 31 cañones; las torres giratorias blindadas La Merced y Junín, armadas cada cual con dos cañones Armstrong de 300 pulgadas; los fuertes Ayacucho y Santa Rosa, provistos con dos cañones giratorios Blakely de 500 libras; y, los torreones Manco Cápac (4 cañones Vavasseur de 300 libras) e Independencia (2 cañones Blakely de 500 libras). En total, 12 fuertes con un total de 45 cañones. La artillería móvil, para uso de campaña apenas constaba de treinta cañones.

 

En ese entonces la unidad táctica del ejército peruano era el batallón, integrado por doce compañías de cincuenta hombres cada una. En la práctica sin embargo, la mayoría de los batallones no superaban los quinientos hombres. Estos eran comandados por un coronel, apoyado por un teniente coronel (comandante) y un mayor. Cada compañía era dirigida por un capitán y cuatro subalternos, generalmente sub-tenientes. El uniforme de la infantería constaba de una chaqueta y pantalón de algodón blanco. Cada hombre cargaba un rifle (por lo general, pero no excluyentemente, Martini-Peabody), cien cartuchos de munición, una cantimplora de lata de un cuarto de galón y una frazada doblada alrededor de la cintura. Los oficiales utilizaban uniforme de estilo francés, con algunas variaciones; levita o chaqueta azul, pantalón de paño rojo, kepí, botas de cuero hasta las rodillas, pistola y sable.

 

Recurriendo a las reservas, para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, número que resultaría muy inferior al de las tropas chilenas. Esta fuerza quedó al mando del general Juan Buendía y compuesta por seis divisiones. La primera de ellas, fuerte de 1,455 efectivos, estuvo integrada por los batallones Ayacucho, Provisional de Lima y la Columna de Voluntarios de Pasco; la II División, a órdenes del coronel Andrés Avelino Cáceres, con 1,230 soldados, se integró con los batallones Puno, Lima, Guías y el escuadrón Castilla; la III División, dirigida por el coronel Francisco Bolognesi (1,315 soldados), estaba compuesta por los batallones Cazadores del Cusco, Cazadores de la Guardia y el escuadrón Húsares de Junín; la IV División, bajo el coronel Justo Pastor Dávila, se componía del Regimiento 2 de Mayo y el batallón Zepita (1,123 soldados); la V División, comandada por el coronel Ríos, estaba conformada por los batallones Segundo de Ayacucho y Guardias de Arequipa; mientras que la VI División, al mando del general Bustamante, con 1,085 soldados, estaba integrada por los batallones Iquique, Cazadores de Tarapacá y las columnas Loa y Tarapacá.

 

Esta fuerza, que se unió a los 4,534 hombres del ejército boliviano aliado, fue diseminada entre las vastas costas de Iquique, Tacna, Tarapacá y Moquegua, como parte del “I Ejército del Sur”, bajo órdenes del general Juan Buendía. Mientras se prolongó la campaña naval, el referido ejército ejecutó maniobras tácticas y de desplazamiento, siempre desde una perspectiva defensiva y no entró en acción.

 

El ejército chileno, por su parte, en los seis meses que duró la campaña naval, tuvo tiempo para convertirse en una maquina de guerra eficiente y numerosa. Para el inicio de esta etapa, noviembre de 1879, el ejército de Chile, que antes de la declaración de guerra constaba de 3,000 hombres, se había multiplicado geométricamente.

 

Varios batallones como el Buin, el 2do de Línea, el 3ro, el 4to y el Santiago, fueron elevados a regimientos. Estos eran comandados por un coronel o teniente coronel, y cada uno estaba integrado por unos 900 hombres. Cada regimiento chileno constaba de dos batallones de cuatro compañías cada uno. A su vez, las compañías se componían de un capitán, un teniente, tres subtenientes, un sargento primero, seis segundos, seis cabos primeros, seis cabos segundos, cuatro cornetas y unos 200 soldados.

 

El alto mando militar chileno quedó compuesto por el general Justo Arteaga en capacidad de Comandante en Jefe: el general de brigada Erasmo Escala, comandante general de la infantería; el general de brigada Manuel Baquedano, comandante general de caballería y el coronel Emilio Sotomayor, comandante de las reservas. El Jefe de Estado Mayor era el general de brigada José Antonio Villagrán. En esta etapa pudo observarse, aunque incipientemente, un fenómeno interesante: La influencia francesa en Chile, que había sido perceptible desde mediados de siglo, estaba siendo lentamente reemplazada por la de Prusia. En efecto, luego de la derrota de Francia en la Guerra franco-prusiano de 1870-71, la admiración hacia las instituciones del ejército prusiano fue creciendo, lo que en un futuro cercano llevaría a una reorganización de las fuerzas armadas chilenas bajo la eficiente influencia germana.

 

Pronto se inició la invasión de territorio peruano. Apenas tres semanas después de Angamos, el dos de noviembre de 1879, pese a una férrea resistencia, 10,000 soldados pertenecientes a la fuerza expedicionaria chilena, más conocida como “Ejército de Campaña”, apoyados por casi todos los barcos de guerra de su escuadra y diez vapores (la Magallanes, el Amazonas, la O´Higgins, el Loa, el Itata, el Copiapó, el Limari, el Matías Cousiño, el flamante crucero Angamos, la Abtao, el Paquete de Maule, el Huanay, el Lamar, la Covadonga, el Santa Lucía, el Tolten, el blindado Cochrane, el Elvira Alvarez y el escampavías Toro), a órdenes del general Erasmo Escala, lograron desembarcar, en tres fases de ataque, en el puerto de Pisagua estableciendo así su primera cabecera de playa en territorio peruano. Entre las fuerzas de desembarco se encontraban los nuevos regimientos Buin, Tercero y Cuarto de Línea y batallones del Atacama y Zapadores. En este proceso los chilenos tuvieron 330 bajas entre muertos y heridos.

 

En términos estratégicos y recursos materiales el ejército expedicionario chileno, a órdenes del general Erasmo Escala, se mostraría superior a las fuerzas aliadas peruano-bolivianas. Acto seguido, las fuerzas chilenas se apoderaron del ferrocarril Pisagua-Agua Santa y de ahí procedieron hacia el norte, asegurando una línea de provisiones con el valioso apoyo de su escuadra.

 

En este proceso capturaron los chilenos la localidad de Dolores. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas se enfrentaron al ejército expedicionario en las alturas del cerro de San Francisco, en un frente de tres kilómetros de extensión. Fue un combate cruento e intenso en que ambos ejércitos mostraron un gran valor y arrojo. Si bien la infantería aliada era superior en número (7,400 peruanos y bolivianos contra 6,000 chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas piezas de artillería del adversario. Los chilenos además ocupaban la cima del cerro San Francisco, que por su inclinación se constituyó en una plaza prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominaban las faldas del cerro.

 

En este combate destacó la acción del batallón Zepita, fuerte de 35 oficiales y 601 soldados al mando del coronel Andrés Avelino Cáceres. Cuatro compañías del Zepita, al mando del comandante Ladislao Espinar, ejecutaron una carga espectacular que les permitió alcanzar la cumbre del cerro, donde se batieron con un heroísmo singular y se apoderaron de dos cañones adversarios. Pero aquel triunfo parcial fue a costa de mucha sangre, y los hombres victoriosos del Zepita, con su temerario comandante a la cabeza, casi fueron exterminados por los batallones Atacama y Coquimbo, que habían acudido como refuerzos para contener el asalto. Los últimos sobrevivientes de aquellas compañías del Zepita se batieron cuerpo a cuerpo. Durante la cruenta batalla pereció un alto número de tropa y oficiales de los batallones Zepita y Dos de Mayo. Un jefe chileno del Atacama atestiguó así el valor desplegado por los contrincantes:

 

"He tenido ocasión de ver a dos soldados muertos, José Espinoza (chileno, de la primera compañía), y un peruano del Zepita; ambos estaban cruzados por sus bayonetas y como si aun no fuera bastante, esos valientes se hicieron fuego, quedando enseguida baleados en el pecho".

 

Los cañones chilenos Krupp, que en vez de proyectiles utilizaban el mortal “grapeshot” o metralla, barrían a veces compañías enteras. Los peruanos del Zepita, del Ayacucho, Olañeta e Illimani, continuaron avanzando resueltamente por el oeste, mientras la división de ataque formada por los batallones Puno número 6 y Lima número 8, avanzaron por el centro chileno apoyando los fuegos de la división ligera y dirigiendo sus tiros contra los batallones Coquimbo y Atacama. Al mismo tiempo el batallón 3 de Ayacucho, al mando del coronel Leoncio Prado se desplegó en guerrilla al pie del cerro, disparando contra los batallones del Valparaíso, del 2do, 3ro y 4to de Línea.

 

A las 17:00 horas y en parte por el desbande de las tropas bolivianas al mando del General Villamil y por el arribo de la división chilena de reserva bajo el general Escala, la fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche se debió emprender la retirada. Los chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y se parapetaron en las calicheras.

 

Cuatro días después, el 23 de noviembre el ejército chileno ocupó el puerto peruano de Iquique. Las diezmadas fuerzas del I ejercito del Sur, se vieron forzados a ejecutar una nueva progresión y marcharon entonces hacia Tarapacá. El comandante del ejército chileno, general Escala, enterado de la difícil situación del adversario e informado de su posición exacta, envió a su encuentro una expedición de 3,900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga, compuesta por el batallón Chacabuco, cinco batallones de infantería pertenecientes a los regimientos 2do de Línea y Zapadores, un escuadrón de caballería, (el Granaderos a Caballo) y cuatro cañones de bronce y seis potentes cañones Krupp bajo el Regimiento de Artillería, con objeto de liquidarlos.

 

De acuerdo al parte oficial del general Escala, se presumía que en Tarapacá había entre 1,500 y 2,000 soldados peruanos “en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y la escasez de recursos y en un estado de completa desmoralización…”.

 

En horas de la madrugada del 27 de noviembre 1879, la fuerza chilena alcanzó su objetivo y tomó posición ofensiva en las colinas localizadas al oeste de la ciudad de Tarapacá, en un área de una legua de extensión, que iba entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras. La división chilena entonces fue dividida en tres fracciones: La primera, al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez, compuesta en su mayoría por los batallones del regimiento 2do de Línea y dos cañones de bronce, tenía como objetivo apoderarse de la Huaracina, donde se encuentran las provisiones de agua del poblado y de ahí avanzar hacia Tarapacá; la segunda, a las órdenes del propio coronel Arteaga, formada por el regimiento Artillería de Marina, el batallón Chacabuco, cuatro cañones de Bronce y dos cañones Krupp, debía atacar de frente a los peruanos por las alturas que dominan la población; y, la tercera, dirigida por el comandante Ricardo Santa Cruz e integrada por un batallón del 2do de Línea, 260 hombres del Zapadores, 116 Granaderos a Caballo y dos secciones de artillería Krupp de montaña, tenía que situarse cerca del paso de Quillaguasa para recortar la retirada de los peruanos por el camino de Arica “y batir la quebrada desde las alturas”.

 

Los peruanos, que carecían de un sistema de alerta o vigilancia, fueron informados de la presencia del adversario por dos arrieros que se toparon con las columnas chilenas a distancia. Tan pronto se produjo este hecho, el Coronel Andrés Cáceres, jefe de la segunda división peruana, ordenó que se tocara diana y organizó un consejo de guerra. En virtud que los peruanos carecían de un plan de contingencia para responder a una emergencia como aquella, Cáceres dispuso que la tropa ocupara las alturas que circundaban Tarapacá. Sin embargo, en las primeras horas del amanecer, los chilenos ya se habían posesionado de las mismas y al parecer esperaban que sus enemigos rindieran las armas, por efecto de la sorpresiva maniobra y ante la supuesta imposibilidad que pudieran atacar sus estratégicas posiciones.

 

Pero Cáceres no era hombre que se rindiera fácilmente. Por el contrario, recuperado del factor sorpresa, dispuso que los 3,000 hombres bajo su mando se dividieran en tres columnas. La primera y segunda compañía de su legendario regimiento, el Zepita, bajo órdenes del teniente coronel Juan Francisco Subiaga, colocó a la derecha. La quinta y sexta compañía, bajo el capitán Francisco Pardo de Figueroa se ubicó en el centro y la tercera y cuarta compañía, bajo el mayor Argüidas, tomó posición del sector izquierdo. Simultáneamente, Cáceres envió un mensaje al coronel Manuel Suárez, comandante del regimiento Dos de Mayo, ordenándole atacar desde la izquierda. Dos batallones de la División Vanguardia, con un total de 1,400 hombres, que acampaban a 45 kilómetros de distancia, también fueron avisados y se pusieron en marcha. Aquellas tropas tardarían seis horas en llegar al campo de batalla.

 

La lucha se inició con ímpetu alrededor de las 9:15 de la mañana. El Zepita empezó furiosamente el ataque contra las posiciones chilenas, y el resto de los regimientos peruanos, bajo órdenes de los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón se movieron también contra el adversario. El Zepita subió el lado oriental de las colinas bajo los nutridos disparos de la artillería y la infantería chilena. El fuego era muy intenso, pero los peruanos, en desplazamientos de guerrilla, continuaron avanzando. La primera y la segunda compañía del Zepita fueron las primeras en alcanzar su objetivo a las 9:30 de la mañana. Fueron recibidos con un fuego nutrido de la artillería chilena, pero que no fue suficiente para contener el valeroso ataque de la infantería peruana. Luego de una espectacular carga con bayoneta y contra viento y marea, lograron capturar cuatro cañones y todas las municiones de los adversarios. Acto seguido, concentró sus fuegos contra los Zapadores y las compañías del 2do de Línea. En 45 minutos una de las brigadas chilenas fue totalmente aniquilada.

 

A la 9:45 de la mañana el regimiento chileno Artillería de Marina entró en acción, siendo anulado por el Zepita y el Dos de Mayo. Las columnas bajo los jefes Pardo Figueroa y Arguedas causaron un daño severo en la infantería chilena. Tal fue la intensidad de su ofensiva que los chilenos, luego de resistir a pie firme, perdieron finalmente el control y se vieron obligados a retirarse en completo desorden hacia una posición localizada tres millas detrás de las colinas. Los peruanos habían logrado una victoria parcial, pero habían perdido varios hombres en la arremetida, incluidos el teniente coronel Juan Zubiaga, el capitán Pardo Figueroa, el coronel Manuel Suárez, jefe del batallón Dos de Mayo y Juan Cáceres, hermano del espartano Andrés Avelino.

 

En efecto, Andrés Cáceres también estaba herido pero decidió continuar la lucha contra las nuevas posiciones chilenas bajo el coronel Arteaga. Su división se reforzó con la llegada del batallón Iquique y los Loa y Columnas Navales, así como una compañía del batallón Ayacucho y uno del batallón Gendarmes. Esas fuerzas eran parte de las dos Divisiones peruanas, fuerte de 1,400 hombres que se encontraban a 45 kilómetros de Tarapacá cuando la batalla hizo erupción. Entre los refuerzos se encontraba el batallón Iquique número uno, cuyo comandante, el legendario Alfonso Ugarte, fue herido de un balazo en la cabeza, no obstante continuó la lucha al frente de sus tropas.

 

Con estos refuerzos Cáceres ejecutó un nuevo ataque por el sudeste de Tarapacá, alcanzando y disolviendo al enemigo en cinco ocasiones. Los chilenos, que obviamente eran soldados muy aguerridos y valientes, se reagruparon igual número de veces. Es más, una columna chilena se dirigió hacia el pueblo de Tarapacá, que estaba, defendido por el batallón Guardias de Arequipa y la columna boliviana Loa, los cuales, tras una encarnizada lucha los rechazó. La batalla en la ciudad, fue casa por casa.

 

La tercera división al mando del coronel Bolognesi, jugó parte importante en la acción. El viejo coronel, que antes de la batalla encontrábase enfermo y padeciendo alta fiebre, olvidó sus padecimientos y se puso al frente de su tropa, cuyo comportamiento fue admirable. El batallón Arequipa, de la referida división, capturó como trofeo el estandarte del regimiento 2do de Línea. Cáceres, desde su posición flanqueó a los chilenos por el sector izquierdo. Aquellos, ejecutaron entonces un contraataque con su caballería a efecto de romper parte de las posiciones peruanas, pero la carga logró ser contenida por los galantes hombres de las columnas Loa y Navales. Cáceres entonces dispuso ejecutar un último ataque contra el centro del ejército chileno, al cual logró destruir completamente. Los sobrevivientes dejaron sus últimas piezas de artillería, municiones y rifles y se desbandaron.

 

Los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Entre los muertos chilenos merece destacarse la del valiente comandante del Segundo de Línea, Eleuterio Ramírez. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.

 

Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar la victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iniciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.

 

Tarapacá, desafortunadamente, no cambió los resultados estratégicos del conflicto y el ejercito peruano se dirigió hacia el puerto de Arica. Coincidentemente uno de los próximos objetivos chilenos era capturar dicha posición.

 

Pocas semanas después de Tarapacá, el alto mando chileno concentró veinte transportes en Pisagua y el 24 de febrero de 1880, frente a la bahía de Pacocha, en Moquegua, al norte de Arica, desembarcó un ejército de 12,000 hombres. A la cabeza de las fuerzas chilenas se encontraba su nuevo comandante en jefe, el hábil y competente general Manuel Baquedano. Dicha fuerza enfrentó a los peruanos en la batalla de Los Angeles.

 

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*Publicado originalmente en la Red Voltaire el 27-11-2009 http://www.voltairenet.org/article163098.html

 

 

 

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