Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
12-5-2024
¿Cómo somos los peruanos?
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Hidalgo y leal consigo mismo que los peruanos aprendamos a
conocernos, en nuestras virtudes. Y en los defectos y cómo mejorar y superar,
respectivamente.
Pretender en un artículo efímero y modesto describir si los
peruanos sabemos cómo somos y debido a qué causas, constituiría un esfuerzo
mayúsculo y muy superior a las escasísimas capacidades de quien es sólo un
aficionado a la redacción.
Al mismo tiempo es una opción muy rara e infrecuente.
Nosotros los peruanos no sabemos como somos, fanáticos hasta las lágrimas si de
corear el gol del triunfo se trata y, a la vez, guardar silencios inexplicables
cuando los diferentes gobiernos regalan a precio vil nuestros recursos no
renovables.
Hemos incubado, desde la más tierna infancia, una vocación
por el silencio cómodo o el desentendimiento de cuanto nos rodea. ¡Ni siquiera
lo admitimos!
Sí es posible arriesgar algunas consideraciones que podrían
resultar interesantes. ¿Siente lo mismo un peruano de Tumbes de calores ecuatoriales
que el altiplánico de fríos recios y alturas no aptas para quienes sufren del
corazón?
¿Qué los une a ambos? ¿Una bandera, un himno, una geografía?
¿Una historia común? Me atrevo a decir que Perú son muchas historias a la vez,
no pocas con sabor a lágrima y opresión y con distintivas cuotas locales.
Mosaico múltiple la ciudadanía peruana no ha roto en 200
años el pacto infame y tácito de hablar a media voz. Apenas si protagoniza un
sainete o remedo en formación lenta hasta farragosa.
Hay una historia no contada sino a retazos y se trata de la
corrupción que es más vieja que la república y que está en el ADN social del
Perú. Uno de los primeros timos y farsas la montaron los ibéricos y con Pizarro
a la cabeza, dieron cuenta de Atahualpa en Cajamarca. Sería una de las
germinales estafas de las cientos de miles que se repetirían hasta nuestros
días, 500 años después.
No sólo vivimos atacados desde siempre por la corrupción.
¡Nuestro modus vivendi entiende a la corrupción como parte común y corriente de
nuestras vidas!
Un traidorzuelo de baja y ridícula estatura, con sus botas a
la federica, musitó que Perú era un país de confundidas gentes. Alguna razón
tuvo, las principales calles y avenidas de todos los distritos, provincias y
regiones, llevan su nombre, el del regalador de Lima a las huestes invasoras en
la guerra que nos planteó Chile y los días de la tragedia fueron 13 y 15 de
enero de 1881.
Y no es raro que felones lograran que la “historia”
registrara sus “hazañas” y sus apellidos apisonaran no pocas fortunas, millones
de sospechosa procedencia y el saqueo más descarado y añejo del Estado peruano
a través de casi todos los gobiernos a la fecha.
Pero los peruanos inoculados por una televisión deformadora
y medios impresos y radiales mediocres, no cesan de cultivar la estúpidocracia,
“virtud” en que todos fingimos no entender nada con tal que nos dejen “vivir
tranquilos” y que sean otros quienes paguen los platos rotos. Gobierno que
llega, régimen que culpa durante sus primeros cuatro años –del total de cinco-,
a la administración precedente. Y ya han transcurrido 203 años casi de este
deporte tan canceroso.
El adagio popular, no por ello menos infame e indigno, tiene
vigencia total: “si del mundo quieres gozar: ver, oír y callar.
¿Y nuestros críticos y analistas? Gozan mostrando sus
múltiples diplomas, certificados de asistencia a fórums, simposios, talleres,
aunque repitan de canal en canal, radioemisora en radioemisora, diario tras
diario, las mismas y vulgares cantatas que no cambian desde hace 35 años.
¡Estos son los conservadores que Perú NO necesita!
El soneto palurdo proclama que a más diplomas y
distinciones, mejor eficacia en las cosas públicas. La pregunta asoma de
inmediato: ¿no han sido dilectos doctores, filósofos, galenos y estudiosos
quienes han asaltado el presupuesto de la Nación y jamás han pagado por la
felonía de sus robos?
El coctel es explosivo e indigesto. Hemos tenido asaltantes
profesionales como titulares de portafolios; monreros y extorsionadores a cargo
de bancos públicos y privados; presidentes rateros y hasta uno de esos se
suicidó para no ir con sus huesos a la cárcel y otro renunció por fax a miles
de kilómetros del país.
Díscolos, inecuánimes, los peruanos pasan de la tristeza al
éxtasis, del rubor al descaro más desvergonzado. Del júbilo al fondo abisal y
la forma pendular nos signa desde la iniciación de la república y es una manera
inevitable de historiar nuestros pasos.
Por alguna razón misteriosa los peruanos vivimos el
presente, el pasado es para cuitas y recuerdos, el futuro no preocupa.
Atolondrados y majaderos transitamos en la falsa expectativa que las cosas
caigan del cielo.
El esfuerzo, el tesón, la voluntad de acero y la
indeclinable voluntad de victoria casi nunca son parte del menú cotidiano del hombre
o mujer nacionales.
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