Sinopsis de un suicidio y de unas “metamemorias”
por Héctor Vargas
Haya; peru293@gmail.com
27-2-2023
Un suceso de indudable dramática trascendencia fue el suicidio del
cuestionado ex presidente Alan García Pérez, acaecido el 17 de abril de 2019, porque
insta a indagar las causas de tal determinación.
Hace más de seis décadas, el gran literato, historiador y político
colombiano, José María Vargas Vila, decía del suicido, “cuando la vida es
un dolor, el suicidio es un derecho, y cuando la vida es una infamia, el
suicidio es un deber”.
Y si de un deber
se trata, el suicida lo ha cumplido, cuando acuñó la expresiva frase “SÍ SÉ LO
QUE DEBO HACER “EL DEBER ES MÁS FUERTE QUE LA VIDA Y QUE LA MUERTE JUNTOS”.
Terminante declaración consignada en el epílogo de su “metamemorias”, del
que aparece que el 31 de diciembre del 2018, entre otras trágicas expresiones,
decía: “mañana será otro año, otro tiempo, aunque en él, si lo alcanzo, tal
vez los reencuentre”, y remataba con un adiós a París, a Madrid, a sus
amigos, a sus compañeros y a sus hijos y concluía: “No sé qué ocurrirá
después, pero sí sé lo que debo hacer”.
Tal decisión, colindante con una suerte de aparente inestabilidad psíquica,
se vio agravada con su cuestionada trayectoria política, a tal punto que su
obsesión suicida, derivada de sus controvertidos actos políticos, tuvo su
desenlace el 17 de abril del año siguiente (2019). Así, bajo el epígrafe “LA
RAZÓN DE MI ACTO”, declaraba su negativa y rechazo a aceptar el “vejamen de
verse como otros que desfilaron esposados”.
No es el único caso. Fueron suicidas, aunque en circunstancias diferentes,
Getulio Vargas, de Brasil, el 24 de agosto de 1954; Salvador Allende,
presidente de Chile, el 11 de septiembre de 1973, en una gallarda actitud de no
ceder ante el bárbaro atentado del tirano genocida Augusto Pinochet; Antonio
Guzmán, de República Dominicana, en 1982, acusado de actos de corrupción, y Roh
Moo-Hyon, de Corea del Sur, el 26 de mayo del 2005, igualmente imputado de
enriquecimiento ilícito.
El suicidio de García, no pasaría de ser uno más, si su publicitada METAMEMORIAS,
no contuviera imaginarias historias, que nos recuerdan a la impactante obra del
gran escritor ruso, Nicolai Gogol, sólo que a diferencia del personaje del
conmovedor relato, el suicida presidente peruano no sólo fabricó sucesos, todos
imaginarios, sino de épocas en las que él aún no había nacido, en demostración
de una caudalosa y obsesionante alucinación.
Escandaliza, en sumo grado, su inconsecuencia y el
atrevimiento de censurar sin recato a Víctor Raúl Haya de la Torre, a quien le
adjudica el “error de la impaciencia” sin reparar que el fundador del Partido
Aprista Peruano (PAP) debió luchar y esperar cinco décadas, desde 1930, aciaga
etapa de persecución y proscripción de los partidos políticos, de sus
dirigentes y militantes, por obra de tiranos, etapa en la que el suicida aún no
se hallaba ni en los planes paternales de sus progenitores, a no ser, que el
suicida califique de paciencia al hecho de haber él claudicado pacientemente,
entregándose a las fauces de los eternos enemigos del fundador del aprismo.
Y en el colmo de la irreverencia, tratando de justificar su fracaso, llega
a compararse con JESÚS, y dice que el Mesías, EN SU ÉPOCA NO PUDO LOGRAR LO QUE
SUS SEGUIDORES RECLAMABAN, luego se
remite al supuesto, que según su insana apreciación, se relataría en la Biblia.
Refiere sus dudas, en varias páginas de su metamemorias, sobre las
dimensiones del SACRIFICIO DE CRISTO, toda una alucinación. El gran escritor
Nicolai Gogol habría podido contar, sin duda, con un tema de trascendencia,
quizá de impacto superior al de su conocido relato al que tituló “El Diario de
un loco”.
Si de impaciencia se trata, además de sus desenfrenadas ambiciones, ignora
y soslaya sus inolvidables precipitaciones y desleales maniobras que el suicida
protagonizó en su condición de Secretario de Organización del PAP, en los
aciagos Congresos partidarios a partir de 1970, tras la muerte de Haya de la
Torre. Rompiendo la unidad partidaria y presa de desesperación, se enfrentó
contra el auténtico y legítimo candidato
Andrés Townsend, para favorecer a Armando Villanueva, de quien el suicida dice
sin rubor: “fui su principal figura”, y terminó como su heredero
político electoral, apoyándolo en la candidatura presidencial a sabiendas de
que Villanueva era un candidato perdedor, pero, sin empacho se convirtió en su
jefe de campaña, con el agravante de haber abandonado la sede tradicional del Partido
para trasladarse, sin recato, a la zona exclusiva de Chacarilla del Estanque,
centro de recepción de aportes económicos, administrados sin control y
fácilmente interceptables en el camino.
Y para justificar su desleal enfrentamiento a
Townsend, lo descalifica en su Metamemorias, y dice de él que era
“demasiado atildado para el espíritu de las bases”. Acaso pretendía que fuera
un personaje de poses vulgares, aficionado a cantar y guitarrear en jaranas, en
un afán de mostrarse liberal, danzando grotescamente, como si la democracia
consistiera en la chabacanería.
En su alucinante narración, se enorgullece por
haber sido amigo y seguidor de siniestros personajes, a los que recuerda con
veneración, como el general Antonio Noriega, presidente de Panamá, conocido
narcotraficante, apresado y encarcelado, de quien celebra su visita, en cierta
ocasión en el Palacio de Gobierno en Lima.
Se refocila al recordar, con especial deferencia, a
su más carnal amigo, su compadre y colombroño, Carlos Andrés Pérez, ex presidente
de Venezuela, defenestrado personaje que terminó en la cárcel para purgar una
condena por corrupción, después de haber sido descalificado por su propio
partido Acción Democrática, en el Senado venezolano. Carlos Andrés Pérez fue
aquel que cierta vez le aconsejó, con ocasión de su visita al Perú, que “el
poder político debe marchar junto al poder económico” y parece que el suicida
resultó su mejor discípulo.
No olvida a su grato amigo Agustín Mantilla y
celebra su afinidad con Vladimiro Montesinos, a tiempo de recordar, sin recato,
haber recibido de éste una ayuda económica de treinta mil dólares, bajo el
título de “contribución” con el Partido, cosa que jamás se estilaba.
Recuerda, también al mismo Montesinos por haberle
ofrecido a Mantilla el Ministerio del Interior de la autocracia de Fujimori,
prueba de la funesta alianza con el autócrata Fujimori, iniciada en 1990 y
prolongada sin plazo de vencimiento.
Pronto había olvidado que, en el proceso electoral
de 1995, el suicida sí pactó descaradamente, en una oscura alianza electoral
con su tradicional adversaria política, Lourdes Flores Nano, presidenta del
partido Popular Cristiano, quien fuera la encargada de sustentar ante el Senado
la acusación de la que García fue objeto en la Cámara de Diputados, con fecha
23 de septiembre de 1991, por una Comisión acusadora presidida por el entonces
diputado Ántero Flores Araoz, por delitos de corrupción y enriquecimiento
ilícito.
Ambos de la mano, acusado y acusadora, recibieron
el más severo castigo del electorado, que los relegó a los últimos puestos, con
la consiguiente eliminación del Padrón de Partidos Políticos, del Jurado
Nacional de Elecciones, del Partido Aprista Peruano y del Partido Popular
Cristiano, una alianza electoral con objetivos pecaminosos.
Con alucinante ego, adjudica a determinados
políticos suramericanos el haber sostenido que él, García, era el “más grande
orador de Latinoamérica”, y textualmente dice: “….Hasta que caí en cuenta de
que compañeros y adversarios reconocían en mis discursos, la capacidad de
comunicación……era una herencia emocional de Celia, mi abuela. Y tuve el honor
de escuchar a muchos jefes de Estado, como Michael Pastrana, al rey de España y
otros personajes que yo era el más grande orador de Latinoamérica y pensé entonces
transferir a quienes desearan mi forma de expresión”.
Patológico auto elogio, pues confunde oratoria, con
faramalla y facundia. Orador no es únicamente el que tiene facilidad para
hablar. Orador fue Haya de la Torre, que hacía pedagogía y trasmitía sólidos
conceptos de un ideólogo educador y maestro de juventudes, que además exigía
probidad.
Oradores fueron Demóstenes, Pericles, Gandhi, Lincoln,
Luther King, Churchill, Emilio Castelar, Allende y otros que legítimamente
figuran en la historia.
En cambio, Pisístrato, adulador de la plebe, atraía mediante recursos ajenos al intelecto y que
conducen a lo que se conoce como carisma: pose histriónica aprendida de los
expertos en la facundia, verbosos y locuaces, manejadores de la fraseología y
la garrulería, hábiles en la trapisonda y dominadores del escenario donde
actúan.
La aludida “Metamemorias” es fecunda como generadora de títulos propios del
psicoanálisis. Freud tendría abundante material.
He dejado para el final un aspecto que sin comentario, lo trascribo
textualmente. Se refiere a su recorrido por Colombia y Francia, después de
1990: “…alternando con Colombia, en Francia recorrí las calles de París.
Desde la estatua de Dantón hasta la Basílica, escuchando a Miterrand. Mis hijos
estudiaban en el gran liceo público Janson de Saily. Yo vivía alternando los
países y las conferencias políticas, con eventuales ocupaciones laborales como
la distribución de bultos en camiones de la empresa Garridle en París o como
consejero para la venta de seguros a los diplomáticos extranjeros…
Comencé a prepararme para un largo plazo. Gracias a Jorge del Castillo que
actuó como corredor inmobiliario, encontré un comprador para la pequeña casa de
playa de Naplo que adquirí en 1985, Jorge encontró un pretendiente dispuesto a
la compra, Bruce Headitz, norteamericano y propietario de un casino en Lima,
llegó una mañana al aeropuerto Charles de Gaulle, portando un maletín con el
precio de la casa (150 mil dólares) y partimos hacia el notario Dominique
Chigriot, de la calle Emile Zola y ante el asombro de éste, firmamos la venta
de la casa de Lima y en el mismo contrato, el pago de la cuota inicial del
departamento de la Rue de la Faisanderie, y con el representante la Banque
Populaire, el crédito por treinta años por el 70%...se entregó en alquiler a un
profesor universitario, que con sus pagos al
Banco cubrió el saldo…...”.
Finalmente, dice: “comprendo que me hallo secuestrado en mi propio país,
que camino en la habitación de una embajada y que ya culmina este 2018”.
Debía de haber reconocido que se hallaba autosecuestrado por sus propios
actos, y que si terminaba su paso por la Embajada, era porque Uruguay, nación
democrática ejemplar no podía supeditar a la amistad los fundamentos del
Derecho Internacional, tradicionalmente respetados en aquella República, que le
dio acogida humanitaria, pero no asilo político, esperanza utópica del
hospedado, de contar con manto protector de impunidad.
No comments:
Post a Comment