Gabriela Sevilla
por Joan
Guimaray; joanguimaray@gmail.com
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27-10-2022
Doña
Gabriela Sevilla ha cometido el más grave error de su vida. Ha incurrido en el
peor yerro de sus treinta años. Pues, había asegurado que estaba embarazada,
sin estarlo. Salió de su casa diciendo que se iba a dar a luz, pero no llegó a
ningún nosocomio. Sostuvo que el nombre de la hija que iba a alumbrar sería
Martina, pero ella nunca nació.
Desde
luego, no cabe duda de que su temeraria actuación resulte reprobable, su imprudente
conducta sea reprochable, y su desacertado proceder sea reprensible. Pero ella,
no asaltó a nadie, ni traficó con nada, tampoco mató a ningún congénere, mucho
menos le robó al país, sino, todo lo hizo por retener al ser que amaba, por conservarlo
a su lado, por no perderlo de su vida, por miedo de quedarse sola y sin él. Es
decir, Gabriela lo hizo todo por amor.
Pensó
que la comedia que planificó iba a ser perfecta. Creyó que la “dolorosa
sustracción de su bebe” desde de su propio vientre, iba evitar que su pareja la
abandonara. Imaginó que la ideada “tragedia” haría que el ser a quien eligió
para transitar por los pasillos de su vida, ya iba a permanecer por siempre a
su lado. Y, precisamente por eso, lo hizo todo por amor.
Pero
como sus íntimas travesías se filtraron a la televisión, la radio y los diarios.
Entonces, la hipócrita sociedad salió a cuestionarla, la maniquea colectividad
salió a condenarla, las incompetentes autoridades de gobierno salieron a hociquearla.
Y tras ellas, se sumaron, la fiscalía, la policía, los médicos, los psicólogos,
los psiquiatras, las terapeutas y los “especialistas” de todo pelaje.
Ahora,
casi todos ellos y al unísono, farfullan que Gabriela debe ser juzgada por
delito “contra la fe pública, acusada por falsedad genérica” y condenada por su
atrevimiento.
Los
medianos abogados sin talla, los ignaros periodistas infractores de las normas
del idioma, y otros tantos pigmeos de opinión, quieren verla en la cárcel,
internada en una celda, confinada tras las rejas, pagando el precio de su osadía.
Pero, nadie desea verla en un sanatorio mental, ni sugiere algún tratamiento
psicológico o un examen psiquiátrico. No se escucha ninguna voz diciendo que
Gabriela podría estar padeciendo de alguna enfermedad inadvertida.
Es
decir, nadie opina partiendo de la buena fe. No existe prójimo reflexivo, ni
conciudadano sobrio. Y eso, revela la miseria moral de una sociedad atrapada
por la histeria, degradada por la nesciencia, aletargada por la idiocia, y que
sólo reacciona en turba, en horda y en tropel.
En
estos momentos, la joven Gabriela debe de estar sintiéndose más sola que nunca.
Debe de estar herida por la vergüenza, lacerada por la crudeza de las
opiniones, maltratada por los vulgares cibernautas, agredida por miles de homo ínsipiens. Y en ese estado anímico,
la citarán los operadores de la “justicia”. Insistirán una y otra vez. Y, si
ella se resiste a asistir, pues irán por ella.
Cuando
llegue ese instante y estando frente a sus juzgadores, ojalá Gabriela tenga el
coraje de preguntarles –que si alguna vez hicieron algo por amor–, tal como le
espetó a su captor, una audaz dama argentina, aquella de la que Sábato habla en
“Antes del fin”.
Dice
él, que en un crudo invierno, apenas con una remera y un pantalón, una mujer se
escapó del Hospital Psiquiátrico con el deseo de ir a buscar a su compañero. Aprovechando
la distracción del maquinista, robó una locomotora, y haciéndola funcionar sin
dificultad, comenzó su odisea.
“Si
ustedes supieran lo que es el amor, me dejarían seguir”, le dijo al oficial que
la detuvo, y mientras la conducía a la comisaría, entre llantos desesperados,
gritaba: “¡vos nunca hiciste nada por amor!”.
Pues,
en este país, casi nadie hace ni ha hecho nada por amor, y a doña Gabriela que
osó hacer todo por amor, no sólo le espera un largo proceso penal, sino
también, la soledad infinita, la vergüenza sin fin y el eterno calvario.
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