Sunday, November 29, 2015

La mazamorra de Bullard

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-11-2015

La mazamorra de Bullard

Confiesa el comentarista de opinión de El Comercio, Alfredo Bullard, en su artículo Al ritmo de la Marsellesa, http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/al-ritmo-marsellesa-alfredo-bullard-noticia-1859721, del 28 de los corrientes, que "nunca he podido entender la doctrina de Víctor Raúl". Y estamos totalmente de acuerdo.

Haya de la Torre planteó desde el inicio la lucha contra el imperialismo que debía tener al frente gobiernos nacionales conformados por Frentes Unicos de Trabajadores Manuales e Intelectuales y a través de Estados antimperialistas en que los trabajadores, el Estado y los empresarios, conjuncionaran esfuerzos en un Congreso Económico para desarrollar el país. No sólo eso, resultaba imprescindible para Haya la unidad política y económica de América Latina. A esto se le ha llamado tesis o cuerpo doctrinario político.

Definió Haya la imperiosa necesidad de un nacionalismo económico o indoamericano para que las masas populares, clases medias, empresarios nacionalistas, trabajaran apisonando el terreno emancipador de sus economías y, por tanto, de sus dependencias políticas en manos, casi siempre, de palafreneros, abogados o dictadorcillos fletados con el dinero de las grandes transnacionales que consideran al ciudadano como un guarismo y no como un ser humano productor de riqueza y con valores cívicos, credo y fe por qué vivir.

Más aún. A pesar de los fragorosos esfuerzos totalitarios de muchos gobiernos para destruir al aprismo y a sus líderes, ellos tuvieron una presencia popular que aún no ha sido debidamente estudiado por razones que son más bien referidas a la falta de ecuanimidad ambiente en el país para esta clase de exégesis. ¿De qué otro modo pueden explicarse las múltiples intentonas militantes de descontento y que la historia ha registrado como insurrecciones o levantamientos? Unir el pensamiento a la acción en Perú es casi una proeza. Por eso los políticos sólo enuncian, ofrecen y se venden al mejor postor y no guardan la imprescindible coherencia ideológica y ética en su comportamiento público y privado.

Entonces la lectura es imprescindible don Alfredo. Ni un estudiante bisoño de secundaria se atrevería a comparar con una mazamorra el corpus ideológico o doctrinario que ha sido vivencia, corazón y legítimo reclamo en decenas o cientos de miles de ciudadanos desde 1930. Son 7 los tomos que compilan las obras completas de Haya de la Torre y tengo la impresión que usted podría invertir en su compra, de manera que le impidan, luego de una lectura atenta y estudiosa, la expresión de analogías más bien ociosas y hasta antipáticas.

En dos oportunidades, entre 1985-1990 y 2011-2016, llegó al gobierno Alan García Pérez. Las características de ambas administraciones pasan por un voluntarismo -idiotez que denomina así a las ganas de hacer lo que se le venga en gana-, amigotes ajenos al Partido, desafiliación de facto de cualquier idea hayista y ambos regímenes terminaron manchados con acusaciones de deshonestidad que nunca han sido aclaradas con exhaustiva convicción. Eso de ser "inocente" por prescripción, es un recurso abogadil manido y fétido.

Usted mismo lo dice cuando refiere a qué clase de medidas las que se propulsaron en ambas estaciones gubernativas. Claro que cuando se lee a medias o de oídas, se atribuye a semejantes disparates, filiaciones de que carecen por lo antitético de sus contenidos. Para Haya la salud, educación y trabajo, en el marco de una administración honesta e integérrima proporcionada por el ejemplo de cada quién, eran fundamentales en cualquier gobierno. Y como no llegó a presidir el Ejecutivo nunca, apenas si tuvo una curul como constituyente en 1978, cobrando S/ 1 (un sol) al mes, Víctor Raúl ¡jamás hubiera permitido las fiestas irresponsables y malos manejos del dinero del pueblo!

Afirma Bullard que el "Apra no existe". Estoy cierto que le va a costar convencer al pensamiento social que se estudia en las más prestigiosas universidades del mundo porque cuando se refiere al Perú estacionan su análisis en las ideas de Haya de la Torre.

Víctor Raúl pensó y actuó y como humano que fue tuvo errores y aciertos. Me atrevo a sostener que una persona que domina el escenario político nacional durante cinco décadas y que gravita en el pensamiento latinoamericano otro tanto, sí es un referente válido.

Otra cosa es lo que Alan García impulsó o determinó a su paso por Palacio. Por lo pronto marco una diferencia sustancial: Haya murió pobre y en casa ajena, no tenía cuentas bancarias sino libros y riqueza espiritual. Con sus yerros e imprecisiones fue un capitán de multitudes que apreciaron sus aciertos, su verbo vibrante y honrado y su lucha incesante contra los virreinatos del espíritu.



E-pasaportes: ¿y donde está Potozén?

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
28-11-2015


E-pasaportes: ¿y donde está Potozén?

El próximo 3 de diciembre y con la participación in situ del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, la Comunidad Económica Europea, oficializará con el país hermano del norte, la exención de la visa Schengen para los ciudadanos que viajen con su pasaporte electrónico. ¿Y alguien nos dice aquí qué ocurre?

El viernes antepasado, el embajador de Francia en Perú, Fabrice Mauriés, ante los micrófonos de Radio Programas del Perú, virtió muchas explicaciones acerca de que en el próximo semestre del 2016, a más tardar, esa misma facilidad de la exención de la visa Schengen, podrá regir para los peruanos que viajen a los países de la Comunidad. Es más dijo que estaba muy feliz que la empresa Gemalto, francesa como él, fuera la encargada de hacer los pasaportes electrónicos. Lo que olvidó comunicar es que ambos países Perú y Colombia debían arrancar juntos este mismo diciembre.

Las declaraciones del embajador galo Mauriés, se repitieron el martes 24 por la misma radioemisora y con discurso idéntico, como poniendo paños fríos a lo inexplicable que será “justificar” que los colombianos sí tengan pasaporte electrónico y puedan viajar sin la visa Schengen y los peruanos no.

Es evidente que don Fabrice Mauriés contestaba, sin mencionarlo expresamente, al artículo que pusimos el lunes 23: E-pasaportes: ¡criollas razones de embajador francés!
www.voltairenet.org/article189376.html?var_mode=recalcul. ¡De un plumazo, el diplomático galo asumió la representación de toda la Comunidad Europea en Perú, desconocemos qué tan contenta esté la embajadora Irene Horejs con esta actitud y ¡lo que es peor!, también habló en lugar del Superintendente Nacional de Migraciones, don Boris Potozén.

¡Ningún funcionario del gobierno, Potozén lo es, o el presidente Humala, ha salido a explicar ante la ciudadanía del ridículo internacional que significa que estemos tan rezagados en el tema del pasaporte electrónico, dado a Gemalto, Imprimerie Nationale y su socia local Segres Systec S.A. (la de Nicolás Kecskemethy, favorecido en negocios de armas nunca aclarados con el montesinismo), y que recién están haciendo los aprestos para organizar semejante tarea.

¿Y para eso ya les soltaron el primer cheque desde Migraciones?

¿Dónde está Potozén? El prometió con seguridad que nadie acertó a entender bien nunca, que los pasaportes electrónicos, esos exigidos por la Comunidad Europea para eximirnos de la visa Schengen, iban a ser expedidos en diciembre del presente año http://www.tvperu.gob.pe/informa/politica/pasaporte-biom-trico-tendr-informaci-n-de-huellas-dactilares-y-reconocimiento-facial. Estamos en la puerta del último mes del año y ¡cero puntos, cero balas! Y solo el escándalo que significa que un diplomático francés tenga que sacarle las castañas del fuego, justifican, que se dé de baja a un servidor público incapaz de servir a la ciudadanía con información meridiana, cierta y esclarecedora.

¿Qué dicen los miedos de comunicación? Hasta ahora se han portado con un servilismo aquiescente y de muy mal gusto y sólo han atinado a repetir los boletines que manda la Superintendencia de Migraciones. ¿Por causa de qué no averiguan qué está ocurriendo y cuáles las razones de la inexplicable mudez de don Boris Potozén?

Si la pésima actuación de los miedos de comunicación es un tema oprobioso. No lo es menos el silencio ignorante, desinformado, desdeñoso que muestran los políticos frente a un tema que involucra no sólo el pasaporte electrónico sino tratos diplomáticos con la Comunidad Europea y en que Perú sale poco airoso porque Colombia, con su presidente Santos en Bruselas, celebrará la efectivización del convenio y nosotros pasamos por la mediocridad de buscarnos pretextos para decir cualquier cosa. Es que los que se dedican a la política, sólo buscan repetir ofertas y halagar sus vanidades y no lo que debiera ser la defensa de la ciudadanía y sus documentos internacionales.

¿Con qué nos saldrá el embajador francés esta semana que se inicia en breve? ¿Hablará Irene Horejs? ¿O despertará de su extraño letargo don Boris Potozén?

Mientras tanto NO tenemos pasaporte electrónico.
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Friday, November 27, 2015

¡Gloria a los héroes que murieron por la Patria!

La batalla de Tarapacá
27 de noviembre de 1879

¡Gloria a los héroes que murieron por la Patria!

Luego de la muerte del almirante Grau y la captura del extraordinario blindado Huáscar, es decir, destruido el poderío naval del Perú, la escuadra chilena se hizo dueña absoluta del mar, hecho que permitió a los estrategas militares de ese país ejecutar finalmente la primera fase de la campaña terrestre de la guerra de invasión de Chile en 1879, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.

Cuando estalló la guerra, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por 4,800 hombres poco más o menos, desperdigados en guarniciones ubicadas en diferentes regiones del territorio nacional. La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. El comando general del ejército peruano se ejercía a través de tres generales de división, veinte generales de brigada y 74 coroneles. Los batallones eran el Pichincha, Zepita, Ayacucho, Callao, Cusco, Puno, Cazadores y Lima. La caballería era más modesta aún: 780 hombres divididos en tres regimientos: El legendario Húsares de Junín, los Guías y los Lanceros de Torata. La artillería estaba compuesta por los regimientos Dos de Mayo y Artillería de Campaña, con un total de 1,000 hombres. Sin embargo, la mayor parte de la artillería peruana era estática y se concentraba en el puerto del Callao. Estaba dividida en las baterías Independencia, Pichincha, Zepita, Maipú, Provisional y Abtao, provistas de 31 cañones; las torres giratorias blindadas La Merced y Junín, armadas cada cual con dos cañones Armstrong de 300 pulgadas; los fuertes Ayacucho y Santa Rosa, provistos con dos cañones giratorios Blakely de 500 libras; y, los torreones Manco Cápac (4 cañones Vavasseur de 300 libras) e Independencia (2 cañones Blakely de 500 libras). En total, 12 fuertes con un total de 45 cañones. La artillería móvil, para uso de campaña apenas constaba de treinta cañones.

En ese entonces la unidad táctica del ejército peruano era el batallón, integrado por doce compañías de cincuenta hombres cada una. En la práctica sin embargo, la mayoría de los batallones no superaban los quinientos hombres. Estos eran comandados por un coronel, apoyado por un teniente coronel (comandante) y un mayor. Cada compañía era dirigida por un capitán y cuatro subalternos, generalmente sub-tenientes. El uniforme de la infantería constaba de una chaqueta y pantalón de algodón blanco. Cada hombre cargaba un rifle (por lo general, pero no excluyentemente, Martini-Peabody), cien cartuchos de munición, una cantimplora de lata de un cuarto de galón y una frazada doblada alrededor de la cintura. Los oficiales utilizaban uniforme de estilo francés, con algunas variaciones; levita o chaqueta azul, pantalón de paño rojo, kepí, botas de cuero hasta las rodillas, pistola y sable.

Recurriendo a las reservas, para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, número que resultaría muy inferior al de las tropas chilenas. Esta fuerza quedó al mando del general Juan Buendía y compuesta por seis divisiones. La primera de ellas, fuerte de 1,455 efectivos, estuvo integrada por los batallones Ayacucho, Provisional de Lima y la Columna de Voluntarios de Pasco; la II División, a órdenes del coronel Andrés Avelino Cáceres, con 1,230 soldados, se integró con los batallones Puno, Lima, Guías y el escuadrón Castilla; la III División, dirigida por el coronel Francisco Bolognesi (1,315 soldados), estaba compuesta por los batallones Cazadores del Cusco, Cazadores de la Guardia y el escuadrón Húsares de Junín; la IV División, bajo el coronel Justo Pastor Dávila, se componía del Regimiento 2 de Mayo y el batallón Zepita (1,123 soldados); la V División, comandada por el coronel Ríos, estaba conformada por los batallones Segundo de Ayacucho y Guardias de Arequipa; mientras que la VI División, al mando del general Bustamante, con 1,085 soldados, estaba integrada por los batallones Iquique, Cazadores de Tarapacá y las columnas Loa y Tarapacá.

Esta fuerza, que se unió a los 4,534 hombres del ejército boliviano aliado, fue diseminada entre las vastas costas de Iquique, Tacna, Tarapacá y Moquegua, como parte del “I Ejército del Sur”, bajo órdenes del general Juan Buendía. Mientras se prolongó la campaña naval, el referido ejército ejecutó maniobras tácticas y de desplazamiento, siempre desde una perspectiva defensiva y no entró en acción.

El ejército chileno, por su parte, en los seis meses que duró la campaña naval, tuvo tiempo para convertirse en una maquina de guerra eficiente y numerosa. Para el inicio de esta etapa, noviembre de 1879, el ejército de Chile, que antes de la declaración de guerra constaba de 3,000 hombres, se había multiplicado geométricamente.

Varios batallones como el Buin, el 2do de Línea, el 3ro, el 4to y el Santiago, fueron elevados a regimientos. Estos eran comandados por un coronel o teniente coronel, y cada uno estaba integrado por unos 900 hombres. Cada regimiento chileno constaba de dos batallones de cuatro compañías cada uno. A su vez, las compañías se componían de un capitán, un teniente, tres subtenientes, un sargento primero, seis segundos, seis cabos primeros, seis cabos segundos, cuatro cornetas y unos 200 soldados.

El alto mando militar chileno quedó compuesto por el general Justo Arteaga en capacidad de Comandante en Jefe: el general de brigada Erasmo Escala, comandante general de la infantería; el general de brigada Manuel Baquedano, comandante general de caballería y el coronel Emilio Sotomayor, comandante de las reservas. El Jefe de Estado Mayor era el general de brigada José Antonio Villagrán. En esta etapa pudo observarse, aunque incipientemente, un fenómeno interesante: La influencia francesa en Chile, que había sido perceptible desde mediados de siglo, estaba siendo lentamente reemplazada por la de Prusia. En efecto, luego de la derrota de Francia en la Guerra franco-prusiano de 1870-71, la admiración hacia las instituciones del ejército prusiano fue creciendo, lo que en un futuro cercano llevaría a una reorganización de las fuerzas armadas chilenas bajo la eficiente influencia germana.

Pronto se inició la invasión de territorio peruano. Apenas tres semanas después de Angamos, el dos de noviembre de 1879, pese a una férrea resistencia, 10,000 soldados pertenecientes a la fuerza expedicionaria chilena, más conocida como “Ejército de Campaña”, apoyados por casi todos los barcos de guerra de su escuadra y diez vapores (la Magallanes, el Amazonas, la O´Higgins, el Loa, el Itata, el Copiapó, el Limari, el Matías Cousiño, el flamante crucero Angamos, la Abtao, el Paquete de Maule, el Huanay, el Lamar, la Covadonga, el Santa Lucía, el Tolten, el blindado Cochrane, el Elvira Alvarez y el escampavías Toro), a órdenes del general Erasmo Escala, lograron desembarcar, en tres fases de ataque, en el puerto de Pisagua estableciendo así su primera cabecera de playa en territorio peruano. Entre las fuerzas de desembarco se encontraban los nuevos regimientos Buin, Tercero y Cuarto de Línea y batallones del Atacama y Zapadores. En este proceso los chilenos tuvieron 330 bajas entre muertos y heridos.

En términos estratégicos y recursos materiales el ejército expedicionario chileno, a órdenes del general Erasmo Escala, se mostraría superior a las fuerzas aliadas peruano-bolivianas. Acto seguido, las fuerzas chilenas se apoderaron del ferrocarril Pisagua-Agua Santa y de ahí procedieron hacia el norte, asegurando una línea de provisiones con el valioso apoyo de su escuadra.

En este proceso capturaron los chilenos la localidad de Dolores. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas se enfrentaron al ejército expedicionario en las alturas del cerro de San Francisco, en un frente de tres kilómetros de extensión. Fue un combate cruento e intenso en que ambos ejércitos mostraron un gran valor y arrojo. Si bien la infantería aliada era superior en número (7,400 peruanos y bolivianos contra 6,000 chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas piezas de artillería del adversario. Los chilenos además ocupaban la cima del cerro San Francisco, que por su inclinación se constituyó en una plaza prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominaban las faldas del cerro.

En este combate destacó la acción del batallón Zepita, fuerte de 35 oficiales y 601 soldados al mando del coronel Andrés Avelino Cáceres. Cuatro compañías del Zepita, al mando del comandante Ladislao Espinar, ejecutaron una carga espectacular que les permitió alcanzar la cumbre del cerro, donde se batieron con un heroísmo singular y se apoderaron de dos cañones adversarios. Pero aquel triunfo parcial fue a costa de mucha sangre, y los hombres victoriosos del Zepita, con su temerario comandante a la cabeza, casi fueron exterminados por los batallones Atacama y Coquimbo, que habían acudido como refuerzos para contener el asalto. Los últimos sobrevivientes de aquellas compañías del Zepita se batieron cuerpo a cuerpo. Durante la cruenta batalla pereció un alto número de tropa y oficiales de los batallones Zepita y Dos de Mayo. Un jefe chileno del Atacama atestiguó así el valor desplegado por los contrincantes:

"He tenido ocasión de ver a dos soldados muertos, José Espinoza (chileno, de la primera compañía), y un peruano del Zepita; ambos estaban cruzados por sus bayonetas y como si aun no fuera bastante, esos valientes se hicieron fuego, quedando enseguida baleados en el pecho".

Los cañones chilenos Krupp, que en vez de proyectiles utilizaban el mortal “grapeshot” o metralla, barrían a veces compañías enteras. Los peruanos del Zepita, del Ayacucho, Olañeta e Illimani, continuaron avanzando resueltamente por el oeste, mientras la división de ataque formada por los batallones Puno número 6 y Lima número 8, avanzaron por el centro chileno apoyando los fuegos de la división ligera y dirigiendo sus tiros contra los batallones Coquimbo y Atacama. Al mismo tiempo el batallón 3 de Ayacucho, al mando del coronel Leoncio Prado se desplegó en guerrilla al pie del cerro, disparando contra los batallones del Valparaíso, del 2do, 3ro y 4to de Línea.

A las 17:00 horas y en parte por el desbande de las tropas bolivianas al mando del General Villamil y por el arribo de la división chilena de reserva bajo el general Escala, la fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche se debió emprender la retirada. Los chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y se parapetaron en las calicheras.

Cuatro días después, el 23 de noviembre el ejército chileno ocupó el puerto peruano de Iquique. Las diezmadas fuerzas del I ejercito del Sur, se vieron forzados a ejecutar una nueva progresión y marcharon entonces hacia Tarapacá. El comandante del ejército chileno, general Escala, enterado de la difícil situación del adversario e informado de su posición exacta, envió a su encuentro una expedición de 3,900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga, compuesta por el batallón Chacabuco, cinco batallones de infantería pertenecientes a los regimientos 2do de Línea y Zapadores, un escuadrón de caballería, (el Granaderos a Caballo) y cuatro cañones de bronce y seis potentes cañones Krupp bajo el Regimiento de Artillería, con objeto de liquidarlos.

De acuerdo al parte oficial del general Escala, se presumía que en Tarapacá había entre 1,500 y 2,000 soldados peruanos “en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y la escasez de recursos y en un estado de completa desmoralización…”.

En horas de la madrugada del 27 de noviembre 1879, la fuerza chilena alcanzó su objetivo y tomó posición ofensiva en las colinas localizadas al oeste de la ciudad de Tarapacá, en un área de una legua de extensión, que iba entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras. La división chilena entonces fue dividida en tres fracciones: La primera, al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez, compuesta en su mayoría por los batallones del regimiento 2do de Línea y dos cañones de bronce, tenía como objetivo apoderarse de la Huaracina, donde se encuentran las provisiones de agua del poblado y de ahí avanzar hacia Tarapacá; la segunda, a las órdenes del propio coronel Arteaga, formada por el regimiento Artillería de Marina, el batallón Chacabuco, cuatro cañones de Bronce y dos cañones Krupp, debía atacar de frente a los peruanos por las alturas que dominan la población; y, la tercera, dirigida por el comandante Ricardo Santa Cruz e integrada por un batallón del 2do de Línea, 260 hombres del Zapadores, 116 Granaderos a Caballo y dos secciones de artillería Krupp de montaña, tenía que situarse cerca del paso de Quillaguasa para recortar la retirada de los peruanos por el camino de Arica “y batir la quebrada desde las alturas”.

Los peruanos, que carecían de un sistema de alerta o vigilancia, fueron informados de la presencia del adversario por dos arrieros que se toparon con las columnas chilenas a distancia. Tan pronto se produjo este hecho, el Coronel Andrés Cáceres, jefe de la segunda división peruana, ordenó que se tocara diana y organizó un consejo de guerra. En virtud que los peruanos carecían de un plan de contingencia para responder a una emergencia como aquella, Cáceres dispuso que la tropa ocupara las alturas que circundaban Tarapacá. Sin embargo, en las primeras horas del amanecer, los chilenos ya se habían posesionado de las mismas y al parecer esperaban que sus enemigos rindieran las armas, por efecto de la sorpresiva maniobra y ante la supuesta imposibilidad que pudieran atacar sus estratégicas posiciones.

Pero Cáceres no era hombre que se rindiera fácilmente. Por el contrario, recuperado del factor sorpresa, dispuso que los 3,000 hombres bajo su mando se dividieran en tres columnas. La primera y segunda compañía de su legendario regimiento, el Zepita, bajo órdenes del teniente coronel Juan Francisco Subiaga, colocó a la derecha. La quinta y sexta compañía, bajo el capitán Francisco Pardo de Figueroa se ubicó en el centro y la tercera y cuarta compañía, bajo el mayor Argüidas, tomó posición del sector izquierdo. Simultáneamente, Cáceres envió un mensaje al coronel Manuel Suárez, comandante del regimiento Dos de Mayo, ordenándole atacar desde la izquierda. Dos batallones de la División Vanguardia, con un total de 1,400 hombres, que acampaban a 45 kilómetros de distancia, también fueron avisados y se pusieron en marcha. Aquellas tropas tardarían seis horas en llegar al campo de batalla.

La lucha se inició con ímpetu alrededor de las 9:15 de la mañana. El Zepita empezó furiosamente el ataque contra las posiciones chilenas, y el resto de los regimientos peruanos, bajo órdenes de los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón se movieron también contra el adversario. El Zepita subió el lado oriental de las colinas bajo los nutridos disparos de la artillería y la infantería chilena. El fuego era muy intenso, pero los peruanos, en desplazamientos de guerrilla, continuaron avanzando. La primera y la segunda compañía del Zepita fueron las primeras en alcanzar su objetivo a las 9:30 de la mañana. Fueron recibidos con un fuego nutrido de la artillería chilena, pero que no fue suficiente para contener el valeroso ataque de la infantería peruana. Luego de una espectacular carga con bayoneta y contra viento y marea, lograron capturar cuatro cañones y todas las municiones de los adversarios. Acto seguido, concentró sus fuegos contra los Zapadores y las compañías del 2do de Línea. En 45 minutos una de las brigadas chilenas fue totalmente aniquilada.

A la 9:45 de la mañana el regimiento chileno Artillería de Marina entró en acción, siendo anulado por el Zepita y el Dos de Mayo. Las columnas bajo los jefes Pardo Figueroa y Arguedas causaron un daño severo en la infantería chilena. Tal fue la intensidad de su ofensiva que los chilenos, luego de resistir a pie firme, perdieron finalmente el control y se vieron obligados a retirarse en completo desorden hacia una posición localizada tres millas detrás de las colinas. Los peruanos habían logrado una victoria parcial, pero habían perdido varios hombres en la arremetida, incluidos el teniente coronel Juan Zubiaga, el capitán Pardo Figueroa, el coronel Manuel Suárez, jefe del batallón Dos de Mayo y Juan Cáceres, hermano del espartano Andrés Avelino.

En efecto, Andrés Cáceres también estaba herido pero decidió continuar la lucha contra las nuevas posiciones chilenas bajo el coronel Arteaga. Su división se reforzó con la llegada del batallón Iquique y los Loa y Columnas Navales, así como una compañía del batallón Ayacucho y uno del batallón Gendarmes. Esas fuerzas eran parte de las dos Divisiones peruanas, fuerte de 1,400 hombres que se encontraban a 45 kilómetros de Tarapacá cuando la batalla hizo erupción. Entre los refuerzos se encontraba el batallón Iquique número uno, cuyo comandante, el legendario Alfonso Ugarte, fue herido de un balazo en la cabeza, no obstante continuó la lucha al frente de sus tropas.

Con estos refuerzos Cáceres ejecutó un nuevo ataque por el sudeste de Tarapacá, alcanzando y disolviendo al enemigo en cinco ocasiones. Los chilenos, que obviamente eran soldados muy aguerridos y valientes, se reagruparon igual número de veces. Es más, una columna chilena se dirigió hacia el pueblo de Tarapacá, que estaba, defendido por el batallón Guardias de Arequipa y la columna boliviana Loa, los cuales, tras una encarnizada lucha los rechazó. La batalla en la ciudad, fue casa por casa.

La tercera división al mando del coronel Bolognesi, jugó parte importante en la acción. El viejo coronel, que antes de la batalla encontrábase enfermo y padeciendo alta fiebre, olvidó sus padecimientos y se puso al frente de su tropa, cuyo comportamiento fue admirable. El batallón Arequipa, de la referida división, capturó como trofeo el estandarte del regimiento 2do de Línea. Cáceres, desde su posición flanqueó a los chilenos por el sector izquierdo. Aquellos, ejecutaron entonces un contraataque con su caballería a efecto de romper parte de las posiciones peruanas, pero la carga logró ser contenida por los galantes hombres de las columnas Loa y Navales. Cáceres entonces dispuso ejecutar un último ataque contra el centro del ejército chileno, al cual logró destruir completamente. Los sobrevivientes dejaron sus últimas piezas de artillería, municiones y rifles y se desbandaron.

Los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Entre los muertos chilenos merece destacarse la del valiente comandante del Segundo de Línea, Eleuterio Ramírez. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.

Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar la victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iniciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.

Tarapacá, desafortunadamente, no cambió los resultados estratégicos del conflicto y el ejercito peruano se dirigió hacia el puerto de Arica. Coincidentemente uno de los próximos objetivos chilenos era capturar dicha posición.

Pocas semanas después de Tarapacá, el alto mando chileno concentró veinte transportes en Pisagua y el 24 de febrero de 1880, frente a la bahía de Pacocha, en Moquegua, al norte de Arica, desembarcó un ejército de 12,000 hombres. A la cabeza de las fuerzas chilenas se encontraba su nuevo comandante en jefe, el hábil y competente general Manuel Baquedano. Dicha fuerza enfrentó a los peruanos en la batalla de Los Angeles.



Wednesday, November 25, 2015

El hombre es el estilo

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
26-11-2015

El hombre es el estilo

Dicen voces que parecieran tener algún conocimiento más o menos enterado, que apenas 3 ó 5% del Plan de Gobierno presentado por Alan García Pérez en ceremonia ad hoc, podría ser tachado como plagio o copia. Una gran pregunta -de ser exacta esta versión- surge de inmediato ¿por qué tanto brinco si el suelo está parejo?

No es tan fácil el asunto para los no iniciados en los vericuetos de pugnas, peleas, reyertas que parecieran afectar a muchos grupos políticos, incluyendo, al alanismo.

Más aún, la quincha caída sobre la cabeza y responsabilidad de Jorge del Castillo a quien desaforaron con documento expreso, habría tenido un fautor que ha subrayado muy mucho que es él o nadie, quien dicta los cánones de una supremacía estancada en un decepcionante 8 ó 9% y que hasta parece superado por el neocivilista César Acuña.

En el Partido Popular Cristiano están a punto de botar de esa colectividad a Lourdes Flores porque Raúl Castro maneja los resabios de la maquinaria, muy a mal traer, luego de los decepcionantes resultados electorales de los últimos meses. Pero, así están planteadas las cosas.

Un gambito cuasi incomprensible sería que Lourdes Flores accediera a un puesto importante al lado de Alan o reemplazándole en la candidatura presidencial. No soy yo quien lo dice sino allegados que miran las broncas con ojos entre decepcionados y comprobando que no hay como salir de la ratonera por abajo del 10%, riesgo que sí declinaría García Pérez.

Por su lado, Mauricio Mulder, firme aspirante a liderar la lista parlamentaria por Lima, adelantó que las disensiones internas en el PPC harían muy difíciles los entendimientos con las huestes alanistas. El tendrá sus razones, pero no debe descartarse que está cuidando con sable desenvainado, la trinchera para volver a Plaza Bolívar.

Son varios los estilos de despellejamiento a que nos tienen acostumbrados los políticos en Perú. Resulta que algunos se han creído el lema de Luis XIV, L’etat ces’t moi, el Estado soy yo, y no hay fórmula en que aquellos comprendan el renunciamiento, la salida elegante, la generosidad sincera o la hora del retiro. Hay quienes se han inventado un destino providencial con megalomanía insana y gracias al coro áulico de adulones que quieren sacar un puestito y, eventualmente, una curul para ser inquilinos precarísimos del Congreso.

Entonces ¿qué importa que Lourdes Flores, posea un historial de derrotas significativas si su candidatura maquilla el inevitable nadir de la mano que mece la cuna?

En Perú el enfrentamiento doctrinario y de principios éticos, es cosa de museo y reminiscencia de muchos lustros atrás, tanto que los jóvenes están persuadidos que no hay casi diferencia entre un político y un delincuente y su afán común y desopilante de apropiarse de lo ajeno, material o espiritual.

¡Precisamente! Sigo insistiendo que las últimas dos generaciones no supieron comprender al Perú en su inmensa riqueza multicolor, social y variopinta composición y que la hora del relevo ha llegado. También he preguntado si las nuevas hornadas ¿están concientes que les toca echar por los votos o a patadas a los fracasados? Interrogantes de enorme profundidad ineludible.

Todo indica que las pugnas en el alanismo apenas han empezado y desde los niveles más altos. El escollo de no trascender por arriba del 10% tiene a mal traer a los que sueñan con la reelección. Aunque también hay salidas poco galanas y hasta groseras pero hay quienes discurren por los tenebrosos senderos con tal de “salvarse”. ¿O no?


El hombre es el estilo.