Friday, January 25, 2008

El infortunio de Arica

Historia, madre y maestra

Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar
Tomo III, Descodificando la creación de Bolivia
por Félix c. Calderón
Lima, enero 2008

Capítulo V
El infortunio de Arica

El destino adverso del puerto de Arica, entrañablemente peruano,
encuentra su origen en la confabulación de 1826 tramada por el
dictador y declaradamente antiperuano Simón Bolívar, quien se vale del
diligente cortesano, y godo de corazón, José María de Pando y usa como
instrumento a Ignacio Ortiz de Zevallos (o Zeballos, según otros
escritos), nacido en Quito en 1777, pero declarado peruano de
nacimiento por el Congreso peruano bolivarista el 15 de febrero de
1825, para luego ser designado Fiscal de la Corte Suprema de Justicia.

Es verdad que parte del baldón recaído sobre este personaje que
integraba el coro monocorde de áulicos bolivaristas tiene que ver con
el rol instrumental que jugó para proponer la cesión de Arica a
Bolivia en octubre de 1826; sin embargo, sería injusto culpabilizar al
simple y obsecuente cartero de la maniobra de lesa patria que
cocinaron Bolívar y Pando en Lima. Ortiz de Zevallos fue un mero
instrumento, obediente y servicial. Pero, instrumento al fin de
cuentas, como también lo fue desde fines de 1825 y en los primeros
meses de 1826, como juez supremo para interrogar encarnizadamente al
pobre Juan de Berindoaga, sin llegar a tener, al parecer,
remordimiento alguno luego de que éste terminara sus días injustamente
ejecutado, en la plaza de armas de Lima, el 16 de abril de 1826.

Por eso, en este último capítulo nos proponemos, a través de cartas y
otros documentos, desenmascarar a ese apátrida de Pando que no
escatimó justificar lo injustificable con tal de seguir mereciendo el
favor del sicofante que gobernaba el Perú como si fuera su chacra. Los
comentarios sorprendentemente indulgentes de Raúl Porras y Jorge
Basadre sobre ese personaje de opereta lejos de desconcertar,
preocupan; porque nos dejan la impresión de buscar atenuar la
gravísima responsabilidad que tuvo en promover las ideas delirantes
del desmesurado y alucinado caudillo militar en circunstancias que, al
mismo tiempo, valerosos patriotas peruanos que lideraban la
resistencia contra el ocupante eran ejecutados, perseguidos o
encarcelados sin conmiseración alguna. De gran utilidad en la
redacción de este capítulo ha sido el libro La Misión Ortiz de
Zevallos en Bolivia (1826-1827), que es una recopilación del Archivo
Diplomático Peruano realizada por Carlos Ortiz de Zevallos Paz Soldán
(Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú.- Lima, 1956).

Lo primero que salta a la vista, como ha quedado ya dicho, es por qué
el ambicioso caudillo tuvo que promover la secesión del Alto Perú si
enseguida puso en marcha su plan para volverlo a juntar con el Bajo
Perú. La única respuesta que emerge es que su megalomanía desmedida le
exigió fundar un Estado que llevara su apellido y puesto que el Perú
era cuna de una nación milenaria, no tuvo mejor idea que fracturarlo
para debilitarlo y, de paso, salirse con la suya. Para eso estaba
Sucre que sabía como lograr su objetivo sin comprometerlo y encima con
dinero y tropas ajenas. Al final, como se ha visto, ni siquiera tuvo
necesidad de librar combate, pues la hecatombe de Ayacucho fue tal que
dejó sin base a los focos de resistencia realista en el Alto Perú,
cayendo uno a uno, por implosión. En una palabra, el caraqueño logró
lo que quería obsesivamente sin que le cueste nada y cómodamente
disfrutando de la vida en Magdalena, rodeado de turiferarios y
lacayos. A guisa de muestra de ese orgullo patológico, baste citar la
última parte, solo la última parte de su discurso que preparó con
esmero en Magdalena para el 25 de mayo:

"Sí: solo Dios tenía potestad para llamar esa tierra Bolivia
(sic)...¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad
(sic) que, al recibirla vuestro arrojo, no vio nada que fuera igual a
su valor. No hallando vuestra embriaguez una demostración adecuada a
la vehemencia de sus sentimientos, arrancó vuestro nombre y dio el mío
a todas vuestras generaciones. Esto, que es inaudito en la historia de
los siglos, lo es aun más en la de los desprendimientos sublimes."
(Daniel O'Leary: Op. cit.- Tomo 28).

Sin embargo, tan pronto nació Bolivia, un nuevo proyecto se puso en
marcha, el de convertirlo en un Estado tampón a la sombra de su
Colombia de las tres hermanas, lo cual implicaba forzosamente plantear
la federación con el Perú, en una sola e indivisible República, con el
añadido que en el camino desaparecería el Perú histórico, en tanto su
plan implicaba dividir otra vez el Bajo Perú, dándole vida propia al
sur, cuya capital sería Arequipa. Mas, como su voluntad no era divina,
no había reparado que al separar la sección peruana de las altas
tierras para crear Bolivia, lo único que había hecho es dar nacimiento
a una elite chauvinista, miope y majadera que apoltronada en
Chuquisaca descubrió que el mejor medio para que se le escuche era
vivir de la surenchère. Pues bien, con el objeto de aplacar a esta
manga de inesperados pedilones, Bolívar cayó en el convencimiento que
había que atender los reiterados reclamos de su lugarteniente para que
Arica sea cedida a Bolivia. Entonces, el malhadado dictador que alteró
radicalmente con su vesania el destino histórico del Perú, se le
ocurrió que para satisfacer los reclamos chauvinistas procedentes del
altiplano y poder así consumar su plan de una gran Bolivia, era
menester proponer a las huestes de Chuquisaca el plan federativo
acompañado del caramelo de dar el Puerto de Arica a perpetuidad a
Bolivia. Es decir, lograba su cometido de satisfacer su exponencial
ego, a costa de imponer otra vez al Perú una nueva penalidad, para eso
contaba con ilustrados "alcahuetes" en el Consejo de Gobierno de Lima,
prestos a justificar cualquier cosa con tal de no suscitar las iras
del dictador caribeño. Peor traición, no conoce la historia, puesto
que quien hacía eso era el jefe supremo en quien la nación peruana le
había confiado su destino, pese a ser extranjero.

Ya hemos visto en el capítulo precedente cómo uno de los primeros
actos de la Asamblea Deliberante del Alto Perú, el 15 de agosto de
1825, fue de solicitarle a Bolívar que le cediera Arica al nuevo
Estado. No se preocuparon sus integrantes de ese órgano deliberante en
agradecer al Perú por la enorme contribución que hizo para hacer
viable su existencia. Recuérdese la resolución legislativa de 23 de
febrero de 1825, en cuya redacción el caraqueño a no dudarlo tuvo
parte activa. No, lo que se perseguía era aprovechar del libre
albedrío que aparentemente gozaba el jefe supremo en el Perú para
mejorar territorial y geopolíticamente a sus expensas. Claro, es
bueno, también, recordar que no fue un pueblo in toto el que
soberanamente proclamó su independencia, sino una camarilla de
oportunistas, movidos por diversos intereses personales, que vieron en
esa ocasión una forma módica y fácil de pasar a la posteridad, por lo
menos en el Alto Perú.

Por eso, Sucre majaderamente y a instancias o quejidos de éstos
insistió en varias oportunidades ante su master, como se ha comprobado
en las cartas trascritas ut supra, para conseguir la cesión de Arica a
Bolivia. A fortiori, en más de una oportunidad llegó a amenazar con
represalias al puerto de Arica, mediante la eliminación de los
derechos de aduana al pequeño puerto de La Mar que planeaba habilitar
en el otrora sur peruano, arrebatado a la mala siguiendo instrucciones
de Bolívar, por Burdett O'Connor, como ha sido acreditado en el
capítulo I del presente Tomo Tercero.

No debe sorprender, pues, que en 1826 Bolívar haya vuelto a la carga,
pero en esta ocasión utilizando Arica como moneda de cambio para
lograr el asentimiento de los renuentes a la fusión en el Congreso
boliviano. Al fin de cuentas, los dóciles y manipulables diputados
peruanos, tras el auto-golpe de abril de ese año, se habían convertido
paradójicamente en los promotores de ese proyecto federativo, pensando
ingenuamente en el cuasi imperio de tres repúblicas, cuando
subrepticiamente Bolívar hacía cantar al lacayo Heres las notas de las
dos grandes repúblicas que tenía en su afiebrada mente: Colombia y
Bolivia.

El 19 de junio de 1826, en plena agitación como se encontraba el Perú,
un obediente Consejo de Gobierno, encabezado todavía por el cortesano
Unánue, nombró a Ignacio Ortiz de Zevallos como Plenipotenciario del
Perú ante el Gobierno de Bolivia. El 15 de octubre de ese año fue
recibido en Chuquisaca por Sucre en su condición de jefe de gobierno.
Su misión diplomática duró alrededor de seis meses, por cuanto en
abril del año siguiente salió de regreso al Perú. Vista su gestión
retrospectivamente, más de uno podría sentirse tentado a evaluarla
positivamente, en tanto en cuanto representaba un esfuerzo para sumar
espacio y fuerza mediante la unión de dos Estados con alcance
trascendental en la vida de América. Pero, luego de conocer las
intenciones protervas que animaban en ese momento el caraqueño, es
indudable que esa misión diplomática en la medida que fue,
formalmente, promovida por el fantoche Consejo de Gobierno peruano,
constituyó un paso en falso imperdonable y un acto de traición al Perú
por parte de quienes, totalmente domesticados, obedecían a pie
juntillas las instrucciones del dictador. Volvemos a repetir, si la
intención era promover la unión y favorecer la presencia geopolítica
del Perú en América, ¿por qué la expedición de Sucre en vez de llevar
el mandato de dividir, fracturar, separar, no propició lo que parecía
más fácil y lógico, aparte de coherente con la Constitución peruana de
1823, esto es mantener la sección del Alto Perú unida a la otra
sección del Bajo Perú, como había sido tradicionalmente el caso?

Jorge Basadre incurre en una simplificación poco comprensible en su
Historia de la República (Tomo I), cuando hace un enjuiciamiento
equivocado, ajeno al escenario geopolítico prevaleciente en esa
coyuntura, viéndose refutado por los argumentos que proporcionó en
junio de 1826 el mismísimo Pando. Sin excluir que haya podido emitir a
la ligera ese comentario, lo cierto es que fue desafortunado para un
historiador con sus calificaciones y credenciales:

"Además, como el Brasil y la Argentina estaban en vísperas de alcanzar
un poderío singular (sic); como el establecimiento de la Gran Colombia
era un hecho siempre posible (sic) y Chile se organizaba para luego
adquirir supremacía en el Sur Pacífico de América (sic), la
Confederación peruano-boliviana parecía altamente conveniente desde el
punto de vista del equilibrio continental."

Claro, para quien aceptaba sin mayor análisis la tesis sesgada de
Pando, en virtud de la cual la independencia de Bolivia fue un acto
soberano e inevitable del pueblo del Alto Perú, obviamente resultaba
constructiva la propuesta federativa, aun a fuerza de desnaturalizar
el alcance de las amenazas potenciales. Pues, al margen del imperio
del Brasil, Argentina seguía en guerra con éste y tenía que aprender
a vivir renunciando a la Banda Oriental y a Montevideo. Y en cuanto a
Chile, éste país padecía un conflicto interno que podía llevar al
poder, como director, a Blanco, de quien dijo Bolívar en una carta a
Santander, de 23 de mayo de 1826: "Además Blanco es amigo nuestro y
nos ha prometido hacer todo (sic)." (Vicente Lecuna: Cartas del
Libertador.- Tomo V).

Entonces, ¿de dónde sacó Basadre ese escenario amenazador del
"equilibrio continental" para justificar lo injustificable? ¿Qué
quiso decir con la frase "como el establecimiento de la Gran Colombia
era un hecho siempre posible"? La Colombia de las tres hermanas
(denominada en el siglo XX la Gran Colombia para diferenciarla de la
República que se estableció con base en el virreinato de Nueva Granada
en 1830), se configuró en la práctica en 1822, luego de usurpar
Bolívar, con ayuda de Sucre, Guayaquil y Panamá; por tanto, en 1826 no
era "un hecho siempre posible", sino una realidad aplastante frente a
un Perú ocupado y descabezado. Es más, se planteaba ya un escenario
inverso al comentado por Basadre. En efecto, en una carta de Bolívar a
su sobrino político Briceño Méndez, de 25 de mayo de 1826, le confesó
lo siguiente: "El estado de Colombia, según Uv. me lo pinta, ha fijado
enteramente mi atención. Yo lo creo exacto y demasiado triste (sic);
preveo también una terrible crisis para años futuros y, por lo tanto,
me he resuelto a irme para allá entre los meses de setiembre y agosto
(sic)." (Ibid.).

Tal como ha quedado demostrado a lo largo de este Tomo Tercero, hoy
sabemos que la verdad histórica fue diferente de la que trató de
vender Pando. La separación del Alto Perú fue precipitada por Bolívar,
con ayuda de su lugarteniente, impulsado por el objetivo megalomaníaco
de tener un Estado que llevara su apellido. Ergo, el proyecto
federativo era espurio en tanto respondía a la prosecución de ese
designio en el que el Perú seguiría llevando la peor parte. Por tanto,
Basadre incurrió en un error diacrónico de la historia cuando creyó
ver, retrospectivamente, en la misión Ortiz de Zevallos una cuestión
de conveniencia "desde el punto de vista del equilibrio continental."

Recordemos, además, que las cartas de mayo y junio escritas o dictadas
por Bolívar reflejaban su preocupación por la confrontación generada
por Páez en Venezuela y la amenaza de invasión que planeaban los
españoles desde La Habana, siendo uno de sus objetivos el Istmo de
Panamá a fin de distraer la atención, en tanto que otra expedición, la
más numerosa, podía dirigirse "a la Guaira y Venezuela", conforme lo
puntualiza en su comunicación de 13 de junio de 1826. Mientras que,
por su lado, Santander no se quedaba atrás, pintando a guisa de
contrapunto un escenario más confuso, a estar por la carta que escribe
a Bolívar el 6 de junio, en la que, al margen de volver a comentar la
insurrección de Valencia el 29 de abril por la noche, se refirió al
asesinato del emperador Nicolás, la muerte del rey de Portugal, la
colaboración entre Inglaterra y Francia para evitar que Turquía caiga
en manos de los rusos asociados con los griegos, así como sobre la
inevitabilidad de la guerra civil en España (constitucionalistas
contra carlistas) y la violenta conmoción en Madrid, en circunstancias
que el rey permanecía en el Pardo.

Pero, sigamos con el relato. Las instrucciones de fecha 5 de Julio de
1826 que recibió Ortiz de Zevallos fueron redactadas por Pando. Porras
Barrenechea llevado quizás por el prejuicio de su admiración por ese
cortesano bolivarista, llega a decir que "esa nota de instrucciones a
la Legación peruana encomendada a don Ignacio Ortiz de Zevallos en
Bolivia" venía a ser la "mejor prueba del talento diplomático y de la
visión internacional de Pando." Sin embargo, para nosotros es una
pieza testimonial de excepción de cómo el lenguaje se había convertido
en el más pernicioso instrumento al servicio de la causa de la
"dictadura perpetua." Las falacias y las verdades a medias son
utilizadas para justificar lo que a todas luces era una nueva
conspiración en marcha contra el Perú.

Antes de citar esas instrucciones, es bueno recordar que en los días
previos de junio circuló otro texto de Pando intitulado "Las causas
más aparentes que provocan la idea de una Confederación de los Estados
de Colombia, Perú y Bolivia", recogido por Daniel O'Leary en su
recopilación tantas veces citada (Tomo 23) que, aparte de constituir
la mejor refutación a los argumentos deleznables empleados por
Basadre, se refiere, nótese bien, al proyecto confederativo de tres
Estados, no del Perú y Bolivia. Es decir, se cocinaban, apuradamente,
al mismo tiempo los dos proyectos, y el escribidor Pando demostraba
porqué había sido llamado, pues trabajando à la carte, daba argumentos
para dos proyectos distintos al mismo tiempo en circunstancias que el
gran titiritero se ocupaba de descabezar la valiente resistencia de
peruanos honorables. O sea, el apetito de poder de Bolívar se había
convertido en insaciable. Dicho texto se lee como sigue:

"1. El poder, la política, el origen y los vínculos de parentesco,
sobre los cuales está fundado el imperio del Brasil; porque estando
estos elementos en contacto con nosotros por casi toda la cadena de
los Andes, amenazarán la existencia de cada pueblo (…).- 2. Las miras
de la Santa Alianza se dirigen a obligarnos a la adopción de formas
monárquicas para destruir de este modo el prestigio de las
revoluciones (…) Estas miras se patentizan en el día. Primero: con la
declarada protección que todos los monarcas brindan al Emperador del
Brasil. Segundo.- Con los auxilios que le prestan el Austria y
Portugal en la actual guerra con Buenos Aires (sic). Tercero.- por
iguales medidas que l Corona de Francia usa con la España (…).-
Cuarto: porque el Gobierno francés no ha pensado en declarar, que esté
dispuesto a reconocer la independencia de estos países (…). 3.- Por lo
que (por un cálculo moral bien acreditado) nuestro carácter y nuestras
costumbres se prestan a las intenciones de los enemigos exteriores
(sic), (…). 4.- Que sentado el hecho de que el sistema tiene tan
irresistibles enemigos interiores y exteriores (…), el buscar en la
Confederación los medios de aumentar y consolidar la fuerza moral y
física de los pueblos, introduciendo las reformas legislativas que
pide una unión de tal naturaleza y nuestras propias costumbres (sic)
(…). 5.- Que poseyendo Colombia el hombre que reúne en sí los votos de
la América Meridional, y que proporciona todas las garantías (sic) que
se requieren para dar principio a una obra, que sin tener tal genio
sería impracticable (sic) (…). 6.- Que la Confederación proporcionaría
ampliamente los medios de la defensa sin que ninguna sección quedase
grabada más que a otras por lo que a todas interesa en igual grado
(sic). 7.- Que bastando los Estados de la propuesta federación para sí
solos con muchos ramos de la industria popular, se restituirían a los
pueblos la pérdida que en este particular han sufrido por la división
del continente en tantas Naciones diferentes (sic). 8.- Que para
asegurar éstas y las demás ventajas, no serían suficientes meros
tratados de alianza que la experiencia ha acreditado ser ilusorios
(sic) desde el momento que cesó la mutual necesidad que los dictó.-
9.- Que la política de Méjico y de Buenos Aires, en particular, da
justas causas a recelar de su parte una cordial concurrencia en la
Asamblea de Panamá (sic) (…)."

Que los argumentos de Pando fueron falacias y medias verdades (como el
lamentarse hipócritamente de la "división del continente en tantas
Naciones diferentes" o desacreditar el esfuerzo que tenía lugar en
esos precisos momentos en el Istmo de Panamá) no lo juzga quien esto
escribe a través del prisma de la historia contemporánea, sino citando
a ese egregio diplomático peruano, Manuel Lorenzo de Vidaurre,
irónicamente relegado en el olvido, en su famoso alegato que por esos
mismos días (22 de junio), exponiéndose a la ira del dictador, expuso
en el Istmo de Panamá. Veamos parte del mismo:

"Desde el punto en que tuvieron la primera conferencia los Excmos.
Señores Ministros Plenipotenciarios de Colombia con el Excmo. Señor D.
José María Pando, y con don Manuel de Vidaurre se conoció que el gran
objeto de la negociación de Colombia era que se formase una escuadra
confederada para obrar en el Norte. Este asunto mereció la repulsa, en
los términos más prudentes y juiciosos, sin dar motivo a un
extemporáneo rompimiento. Sería la cosa más extraña, que no teniendo
aún el Perú una marina suficiente para asegurar la mar del Sur,
tratase de hacer inmensos gastos para costearla y sostenerla en el
Norte (sic). Sería muy fácil que con un navío de guerra y cuatro
fragatas y cuatro buques menores nos tuviese la España bloqueados
todos nuestros puertos. Tan necesario contemplamos que se aumente
nuestra escuadra, sin la que nuestro comercio siempre ha de ser débil
y expuesto; siempre hemos de estar recibiendo la ley que nos impongan
los extranjeros con respecto a las mercancías; como poco conforme en
ir a resguardar unas costas que se hallan en inmensa distancia de
nuestras costas." (Véase la Fanforranada del Congreso de Panamá, Tomo
Segundo de la serie Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar).

En sentido igualmente crítico se manifestó Santander en su carta de 6
de julio de 1826, que se convertiría en uno de los indicios de lo que
al poco tiempo pasaría a ser una enemistad irreconciliable con
Bolívar:

"(...). La federación entre Colombia, Perú y Bolivia me parece un poco
impracticable, y si lográsemos que la antigua Venezuela permaneciese
unida a Nueva Granada, se podría pretender una federación entre
Colombia, Guatemala y el Perú (…). Creo que un Imperio del Potosí al
Orinoco sería muy fuerte y poderoso (…). Voy a hablar a U. con mi
corazón en las manos y con toda franqueza (…). ¿Quién es el emperador
o rey en este nuevo imperio? (..) ¿El emperador es usted? Obedezco
gustoso y jamás seré conspirador, porque U. es digno de mandarnos (…).
Y después de su muerte, ¿quien es el sucesor? ¿Páez? ¿Montilla?
¿Padilla? A ninguno quiero de jefe supremo, vitalicio y coronado. No
seré más colombiano (sic) y toda mi fortuna la sacrificaré antes que
vivir bajo tal régimen. Para el imperio en manos de U. no daré jamás
mi voto (sic), aun cuando fuera U. capaz de querer ser Emperador,
porque no estoy dispuesto a sacrificar mis principios (…). Yo no
imagino que U. sea capaz de entrar en un tal plan, porque sería tener
muy mezquina idea de toda la grandeza e inmensidad de su gloria y
reputación. (...)." (Daniel O'Leary: Op. cit.- Tomo 3).

A fortiori, algunos días antes de que Pando escribiera esa apología de
la confederación de las tres repúblicas, el 26 de mayo, el mismo
Bolívar se daba el lujo de preconizar prudencia al respecto, citando
como lo prueba su carta a José Manuel Restrepo en que en términos
sumamente cautos, circunscritos solo a Bolivia, le presentó su
documento constitucional: "Ud. recibirá una constitución en proyecto,
y un discurso analítico de ella para Bolivia; ruego a Ud. que la vea
con ojos de benevolencia (…). En parte (sic) puede ser aplicable a
Colombia en los años que están por venir (sic)." (Ibid.).

Regresando al pliego de instrucciones redactado con singular
comedimiento por el escribidor Pando, éste se lee como sigue:

"Reconocida por el Perú la república boliviana como estado soberano e
independiente, exigen la política, la conveniencia y el decoro (sic)
que se la felicite con motivo tan plausible, por intermedio de un
agente debidamente autorizado (…). V. S. ha sido elegido por el
Consejo de Gobierno para desempeñar esta honrosa e importante comisión
(…). Sería ocioso detenerme a indicar a V. S. que apenas llegado a
Chuquisaca pase una nota (…), felicitando a Bolivia por su adopción en
la gran familia Americana, y por la singular dicha de tener al
Libertador por padre y legislador (sic). (…) Este mismo lenguaje
deberá usar V.S. constantemente en sus conversaciones con toda clase
de personas (…). El objeto de esta prevención es bien obvio (…). Ahora
bien, parece que no puede haber hombre alguno imparcial y
despreocupado que no conozca que el Alto y el Bajo Perú (sic), en su
actual estado de separación y de aislamiento, se hallan a una inmensa
distancia de la posesión de medios adecuados para figurar en el mundo
civilizado como personas morales, dotadas de la tranquila razón que
guían los pasos y de la fuerza saludable que los sostiene (sic). (…).
En una dilatada extensión de terrenos mal cultivados e interrumpidos
por desiertos, tenemos una población escasa, diseminada, indigente,
sin industria ni espíritu de empresa y dividida en castas que se
aborrecen recíprocamente (sic); la esclavitud corruptora (…) ha dejado
hondos rastros de desmoralización (…). El único paliativo que ocurre
al patriota de buena fe, desnudo de aspiraciones y superior a los
intereses puramente locales, es el de la reunión de las dos secciones
del Perú (sic) en república única e indivisible. La común utilidad, la
homogeneidad de los habitantes, la reciprocidad de las ventajas y de
las necesidades, la misma geografía del país, todo se reúne para
convidar a la adopción de tan saludable medida (sic); hacia cuya
consecución deben por tanto tender todos los encuentros y desvelos de
V. S. Seguramente que la federación valdría mucho más que la
separación actual (sic); pero este es un partido imprudente, lleno de
embarazos e inconvenientes (…). El ejemplo de los Estados Unidos del
Norte ha extraviado a sus irreflexivos imitadores que han introducido
en las instituciones políticas de América un elemento perpetuo de
debilidad y un germen funesto de discordia (sic). (…) Más útil será
apuntar las varias dificultades que pueden suscitarse en la
negociación preliminar de objeto de tanta trascendencia. Primera: la
diversidad de las constituciones. El gobierno juzga que examinada
imparcialmente la del Perú a la luz que suministran la experiencia y
las teorías perfeccionadas, es forzoso confesar, aunque con dolor, que
necesita ser refundida. Las circunstancias en que fue formada, no eran
ciertamente favorables para su perfección. (…) Si Bolivia aceptare,
como es de esperarse, el proyecto presentado por el genio del
Libertador, la prudencia nos aconsejará que la adoptemos igualmente
como un don de la providencia (sic), salvar las modificaciones que
exigiese igualmente nuestra peculiar posición. (…). El Segundo punto
que puede ofrecer embarazos es el relativo a la designación de la
capital. Los bolivianos alegarán tal vez distancia que media entre
Lima y sus provincias; pero entre partes influidas por intereses tan
sublimes como las de la existencia, el vigor y de la prosperidad,
pequeños inconvenientes no deberían entorpecer la realización de un
plan tan grandioso. Nosotros creemos, posponiendo todo apego de
localidades, que no hay ciudad que pueda reemplazar a Lima como
capital del Perú Alto y Bajo; pero si el establecimiento de otra se
exigiese como medida indispensable o conditio sine qua non (…) nos
encontraríamos dispuestos a sacrificar nuestro dictamen (…). Si ellos
(…) se decidiesen por la unión, nada sería tan fácil como verificarla
bajo los auspicios de nuestro común padre y libertador. (…). El
tercer obstáculo lo producirán los celos y las intrigas del gobierno
de Buenos Aires (sic), y de los emigrados bolivianos que por mucho
tiempo vivieron en aquella capital y parece se han adherido a sus
intereses. (…). ¿Será posible que prevalezcan los amaños de los
agentes de un estado que en tantos años no ha dado muestras sino de
versatilidad, de suspicacia y de presunciones, sobre las fundadas
esperanzas de ver realizada una organización social, firme y benéfica,
invocada por naturaleza y por las consideraciones más sagradas (sic)?
(…) Otro embarazo puede presentar la diversidad de las circunstancias
en que se encuentran las dos secciones (sic) del Perú con respecto a
deuda pública, pues probablemente se alegará que no era justo que
Bolivia tomase sobre sí la responsabilidad de los empeños contraídos
por nosotros en varias épocas. Pero si se reflexiona que Bolivia se
halla obligada por rigurosa justicia a reembolsarnos una parte de los
inmensos gastos erogados para proporcionarle los bienes de que al fin
disfruta (sic); que nosotros pondríamos en la masa común un capital
muy considerable de propiedades del estado, que bien administrados,
pueden provocar ingresos cuantiosos, y que no estaríamos lejos de
ceder (sic) los puertos y territorios de Arica e Iquique (sic), para
que fuesen reunidos al departamento de La Paz, dando el movimiento y
la vida a aquellas obstruidas provincias; deberá confesarse que
ninguna lesión soportaría Bolivia (sic) del contrato que uniese sus
destinos a los del Perú y que, por el contrario, encontraría en su
ejecución ventajas de magnitud (sic). ¿Cuál es la suerte de Bolivia si
continuase en su actual estado de separación? Segregada de
comunicaciones fáciles y directas con las potencias europeas, y aun
con muchas de las americanas, se vería como repudiada de la
civilización, su comercio sería precario, costoso y dependiente de la
voluntad de sus vecinos, pues nadie ignora que el Puerto de La Mar es
una empresa quimérica (sic) que jamás proporcionará ventaja alguna;
las exportaciones se harían con grandes dificultades en tiempos de paz
y cesarían del todo en el de guerra; las importaciones podrían ser
gravadas de un modo que las hiciese irrealizables; el país sería un
teatro perpetuo de agitaciones causadas por los pueblos inquietos de
la raya, y de los altercados con el gobierno del Río de la Plata (…).
Estos males son demasiado reales que deben fijar la seria
consideración de los bolivianos (…). Entre tanto se logran los efectos
apetecidos, no podemos empero desentendernos de reclamar de Bolivia,
como arriba se ha indicado, una parte de los inmensos gastos hechos
por el Perú (sic) para llevar a término la gigantesca empresa de la
independencia de ambas naciones. Esta justísima condición sabe V. S.
que puso nuestro Congreso Constituyente en su resolución de 23 de
febrero del año próximo pasado; y ha sido la obligación reconocida
como sagrada en las comunicaciones oficiales del señor Mendizábal,
enviado de Bolivia en esta capital. Así es que con arreglo al art. 4
del decreto de 18 de mayo ultimo, deberá V. S. proceder a tratar con
aquel gobierno sobre negocio tan importante para nosotros. Es verdad
que no parece posible liquidar con exactitud las cantidades expedidas
directa e inmediatamente para emancipar al Alto Perú (sic), (…) esta
dificultad sería semillero de altercados y evasiones diplomáticas. (…)
La guerra contra los españoles ha sobre cargado al Perú con una deuda
de más de veinte millones de pesos, para con europeos y americanos;
prescindiendo totalmente de los daños hechos a la agricultura, a las
industrias, a las poblaciones y a todos los manantiales de riqueza
pública. Todos los días recibe el gobierno reclamaciones de créditos
procedentes del tiempo en que el general San Martín emprendió en
expedición libertadora; y todos los días ve acrecentarse la masa de
sus obligaciones (sic), por mantenerse fiel a los principios rigurosos
de la buena fe, recompensando a los que coadyuvaron a una empresa de
cuyos retardos pero felices resultados goza ahora tranquilamente
Bolivia. (…) Si por ejemplo, indicásemos la cantidad de cinco o seis
millones de pesos, no creemos que debería ser reputada, sino como muy
inferior a la que correspondería en rigor de liquidación. (…) Por
ultimo, recomiendo a V. S. eficazmente que trate al Gran Mariscal
Sucre con todas las atenciones y respeto (…) que le presente la gran
probabilidad y aun la necesidad en que se hallarían las dos secciones
del Perú reunidas, de ponerle al frente de la administración como al
General más digno de presidir a nuestros destinos, de garantizar
nuestra estabilidad y de conservar el orden público (…) . El sufragio
del Libertador, que ha fundado Bolivia y le ha dado su glorioso nombre
debe ser de un peso incontrastable en esta materia (…)." (Carlos
Ortiz de Zevallos Paz Soldán: Op. cit.).

Fue este documento que Raúl Porras Barrenechea se arriesgó a
calificarlo como "la mejor prueba del talento diplomático y la visión
internacional de Pando" en el prólogo de su recopilación sobre el
Congreso de Panamá (Véase La Fanfarronada del Congreso de Panamá).
Suponemos que descuidó medir sus palabras, pues como documentadamente
hemos demostrado en el Tomo Segundo de la serie Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Porras careció en 1926 de los
documentos básicos (los diferentes pliegos de instrucciones remitidos
a la delegación peruana en el Istmo de Panamá) para tener una idea
cierta y ajustada a los hechos respecto al accionar de Pando. Y
después de 1942, cuando esos documentos fueron hechos públicos por
Oscar Barrenechea y Raygada, no se dignó, al parecer, rectificar su
opinión, cayendo, por tanto, en el error craso, reprochable en todo
historiador, de ser negligentemente inexacto, o de no ser
irrenunciable su compromiso innegociable con la verdad histórica.

Si un talento se le puede atribuir a Pando en ese pliego de
instrucciones, ése es de seguir el ejemplo de su master de querer
ocultar mediante el lenguaje las intenciones aviesas o de hacer
travestismo con el interés del Perú. En efecto, la argumentación que
utiliza Pando en la suerte de preámbulo de ese pliego de instrucciones
es falaz, aparte que suscita con carácter inapelable la pregunta ¿por
qué, entonces, no se propició desde febrero de 1825 la unión del Bajo
y Alto Perú querida por la gente de mayores luces del altiplano, como
dejó constancia Sucre en más de una carta en el verano de ese año?
¿Por qué se dividió a priori en 1825 lo que Pando denominaba "las dos
secciones del Perú", si como él mismo admitió sin pudor alguno, un añ
más tarde, en 1826, "el único paliativo que ocurre al patriota de
buena fe, desnudo de aspiraciones y superior a los intereses puramente
locales, es el de la reunión" de ambas secciones "en una república una
e indivisible"?

Por cierto, mirado desde el lado de la impostura ese pliego de
instrucciones resulta magistral, porque parte del presupuesto
implícito de que el Bajo Perú y el Alto Perú eran cada cual, por su
lado, naciones que habían optado por su independencia. Esto es,
soslaya los antecedentes históricos inmediatos. Todo lo cual, como se
ha visto a lo largo de este Tomo Tercero es una forma grosera de
adulterar la historia. Empero, Pando casi al final incurre en una
enorme contradicción en la medida que le recuerda al plenipotenciario
peruano que se debe reclamar (a guisa de mecanismo de presión para
conseguir el objetivo perseguido) "una parte de los inmensos gastos
hechos por el Perú para llevar a término la gigantesca empresa de la
independencia de ambas secciones (sic)." Y si esto fue así, entonces
¿para qué y por qué se empujó al Alto Perú a la independencia, si
además, el propio Pando se encargó de recordar la resolución del
Congreso Constituyente peruano, de 23 de febrero de 1825? ¿Por qué el
Perú hizo "inmensos gastos" para independizar Bolivia, cuando
pudieron servir esos gastos para consolidar la unión de hecho que se
daba ya en el verano de 1825 entre esas dos secciones del Perú? Y ¿por
qué buscar meses más tarde la unión otra vez a expensas del Perú?

Tratando de simplificar el disparate o galimatías que quiso presentar
Pando con visos de coherencia, ensayemos de leerlo de la siguiente
manera: el Perú buscó la independencia de la sección del Alto Perú e
incurrió en "inmensos gastos" para lograr ese objetivo altruista. Mas,
enseguida se dio cuenta que no era posible que las dos secciones sigan
cada cual por su lado, al presentar "un cuadro desconsolador a todo
individuo que medita sobre lo futuro"; entonces, surgió la necesidad
de propiciar la unión de ambas secciones, pero a condición de que se
adopte el documento constitucional de la "dictadura perpetua" y,
además, el Perú ceda territorio, se traslade eventualmente la capital
del nuevo Estado federado a otro sitio y, ¿por qué no?, que el Perú
desaparezca como Estado independiente bajo una denominación distinta.
¿Puede considerarse lógico y normal ese raciocinio? ¿Podían auténticos
peruanos prestarse a tamaña claudicación?

Dicho de otra manera, las razones invocadas en el preámbulo parecían
tan solo el pretexto, pues el meollo del asunto era dar un alcance más
amplio al documento constitucional preparado inicialmente para el Alto
Perú y, por ende, al proyecto federativo, haciendo de paso realidad la
aspiración del ambicioso caudillo de convertirse en cuasi emperador
mediante la figura de la presidencia vitalicia, forma institucional
copiada del líder haitiano Petión, como quedó dicho en el Tomo Primero
La usurpación de Guayaquil, que en la práctica se traducía en la
"dictadura perpetua" y en la vicepresidencia hereditaria. Pero hay
mucho más, aparte del traslado de la capital posiblemente al Cuzco,
verdadero epicentro geopolítico de esa gran nación andina que floreció
durante el Incario, ese mucho más no era otra cosa que las concesiones
extra que el Perú debía hacer para lograr lo que pudo haber hecho sin
mayor costo en el verano de 1825, pero que en 1826 resultaba
indispensable si se quería, adicionalmente, poner al Perú en una
situación desfavorable en términos geopolíticos. Los alcahuetes o
turiferarios no tenían problema en seguir desmembrando el Perú con tal
de satisfacer los caprichos del dictador y atender las exigencias
desmedidas de quienes originalmente habían tenido la disposición de
ser parte del Perú.

Como se ha visto, en ese pliego de instrucciones elogiado
injustificadamente por Porras, Pando ofrecía nada menos que la cesión
de los puertos y territorios de Arica e Iquique "para que fuesen
reunidos al departamento de La Paz", no obstante recordar algunas
líneas más arriba la obligación de Bolivia "por rigurosa justicia a
reembolsarnos una parte de los inmensos gastos erogados para
proporcionarle los bienes de que al fin disfruta." Hablaba de cinco o
seis millones como mínimo. Es difícil encontrar en los anales de la
historia diplomática mundial un pliego de instrucciones más absurdo y
contradictorio. El país más fuerte o en posición ventajosa hacía al
país más débil una serie de valiosas concesiones para unirse, en
circunstancias que un año antes existía en éste una importante
corriente para agregarse al Perú, unilateralmente, sin mayores
exigencias. Por tanto, es aquí en qué se puede medir el tamaño de la
felonía de Simón Bolívar contra el Perú, porque como su jefe supremo
no trabajó desde 1824 para asegurar su independencia, sino para
debilitarlo y hasta querer desaparecerlo bajo la denominación ampliada
de Federación Boliviana, como se verá enseguida.

En una comunicación que escribió ese mismo 5 de julio de 1826 al
Departamento de Estado, el Cónsul Tudor fue sumamente gráfico, como
testigo de primera mano, en cuanto al papel que jugaba Pando en esa
autocracia inconstitucional instaurada en Lima desde el pasado 6 de
abril de ese año:

"El sábado pasado el Mariscal Santa Cruz fue instalado como Presidente
del Consejo de Gobierno, habiéndose dado una comida el domingo en el
Palacio para los Ministros y algunos oficiales militares, en honor de
ese acontecimiento. Asistí (sic) a ambos actos por invitación (sic),
estando presente en la última el General Bolívar. Después de la comida
se pronunciaron algunos brindis, llenos todos, naturalmente, de las
adulaciones más extravagantes para él; pero hubo dos que tuvieron
mucha significación. El primero de esos fue suyo para decir que las
tres repúblicas de Colombia, Perú y Bolivia, unidas bajo la sabia
administración de los tres grandes hombres que las gobernaban,
Santander, el Mariscal Santa Cruz y el Mariscal Sucre, serían capaces
de resistir todos los esfuerzos de la anarquía y del despotismo. Que
debían prepararse para cambios en sus asuntos; para congregarse
alrededor de esos hombres, habiéndose hecho una alusión muy copiosa al
estado de los países vecinos. Todo esto se hizo sin la más ligera
alusión a él o a que tuviera alguna relación con estos asuntos. Este
brindis o discurso fue contestado por el señor Pando, quien completó
lo que se necesitaba, esto es, que era muy cierto que esos gobiernos
estaban en manos de tres grandes hombres (Santa Cruz solo de
vigilancia) ; pero que la cabeza de todo el régimen era el Libertador,
pues solo él daba seguridad a esas repúblicas. Él debía permanecer por
siempre a su cabeza y después de su muerte su espada, colgada en el
salón, sería como la de Damocles, contra todos los anarquistas
(republicanos) y los déspotas. (…) El actual modelo del General
Bolívar es Napoleón, siendo su ambición igualmente ilimitada: sus
miras se extienden no sólo a ser la cabeza de Colombia y de los dos
Perús, sino con la inclusión a su dominio de Chile y Buenos Aires,
creyendo yo que un cálculo justo de sus planes no se puede hacer, si
no se supone el designio de un imperio desde Panamá hasta Magallanes
con el título de Libertador."

En una comunicación que Sucre le remitió a Bolívar desde Chuquisaca,
el 12 de julio de 1826, más visionario como estratega que su propio
jefe, le alertó de la desestabilización que produciría su viaje de
regreso a Bogotá, en los siguientes términos:

"(...) Respondiendo a dichas cartas (de 3 y 4 de junio) digo a V. que
lo malo que ellas tienen (sic) es el viaje de V. a Colombia, porque
parece cierto que al ausentarse V. del Perú se hará allí un barullo, y
teniendo de un lado ese mal y del otro la perfecta desorganización de
la República Argentina, temo que será imposible precaver a Bolivia del
contagio. En fin, si no se puede remediar de otro modo, será menester
sujetarnos a lo que consigo traiga en el asunto del general Páez.
(...)." (Vicente Lecuna: Documentos referentes a la creación de
Bolivia.- Tomo II).

Lejos estaba de imaginar el pobre Sucre que el barullo lo iniciaría el
26 de enero de 1827, la tropa colombiana que ocupaba Lima. Por otro
lado, es de interés de destacar que creado el problema con el gobierno
de Buenos Aires por culpa de Bolívar al haber cedido Tarija si mayor
trámite el 6 de noviembre de 1825, el celo boliviano para no perder
ese territorio implicó asumir una línea de defensa que, en lo
esencial, sirve para confirmar una de las tesis centrales de este Tomo
Tercero en cuanto a la utilización instrumental que se hizo del Perú,
a modo de escudo, a fin de forzar la separación del Alto Perú. En la
comunicación del canciller boliviano Facundo Infante a su Congreso
Constituyente, también de julio de 1826, se lee, entre otras cosas,
lo siguiente:

"El presidente de la República ha recibido ayer del señor ministro
argentino en esta capital la nota y la protesta que, originales, tengo
la honra de someter a la consideración del soberano congreso (...).
S.E. no tiene antecedentes sobre esta protesta (...). El presidente no
ha creído, dentro de sus obligaciones, mezclarse en un asunto que
decidió el Libertador como jefe del Perú (sic), cuando estas
provincias dependían de aquel gobierno (sic) (...)." (Ibid.).

Para tener una idea de la forma cómo Bolívar y Sucre conspiraban
contra el Perú, resulta oportuno transcribir los fragmentos relevantes
de una carta de Sucre, escrita en Chuquisaca el 20 de agosto de 1826,
luego de expedido desde Lima el pliego de instrucciones para Ignacio
Ortiz de Zevallos y de haber asumido Santa Cruz la presidencia del
fantasmal Consejo de Gobierno. Esa carta sirve, además, para confirmar
que las cartas de Bolívar que han desaparecido o siguen escondidas,
son irónicamente aquéllas que permitirían pintarlo de cuerpo entero,
en toda su dimensión de consumado sicofante.

"Anteayer he recibido por el correo la carta de V. de 13 de julio;
ella se refiere a la escrita con el señor Ortiz de Zeballos, de quien
no tengo noticia alguna, ni sé si viene por Quilca o por Arica. Deseo
esa carta porque creo que contenga todas las opiniones de V. (sic)
respecto a la federación de Bolivia con el Perú, que parece hace la
parte esencial de la misión del señor Zeballos. No solo me prometo que
esa carta traiga las opiniones de V. sino que expresará el modo que V.
crea más conveniente para ejecutarlo (sic), si es que V. lo ha
considerado como el medio de salvación de todos estos países. Mis
cartas anteriores han sido extensas respecto a ese punto esencial
(sic); y aunque no han sido las más satisfactorias, habrá V.
encontrado informes exactos de lo que pasa; porque he creído siempre
que debo decirle el estado de todas las cosas, sin exagerar en nada a
favor ni en contra. Continuando del mismo modo, le diré que estos días
últimos he hablado con algunos de los opositores al proyecto de
federación y los he encontrado con más inclinación. Me han dicho que
ellos creen no perder (sic) si se les deja la organización interior de
Bolivia, su constitución, &; y que están prontos a que haya un jefe de
la federación si éste es V. y a desprenderse de la parte de la
soberanía de la república que deba ser precisa para formar el cuerpo,
o la masa que salve al país en los casos difíciles; mas creen esencial
en ese caso que el Perú se divida en dos estados (sic), y que la
capital donde resida el jefe de la federación sea un punto
respectivamente central. No me pareció oportuno tocarles
definitivamente que ellos deben formar una sola nación con el Perú
(sic); lo primero, porque es preciso ganar poco a poco en la opinión;
lo segundo, porque para hablar de esto con un poco de provecho es
preciso que ellos oigan las propuestas que vienen del Perú, y que sean
siempre en el concepto de una nación compuesta de tres estados
federados; y lo tercero, porque yo mismo no sé si bien consultados los
intereses de Bolivia en particular, y los de Colombia, convendría
formar esta gran masa. Digo los intereses de Colombia porque cada vez
me persuado más y más que Colombia no entra en el proyecto de
federarse con estos tres estados bajo un solo gobierno. Al considerar
a Venezuela, reventando por solo que la capital está en Bogotá, me
parece imposible realizar el proyecto. Bien yo puedo engañarme, pero
los hechos y las cosas son tan evidentes, que no quiero alucinarme con
bellas ideas (sic). Por fin, de todo concluiré en este asunto que yo
espero que el señor Zeballos obtenga algo bueno por resultado de su
misión. Yo influiré lo que pueda por lo que sea más útil, pero no me
comprometeré porque V. mismo me lo ha aconsejado. (...) Se continúa el
examen o discusión en detalle de la constitución; se han sancionado
muchos artículos, todos conforme están. Las atribuciones del poder
electoral las han dejado para discutirlas con las atribuciones de los
otros poderes. (...) Desde el correo pasado supe por el general
Gamarra el asunto de los dos escuadrones en Huancayo (sic), y como se
ha corrido que ellos vienen dispersos para Bolivia, he dado las
órdenes para aprehenderlos en el Desaguadero (sic) (...)." (Ibid.).

En primer lugar, se constata que esa carta de 13 de julio era tan solo
un anticipo de las instrucciones puntuales que remitía Bolívar a su
lugarteniente y que se desarrollaban in extenso en otra carta de la
que era portador cándidamente el plenipotenciario peruano. En segundo
lugar, sirve para demostrar el esquema de círculos concéntricos que
tenía Bolívar en cuanto al acceso de la información confidencial, de
suerte tal que lo que sabía Sucre no tenía por qué saberlo en la misma
extensión Santa Cruz, no obstante tener un cargo semejante en Lima.
Dicho de otra manera, la información confidencial se manejaba en
compartimentos estancos. Por ejemplo, Sucre subraya en la carta antes
trascrita lo siguiente: "porque creo que contenga todas las opiniones
de V. (sic) respecto a la federación de Bolivia con el Perú, que
parece hace la parte esencial de la misión del señor Zeballos." Sin
embargo, en una carta que Sucre remite a Santa Cruz ese mismo día es
menos enfático, dejando la impresión de estar desinformado: "En mi
carta de hoy le hablo al Libertador sobre los negocios de la
federación (...). No sé por donde viene el señor Ortiz de Zeballos, ni
cuando estará aquí; y por consiguiente, menos sé las proposiciones que
trae (sic)."

En tercer lugar, Sucre no deja duda en cuanto a que debía actuar
(ejecutar "los negocios") ciñéndose a lo prescrito por su master, al
amparo del gaseoso argumento de que era "el medio de salvación" de
"todos estos países", aunque sin indicar de qué países se trataba.
Más adelante, al hacer referencia a la "gran masa", involucró en la
federación a Colombia, por lo que se colige que se refería a tres
países. En cuarto lugar, mientras que en el Perú la resistencia al
proyecto delirante de Bolívar fue debelada a sangre y fuego, Sucre
demuestra en esa carta la forma persuasiva con que se esmeraba en
convencer a "algunos de los opositores al proyecto de federación", sin
escatimar para ello disponer a su antojo de la organización
territorial del Perú, e inclusive especulando en la posibilidad de que
el Perú se divida en dos Estados, coincidiendo en esto con lo que
Bolívar había adelantado a Gutiérrez de la Fuente, a la sazón prefecto
de Arequipa.

En quinto lugar, amparado en hechos y cosas evidentes, Sucre manifestó
su reticencia a involucrar a Colombia en ese proyecto federativo,
agregando que no quería alucinarse "con bellas ideas." Comentario de
gran valor, porque da una idea de cómo por esos días Bolívar marchaba
encandilado, u obnubilado como para no advertir el despeñadero al que
se acercaba. En sexto lugar, mientras que en la carta antes trascrita
Sucre le hizo un recuento a su jefe de la forma como se avanzaba en el
"examen o discusión" del documento constitucional, en Lima ya se ha
visto este documento espurio fue aprobado a la mala, para lo cual no
se dudó en mentir, arguyendo que hacía tres meses Bolivia había dado
el ejemplo con su aprobación. Es decir, el grado de sometimiento en
que se encontraba el Perú, por obra de Bolívar, era tal que resulta
chocante si se le compara con la condescendencia y respeto como Sucre
trataba a los constituyentes bolivianos. En fin, en esa carta Sucre
revela su intención de capturar a los patriotas que se habían
sublevado en el Perú semanas antes, aparte de puntualizar que fue el
prefecto del Cuzco, Agustín Gamarra quien demostró ser un fiel
servidor del déspota que mandaba en Lima.

No es de extrañar que la aparentemente minuciosa recopilación de
Vicente Lecuna en dos tomos relativos a la creación de Bolivia, no
haya recogido una sola comunicación entre Sucre y Bolívar durante esas
cruciales semanas en que se produjo la llegada del enviado peruano
Ignacio Ortiz de Zevallos a Chuquisaca o en las dos en que se
negociaron y firmaron los tratados de federación y límites. A
fortiori, no se conoce tampoco el contenido de la carta que Bolívar le
hizo llegar a Sucre por intermedio de Ortiz de Zevallos. Puede
afirmarse que no fue la inopia ni el desinterés lo que prevaleció
entre Lima y Chuquisaca, sino todo lo contrario. Por eso, sin omitir
algunos pincelazos sobre el contexto político prevaleciente, en los
siguientes párrafos se va a procurar reconstruir la negociación que,
en realidad, se concentró más en lo anecdótico, pues era total el
control que ejerció el caraqueño sobre los negociadores por intermedio
de su lugarteniente. Por cierto, esta reconstrucción ha sido posible
gracias a la recopilación que por su lado hizo en 1956 el descendiente
del plenipotenciario peruano, Carlos Ortiz de Zevallos.

El plenipotenciario peruano Ignacio Ortiz de Zevallos llegó a
Chuquisaca el 8 de octubre de 1826. Su comisión, según el proveído del
propio Pando, debía "durar por lo menos seis meses." (Carlos Ortiz de
Zevallos: Op. cit.). Al dar cuenta de la ceremonia en que presentó sus
credenciales a Sucre (15 de octubre), el enviado peruano sacó la
siguiente conclusión: "casi la totalidad de bolivianos ansía de veras
por unirse al Perú (…) habiendo sido el Exmo. Gran Mariscal (Sucre) el
primero que abiertamente se pronunció adicto a la unión."
(Comunicación de 20 de octubre de 1826). Es del caso subrayar que
Ortiz de Zevallos comenzó su discurso ése 15 de octubre, de la
siguiente manera: "Después de los extraordinarios esfuerzos que el
Gobierno del Perú ha hecho por la libertad de Bolivia y de haber
reconocido solemnemente su independencia (sic)." (Ibid.).

Mediante la comunicación dirigida al canciller boliviano, de fecha 17
de octubre, Ortiz de Zevallos dio inicio a su comisión, planteando
formalmente en dicha comunicación "la íntima Unión de las dos
Repúblicas, bajo bases sólidas de justicia y de buena fe, que les dé
el debido grado de respetabilidad ante las demás Naciones, y las ponga
a cubierto de toda agresión y desorden (…)." Asimismo, combinó esa
propuesta con el reclamo "de una parte de los inmensos gastos hechos
por el Perú (sic) para llevar a término la gigantesca (sic) empresa de
la independencia de ambas Secciones (sic); cuya obligación ha sido
reconocida como sagrada en las comunicaciones del Señor Ministro
enviado de Bolivia Doctor José María Mendizábal cerca de mi Gobierno.
(…)." (Ibid.). Se hace una referencia expresa al planteamiento
formal, por cuanto el 16 de octubre en la audiencia que le concedió
Sucre le adelantó reservadamente el objeto de su misión.

Conocedores ahora como somos de la fluida comunicación entre Bolívar y
Sucre, es de imaginar la compasión con que Sucre trató a su
interlocutor quien, a estar por su comunicación de 20 de octubre a la
Cancillería peruana, no escatimó en multiplicar ante Sucre los
argumentos que hacían indispensable la unión de la dos Repúblicas, al
punto de afirmar sin falsa modestia: "Como mis reflexiones han sido
fundadas en datos de evidencia, y razones que se palpan a primera
vista, S. E. se ha manifestado en extremo obsecuente (sic), y hasta
ahora sus procedimientos son en todo conformes a estos principios."

Sin embargo, en esa comunicación de 20 de octubre remitida a Lima, al
margen de jactarse prematuramente de haber desinflado una tentativa
para reducir la propuesta a una alianza ofensiva y defensiva entre los
dos Estados, Ortiz de Zevallos informó al final de su oficio sobre lo
siguiente: "Al tratar con S. E. sobre los caudales suplidos a Bolivia
con cargo de reintegro, me ha anunciado, que el Supremo Gobierno está
conforme en que esas sumas queden aquí, para el pago de los alcances
de los cuerpos Colombianos (sic) existentes en esta República. Vs. se
servirá instruirme lo que debo practicar sobre este particular (…)."
(Ibid.).

Lo cierto es que la Cancillería boliviana respondió formalmente a su
nota de 17 de octubre, el 25 de ese mes, dando una pauta en esa
respuesta de cuan dependiente era Bolivia de los designios del gran
titiritero a través de Sucre. Estos habían aprendido a jugar en tándem
y descubrieron que podían seguir manipulando al Perú y Bolivia a su
antojo, siempre en beneficio de sus miras protervas:

"Al Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, le es agradable
manifestar al Señor Ministro Plenipotenciario del Perú, que su
apreciable nota de diez y siete del corriente fue sometida al Soberano
Congreso; y que en consecuencia ha obtenido el Gobierno una
autorización para celebrar el tratado de federación con los Estados
del Perú y Colombia (sic).- El Señor Ministro Plenipotenciario juzgará
el inmenso placer que ha sentido S. E. el Presidente de Bolivia
pudiendo ligarse la amistad de esos tres Estados del modo más sólido y
permanente (…). Deseoso pues S. E. de concurrir brevemente a la
celebración de esos tratados, ha nombrado por parte del Gobierno de
Bolivia, como Ministros Plenipotenciarios, al Señor Ministro de la
Corte Suprema de Justicia Doctor Manuel María Urcullu; y al Ministro
de Relaciones Exteriores que suscribe (Facundo Infante); los cuales
están suficientemente autorizados para entablar aquella negociación, y
también para estipular un tratado de límites entre el Perú y Bolivia.
(…). Respecto al penúltimo párrafo de la citada nota de diez y siete
de octubre, el infraescrito, tiene orden de su Gobierno de incluir al
Señor Plenipotenciario una liquidación original de las cuentas entre
el Perú y Bolivia (…) de que resultó alcanzada esta República en
doscientos, siete mil, seiscientos, sesenta y siete ps. dos y tres
cuartillos reales. (…) De antemano y en contestación a una nota de S.
E. el Gran Mariscal de Ayacucho, dispuso el Supremo Gobierno del Perú
en quince de julio ultimo (sic) que la suma en que Bolivia fuese
alcanzada, quedase en favor de los cuerpos de Colombia que están en
esta República (sic) para satisfacer sus alcances contra el Perú en
los años de veinte y tres, y veinte cuatro. (…) S. E. el Presidente de
Bolivia, cree que aun el Perú tiene otros alcances contra esta
República (sic) (…) las gratificaciones de la tropa. Esto no consta de
manera oficial; pero acaso fue un olvido del Libertador (sic) y puede
remediarse (…)."

De la comunicación antes trascrita se desprende sin mayor dificultad
que la misión de Ortiz de Zevallos fue, en realidad, una trampa
concebida por Bolívar y Sucre en serio perjuicio del Perú, valiéndose
para ello de los "alcahuetes" que conformaban el Consejo de Gobierno
peruano. Por un lado, no era como Pando le había instruido, procurar
la unión entre el Perú y Bolivia, sino poner en marcha la federación
de Bolivia con el Perú y Colombia, donde con toda probabilidad solo
quedarían dos Estados, como ya lo había adelantado el inconsciente del
déspota venezolano: Bolivia y Colombia. Además, era menester celebrar
un tratado de límites entre el Perú y Bolivia, lo que implicaba que la
unión era una cosa y los límites otra muy distinta. En fin, la
supuesta reclamación en la que Pando se había explayado detalladamente
en su pliego de instrucciones de 5 de Julio, resultaba aparentemente
inexistente, pues el 15 de Julio, según el canciller boliviano, el
Gobierno en Lima había resuelto que esa suma quedase en Bolivia a
favor "de los cuerpos de Colombia que están en esta república, para
satisfacerles sus alcances contra el Perú en los años de veinte tres y
veinte y cuatro." Sin embargo, en este último punto parece ser que el
taimado de Sucre buscaba sorprender a un inexperto Ortiz de Zevallos;
por cuanto en una comunicación que le remitió Pando el 12 de octubre,
luego de referirse al pedido de auxilio solicitado por Colombia a
través de dos notas, señala lo siguiente: "Con este motivo se me hace
forzoso recomendar a V. S. que procure activar la ejecución del
encargo que se le hace en las instrucciones referente a la amigable y
pronta transacción que debe entablar para que se liquiden las
cantidades que hemos expendido (sic) directa e indirectamente para la
emancipación del Alto Perú." Veremos a continuación que el Gobierno
boliviano en ningún momento cedió en esos tres puntos centrales.

El 4 de noviembre, el plenipotenciario peruano informó a Lima que el
30 de octubre y los días 1 y 3 de noviembre, había "ajustado" con los
ministros plenipotenciarios bolivianos los artículos relativos al
tratado de federación entre las Repúblicas del Perú y Bolivia,
agregando que ese 4 de noviembre empezaba a tratar "sobre límites de
los dos Estados, y créditos del Perú sobre Bolivia; y aunque esto es
bien grande por su entidad, no presenta las dificultades que ha sido
preciso superar (sic), para el ajuste de la federación." Sin embargo,
aparte de solicitar instrucciones y comprobantes para responder a la
liquidación presentada por Infante el 17 de octubre, el 22 de
noviembre Ortiz de Zevallos remitió a Lima otra comunicación reservada
por intermedio del edecán fidelísimo de Sucre y Bolívar, Pedro
Alarcón, en la que hizo una larga exposición de los contratiempos que
había encontrado en Chuquisaca, especialmente en el canciller
boliviano, en el cumplimiento de su misión, adjuntando el "tratado de
federación" y el "tratado de límites" acordados; así como copias de
las minutas de las diferentes reuniones realizadas con tal fin. En la
nota reservada se observa un genuino fastidio de quien desconocía la
dimensión de la confabulación tejida por Bolívar y Sucre, en la cual
él era un modesto y desinformado peón:

"(…) Desde Arequipa empecé a tener motivos de sospecha del Ministro de
Relaciones Exteriores de esta República, y si bien ellos no eran
bastantes para prevenir absolutamente mi opinión, habiendo tenido por
otras partes los mejores informes de este sujeto por S. E. el
Libertador y otras personas respetables; a lo menos llamaron mi
atención, y me decidieron a observar su conducta con el mayor cuidado:
A este propósito, luego que llegué a esta capital (…) empecé a
descubrir que el ministro maquinaba en secreto contra el principal
objeto de mi comisión y no perdí un momento para tomar las medidas
necesarias para frustrar sus maniobras (…). Recibida por el Gobierno
la resolución del Congreso, me pasó el Ministro la nota de veinte y
cinco de Octubre en contestación a la mía de diecisiete; y como su
tenor manifiesta que el Ministro estaba anuente con la adición del
Diputado Aguirre desechada por el Congreso (la participación de
Colombia en la federación), y que además omitió contestarme sobre la
liquidación amigable de la parte con que debía ser gravada Bolivia en
los gastos generales que ha hecho el Perú por la independencia común;
me resolví pedir una explicación en orden al primer punto y
contestación directa del segundo, pero antes de verificarlo consideré
muy importante tener una conferencia particular con S. E. el Gran
Mariscal, que desde luego la obtuve desde las seis hasta las diez de
la noche del citado día veinte y cinco. (…). Bajo este concepto le
indiqué que yo no podía dar un paso sin que se me diga abiertamente,
si estaba, o no el Estado boliviano en disposición de tratar de
federación con el Perú, sin consideración alguna a Colombia, cuyo
concurso se debería solicitar después y guardándole el decoro y
consideraciones que se merece. La sorpresa que advertí en S. E. y sus
contestaciones me manifestaron, que estaba bien prevenido por su
Ministro (sic); y antes de terminar este punto me dirigí a tratarle el
segundo.- Le recomendé no era conforme a la franqueza con que debíamos
proceder y de que yo hacía alarde, la omisión de contestarme a la
amistosa liquidación que se había solicitado; principalmente siendo
éste uno de los objetos de mi comisión y la materia de sumo interés
para que pudiese verla con indiferencia. S. E. me respondió que en
este punto los Bolivianos no se creían con la menor obligación; y al
propósito me produjo unas cuantas razones como en cabeza de ellos. Mi
fundada contestación a todas ellas (…), hicieron variar la escena; lo
que me dio lugar para indicar a S. E. que un enemigo diestro le estaba
sorprendiendo, para impedir los progresos de nuestro sistema y evitar
su consolidación. Pidióme explicación de este particular; y habiendo
obtenido su palabra de honor de mantener la debida reserva (sic), le
descubrí todos los fundamentos que asistían para asegurar, que su
Ministro (Infante) obraba en el asunto como el mayor de nuestros
enemigos (…). Como yo me expliqué con datos innegables, y con idioma
de la razón, se mostró S. E. francamente convencido (sic), y trató de
disculparse, haciéndome entender que no había sido él, quien había
colocado a Infante, sino S. E. el Libertador. (…) Produjo tan buen
efecto lo referido, que me pidió el Gran Mariscal, que no pasase nota
alguna para el allanamiento de las dificultades, que le había
indicado; porque todo sería compuesto mediante las instrucciones que
daría a sus plenipotenciarios. Afianzado a esta seguridad me presté a
las conferencias que empezaron el 30 del pasado y han durado hasta el
15 del que rige, con que se han concluido los tratados que acompaño
con nota separada. (…) No es posible explicar bastantemente cuanto he
tenido que sufrir en tantos debates. Por una parte tenía que chocar
con la capciosidad del señor Infante, que nunca se manifestó en una
conferencia consecuente con las bases que establecemos en la anterior;
y por otra tenía el desconsuelo de ver, que este aun lograba la
privanza del Gran Mariscal (sic). El Señor Urcullu (…) apoyaba mis
conceptos en todo. (…) y en el acto que el Ministro dio principio a
una de las conferencias, por querer destruir lo que se acordó en la
Sección anterior, le dije resueltamente que ya no me era posible en el
estado de perplejidad e incertidumbre a que se reducía todo lo que se
trataba, y acordaba que se habían agotado todas las materias en todos
sus respectos y nada quedaba que hacer (…). En fin le exigí la
conclusión definitiva de las negociaciones, bajo las bases que tenía
indicadas; añadiendo, que me era absolutamente indiferente, que
Bolivia entre o no en el pacto de federación, (…). No pudo disimular
el Ministro la terrible impresión, que le hicieron mis expresiones, y
no habiéndome podido reducir a entrar en discusión sobre los
artículos, me indicó que a lo menos lo tratase directamente al Gran
Mariscal sobre los puntos de referencia; a lo que repuse que no era
posible incomodar mas a S. E. (…). Terminada así la controversia; tuve
que ver al día siguiente a S. E. para manifestarle la nota, que V. S.
se sirvió dirigirme en orden a los caudales que se debían aprontar
para Marzo, con el objeto de auxiliar a Colombia para el pago de sus
obligaciones en Londres; y con este motivo me habló del modo más
sagaz, y bondadoso acerca de las negociaciones, asegurándome que
serían terminadas satisfactoriamente (sic). Desde entonces los asuntos
empezaron a tomar un aspecto decisivo (…). En el tratado de límites he
tenido también prolijos debates por sacar el mejor partido a favor del
Perú, y precaver, que tomando posesión Bolivia de la parte de la
costa, tratase de eludir o dilatar la federación (…). La cesión de
Apolobamba, Copacabana e Islas de la laguna de Chucuyto, que Bolivia
hace al Perú, es en compensación de los gastos de la guerra de la
independencia (sic) siendo esto lo único que se ha podido adelantar
(…). No ha sido conveniente expresar en el tratado de límites que los
expresados territorios son cedidos al Perú por la indicada
indemnización, tanto por decoro de la negociación (sic), como para que
no funden en este pacto los Porteños algún derecho para hacer
reclamaciones por su parte. (…). Mientras que recibo nuevas órdenes,
y contestación a las comunicaciones que dirijo con esta fecha, quedo
trabajando en que en el Congreso se aprueben los tratados (…)."
(Ibid.).

En abono de lo anterior, podemos citar la comunicación dirigida al
vicepresidente colombiano, por el Consejo de Gobierno peruano, de 15
de octubre de 1825, que da una idea de la magnitud del gasto en que
venía incurriendo el Perú:

"El Gobierno del Perú no ha perdido nunca de vista los grandes
comprometimientos que tiene con su aliada la República de Colombia, ni
menos ha dejado de promover los medios de satisfacer los créditos que
le ha ocasionado la guerra. (...) Empeñado en conseguir su libertad,
al paso que carecía de los medios pecuniarios para los gastos de la
guerra hizo levantar en Londres un empréstito de seis millones de
pesos, los mismos que fueron consumidos (sic) en las desgraciadas
expediciones que se dirigieron al sur. Enseguida se ha realizado otro
de dos millones, cuya suma ha aplicado exclusivamente S. E. el
Libertador (sic) para pagar al ejército, y con especialidad los
ajustes de la división de Colombia (sic) que regresa a ella,
adelantando a los inválidos doce años de paga (sic). Por consiguiente,
ni en el primer empréstito ni en éste tiene el Gobierno del Perú
cantidad disponible. Hace dos meses que salieron para Londres los
Ministros Plenipotenciarios Olmedo y Paredes, con el objeto de
levantar un tercer empréstito, con el cual cuenta esta República para
saldar sus deudas con aquellas. (...)." (Daniel O'Leary: Op. cit.-
Tomo 23).

Para tener una idea de la magnitud del gasto que representaba al Perú
mantener a la tropa de ocupación colombiana, de conformidad con lo
consignado en un proveído de Pando por esos días, la suma de 2000
pesos era la remuneración anual que el Estado peruano otorgaba a un
Secretario de Legación, "sin otra asignación de ninguna clase."
(Carlos Ortiz de Zevallos: Op. cit.).

Nótese, asimismo, la forma como jugaba Sucre atribuyendo a Bolívar la
designación de Infante, cuando éste en puridad servía a ambos con la
misma lealtad, por deberles en demasía el sitial en que lo habían
puesto. Por otro lado, es bueno retener los comentarios reservados del
plenipotenciario peruano; por cuanto, en menos de dos meses cayó en la
cuenta que Sucre había abusado de su buena fe y así lo puso por
escrito.

Y ¿cuáles fueron los instrumentos bilaterales que llevó a Lima el
teniente coronel Alarcón? Según lo anunciado por el mismo Ortiz de
Zevallos, fueron dos: el Tratado de Federación y el Tratado de
Límites, ambos instrumentos firmados el 15 de abril de 1826, tanto por
el plenipotenciario peruano como por los plenipotenciarios bolivianos
Infante y Urcullu. Veamos, en primer lugar, el tratado de federación.

"TRATADO DE FEDERACION
Deseando los Gobiernos de las Repúblicas Peruana y Boliviana asegurar
de un modo firme su Independencia y libertad. Y queriendo además
estrechar las relaciones que las unen, han acordado un pacto de
federación.
Con este fin han nombrado sus respectivos Plenipotenciarios, a saber:
El Consejo de Gobierno de la República del Perú al Sr. Dr. D. Ignacio
Ortiz de Zevallos, Ministro de la Corte Suprema de Justicia de aquel
Estado; y el Presidente de la República Boliviana a su Ministro en el
Departamento de Relaciones Exteriores, Coronel Facundo Infante y al
Sr. Dr. D. Manuel Urcullu, Diputado en el Congreso Constituyente y
Ministro de la Corte Suprema de Justicia.
Quienes habiendo canjeado sus respetivos Plenos Poderes y hallándose
éstos extendidos en debida forma, han concluido y convenido en los
artículos siguientes:
Artículo I
Las repúblicas del Perú y Bolivia se reúnen para formar una liga, que
se denominará Federación Boliviana (sic).
Artículo II
Esta Federación tendrá un Jefe Supremo Vitalicio, que lo será el
Libertador Simón Bolívar (sic).
Artículo III
Habrá un Congreso general de la Federación, compuesto de nueve
Diputados por cada uno de los Estados Federados.
Artículo IV
Luego que se hayan ratificado esos pactos se procederá al nombramiento
de los Diputados para el Congreso general, por los Cuerpos
Legislativos de los Estados federados, si se hallaren reunidos; en
este caso el nombramiento deberá recaer en individuos del seno de los
mismos Cuerpos Legislativos.
Artículo V
A falta de Cuerpos Legislativos, en su receso, se hará el nombramiento
de Diputados para el Congreso general por los pueblos, en la forma y
términos que lo determine el reglamento que ha de dar cada uno de los
Gobiernos de los Estados.
Artículo VI
En todo evento los Diputados para el Congreso general deberán reunir
además de las calidades comunes, las de probidad y patriotismo notorio
y conocida ilustración en las materias que han de ser de la atribución
de este Congreso.
Artículo VII
El Libertador queda autorizado para designar el lugar donde se ha de
reunir el primer Congreso, procurando sea un punto el más
proporcionado por su centralidad, comodidades y salubridad.
Artículo VIII
La reunión del Congreso durará, para sus sesiones ordinarias, a lo más
el tiempo de dos meses en cada año, los que empezarán a correr desde
el primer día de la instalación.
Artículo IX
Son atribuciones del Congreso federal:
1. Elegir el lugar en que deba residir el Congreso y Jefe Supremo de
la Federación y decretar su traslación a otra parte cuando lo exijan
graves circunstancias y lo decidan a lo menos las dos terceras partes
de los Diputados presentes.
2. Designar la parte del ejército y marina militar que,
proporcionalmente cada uno de los Estados deba poner a las inmediatas
órdenes del Jefe Supremo de la Federación.
3. Señalar la parte proporcional de las cantidades con que los Estados
deben concurrir todos los años para los gastos de la Federación.
4. Investir al Jefe de la Federación de la autoridad Suprema,
recibiéndole el correspondiente juramento.
5. Autorizar al Jefe Supremo para negociar los empréstitos que sean
necesarios para sostener los intereses de la Federación, en cuyo caso
deberá proceder a la aprobación de los Cuerpos Legislativos de los
Estados, previa la manifestación de la parte que a cada uno toque
amortizar y los intereses que le corresponden.
6. Decretar la guerra a propuesta del Jefe Supremo, e invitarlo a hacer la paz.
7. Aprobar o rechazar los Tratados que hiciere el Supremo Jefe de la Federación.
8. Arreglar y componer pacíficamente las diferencias que puedan
ocurrir entre los Estados federados; y cuando esto no baste indicar al
Supremo Jefe los medios que debe adoptar para restablecer su paz y
Buena armonía.
9. Conocer de las diferencias que se susciten entre los Estados
federados y cualquiera otra Nación, para componerlos pacíficamente y
siendo ineficaces estos medios, declarar el negocio común, y propio de
la Federación.
10. Examinar la inversión de las rentas que se pongan a disposición
del Jefe Supremo para los gastos de la Federación.
11. Investir en tiempo de guerra o de peligro, al Supremo Jefe con las
facultades que se juzgue indispensables para la salvación de los
Estados federados.
12. Aprobar el movimiento que haga el Jefe Supremo de la persona que
deba sucederle.
13. Aprobar el señalamiento de sueldos, que haga el Jefe Supremo a
todos los empleados y funcionarios de la Federación.
14. Establecer las reglas y dictar las providencias consiguientes y la
observancia y cumplimiento de estos tratados; y al mejor régimen de
los negocios de la Federación, sin poder alterar ni variar en lo
sustancial ninguno de sus artículos.
15. Ordenar un régimen interior por reglamentos, y corregir a sus
miembros por su infracción.
16. Prevenir el modo y casos en que han de ser juzgados los individuos
de su seno y los Ministros del Despacho del Jefe Supremo.
Artículo X
Las atribuciones del Jefe Supremo de la Federación son:
1. El mando supremo militar de los ejércitos de mar y tierra de los
estados, que el Congreso Federal haya decretado y puesto a sus
inmediatas órdenes.
2. Pedir a los Cuerpos Legislativos de los Estados y en su receso a
los Gobiernos respectivos, el aumento de las fuerzas que crea
necesarias para objetos del bien común.
3. Dirigir y mantener relaciones con las potencies y Estados que
convenga; y nombrar los Ministros públicos, Agentes, Cónsules y demás
subalternos de la lista diplomática, y removerlos según lo estime
conveniente.
4. Recibir Ministros extranjeros y hacer Tratados de paz, alianzas,
treguas, neutralidad, armada, comercio y demás que interesen al bien
general; debiendo preceder a su ratificación la aprobación del
Congreso.
5. Conceder patentes de corso en los casos de conocida utilidad.
6. Declarar la guerra, previo el decreto del federal y en su receso,
poder hacerlo por sí en casos urgentes, con el cargo de dar cuenta al
Congreso luego que se reúna.
7. Dirigir todas las operaciones de la guerra y mandar los ejércitos
por sí o por los generales que nombre.
8. Mantener y velar por la seguridad exterior e interior de los
Estados y para estos objetos disponer de la fuerza armada de su mando.
9. Convocar al Congreso federal para sesiones extraordinarias, cuando
haya urgencia, y pedir la prorrogación de las ordinarias.
10. Nombrar la persona que le deba suceder en la Presidencia de la
Federación, y pasar el nombramiento al Congreso.
11. Nombrar los Ministros del despacho y sus oficiales subalternos y
removerlos discrecionalmente .
12. Señalar los sueldos que deben gozar los empleados y funcionarios
de la Federación y dar cuenta al Congreso para su aprobación.
13. Mandar, ejecutar y publicar las resoluciones del Congreso Federal
en las materias de su atribución.
Artículo XI
Ni el Congreso Federal, ni el Jefe Supremo de la Federación, pueden
intervenir en la Constitución y leyes particulares de cada Estado, ni
en ninguno de los actos de su organización, economía y administración
interior.
Artículo XII
Ninguno de los Estados federados podrá dictar ley, reglamento u
ordenanza, ni conceder excepción o privilegios, que directa o
indirectamente perjudique al otro. En caso que esto ocurra, la materia
será decidida según lo establecido en el párrafo 8 del artículo IX.
Artículo XIII
Los naturales y vecinos de los Estados federados gozarán de los mismos
derechos civiles y políticos, excepciones y privilegios y no podrán
sufrir otros gravámenes y cargas que los naturales y vecinos de los
países respectivos.
Artículo XIV
La deuda interior y exterior contraída por los Estados hasta el día de
la instalación del Congreso Federal, será pagada por los mismos, sin
que grave su responsabilidad por la federación.
Artículo XV
Ratificados que sean estos Tratados por el Gobierno del Perú y
Bolivia, nombrarán éstos Ministros Plenipotenciarios cerca del
Gobierno de Colombia, para negociar la accesión de aquella República
al presente pacto de Federación y en caso que por parte de dicha
República se propongan algunas alteraciones o modificaciones que no
varíen la esencia de este Tratado, se procederá sin embargo a la
instalación del Congreso federal, cuya atribución será arreglar
definitivamente estas bases con tal que el número de Diputados sea
numéricamente igual; y que el Libertador sea el Primer Jefe Supremo de
la Federación, y desempeñe así las atribuciones que le son concedidas.
Artículo XVI
Se inviste al Libertador con las facultades necesarias para que señale
el tiempo en que se debe instalar el primer Congreso federal, y para
que remueva todos los obstáculos que puedan oponerse a su reunión. El
presente Tratado será ratificado y las ratificaciones canjeadas dentro
de noventa días. Mas quedará en suspenso por ahora, é ínterin se
verifica lo dispuesto en el artículo XV del mismo Tratado.
Fecho en la Capital de Chuquisaca el día quince del mes de Noviembre
año mil ochocientos veintiséis. Ignacio Ortiz de Zevallos, Facundo
Infante, Manuel María Urcullu."

De una simple lectura de ese texto ominoso para los peruanos, se
desprende, en primer lugar, la desaparición del Perú como República,
por cuanto quedaba subsumido bajo la denominación espuria de
"Federación Boliviana." Y aquí no hay cabida para el argumento
rastrero de que ésa era la corriente en boga por esos años en América
del Sur. Primus, porque Chile y Argentina, además del imperio del
Brasil, y muy pronto Paraguay y Uruguay, representaban justamente la
voluntad prevaleciente de los pueblos sudamericanos de salvaguardar su
independencia. Secondo, porque el ejemplo dado por los Estados Unidos
de América resultaba inaplicable en la medida que las trece colonias
adquirieron su independencia de manera concomitante, no habiendo
tenido ninguna de ellas, por tanto, existencia como estado
independiente. Además, la visión geopolítica de los founding fathers
proyectó bioceánicamente a la nueva federación, ocupando o usurpando
territorios casi deshabitados. Y tertio, porque la revuelta del
general Necochea y el martirologio de Pedro José Rivas, entre otros,
es la mejor prueba de la voluntad soberana de los peruanos de querer
existir como Estado independiente, y no como furgón de cola de una
federación enteca liderada por un sicofante.

En segundo lugar, a despecho de lo que Pando, en febrero de 1827,
quiso cobardemente negar, el artículo II no dejó la más mínima duda:
el dictador vitalicio debía ser Bolívar. Sus reiteradas declaraciones
de que detestaba el poder y que su deseo más ferviente era de
retirarse a vivir en el anonimato, no venían a ser más que cantos de
sirena. Entre los artículos III y IX se establecían las normas
relacionadas con el Congreso Federal en el que cada Estado federado
debía acreditar solo 9 representantes. Además, se dejaba a criterio
del dictador Bolívar fijar el lugar donde debía establecerse su sede,
solo indicándose en el artículo VII que se procure que "sea un punto
el más proporcionado por su centralidad, comodidades y salubridad." En
cuanto a las atribuciones del dictador perpetuo, aparte de ser el jefe
de gobierno, se reservaba los asuntos de política exterior y de la
defensa, siendo el jefe supremo militar de las fuerzas de mar y
tierra. Además, se reservaba el derecho de designar a su sucesor,
declarar la guerra, dirigir las operaciones militares, etc. En una
palabra, se trataba de conferir legitimidad y legalidad a futuro a la
modalidad de gobierno ejercida por Bolívar como dictador de facto, con
el añadido que convertía en constitucional su derecho a designar su
sucesor, ante la frustración que suponemos vivió recurrentemente al no
poder tener hijos. Por último, es de destacar que en el artículo XV se
establecía el compromiso del Perú y Bolivia de negociar la
incorporación de Colombia a la federación, aun cuando esto implique
algunas "alteraciones o modificaciones" a condición de "que no varíen
la esencia de este Tratado." Sin embargo, en el artículo siguiente, in
fine, se introdujo una frase que traducía la impostura de Sucre y que
el plenipotenciario peruano aceptó, pese a no tener instrucciones
sobre el particular. Esa frase se lee como sigue: "Mas quedará en
suspenso por ahora, é ínterin se verifica lo dispuesto en el artículo
XV del mismo Tratado" Dicho de otra manera, si Colombia no adhería al
tratado de federación, éste no podía entrar en vigor, así el Perú y
Bolivia lo hubieran ratificado. Por más que el Perú le hiciera
concesiones de lesa patria (como la cesión de Arica e Iquique) a
Bolivia con tal de buscar la fusión, ésta no sería posible si Colombia
se oponía. Pero claro, la misma condición suspensiva, como veremos
enseguida, no se aplicaba a las cesiones territoriales que
vergonzosamente Pando y Ortiz de Zevallos ofrecieron a Bolivia a
nombre del Perú con tal de buscar la unión. Peor negocio, no se conoce
en la historia diplomática mundial.

Que las cosas no eran tan simples en cuanto a la federación con
Colombia, no lo dice quien esto escribe porque se le ocurra. Sin ir
muy lejos, el mismo Joaquín Mosquera, el enviado de Bolívar al Perú en
julio de 1822, le confesó a Santander, en una carta de fecha 29 de
diciembre de 1826, lo siguiente:

"(...) Si es que se ha de formar una federación de tres Estados con
una legislatura y un ejecutivo general, tal vez se complica más el
sistema y experimentamos las mismas quejas del Sur y de Venezuela que
parecen animados de celos con Cundinamarca y agitados por la ambición
individual de algunos. Lo único que me parece claro es que los
granadinos del centro (sic) debemos unirnos tan estrechamente como sea
posible (sic), para no ser víctimas de las fuerzas contrarias que
obran sobre nosotros por el Sur y por el Norte. (...) El mismo
Libertador tendría menos dificultades sabiendo cual era la opinión
verdaderamente nacional; porque el arte de gobernar en los tiempos
modernos consiste en el arte de saber dirigir la opinión o ceder a
ella (sic) oportunamente como dice la Baronesa de Stael." (Archivo
Santander.- Volumen XVI).

Es bueno repetir esa frase de Mosquera: "porque el arte de gobernar en
los tiempos modernos consiste en el arte de saber dirigir la opinión o
ceder a ella (sic) oportunamente como dice la Baronesa de Stael."
Pues, ya por esos días se pensaba en esta parte del mundo que no se
podía aherrojar la voluntad de los pueblos. Pero, el caraqueño era
obsesivo en su ambición y gloria al extremo de vivir alienado. Se
diría que de tanto buscar la gloria de manera mucho más inmensa que la
atribuida a los héroes de la antigüedad, terminó perdiendo la brújula
al punto de ser incapaz de ver lo que otros percibían con creciente
preocupación.

Otro ejemplo, del rápido deterioro de las lealtades y alianzas, lo
encontramos en una carta que días antes, el 23 de diciembre, le
remitió un Santander visiblemente preocupado y que pone en evidencia
un efecto del típico estilo bolivariano de hacer decir a otros lo que
eran solo pretextos para así imponer sus propias reglas:

"(...) Ya que he mencionado todo esto, permítame U. que le revele un
chisme, y resérvelo. Estando U. aquí y después de su partida, me han
contado diferentes personas que el General Salom había dicho lo
siguiente, como que descubría los secretos y miras de U.: 'Será
preciso dividir a Colombia en tres Estados. Páez quedará en Venezuela,
Briceño en Quito, y en Cundinamarca quizá no quedará Santander, porque
él no piensa sino en sus onzas (sic) se ha portado muy mal, de modo
que ha perdido su crédito entre los fanáticos y los despreocupados, y
no conviene que siga gobernando. Santander, por envidia a Sucre ha
hecho el reglamento de uniforme para igualarse, junto con Soublette,
al Libertador y al General Sucre.' Estas especies las miré con
desprecio, porque hablando ingenuamente, ni he creído que U. dijera
tales cosas tan denigrantes, contra lo que en público había
manifestado (sic), ni Salom es para mí sino un pigmeo, incapaz de
distinguir lo que es bueno o malo en un gobierno. Pero yo lo cuento a
U. para que lo sepa, y advierta que hay un interés en dividirnos y que
nos pone la trampa. Si Salom oyó estas especies, ha debido ser
reservado, y si no, es un calumniador. Yo tendré mis defectos; pero mi
humildad es sincera cuando soy humilde, y jamás me he arrastrado con
la culebra." (Archivo Santander.- Tomo XVI).

Palabras fuertes que son el preludio de lo que vendrá después,
exacerbado imaginamos tras aquella representación burlesca que hizo
Manuelita Sáenz, ante los ojos del general Córdoba, de ordenar el
fusilamiento de un muñeco que representaba al general Santander. Tan
pronto se enteró de esa parodia, Bolívar escribió ambiguamente a
Córdoba y a la Sáenz, sin dejar de jugar al contrapunto:

"Yo pienso suspender al comandante de 'Granaderos' y mandarlo fuera
del Cuerpo a servir a otra parte; él solo es culpable. (...) En cuanto
a la amable loca (sic) ¿qué quiere usted que yo le diga? Usted la
conoce de tiempo atrás; luego que pase este suceso pienso hacer el más
determinado esfuerzo para hacerla marchar a su país o donde quiera
(...). (Alfonso Rumazo: Manuela Sáenz.- Casa de la Cultura
Ecuatoriana.- 2003).

"!Albricias! Recibí mi buena Manuela tus tres cartas que me han
llenado de mil afectos: cada una tiene su mérito y su gracia
particular. (...)." (Ibid.).

Y para que no quede dude del estado menos que larvario en que se
encontraba el proyecto federativo en la Colombia de las tres hermanas
junto con el proyecto delirante de la presidencia vitalicia, es
pertinente citar un fragmento de otra comunicación de Santander a
Bolívar, de 16 de diciembre de 1826, en que le precisa lo siguiente:

"En Maracaibo escriben contra la Presidencia vitalicia y la
Vicepresidencia hereditaria de la Constitución boliviana. Aquí están
callados, porque así como no me ha gustado que otros pueblos nos
quieran dirigir y forzar reformas prematuras, tampoco quiero que
Bogotá influya en la adopción o rechazo de la mencionada Constitución
(sic)." (Ibid).

Y decimos que ese proyecto federativo era producto de una quimera, de
una fantasía delirante; por cuanto, en la fecha misma en que se firmó
el "tratado de federación" era un hecho que la Colombia de las tres
hermanas estaba perdida y, lo que resulta irónico, es que el propio
caraqueño fuera consciente de ello. En una carta de Santander de 18 de
octubre de 1826, en respuesta a las que le remitiera el veleidoso
guerrero el 8, 11 y 17 de agosto, le manifestó lo siguiente:

"Convengo de muy buena voluntad con U. (sic) en que a Colombia no la
salva ni el Código boliviano, ni la federación ni el imperio, y añado,
que lo que la puede salvar ahora, es sostener vigorosamente las
instituciones actuales por defectuosas que sean."
Receta esta última que el dictador obnubilado como vivía desoyó, pues
en su respuesta de 5 de noviembre de 1826, en Neiva, camino a Bogotá.
Dejó para historia lo siguiente:

"(…) Yo no quiero, mi querido General, presidir los funerales de
Colombia, por esto no desisto de mi resolución de rechazar la
Presidencia y de irme de Colombia; pero muy pronto, muy pronto, muy
pronto (en cursivas en el original). (…) Desengáñese usted, esto no
tiene remedio, bueno o malo. (…) Está bien ustedes salvarán la patria
con la Constitución y las leyes que han reducido a Colombia a la
imagen del Palacio de Santanás que arde por todos sus ángulos. Yo, por
mi parte, no me encargo de la empresa. El 1 de enero entrego al pueblo
el mando, si el Congreso no se reúne para el 2. (…) Si usted y su
administración se atreven a continuar la marcha de la República bajo
la dirección de sus leyes, desde ahora renuncio al mando para siempre
de Colombia. (…) Yo no quiero enterrar a mi madre; si ella se entierra
viva, la culpa será suya, o del Congreso que la ha reducido a la
extremidad por el acto indigno y torpe contra Páez." (Archivo
Santander.- Tomo V).

Quería asumir la dictadura perpetua y encima que se le perdone a Páez.
Temeraria conducta que retro-alimentó la guerra civil y con ello el
derrumbe inexorable de la Colombia de las tres hermanas. Bolívar no
enterró a su madre, en puridad, asesinó a su propia creación, presidió
sus funerales y luego aquejado de una nada existencial y de un fracaso
colosal, le tocó el turno de cavar su propia sepultura.

Veamos, ahora, ese vergonzoso tratado de límites:

"TRATADO DE LIMITES
Deseando las Repúblicas del Perú y Bolivia, marcar límites naturales y
claros que las dividan; procurando satisfacer el interés de los
habitantes de sus fronteras y consolidar las nuevas relaciones que han
contraído con el Pacto de Federación que han estipulado en esta fecha:
han nombrado para arreglarlos, el Gobierno de la República peruana, a
su Ministro Plenipotenciario Dr. Dn. Ignacio Ortiz de Zevallos Fiscal
del la Corte Suprema de Justicia, y el Gobierno de la de Bolivia al
Ministro de Relaciones Exteriores, coronel Facundo Infante y al Vocal
de la Corte Suprema de Justicia Dr. Dn. Manuel María Urcullu; los
cuales habiendo canjeado sus poderes, y vistos que son suficientes y
conferidos en debida forma, han convenido en los artículos siguientes:
Artículo I
La línea divisoria de las dos Repúblicas Peruana y Boliviana,
tomándola desde la costa del mar Pacífico será el morro de los
Diablos o cabo de Sama o Laquiaca, situado a los 18 grados de latitud
entre los puertos de Ilo y Arica hasta el pueblo de Sama; desde donde
continuará por la quebrada Honda en el valle de Sama, hasta la
cordillera de Tacora; quedando a Bolivia el Puerto de Arica y los
demás comprendidos desde el grado dieciocho hasta veintiuno y todo el
territorio perteneciente a la provincia de Tacna y demás pueblos
situados al sur de esta línea.
Artículo II
Desde el punto citado de la cordillera hasta el Río Desaguadero, la
línea divisoria de las dos Repúblicas, será los antiguos límites de
las provincias de Parajes de Bolivia y de Chucuito del Perú.
Artículo III
Desde el punto expresado del Desaguadero, seguirá como línea
divisoria, el río de este nombre hasta su origen en la laguna de
Chucuito, en donde continuará la línea por la costa del Oeste de la
parte de dicha laguna, que llaman de Vinamarca hasta el estrecho de
Tiquina, que es el lugar que divide esta Laguna del Titicaca. Del
estrecho de Tiquina continuará el límite por la costa del este en la
Laguna del Titicaca hasta las cabeceras de las provincias de Omasuyos:
de tal suerte que quede al Perú el pueblo de Copacabana y su
territorio, la laguna de Titicaca y todas sus islas: y a Bolivia la de
Vinamarca con todas las de su comprensión: debiendo ser la navegación
y pesca de las lagunas común a ambas Repúblicas.
Artículo IV
Desde la cabecera de la provincia de Omasuyos serán límites de las dos
Repúblicas, los que dividen dicha Provincia, y la de Larecaja
pertenecientes a Bolivia: de los de Huancané, Azángaro y Carabaya del
Perú hasta las Misiones del Gran Paititi y el río de este nombre;
quedando por consiguiente al Perú la provincia de Apolobamba o
Caupolicán y sus respectivos territorios.
Artículo V
Las propiedades públicas que por estas líneas se comprendan dentro de
los territorios que ellas demarcan, pertenecen respectivamente a los
Estados en que se hallen, según este Tratado, a cuyo efecto se ceden
todas sus acciones y derechos.
Artículo VI
Las propiedades de los particulares tendrán todas las garantías que
den la Constitución y las leyes respectivas de cada Estado.
Artículo VII
Los funcionarios públicos, civiles, militares y eclesiásticos,
empleados en las provincias y pueblos recíprocamente cedidas, serán
mantenidos en sus destinos si quieren continuar en ellos, y lograrán
de las consideraciones y ascensos que merezcan por su conducta y
buenos servicios.
Artículo VIII
Todos los habitantes de dichos territorios lograrán en los Estados a
que nuevamente han de pertenecer, de los mismos derechos y
prerrogativas que los antiguos naturales de ellos.
Artículo IX
Ni el Perú ni Bolivia tienen derecho de exigir jamás indemnizaciones
algunas que las estipuladas en este convenio; ya sea por los
territorios que recíprocamente se ceden, o ya por gastos de la guerra
de la independencia, ni por las deudas antiguas del Gobierno español.
Artículo X
La República boliviana además en indemnizaciones del aprecio que
merecen los puertos y territorios que la del Perú le cede en la costa
desde el grado dieciocho hasta el veintiuno de latitud en el Pacífico,
se obliga a satisfacer la cantidad de cinco millones de pesos fuertes
a los acreedores extranjeros del Perú, en los plazos y con los
gravámenes que esta República haya pactado.
Artículo XI
Siempre que las República de Bolivia no cumpla con los pagos, en la
forma que se expresa en el artículo anterior, queda obligada a
satisfacer a la del Perú, los perjuicios que por esta falta sufra: a
menos que consiga el allanamiento de los prestamistas o acreedores del
Perú, para que su obligación en la indicada suma de cinco millones se
traspase a Bolivia; de suerte que, quedando ésta directamente
obligada, cese toda responsabilidad del principal deudor, el estado
peruano.
Artículo XII
Ratificado este Convenio, nombrarán las dos Repúblicas comisionados
que, conforme a la demarcación que queda hecha, fijen los mojones
estables que perpetúen la división de los terrenos; y desde el acto
mismo quedarán en posesión de los que recíprocamente se ceden.
Artículo XIII
El presente Tratado será ratificado y canjeadas las ratificaciones en
el término de noventa días de esta fecha.
Artículo XIV
Se sacarán al presente Tratado cuatro ejemplares de un tenor, dos para
cada una de las partes contratantes.
Dado, firmado y sellado en la capital de Chuquisaca a quince días del
mes de Noviembre de mil ochocientos veintiséis años. Ignacio Ortiz de
Zevallos, Facundo Infante, Manuel María Urcullu."

La cesión territorial que hizo el Perú en el artículo I, hasta el
grado 18 de latitud sur, es francamente el disparate más grande que se
conoce y constituye la mejor prueba de la mala fide de del dúo
Bolívar-Sucre, acostumbrados a manejar marionetas para salirse con la
suya sin tener que mancharse las manos. Y la cesión a favor del Perú
del poblado de Copacabana y del territorio de Apolobamba de ninguna
manera equiparaban el despojo que, como se ha visto en el intercambio
epistolar, habían tramado el caraqueño y su lugarteniente. El artículo
IX era una virtual condonación de la deuda que había adquirido Bolivia
por haber sido el Perú el Estado que corrió con el gasto de la campaña
en el Alto Perú. Y en al artículo X, los negociadores bolivianos,
instigados o aleccionados por Sucre, qué duda cabe, lograron
mañosamente que se estipule el compromiso de Bolivia de abonar al Perú
cinco millones de pesos a guisa de justiprecio por los territorios que
éste le entregaba. Es decir, en vez de cesión, se estipulaba una
virtual compra-venta, con lo cual hubiese sido imposible dar marcha
atrás, si la federación con Colombia no se concretaba, como era lo más
probable. Peor aún, no era un pago que se le hacía al Perú, sino un
compromiso hasta por cinco millones de pesos frente a los acreedores
extranjeros que tenía el Perú, para lo cual se aceptaba el traspaso a
Bolivia de esas acreencias. Sin más consideraciones, en el artículo
XII, tras la ratificación de ese tratado de límites, debía
establecerse la comisión demarcadora encargada de colocar los "mojones
estables que perpetúen la división de los terrenos." Finalmente, el
artículo XIII fijaba el plazo de 90 días para proceder a la
ratificación y canje de ese instrumento, sin colocar ninguna condición
suspensiva, tal como ocurrió con el tratado de federación.

Así pues, ese tratado de límites constituye una pieza contundente para
demostrar la enorme deslealtad de Sucre para con el Perú. A la luz de
las cartas antes trascritas remitidas a su master desde enero de 1826,
su propuesta era coincidente con la de la asamblea del Alto Perú de 15
de agosto de 1825, en el sentido que una "línea divisoria de uno y
otro estado se fije de modo que tirándola del Desaguadero a la costa,
Arica venga a quedar en el territorio de esta república", acompañando
su pedido de las consabidas represalias para presionar al Perú. El
país que le había dado mucho a Sucre, más de lo que necesitaba para
vivir, era correspondido con una bajeza de éste animado únicamente por
mantener con vida esa ficción que hacía la gloria del sicofante
apoltronado en Lima y en la cual él mismo no creía, como lo reveló
Heres en la anotación de puño y letra que hizo al margen del borrador
de una carta escrita a Sucre el 12 de mayo de 1826.

"Me pesa de todo corazón haber convenido en la desnacionalización de
Bolivia que quería el Libertador después de haber tenido por aquella
república un entusiasmo que rayaba en locura o simpleza; y soy tanto
menos perdonable cuanto que jamás convine en ella y tuve por esto con
el Libertador muchas disputas. (…) Pero lo confieso con rubor, tuve
esta debilidad por complacer al Libertador, que estaba empeñado en que
Bolivia no podía existir por sí sola y en crear un coloso, como decía
él, contra Buenos Aires, Chile y Brasil, que a una le hacían la
guerra. Sospecho que Pando fue quien sugirió esa idea al Libertador,
pero no es más que sospecha. El Libertador me instó con mucha viveza
para que interesase al general Sucre, porque había llegado a temer que
por la elevación en que estaba el gran mariscal, por la conciencia de
su valer (…) no conviniese en nada. (…) Sucre jamás aprobó la
constitución de Bolivia; pero al remitirle el proyecto le dijo el
Libertador que había de pasar íntegra sin variarle una coma. Sin
embargo, el congreso le varió lo que tenía de anárquico (…)." (Vicente
Lecuna: Documentos referentes a la creación de Bolivia.- Tomo II).

¿Qué mejor para la casta dirigente inventada en Chuquisaca que tener
como presidente a un venezolano que estaba dispuesto de hacer
cualquier cosa por esa ficción de Estado con tal de engrandecer,
maximizar o dimensionar aún más la imagen del Tántalo que lo manejaba
diestramente desde Lima y al que, de repente, íntimamente, pensaba
sucederlo.

Teóricamente, no había ninguna necesidad de que el Perú cediera
territorio a Bolivia, esa creación extemporánea que era obra del genio
mórbido venido del Caribe. Por cuanto, la noción de federación misma
automáticamente le hubiese permitido disfrutar a sus anchas de las
facilidades portuarias del Perú histórico. Pero la megalomanía de
Bolívar, abiertamente acicateada por Sucre, quiso que no hubiera
federación si el Perú no cedía antes un valiosísimo territorio a
Bolivia, mientras los obsecuentes servidores del Consejo de Gobierno
en Lima no tuvieron otro papel que el execrable de decir: así sea.

Por más que el obediente Ortiz de Zevallos se haya esmerado en
justificar en su oficio reservado el resultado perjudicial para el
Perú del tratado de límites, a causa de las enormes e inexplicables
concesiones que hizo en nombre del Perú, queda en claro que Facundo
Infante, bien secundado por Urcullu, hicieron una faena magistral;
pues no solo accedieron al mar hasta Sama (al norte de la ciudad de
Tacna), sino que, además, pese a ganar un territorio de enorme valor
estratégico, lograron que el Perú renuncie a cualquier indemnización
por los cuantiosos gastos en que incurrió para precipitar la
independencia de Bolivia. Dicho de otra manera, el Perú gastó recursos
que no tenía para promover la independencia de una parte que le estaba
entrañablemente unida, y encima, debía después ceder territorio para
hacerla viable como Estado independiente, a falta de la fusión. Como
coincidirá cualquier lector, no existe en la historia mundial un
ejemplo similar de tamaño disparate. Pero claro, todo esto fue obra de
ese genio maléfico que creyó que podía aherrojar una cultura milenaria
con proyectos geopolíticos fantasiosos destinados a apuntalar a la
Colombia de las tres hermanas que cedía inexorablemente a la fuerza
centrífuga de los nacionalismos emergentes.

En suma, lo que debió de ser un esfuerzo fraternal de federación que
extrañamente imponía al Perú, el país más fuerte, el mayor gravamen de
ceder valiosos territorios a cambio de lograr la fusión; se transformó
en una empresa de naturaleza distinta: de cesión territorial gratuita
del Perú a Bolivia, por un lado, e inicio de un eventual proceso de
federación entre el Perú, Bolivia y Colombia, por el otro, pero que
dependía exclusivamente de este último país. Aberrante negociación en
la que el Perú cedía fácilmente territorios de importancia estratégica
a Bolivia (y decimos así porque la sustitución en las acreencias que
tenía el Perú hasta por cinco millones tenía más que ver con el pago
de Bolivia al Perú por el gasto que hizo en la campaña del ejército
patriota en el Alto Perú) sin condicionarlo ni siquiera a la
materialización de la federación con Colombia. Es de imaginar, por
tanto, como el miedo se apoderó pronto del fantoche Consejo de
Gobierno en Lima tan pronto cayeron en la cuenta de que habían sido
utilizados abusivamente. Y por más que días más tarde, el sinuoso
Pando, cobarde y listo como era, impuesto de lo ocurrido en
Chuquisaca, trató de limpiarse instruyendo a Ortiz de Zevallos de que
quedaba suspendida la ratificación de ambos instrumentos, como veremos
enseguida; lo cierto es que Pando y, también, Santa Cruz al ver que la
federación se esfumaba, la autoridad de Bolívar sufría mella en
Colombia y en el Perú fermentaba la oposición, tuvieron miedo, no
atreviéndose a dar el paso crucial, a fortiori si estaban enterados
de la oposición de los peruanos de Tacna, Arica y Tarapacá. El hecho
que Tarapacá no diera su aprobación al documento constitucional
bolivariano, fue una muestra tangible de ese descontento.

Por eso, es de suponer que el sabor del triunfo que pudieron
experimentar Bolívar y su carnal Sucre, una vez firmados ambos
instrumentos, fue de muy corta o ninguna duración. Pues, antes se supo
seguramente de la revuelta de Cochabamba que tuvo lugar en la noche
del 14 de noviembre, revuelta que sumada a la que se produjo en el
Perú meses antes, terminó a la corta por desestabilizar el proyecto
federativo, derrumbándose éste como un castillo de arena. La proclama
que hizo por esos días el capitán Domingo Matute coincide, en lo
fundamental, con el malestar que entre abril y mayo mostraron
igualmente los patriotas peruanos, con la diferencia que Matute
pertenecía al ejército colombiano. Veamos algunos fragmentos de esa
"despedida":

"Compañeros de mi destino: los insultos que a cada paso he recibido,
son los motivos que me hacen separar de la dulce compañía de Uds. como
también los sentimientos liberales con que me hallo cubierto (...). Si
no, vean las constituciones de Bolivia y del Perú, que son análogas
una otra, donde dice en un artículo que el presidente será perpetuo:
¡perpetuo mando en un gobierno libre! ¿Habrá cosa más escandalosa que
un mando vitalicio a los corazones de unos hombres que han abandonado
su patria por ser libres? También me dirán Uds. que a nosotros no nos
incumbe el que en estas repúblicas haya tales constituciones: yo les
respondo (...) ¿por ventura hemos venido de Colombia a ser odiados de
los pueblos o a ser sus amigos? Los pueblos nos odian porque se
figuran que nosotros sostenemos la ambición, ellos no tienen un motivo
para creer lo contrario de nosotros porque no damos pruebas.
Compañeros; el despotismo reina y la ambición. (...) ¿Por qué es que
tratan de conservar tropas de Colombia? ¿Por qué no nos mandan a
nuestro suelo? (...)." (Vicente Lecuna: Op. cit.).

Con argumentos simples, pero contundentes, Matute demostró en su
declaración de "despedida" lo irracional y contradictorio del proyecto
de "dictadura perpetua" en que se había empecinado quien no cesaba de
repetir que detestaba el poder y que "se iba." "¿Por ventura hemos
venido de Colombia a ser odiados de los pueblos o a ser sus amigos?"
Preguntó a mansalva a sus compañeros. Respondiéndose que había odio en
los pueblos porque él y sus compañeros habían pasado a sostener la
ambición. Y casi al final hizo la pregunta cuya respuesta tenía que
ver con el despotismo y la ambición: "¿Por qué es que tratan de
conservar tropas de Colombia? ¿Por qué no nos mandan a nuestro suelo?"
Y, repetimos, quien se preguntaba y se rebelaba no era un altoperuano,
sino un venezolano, para ser más precisos.

En una carta que Sucre le remitió a Bolívar el 27 de noviembre de
1826, y recogida en la recopilación de Vicente Lecuna, se refirió a la
revuelta de 14 de noviembre como sigue:

"Siento suscribir esta carta sin poder decir a V. el resultado de los
granaderos fugitivos, de los amotinados (sic). Aun no han sido
arrestados. Ellos salieron a la pampa de Oruro el 20 (...) dijeron que
se iban a presentar al general Arenales (...). Solo queda la esperanza
de que las tropas que tenemos en la frontera hayan ejecutado bien las
órdenes que han recibido. Si no pasan esos malvados a Salta. Matute
les ha ofrecido que irán a Buenos Aires y que de allí el que quiera
tomará servicio y el que no se irá a Venezuela. (...) No puede V.
figurarse, mi general, con qué torpeza han andado todos en este
asunto. Principie V. por haber dejado salir un cuerpo de caballería
sublevado en Cochabamba (...). Luego sale el señor Braun con dos
compañías de infantería, y antes de amanecer el 15 alcanza a los
sublevados en el estrecho de Tarata, se pone a hablarles y a la
negativa que hacían tratan los oficiales de dispersarlos con fuego,
pero el señor Braun se opuso, porque no quería matar a ninguno de sus
queridos soldados; en estas andanzas y dudas vencen el estrecho y
salidos a la pampa se burlan de la infantería. Braun los persigue
hasta diez y siete leguas de Cochabamba, y de allí hace la segunda
gracia de volverse a la ciudad sin dejar siquiera un oficial, ni
vigías que siguieran a los sublevados (…) de modo que aquí he estado
hasta cuatro días sin conocer por donde iban (…). Braun se ha portado
torpemente y hasta da sospechas de que ha tolerado la insurrección.
Desde el 18 que supe del motín mandé al general Córdoba para Oruro a
contenerle, pues no dudé que por allí tomasen, (…). Al considerar la
torpeza de nuestros principales jefes, no debe prometerme que los
capitanes que están sobre la frontera hagan nada de provecho, pues
creo que no está allí O'Connor. Casi estoy desesperanzado a que tomen
a ningún fugitivo. Yo tomaré medidas severas contra todos estos jefes
y oficiales, pero de un lado temo que en Colombia me despedacen (sic)
con lo que allí llaman leyes protectoras del ejército, mucho más
cuando V. se fue de aquí y de Lima sin darme facultad directa sobre
estas tropas; antes al contrario, me quitó la intervención en el
ejército auxiliar como jefe colombiano; de otro lado, tampoco tengo
otra baraja con qué jugar; sin embargo, escribo al general Córdoba que
él debe tomar las medidas que se contienen en la copia adjunta. (…) Yo
no sé que conducta observe el General Arenales con esta gente si llega
a pasar (…). Buscando consuelos en este mal he hallado que si admiten
los argentinos este cuerpo pasado, las tropas colombianas aquí tienen
un derecho para batirse contra ellos en cualquier cuestión, como
ultrajadas ellas y su país (sic). (…) Si los argentinos admiten
nuestros amotinados, yo protesto vengarme con un perjuicio a ellos
(sic).- Adición.- Según noticias que estoy adquiriendo, parece que la
traición de Matute viene tramada desde Arequipa por argentinos (…). No
lo aseguro aún; avisaré el resultado para que se tomen medidas (...)."
(Ibid).

A los tres días, Sucre uniendo la palabra a la acción remitió una
comunicación a los gobernadores y capitanes generales de Salta,
Tucumán, La Rioja, Catamarca, Santiago y Córdova, que entre otras
cosas, decía lo siguiente:

"Un grupo de los escuadrones de Granaderos de Colombia, que estaban en
Cochabamba, han hecho allí un alboroto el 14 del corriente por la
noche, acaudillados por el capitán graduado Domingo Matute. (…) No es
de creerse ni aun de imaginarse la protección del gobierno de Buenos
Aires que el oficial ha anunciado a la tropa, porque esto, o su
abrigo, sería una hostilidad a Colombia (sic). En el presente caso la
conducta que esos gobiernos observen indicará la que le corresponde a
las tropas de Colombia auxiliares en Bolivia. " (Ibid.).

Asimismo, en un bando publicado, también, en noviembre se leía, inter alia:

"1. La conducta de los escuadrones segundo y tercero de los Granaderos
en la rebelión y motín que han hecho el 14 en la noche en Cochabamba,
ha puesto sobre ellos una mancha de infamia que debe lavarse con un
severo castigo.
2. El oficial caudillo del motín con todos los individuos de tropa que
lo hayan seguido después del día 20, serán fusilados (sic) en
cualquier número que sean y en cualquiera parte en que se aprehendan
(…)." (Ibid.).

Efectivamente, según un despacho aparecido en la publicación El
Mosquito (Nº. 4), el capitán Matute fue ejecutado en Salta el 14 de
setiembre de 1827:

"El capitán Matute, que sublevó los granaderos auxiliares en
Cochabamba el 14 de noviembre pasado, fue fusilado en una Quinta de
Salta (de la república Argentina) el 14 de setiembre último, a los
diez meses cabales de su primer atentado. Un faccioso es siempre un
faccioso (…)." (Ibid.).

La revuelta de Cochabamba demostró que la política de contención de su
propia tropa resultaba ser cada vez más insuficiente, como lo advirtió
el Cónsul Tudor en una comunicación al Departamento de Estado, de 8 de
enero de 1827: "Los rumores y las apariencias de algunos cambios se
tornan cada día más profusos; el descontento que reina tanto entre las
tropas de aquí como en las del Alto Perú aumenta constantemente,
diciéndose que el General Sucre ha escrito aquí diciendo que no puede
contener (sic) por mayor tiempo las tropas y que parte de ellas debe
ser enviada a la patria." También, Tudor se refirió en esa
comunicación a los pasos necesarios que venía dando Santa Cruz para
asegurarse la presidencia de la República en Lima.

Dentro de ese marco totalmente surrealista, un Pando enajenado de la
realidad, mediante oficio de 4 de diciembre, anunciaba al desinformado
Ortiz de Zevallos como gran cosa la entrada vigencia en el Perú del
texto constitucional espurio de Bolívar, en los siguientes términos:

"Al recibo de este despacho será a VS. muy grato saber que el Perú
queda rigiéndose (sic) conforme a sus votos y proclamado y
reconociendo por su Presidente vitalicio el Libertador Simón Bolívar.
Este insigne acontecimiento (…) debe prestarle nuevos y favorables
motivos para acelerar dichosamente los resultados de su honrosa
misión. (…)." (Carlos Ortiz de Zevallos: Op. cit.).

Y en otro oficio de fecha 14 de diciembre, Pando le pidió al
plenipotenciario peruano que, ante la imposibilidad de prestar
juramento personalmente a ese documento constitucional espurio, se
sirviera "remitirlo por escrito (…)." (Ibid.). Como se ve, el mundo
oficial limeño plagado de turiferarios, se había instalado cómodamente
en una torre de marfil sin prestar mayor atención al malestar de la
propia tropa colombiana.

Es así como, días más tarde, el 18 de diciembre de 1826, esta vez un
preocupado Pando remitió la respuesta del Consejo de Gobierno a la
comunicación reservada y anexos que, por su lado, le enviara desde
Chuquisaca Ignacio Ortiz de Zevallos, el 22 de noviembre. Es de
suponer que la duda se había apoderado de Pando y Santa Cruz cuando se
impusieron de ambos tratados y temieron no estar tan seguros de que el
gran titiritero siguiera todavía moviendo a discreción los hilos de
sus diferentes títeres. En dicha respuesta, Pando con ayuda de una
redacción funambulesca le informó al plenipotenciario peruano, como
veremos a continuación, que el Consejo de Gobierno había decidido
suspender la ratificación de ambos instrumentos, con cargo a
renegociarlos, mientras que se consultaba a Bolívar. Por lo mismo, a
esa comunicación Pando acompañó sendas "observaciones" con miras a
perfeccionar tanto el tratado de federación como el tratado de
límites, aunque no necesariamente en los aspectos más controvertibles:

"El Teniente Coronel Alarcón me entregó en el día 13 del corriente, el
pliego que al efecto le confió VS. en 22 de noviembre próximo pasado.
Sin pérdidas de instantes elevé al Excmo. Consejo de Gobierno las
cuatro notas que contenía, y los Tratados ajustados por V.S. con los
Plenipotenciarios de esa República. S.E. ha visto con satisfacción,
justificado el concepto que había formado de las luces, patriotismo y
ardiente celo de V.S. (…). Los Tratados han sido examinados por el
Consejo de Gobierno con la atención y madurez que demanda su
importancia; y después de reflexiones muy detenidas, ha creído S. E.
que sus deberes le dictan el desagradable partido de no ratificarlos
(sic) en su presente forma. Las poderosas razones que asisten a SE
para semejante determinación, las he expuesto de su orden, en las
adjuntas observaciones: en las que ha procurado ser conciso, sin
omitir nada esencial. V. S. penetrándose del espíritu que las ha
dictado, se servirá desenvolverlas con su acostumbrado tino,
presentándolas íntegras a ese Gobierno, del modo más amistoso y
conciliador; procurando que jamás puedan suscitarse dudas acerca del
vivo deseo que abriga el Consejo de Gobierno de que se realice una
verdadera Federación compuesta, no solo del Perú y Bolivia, sino
también de Colombia, bajo la Presidencia Vitalicia del Libertador. A
V. S. no puede ocultarse que las estipulaciones del Tratado de Límites
son exclusivamente ventajosas para Bolivia (sic). 1. Porque en
compensación de puertos y territorios que son en sumo grado
necesarios para fomentar su comercio y prosperidad, tan solo se
promete amortizar cinco millones de la deuda extranjera del Perú;
promesa que sería siempre ilusoria, aunque no fuese tan mezquina, ya
por el estado precario en que V. S. asegura se hallan las rentas
públicas de ese Estado, ya porque nuestros mismos acreedores
rehusarían infaliblemente cambiar un deudor embarazado, pero que
presenta recursos y garantías, por otro que se encuentra desnudo de
unos y de otros. 2. Porque los beneficios de la Federación (aún
suponiéndola completa como debería ser) sin duda de mayor importancia
para Bolivia que para el Perú (sic), quedan sin embargo suspensos;
mientras que se pretende llevar a efecto la parte onerosa para el
Perú, mediante la entrega inmediata de los mencionados puertos y
territorios. 3. Porque se nos obliga a renunciar el derecho más justo
y evidente que jamás ha asistido a Nación, esto es, reclamar
indemnizaciones por los inmensos gastos hechos en una guerra larga y
desastrosa, cuyo resultado ha sido arrojar a los españoles de las
provincias del Alto Perú (…). El Perú no ha solicitado ningún favor;
ha reclamado el pago de una deuda sagrada (…) y las instrucciones que
tuve la honra de dar a V. S. de orden del Gobierno sobre este punto,
son tan explícitas, que computan esta deuda, por un cálculo ínfimo, en
cinco a seis millones de pesos. El Gobierno no puede retrogradar en
esta materia sin faltar esencialmente a sus deberes, y cargarse con
una responsabilidad muy grave. Le están confiados los intereses del
Perú, los promovería y defendería con todas sus fuerzas; sin consentir
jamás en que se crea pueda convenir en aceptar los insignificantes
territorios de Apolobamba y Copacabana como indemnización de un
crédito tan considerable. A V. S. toca reanudar esta negociación, con
su notorio celo y sagacidad, apurando todos los medios amistosos de
convicción para inducir a ese Gobierno a posponer un interés precario
y erróneo, para dar oídos a la voz de la razón y de la conveniencia
propia. (…) Las demoras que pueda sufrir esta negociación
proporcionarán a lo menos la ventaja de que se salve una grave
incongruencia del Tratado de Federación, dando lugar también a que el
Consejo de Gobierno puede consultar la respetable opinión del
Libertador (sic); decisiva en este negocio que depende de su
aceptación de la Presidencia (…). Si (…) hubiese consentido en que en
lugar de un Tratado incompleto y ambiguo, se fundase una "Acta
constitutiva de la federación Boliviana" basada sobre los verdaderos
principios (…). Entonces se hubiera concluido en pocos días esta
grande obra que invocaban los votos sinceros del Consejo de Gobierno
(…). Pero en los términos que se han adoptado no resta al Consejo de
Gobierno otro partido que el de suspender su ratificación hasta
conocer el dictamen del Libertador y las disposiciones en que se halle
el Gobierno colombiano (sic) (…)." (Carlos Ortiz de Zevallos: Op.
cit.).

De esta comunicación fluyen por sí solas diversas conclusiones, todas
ellas reveladoras del reducido margen de maniobra que tenía el
fantasmal Consejo de Gobierno; por cuanto, no se oponía a lo esencial,
sino al detalle y a la forma como éste debía verificarse, aparte que
se subordinaba en última instancia al dictamen del veleidoso guerrero.
En primer lugar, es importante observar que mientras en Bolivia, los
dos tratados fueron objeto de un minucioso y detenido examen por el
Congreso Constituyente, en el caso del Perú que estaba reducido al
manejo dictatorial a distancia, fue el Consejo de Gobierno la única
instancia que tuvo a su cargo el examen de dichos instrumentos, de
graves y pesadas consecuencias para la nueva República. En segundo
lugar, las observaciones hechas a ambos tratados por el Consejo de
Gobierno que les sirvieron para no ratificarlos, eran inconsistentes
con los elogios iniciales que se hizo en dicha comunicación de 18 de
diciembre, del enviado peruano, lo que da una pauta del grado de
complicidad y espíritu de cofradía que prevalecía entre los servidores
peruanos de Bolívar de protegerse entre sí. En tercer lugar, en dicha
nota el Consejo de Gobierno dejó muy en claro que seguía abrigando "el
vivo deseo (…) de que se realice una verdadera Federación", que debía,
además, incluir a Colombia. Ergo, la causa esgrimida ese 18 de
diciembre para suspender la ratificación de ambos tratados fue el
hecho que el proyecto federativo no pudiera materializarse
concomitantemente con la cesión territorial a la que quedaba obligado
el Perú en el siamés tratado de límites.

En cuarto lugar, la causa principal invocada no fue la cesión de
territorio peruano a Bolivia, sino el aceptar como contrapartida tan
solo la "promesa de amortizar la deuda de cinco millones de pesos.
Además, debiendo redundar en beneficio de Bolivia el proyecto de
federación, el Consejo de Gobierno peruano no entendía cómo debía
suspenderse, en circunstancias que se acordaba la entrega inmediata de
puertos y territorios por parte del Perú. Tampoco el Perú podía
aceptar que se le obligara a renunciar su derecho a reclamar
indemnizaciones por "los inmensos gastos" en que incurrió para
emancipar el Alto Perú. Se enfatizó que el Perú no pedía un favor,
sino reclamaba el pago de una deuda sagrada. Por ultimo, se
consideraron insignificantes los territorios de Apolobamba y
Copacabana como "indemnización de un crédito tan considerable."

Como se ha podido apreciar, no se hablaba en dicha comunicación de
abandonar el proyecto de federación, sino que se le instó a Ortiz de
Zevallos a reanudar la negociación, aparte de reservarse el Consejo de
Gobierno la potestad de consultar con el gran titiritero que se
encontraba en Bogotá. Esto es, había cautela, que es también una forma
de camuflar el miedo o vergüenza, sin por ello exponerse a un disgusto
del ambicioso caudillo. Expresión de cautela posible porque Bolívar se
encontraba embrollado en Bogotá y porque se era consciente del
malestar que cundía en el Perú. Es tal la sutileza que muestra Pando
en esa comunicación que suscita, de inmediato, la interrogante de si
es necio o se hace. Porque debía suponer, inteligente como era, que en
esa negociación Ortiz de Zevallos no tuvo a Infantes y Urcullu, sino a
dos marionetas movidas convenientemente por un Sucre que a fuerza de
servir a Bolívar, había aprendido a cumplir fielmente con las
instrucciones por interpósita persona. Por otro lado, tenía también
que suponer que le cesión de Arica no sería bien vista en el sur
peruano. No es por coincidencia que Tarapacá con el comandante Ramón
Castilla a la cabeza se había manifestado en contra de la constitución
vitalicia. Alguna relación tenía ver.

Si en cartas de fecha cercana, Sucre confesó que nunca le gustó el
proyecto de federación, es lógico suponer que su accionar y sus
encuentros con Ortiz de Cevallos, donde hizo gala de una magistral
perfomance escénica, solo tenían por objeto de cumplir fielmente con
lo instruido por Bolívar. Por lo mismo, lo que el Consejo de Gobierno
peruano observaba tímidamente, y encima creía conveniente consultar
con al dictador, era francamente absurdo, en tanto en cuanto mantenía
con vida el proyecto antiperuano y, por ende, daba implícitamente su
visto bueno a lo que implicaba un mayor perjuicio para el Perú, como
era su virtual desaparición bajo la denominación "Federación
Boliviana", además de ceder puertos y territorios.

En lo que respecta a las "Observaciones sobre el tratado de federación
entre Perú y Bolivia" que han sido trascritas en su totalidad por
Carlos Ortiz de Zevallos Paz Soldán (pps. 28-33), no es del caso
trascribirlas, por cuanto no es el objeto de este Tomo Tercero hacer
el análisis de ese fallido proyecto. Sin embargo, quien esto escribe
considera relevante subrayar lo siguiente: (i) El párrafo 1 de las
"observaciones' se observa que el tratado no sea "más que un bosquejo"
sin llegar a ser determinante en lo que respecta "al arreglo
definitivo de todas las materias." (ii) En el párrafo 2 se precisan
las pautas relativas a un Gobierno federal, llegando a señalar lo
siguiente: "no dejar subsistir los ejércitos particulares del Perú y
Bolivia, sino formar (a imitación de Estados Unidos del Norte, y de
los Mejicanos) un Ejército y una Armada Federales; confundiendo los
colores de las banderas de una y otra república, para componer un
Pabellón y una escarapela Boliviana (sic) (en cursivas en el
original)." (iii) En el párrafo 5 se dice lo siguiente: "El Congreso
debe residir constantemente en la capital que se elija: donde a
expensas comunes podría construirse un Palacio digno de la Nación
Boliviana (sic)." (iv) El Consejo de Gobierno puso por escrito en el
párrafo 8 que los "Estados federados no deben tener relaciones
políticas con las potencias extranjeras (sic)." Es decir, a propuesta
de éstos peruanos serviles, el Perú literalmente desaparecía como
Estado-nación. (v) Se objetó que la entrada en vigor del tratado
quedara en suspenso hasta la accesión de Colombia.

Con relación a las "Observaciones" al Tratado de límites, éstas se
encuentran en el mismo libro de Carlos Ortiz de Zevallos Paz Soldán
(págs. 33-38), y es del caso destacar lo siguiente: (i) La primera
objeción del Gobierno peruano se centró en el artículo 9º. Para nada
se objetaron los ocho primeros artículos referidos a la cesión por
parte del Perú a Bolivia de los territorios meridionales comprendidos
hasta el paralelo 18º de latitud sur. Y la queja sobre el artículo 9º
tenía que ver con la renuncia a exigir indemnizaciones por los
territorios cedidos recíprocamente (en el caso del Perú debía recibir
la provincia de Apolobamba y el territorio de Copacabana) y "los
gastos de la guerra de la independencia." El Consejo de Gobierno
peruano reclamaba el pago de los gastos en que había incurrido el Perú
en la creación de Bolivia, invocando entre otros argumentos "el haber
mantenido al Ejército colombiano (...) y pagado por sus ajustes
inmensas sumas." (ii) La segunda objeción estaba referida al artículo
10º, pidiendo su enmienda de suerte tal que Bolivia solo se declare
deudora al Perú de ocho millones de pesos por los gastos hechos en la
guerra de la independencia, y no que esa suma de dinero sea
considerada como el justiprecio por la cesión territorial que hacía
el Perú. O sea, esos supuestos representantes del Perú no tenían
problema en hacer una "cesión gratuita" de territorio nacional como
"prueba de sincera amistad a Bolivia." Ese no era para ellos el
problema, lo que sirve para demostrar que actuaban peor que los
señores feudales, pues éstos eran más celosos de preservar lo
conquistado. (iii) Por último, hubo oposición a consentir la cesión
territorial que implicaba que el Perú hiciera "entrega de un
territorio tan considerable (sic) en cambio de otros tan poco
importantes (sic)," en tanto existía la posibilidad de que la
federación con Colombia "no se realice o se realice muy tarde."
Adicionalmente, luego de poner en tela de juicio las atribuciones del
plenipotenciario Ortiz de Zevallos ("no se le autorizó positivamente
para proponer la cesión de la provincia de Arica"); por cuanto, "las
expresiones literales" de las instrucciones "a lo sumo manifiestan que
sería posible que el Perú se aviniese a ceder esos territorios si por
otra parte hallaba en el Tratado de federación aquellas ventajas y
beneficios que tenía derecho de esperar", se precisó que el nuevo
marco constitucional no permitía al Consejo de Gobierno a "sancionar
la cesión de una parte considerable del territorio" si no había una
necesidad que lo exigiera perentoriamente, "ni utilidad que la
compense, ni siquiera reciprocidad que la excuse." Luego vino la
pregunta: "¿y esto cuando dentro de algunos meses deben reunirse los
representantes de la Nación?"

Así las cosas, lo que sucedió a continuación entre enero y febrero de
1827 vino a ser, en realidad, el antecedente inmediato del primer
conflicto de una serie que tuvo que confrontar el Perú con Bolivia y
sus dos vecinos del norte por cerca de 170 años. Peor no pudo haber
sido la herencia que dejó Bolívar al Perú, con la colaboración
culpable de Sucre. Nunca antes fue tan ostensible ese doble estándar
con que los dos guerreros se propusieron tratar al Perú, especialmente
desde enero de 1825, a fin de consumar ese designio avieso. Y fue esa
deslealtad para con el Perú y en mayor medida su traición a los
principios libertarios que decían sostener, lo que en gran parte
explica el destino turbulento que ha debido confrontar el Perú como
República.

Se comprende el terrible desengaño y rabieta a posteriori de Bolívar
contra el Perú si se recuerda que el 27 de diciembre de 1826, apenas
días después de redactarse las "Observaciones" un Sucre prematuramente
triunfalista le manifestaba lo siguiente:

"Dice V. que teme por el proyecto de la federación; y respondo que por
Bolivia ya está aprobado el tratado todo, con la excepción del
artículo 6, que era insignificante y de mero trámite. Ahora V. verá
allá qué se hace; supongo que el Perú entra volando (sic). El tratado
de límites fue aprobado totalmente por el congreso. Confieso que para
el de federación ha habido que trabajar mucho. Me dice el general
Santander, en una carta de 20 de setiembre, que Colombia reconocerá a
Bolivia luego que lo haga el Congreso del Río de la Plata." (Vicente
Lecuna: Op. cit.- Tomo II).

Indigna imponerse ahora de la total falta de consideración con que
estos sicofantes y sus turiferarios manejaron los sagrados asuntos del
Perú: "el Perú entra volando." Las comunicaciones de Ortiz de Zevallos
apenas muestran ese atrevimiento y traición que rayaban en la
temeridad por estar guiados por la ambición enfermiza y el desplante
al Perú. Uno se queda anonadado cuando se entera por el
plenipotenciario peruano que las instrucciones supuestamente
"secretas" que había recibido con fecha 5 de julio 1826 para abordar
una inesperada negociación sobre federación y límites con Bolivia, por
presión del ambicioso dictador, eran objeto de escarnio al ser
publicadas en un "impreso de Salta." Veamos ese fragmento de su
comunicación de 8 de enero de 1827 que da una idea del peligro
extraordinario que corría el Perú al quedar expuesto a los caprichos
tropicales de Bolívar y Sucre:

"Legación Peruana.- Chuquisaca enero ocho de mil ochocientos veinte y
siete.- Al Honorable Señor Ministro de Estado en el Departamento de
Relaciones Exteriores.- Señor.- Al día siguiente de haber llegado el
correo de Buenos Aires pude conseguir el impreso de Salta que tengo la
honra de acompañar a V. S. en el que se ven redactadas las
instrucciones que se me fueron dadas (sic). (...). Íntimamente
persuadido de que las instrucciones, desde que me fueron entregadas en
esa capital, las he conservado en una gaveta de mi escritorio, cuya
llave no sale de mi poder; y que ni mi hijo ni mi secretario las han
visto (...); no puedo menos que creer, que la confianza del Ministerio
ha sido pérfidamente traicionada por alguno de los oficiales
subalternos. (...)." (Ibid.).

Que el pliego de instrucciones dado por el fantoche Consejo de
Gobierno peruano a su plenipotenciario en Chuquisaca circule en un
impreso en Salta, era algo afrentoso, sin duda. Con base en el
seguimiento que se ha hecho del comportamiento de Bolívar y Sucre, hay
fundadas razones para suponer que alguno de ese claudicante Consejo de
Gobierno le puso al tanto a Sucre del contenido de las instrucciones
impartidas a Ortiz de Zevallos, mediante una comunicación expedida
desde Lima tal vez con el mismo correo que se remitía las
comunicaciones al enviado peruano. ¿Quién era ese alguien? En nuestra
opinión, no era otro que el propio presidente del Consejo de Gobierno
peruano, Andrés de Santa Cruz, siempre cuidadoso de mantener una
estrecha y fluida comunicación con Sucre y que, además, en diciembre
puso a disposición uno de sus edecanes para que lleve un nuevo correo
a Chuquisaca, en este caso el comandante Juan de Dios Gonzales,
portador del oficio de 18 de diciembre firmado por Pando, junto con
"las observaciones." Y lo que para algunos dispersos, de repente, no
pasa de ser un hecho anecdótico, para quien esto escribe es un asunto
que reviste una extrema gravedad en tanto en cuanto Sucre y sus
títeres Infante y Urcullu negociaron con la enorme ventaja de saber
hasta donde se podía llegar con los peruanos.

Es más, si en un momento, el plenipotenciario peruano tuvo la
puerilidad de creer que Infante negociaba prescindiendo de las
instrucciones expresas impartidas por Sucre y, por eso, Ortiz de
Zevallos buscó abrirle los ojos a aquél, tal como lo narra
cándidamente en su comunicación reservada de 22 de noviembre, para que
se hiciera prevalecer lo que interesaba a Bolívar; lo cierto es que en
dos meses comprobó desilusionado que el corifeo de la exigente
posición boliviana no era otro que el propio Sucre. Efectivamente, en
otra comunicación reservada de 27 de enero de 1827, el enviado peruano
recién dio muestras de haber dejado en el desván de la credulidad su
candor. Veamos lo que ese día puso en negro sobre blanco en respuesta
a la comunicación con anexos (las "Observaciones") remitida por Pando,
de fecha 18 de diciembre de 1826:

"(...) Si yo por seguir las indicaciones verbales de S. E. el
Libertador fui forzado (sic) a suscribir los tratados: como un hombre
que amo al Perú por mil títulos, me complazco con que no tengan efecto
semejantes convenciones. Yo sé bien que todos mis ulteriores pasos
serán infructuosos; pero con ellos daré un nuevo testimonio de mi
ciega obediencia a los preceptos del Gobierno, de cuya voluntad
marcada en las observaciones no me separaré un punto (...). S. E. el
Gran Mariscal me manifestó una carta particular del Excmo. Presidente
del Consejo de Gobierno, en que entre otras cosas le dice (sic), que
yo tenía orden (sic) de pasarle íntegras las observaciones a los
tratados que se me remitían por V. S.; en cuya virtud me pidió, se las
manifestase confidencialmente (sic) antes del despacho del correo,
para poder contestar con conocimiento a dicha carta. Accedí desde
luego a esta insinuación, supuesta la prevención que me hace V. S. de
trasmitirle oficialmente dichas observaciones íntegras, y con este
motivo he presenciado una escena la más escandalosa (sic), que puede
creerse, y he pasado por el acto más peligroso que he tenido en mi
vida (sic). Solo una especie de prodigio me ha hecho guardar la
moderación necesaria, para evitar un lance, que habría sonado en todo
el mundo, y tal vez comprometido la paz y la seguridad de las dos
Repúblicas. Así que empezó S. E. a leer las observaciones, le noté un
disgusto, y enfado poco acostumbrado en su carácter (sic); pero cuando
llegó a los fundamentos que hay para el Perú demande de Bolivia parte
de los gastos de la guerra, a cuyo beneficio se han emancipado los dos
Estados: se acabó su continencia, y botando el papel (sic) me dijo,
que le pasase de oficio, para contestarme, y enseguida prorrumpió
contra el Gobierno en dicterios (sic) tan horrendos que serían
increíbles en la persona menos caracterizada; pues una de las
expresiones más moderadas fue que los individuos del Gobierno eran
unos canallas (sic). Ya puede considerar V. S. que solo la oportuna
consideración de los males que evitaba con una conducta prudente, pudo
obligarme a adoptarla; y yo mismo no comprendo como pude domar mi
espíritu, para proceder con tanta cordura. (...). Este odioso
acontecimiento parece que empieza a descubrir los misterios que antes
tengo anunciados (...)." (Ibid.).

La reacción violenta de Sucre era, obviamente, la típica mise en scène
para sorprender a quien no tenía razones para actuar de mala fe. Y si
todavía quedan dudas de esa predisposición en contra del Perú, una
prueba adicional de este manejo hipócrita y abiertamente doloso de la
negociación lo proporciona, otra vez, Ortiz de Zevallos en su
comunicación de 11 de febrero de 1827:

"Aunque en un principio informé a V. S. de las buenas disposiciones de
este Gobierno al proyecto de una verdadera federación, atribuyendo a
solo el Ministro los secretos manejos para frustrarlo: acontecimientos
posteriores al quince de Noviembre me persuadieron, que el señor
Infante procedía en todo de acuerdo con S. E. el Presidente (sic). Voy
a presentar a V. S. todos los hechos principales que convencen esta
verdad.- Instruido S. E. por mi de todo lo que en secreto obraba el
Ministro con todos los Diputados del Congreso sus confidentes – para
inutilizar los tratados firmados en la citada fecha y después de haber
visto verificados todos mis anuncios observé que todavía lograba de la
misma predilección, y confianza del Jefe, lo que no podía ser sin que
su conducto fuese conforme a las instrucciones que se le habían dado.
Deseaba una ocasión favorable para encontrar otro esclarecimiento, y
la casualidad me lo proporcionó con motivo de tratar de la aceptación
de la libranza de quince mil pesos girado a favor del señor General
Figueredo. Evacuado este asunto me dirigió la palabra S. E. el
Presidente sobre el éxito del tratado pendiente a que le contesté, que
si como hombre público estaba satisfecho de haber agotado mis
esfuerzos en cumplimiento de mi comisión, como hombre particular, y
sumamente interesado por el bien del Perú daría cuanto tenía a que los
tratados no tuviesen efecto alguno. Preguntóseme la causa de semejante
modo de pensar, a que repuse, que los tratados hechos importaban
inmensos perjuicios al Perú (sic), y ventajas extraordinarias a
Bolivia (sic): que a pesar de esta enorme desigualdad tenía el dolor
de palpar que la generosidad, y buena fe del Perú era correspondida
con ideas mezquinas, y de poca franqueza por Bolivia (...): finalmente
que S. E. era buen testigo de que a pesar de que los hombres de juicio
de Bolivia anhelaban por formar una sola familia con los peruanos
(...), los pocos que temían la voz, y hacían figura querían sacrificar
los intereses nacionales por los suyos propios, y que carecían de todo
sentimiento de honor y pureza. (...) Asombrados S. E. y su Ministro
con este discurso se vieron las caras, y variaron colores, señales que
no perdí de vista (...). Impotente Bolivia para sostener con el Perú
una lid a cara descubierta, como parece provocar en el lenguaje que
últimamente ha adoptado, estoy entendido que dirige sus miras a tres
objetos. Primero; procurar seducir las provincias de Tacna y Tarapacá
para que aquellos vecinos clamen por su incorporación a Bolivia.
Segundo: hacer otro tanto con los Departamentos de Puno, Arequipa y
Cuzco para que apoyen el proyecto Federal. Tercero: procurar inspirar
en S. E. el Libertador sentimientos contra el Gobierno del Perú."
(Ibid).

Pero, ¿cuál era el interés prioritario de Sucre? ¿Bolivia über alles?
En una carta a Santa Cruz de 27 de junio de 1827, Sucre sin ambages le
puso en claro las prioridades en cuanto a sus lealtades:

"Me parece muy bien lo que U. dice de que U. ha debido cumplir sus
deberes hacia el Perú como yo trato de llenar los míos hacia Bolivia.
Este es un noble sentimiento y mucho más si hace U. como yo que jamás
serviré ni a Bolivia ni a nadie (sic) contra Colombia (sic); porque de
hacerlo es indudable que el que ataca a los intereses de su patria
borra toda otra acción noble (sic)." (Vicente Lecuna: Op. cit.- Tomo
II).

El mensaje subliminal de Sucre en ese párrafo era que Santa Cruz no
podía preferir al Perú sobre Bolivia que era su patria. Es interesante
anotar que en una comunicación de Sucre a Santa Cruz, de fecha 12 de
febrero de 1827, en la cual dio cuenta del entredicho con Ortiz de
Zevallos que éste narró en su oficio de 27 de enero antes trascrito,
el aplicado discípulo del caraqueño dio la siguiente versión de los
hechos, lo cual permite al lector juzgar mejor el grado de
subordinación en que había caído el Perú si se recuerda que Santa Cruz
seguía siendo el presidente del Consejo de Gobierno peruano:

"(...). También entiendo lo resuelto sobre Arica. (...) Protesto de
nuevo (sic) que no sería capaz de procurar nada a Bolivia con
perjuicio del Perú (sic). Esta es una verdad. Entretanto, mis deberes
exigen que yo adelante medidas respecto a Cobija (...); entonces es
probable que Bolivia ofrezca menos por Arica (sic); y entonces los
peruanos teniendo ese puerto destruido (sic), confesarán que yo nunca
olvidé sus intereses (sic) en esa negociación. No sé como es que,
descargarse el Perú de 5,000,000 pesos (lo que aumentará su crédito)
por un pedazo de terreno que no le servirá de nada desde que Bolivia
quiere anularlo, se considere en tan poco (sic). No sé como Uds. no
previeron (sic) que era una gran imprudencia haber ofrecido
espontáneamente a los bolivianos cederles ese puerto para luego
negarlo (sic). Uds. se recordarán entre breve de mi anuncio de que
Uds. han perdido más de lo que vale el negocio en cuestión. En fin, el
tiempo corre. Probablemente el señor Zevallos hablará mal en sus notas
del Gobierno de Bolivia. En efecto, él ha recibido fuertes
contestaciones dignas de las de él, y mas digo del estilo demasiado
atrevido de sus observaciones a los tratados. Me ha sido sensible usar
un lenguaje harto duro (sic), pero aunque he sido provocado cuando
menos lo esperaba. La cuestión que lo ha provocado es la más
escandalosa, la más abominablemente injusta, la más indecorosa y la
más ultrajante (sic) al Perú mismo. Cuando de allá exijan que se
pruebe todo, lo diremos todo. Sentiré que Uds. vayan a descomponer más
de lo que están las relaciones (...). No sé si Uds. o su
plenipotenciario son los que no han sabido manejar la negociación
(sic): lo cierto es que desde que él llegó todo se ha enredado (sic)."
(Ibid.).

Nótese la forma ambigua como escribe Sucre, dándole a entender a Santa
Cruz que las "observaciones" eran obra de Ortiz de Zevallos, cuando
muy bien sabemos por éste que enterado de lo que traía el edecán
Gonzales, fue Sucre quien le exigió al plenipotenciario peruano que le
muestre la comunicación para enseguida desencadenar esa estudiada ira
y, después, escudarse dentro del marco confidencial de una carta que
defendía los intereses del Perú. Y en cuanto al escaso valor que le
daba a Arica, sabemos por las cartas que le remitió a Bolívar desde
enero de 1826, trascritas en el capítulo precedente, que muy por el
contrario Arica resultaba vital para la artificial Bolivia.

Un mes más tarde, el 26 de marzo de 1827, Sucre se expresó sobre el
enviado peruano en términos menos comedidos en otra carta que le
dirigió a Santa Cruz, aparte de confesar que jamás creyó que el
proyecto federativo fuera realizable:

"(…) Al respecto (…) me limitaré a decirle que si V. se deja llevar
por los chismes del señor Zevallos, hará muy mal. Es un cuentero, y es
tan ruin que lo he despreciado altamente. Su conducta en Bolivia es
muy bochornosa al Perú y muy perjudicial a sus intereses. Lo he
sufrido por consideración a V. (sic). (…) En cuanto al negocio de la
federación, me alegro que esté destruido todo proyecto. V. habrá visto
en mis cartas que al empeño de V. a que se realizase la gran
federación le he dado contestaciones frías, porque jamás (sic) me
entró en la cabeza que fuera realizable (sic). La federación del Perú
y Bolivia no me parecía tan difícil si ese país se dividía en dos
estados para equilibrar el poder (sic). De otro modo no cuenten Vds.
que los bolivianos entren nunca; y aunque levanten tropas en Arequipa
y Cuzco, se reirán de todo, si ellos quieren sostener su
independencia. En cuanto a mí, repito que me voy el año de 28 (…).
Respecto de lo de Arica, Uds.. harán lo que quieran. Allá han ido al
doctor Serrano órdenes para hacer algunas reclamaciones. Si las
atienden bien; y si no las atienden, bien. El tiempo desengañará a
Uds. si en esta negociación yo he atendido a la vez los intereses del
Perú y de Bolivia. Por un Puerto que en breve será insignificante
(sic), perderá el Perú, entre pronto, la importancia que se quiere
considerar al Puerto, la ventaja que daba la negociación y la
posibilidad de que Bolivia se federase con el Perú. (…) Examine muy
fríamente su posición y en ningún caso se olvide que nació en Bolivia"
(Vicente Lecuna: Op. cit. Tomo II).

Arica no era, por cierto, "insignificante", tampoco basta esa cesión
territorial para sellar la federación. Lo que ocurre es que Sucre
quería ganarse las gracias de los bolivianos y satisfacer a su
megalómano jefe a costa del Perú. Esa era la costumbre de estos
guerreros tropicales. Ahora bien, por dos cartas que remitió Santa
Cruz a Gutiérrez de la Fuente el 18 y 22 de diciembre de 1826, y
publicadas por Mariano Paz Soldán, es posible inferir la razón de ser
de las "observaciones." Según Santa Cruz, habida cuenta del juramento
que había prestado, correspondía al nuevo Congreso peruano, convocado
con base en el documento vitalicio, pronunciarse sobre la suerte de
Arica:

"(...) Los Bolivianos quieren Arica y yo no quiero ratificar los
Tratados por no faltar al juramento que he hecho de sostener a todo
trance la integridad de la República. El Congreso decidirá sobre los
Tratados que se han hecho. Gonzalez llevará solo contestaciones que no
serán sino observaciones (...)." (Ibid.).

"Por consecuencia pues de todo hemos creído deber hacer observaciones
juiciosas y amigables, que conduce el Comandante Gonzalez y declaran
que toca a la legislatura próxima resolver sobre Arica. Yo no quiero
persuadirme que ningún Poder Ejecutivo pueda desmembrar el territorio
cuya integridad ha jurado sostener (...). Al caso de Arica diré a U.
que sé que un Basadre, D. Lorenzo Infantas y un Cónsul Americano son
los jefes que sostienen la separación del Perú e incorporación de
aquellos pueblos a Bolivia. (...) Lo que digo a U. sobre los Tratados
es reservado: no quiero que el pobre Zevallos que ha obrado con celo y
buena fe, sienta en público la tacha de sus inadvertencias. Los
Chuquisaqueños le han engañado (sic) (...)." (Ibid.).

La creación de Bolivia fue para Bolívar su propia maldición. Obligado
como estaba a darle contenido a un Estado artificial, quiso forzar aun
más el debilitamiento del Perú mediante la cesión territorial a
Bolivia y una nueva partición de su territorio por el sur. Mas, lo
único que logró es desestabilizar todo y poner en marcha el comienzo
del fin de su aventura desquiciada.

Para colmo de males, en los primeros días en que Ortiz de Zevallos
emprendía ese proceso de esclarecimiento, comenzando por reunirse con
Sucre en Chuquisaca, la oficialidad y tropa colombiana acantonadas en
Lima como fuerzas de ocupación, se amotinaron el 26 de enero de 1827,
poniéndose así fin a causa de la reacción en cadena de acontecimientos
que generó, a la dictadura bolivariana en el Perú y abriendo, de paso,
en la región andina otro capítulo que va estar signado por el recelo
mutuo, la inquina y la tentación usurpadora de los vecinos del Perú.
El Cónsul Tudor en otra de sus sustanciosas comunicaciones al
Departamento de Estado, el 3 de febrero de ese año, dio cuenta de esos
momentos críticos de la siguiente manera:

"El 26 del pasado, el pueblo de Lima se sorprendió al descubrir que
las tropas colombianas que ahora están aquí habían ocupado la gran
plaza en pleno día (…). Pronto se supo que la mayoría de oficiales,
siendo el de mayor graduación el actual comandante de las tropas el
Teniente Coronel Bustamante, había arrestado a sus dos Generales Lara
y Sandes y a cinco Coroneles, habiendo sido ejecutada la operación de
manera tan completa que todos fueron arrestados en sus camas sin
opción, no habiendo costado hasta ahora esa revolución una gota de
sangre. Como parte de los castillos del Callao habían sido ocupados la
noche anterior para recibir a los prisioneros, esos oficiales y unos
pocos más de rango subalterno fueron enviados presos a los castillos,
habiendo marchado entonces las tropas hacia sus respectivos cuarteles.
El General Santa Cruz con los Ministros Larrea y Heres habían estado
en la quincena precedente en Chorrillos con el propósito de tomar
baños de mar y de divertirse. El Señor Pando, Ministro de Relaciones
Exteriores, permaneció solo en la ciudad y habiéndosele negado esta
mañana temprano permiso para entrar al Palacio, fuese inmediatamente a
Chorrillos, habiendo tomado la misma dirección el arzobispo electo,
que es un partidario servil del general Bolívar. En las primeras horas
de la mañana, el Comandante colombiano Bustamante le envió un mensaje
al General Santa Cruz pidiéndole que regresara a Lima y se ocupara de
la seguridad pública; que el paso que habían dado se refería
únicamente a ellos y a su país; que habían sido obligados por sus
oficiales a jurar la Constitución Boliviana, que ellos adjuraban y que
se habían visto obligados por el deber hacia su patria y por fidelidad
a su constitución a arrestar a sus jefes, los que inmediatamente
serían enviados a la patria y que ellos esperarán las órdenes de su
gobierno; que no serían convertidos en instrumentos para esclavizar el
Perú (sic); que en absoluto rechazaban toda intervención en su
gobierno; pero que en cualquiera oportunidad le prestarían su ayuda
para conservar la tranquilidad pública. Santa Cruz y sus ministros se
sintieron confundidos con ese acontecimiento y sumamente alarmados de
las consecuencias que podía seguir. Ensayaron varios planes para
desembarazarse de su desperada situación; pero todo fue en vano,
habiéndose mostrado Santa Cruz, quien había estado sumamente enfermo,
por su vacilación, por su tímida conducta y por la irresolución entre
los consejos de sus Ministros y la voz del público, inepto para esa
crisis (sic). (…) El Sábado 27 se celebró un Cabildo abierto, al cual
se le permitió la entrada libre a todos los ciudadanos. Fue uno de los
monstruosos actos de poder arbitrario el que todas las municipalidades
fueran silenciadas por la Constitución de Bolívar. Habiéndose reunido
el Cabildo, y considerándose representante del pueblo, dictó ciertas
resoluciones por las cuales invitó a Santa Cruz a venir a Lima y
actuar como Presidente interino de la República hasta que fuese
convocado un congreso constituyente provisto de plenos poderes;
declarando que la intrusa constitución debe abolirse; que la
Constitución anterior está vigente; que se dicte inmediatamente una
proclama convocando un Congreso y que él nombre sus propios ministros,
destituyendo, sin embargo, a los actuales. El aceptó tácitamente esas
condiciones y llegó a Lima hacia las 2 de la tarde, habiendo sido
nombrados ministros al día siguiente Vidaurre, en lugar de Pando, y
Salazar en lugar de Heres, quien huyó (sic) en una canoa de Chorrillos
al bergantín de guerra francés que está en la bahía del Callao. Larrea
continuará de Ministro de Hacienda; pero solamente por unos pocos
días. El 30 salieron para Santa Buena Ventura con una guardia de tres
oficiales y 40 hombres los oficiales colombianos arrestados para
seguir a Bogotá. Hasta el 31, Santa Cruz estaba todavía bajo la
influencia de sus anteriores consejeros y concibiendo secretamente
planes de escape. Pero cuando (...) le dijeron (...) que debía seguir
la voz pública y no moverse de Lima, o caería. Entonces determinó
proceder de acuerdo con los sentimientos populares (...). Entre los
papeles de Lara encontraron ellos muchas importantísimas cartas de
Bolívar, de Sucre y de otros generales, las cuales arrojan
considerable luz sobre los designios del primero y serán una ayuda
poderosa para Santander en sus esfuerzos para proteger la Constitución
de Colombia contra los profundos y pérfidos designios del Usurpador
(sic). Y aparece de las cartas de Sucre que su situación era casi
desesperada y que con la mayor dificultad podía refrenar las tropas
(sic), (...). Existe también una colección de documentos muy
interesantes con respecto a los cuales se siente mucha ansiedad,
habiéndose tomado todas las precauciones para obtener su posesión
(...); Lara, el último comandante en jefe de las tropas colombianas,
es un valiente soldado, pero un hombre ignorante y estúpido con las
ideas de un sargento y dispuesto a obedecer ciegamente las órdenes de
Bolívar, hallándose al mismo tiempo disgustado con la difícil
situación en que se encuentra. En el último correo de Bogotá, que
llegó el 20 del pasado, recibió una carta del general Salom, el cual
le escribió por orden de Bolívar que dentro de pocos días sería
enviado un oficial con despachos; que debía desatender (sic) las
órdenes del gobierno, pero cumplir inmediata y exactamente las que
recibiera del mismo Bolívar (sic), quien le escribiría
confidencialmente por la misma oportunidad a Santa Cruz y Sucre (sic).
Lara cometió la indiscreción de mencionar esa información a un general
de principios patrióticos. Esas insinuaciones alarmantes hicieron
necesario que no se perdiera tiempo en ejecutar las recientes medidas.
Si esos despachos pudieran obtenerse (sic), sería posible
desenmascarar a Bolívar e impedirle toda ulterior decepción, por más
que sea maestro en este arte (sic). (...) La esperanza de que los
proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de
las más consoladoras. (...) Su carácter es ardiente, vehemente,
arrogante; sus pasiones indomables y no refrenadas por ningún
principio público o privado y con frecuentes arranques de franqueza o,
más bien, de indiscreción; es capaz de la hipocresía más profunda y
solemne. El cree que las palabras no conducen a obligación alguna y
que están completamente subordinadas, cualquiera que sea su forma o
expresión, a favorecer sus designios. (...) Además, esta doctrina con
respecto a Bolívar, que él siempre inculca, consiste en que él es
completamente desinteresado, y sin ambición alguna para el mando.
(...)." (William R. Manning: Op. cit.).

Deliberadamente quien esto escribe ha optado porque sea un observador
de la época, en este caso el Cónsul estadounidense William Tudor,
quien hiciera el recuento del golpe de Estado que tuvo lugar en Lima
ese 26 de enero. Fue tan simbólica esa revuelta de la tropa colombiana
harta de ser utilizada para fines distintos a los libertarios, que
como el mismo Tudor se encargó de precisar en otra comunicación,
semanas más tarde, el 23 de marzo, "se ha(bía)n escapado (los
peruanos) de un yugo más infame y opresivo que aquel del cual fueron
definitivamente libertados por la batalla de Ayacucho, habiendo sido
destruidos todos los resultados gloriosos que se previeron por la
perfidia más atroz; y que el 26 de enero es el gran día, desde el cual
debe contarse la libertad del Perú (sic)."

Su relato sirve, también, para confirmar la oposición larvada que
existía en Lima y, en general en el resto del Perú, solo contenida por
la tropa colombiana de ocupación. De paso, si se recuerdan las
diferentes comunicaciones de Bolívar con Sucre o Santander permiten,
adquiere igualmente veracidad lo dicho por Tudor ese 3 de febrero; así
como lo que reveló en otra comunicación de 23 de febrero, en la cual
da cuenta, además, de algo muy confidencial que, días antes, el mismo
plenipotenciario peruano en Chuquisaca, como hemos visto, se vio
obligado a informar a Lima. Esto es, los hechos narrados por Tudor
eran en lo sustancial verídicos:

"De las provincias llegan sucesivamente informes , habiendo sido
recibidas hasta ahora las noticias de los últimos sucesos con alegría.
Tales fueron los sucesos de Trujillo, de Ica, de Guamanga, etc. (...).
En Guamanga, capital del departamento de Ayacucho, el prefecto Pardo
de Zela, un español,, trató de ocultar la noticia de la llegada del
correo; pero los oficiales de un batallón peruano (sic) que habían
recibido también noticias, se pusieron al frente de las tropas y
arrestaron al prefecto, cuya vida salvaron allí, enviándolo prisionero
a Lima. Celebrose un Cabildo abierto de los ciudadanos, uniéndose
todos para declarar nula la Constitución boliviana, habiendo
proclamado la Constitución del Perú. Dícese que no hubo opositores a
esas medidas, con excepción del prefecto y de dos más. (...). Mientras
tanto el régimen de decepción que el General Bolívar y sus ministros
han sostenido se torna casi ridículo. Desde el principio debían las
declaraciones estar en directa oposición de las acciones (sic): el
mayor desinterés, el horror a ejercer el poder arbitrario y el deseo
de retirarse iban acompañados (sic) de la disposición de las rentas
públicas a discreción, debiendo toda medida de intriga y de violencia
asegurar la dominación absoluta e irresponsable (...). En un
manifiesto recientemente publicado para justificar su conducta, el
señor Pando exhibe un igual grado de atrevimiento y de desprecio por
la verdad, vestido con un estilo muy elegante. En ese folleto sostiene
que el general Bolívar solo estaba deseoso de retirarse del mando y no
habría regresado nunca al Perú (sic). Pero ese lenguaje es más notable
en otro documento que nunca se destinó al público. Los agentes de
Buenos Aires han obtenido copia de varios despachos ministeriales
privados, entre otras las instrucciones (sic) dadas por el señor Pando
al Plenipotenciario peruano en Bolivia. Probablemente este documento
irá a parar a nuestros periódicos, observándose en su último párrafo
que el Ministro lo convertirá en un fuerte argumento con el General
Sucre para ayudar a hacer de las dos repúblicas una e indivisible, ya
que iba a ser su futuro presidente vitalicio (...). Un cálculo
excesivo de la inteligencia y de la virtud de la humanidad puede
llevar a un estadista a cometer grandes errores; pero también existe
un peligro en el extremo opuesto, habiendo el General Bolívar y el
señor Pando cometido un error fatal al suponer que ellos estaban
completamente desprovistos de ambos." (Ibid.).

La divulgación que se hizo en Argentina de las instrucciones
reservadas impartidas por Pando a Ortiz de Zevallos, de 5 de julio de
1826, es el mayor baldón que pesa sobre ese godo nacido en Lima que
gracias al caraqueño llegó a empinarse a las cimas del poder en el
Perú, sin merecerlo. Trataba de justificarse cobardemente en Lima ese
acalorado febrero de 1827, arguyendo que Bolívar tenía horror al poder
y que no regresaría más al Perú, en circunstancias que semanas antes,
en Salta, se había hecho befa de las instrucciones impartidas por él y
destinadas, como también se ha visto, a fusionar al Perú con Bolivia
bajo la denominación espuria "Federación Boliviana", no siendo su jefe
supremo vitalicio otro que Simón Bolívar, como el mismo Pando no
había cesado de proponerlo en diferentes formas.

En fin, la referencia a la situación casi desesperada de Sucre tampoco
fue una exageración o adulteración de la realidad por parte de Tudor,
pues ya sabemos que el capitán Matute y otros oficiales colombianos de
los granaderos auxiliares se habían sublevado en Cochabamba el 14 de
noviembre de 1826, por lo que es de suponer que lo ocurrido en Lima el
26 de enero pudo haber sido producto de esa onda sísmica de hartazgo,
en función de lo denunciado por Matute. Revuelta de Lima que tuvo,
igualmente, su impacto en el Alto Perú, como se verá en el Tomo Cuarto
de Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, que llevará por
título: La guerra de límites contra el Perú.

Ad portas del derrumbe del castillo de arena que quiso construir un
megalómano Bolívar en la región andina, no debería sorprender, por
tanto, que Sucre le escribiera a su jefe, el 3 de julio de 1827, una
carta donde por lo menos se atreve a decir lo que pensaba de su
afectísimo amigo Santa Cruz:

"El correo nos ha traído la noticia de la instalación del congreso del
Perú el 4 de junio. He visto el mensaje de Santa Cruz y supongo que lo
habrán enviado a U., es la confesión de su carácter y es mi
justificación cuando habiéndole dicho a U. mil veces sus inclinaciones
y su doblez, me reconvenía U. de falta de imparcialidad. He aquí la
recompensa de este hombre, al hombre que hizo la injusticia por
protegerlo, de llenarlo de honra, de favores y de elevarlo a mariscal
(habiendo perdido un ejército) al mismo tiempo casi dio este grado al
jefe de los vencedores de Ayacucho. (...). Me ha indignado ver del
modo que Santa Cruz habla de Bolivia; la trata de las provincias altas
después que ha hablado del Perú (sic). Parece que este espurio
boliviano quiere lisonjear a los peruanos maltratando a su patria
(sic); pero falso en sus procedimientos es también falso en sus
cálculos (...)." (Vicente Lecuna: Op. cit. Tomo II).

Y mientras el 19 de mayo de 1827, Sucre le manifestaba a Bolívar,
siguiendo su ejemplo de construir espejismos, que pensaba trabajar en
la federación de Bolivia, Argentina y Chile: "Voy a trabajar siempre
en esto porque lo considero un bien para América, contra los
desórdenes y las facciones." El 4 de setiembre, menos seguro de sí
mismo volvió a opinar sobre Santa Cruz, en una nueva carta dirigida a
su master como sigue:

"Veo por su carta que U. no sabía los sucesos de enero en el Perú, y
observo que todavía pensaba U. que Santa Cruz era bueno. Ya estará
desengañado de que no era pretensión mía cuando mil ,veces le dije a
U. que era traidor por carácter y por inclinación. Los planes de este
pobre diablo para ser presidente del Perú se le han frustrado; quizás
en un bochinche lo será en unos días; pero es un faccioso, no dura."
(Ibid.).

Mas, al 4 de setiembre de 1827 la situación estaba pasando a ser
irreversible. Tres meses antes, el 8 de junio, vuelto Bolívar a la
realidad, luego de ver sus sueños delirantes en migajas, escribió
cartas a Sucre y Santa Cruz, en ese orden, las cuales dan una pauta
del estado de ánimo que le embargaba en ese preciso momento, una vez
que comprobó que no podía seguir cabalgando en un mundo signado por el
espejismo y que, tarde o temprano, su responsabilidad terminaría por
salir a la superficie:

"(…). Temo mucho los desórdenes que ocurran en el sur (…); el Perú va
a correr un círculo de convulsiones continuas, y las agitaciones del
Perú van a conmover a sus vecinos. (…) Cundinamarca también sufrirá
mucho con las divisiones que se van a sembrar en ella. En una palabra,
este nuevo mundo no es más que un mar borrascoso que en muchos años no
estará en calma. Algunos me atribuirán parte del mal; otros la
totalidad, y yo, para que no me atribuyan más culpa, no quiero entrar
más adentro. Me conformaré con la parte que me adjudiquen en esta
diabólica partición." (Ibid.).

"(…). Nada me importa la constitución boliviana; si no quieren, que la
quemen (sic), como dicen: se ha hecho ya esto antes de ahora. Yo no
tengo amor propio de autor en materias graves que pesan sobre la
humanidad." (Ibid.).

La justificación que dejó para la historia ese tonto útil como fue
Ignacio Ortiz de Zevallos de su fallida misión en Chuquisaca, en su
comnicación de 12 de agosto de 1827, es bueno recordarla, porque ya es
tiempo que el peruano de raíz milenaria erradique de su mente ese
complejo de inferioridad sembrado con violencia por la mediocre casta
dominante, a fin de que tome conciencia que quienes tuvieron a su
cargo los destinos del Perú en ese período de fragua estuvieron lejos
de ser superiores, y más bien acusaron una marcada proclividad al
servilismo o adulonería antes de privilegiar el interés prioritario de
la nueva patria:

"La apreciable nota de V. S. del día de ayer, que he tenido la honra
de recibir, y por la que se sirve V. S. manifestarme la voluntad de S.
E. el vicepresidente de que yo exhiba la orden o autorización
particular con que procedía celebrar el tratado de límites con el
Gobierno boliviano en calidad de Ministro Plenipotenciario del Perú,
cediendo a aquella República, el territorio de Arica, me ofrece la
inmensa satisfacción de hablar extensamente de un asunto, que tanto
interesa a la buena opinión de mi conducta e intenciones (...). Si yo
dijese que la particular autorización que se me exige por el Supremo
Gobierno para el tratado de la cesión de Arica, se halla en las
instrucciones que en 5 de julio de 1826 se me dieron por este
Ministerio habría satisfecho cumplidamente las intenciones del Excmo.
Señor Vicepresidente, y llenado mis deberes porque en ese documento,
se halla bien demarcada la línea de conducta que observé, de un modo
tan claro, que se percibe a primera vista. Dirigida la Legación que se
me confió, a procurar la reunión de Bolivia al Perú, o bajo un régimen
central, o por un pacto al menos de federación; por razones de
conveniencia recíproca (sic) que se desenvuelven en las instrucciones;
encargándose el Ministerio de los embarazos que se podrían oponer a
esta reunión, y de los arbitrios de removerlos; se dice lo siguiente:
'y que no estaríamos lejos de ceder los puertos y territorios de Arica
e Iquique para que fuesen reunidos al departamento de La Paz, dando el
movimiento y la vida a aquellas obstruidas provincias y en este caso,
continuase, deberá confesarse que ninguna lesión soportaría Bolivia
del contrato que uniese sus destinos a los del Perú.' Desde luego se
advierte, que la cláusula primera del período que se ha trascrito no
es positiva sino condicional; pero manifestando el espíritu de la
hipótesis en la segunda cláusula; es visto, que desde que la cesión se
pactó, para hacer asequible la reunión de los dos Estados, el enviado
del Perú obró consecuente con lo que se le había prevenido (...).
Cuando se me nombró de Plenipotenciario y partí de esta capital se
creyó que la reunión de Bolivia sería más factible porque se
consideraron que eran otras las disposiciones de su actual Gobierno
(sic). La cesión de Arica fue la base que debía allanar los obstáculos
(sic); y bajo de este íntimo conocimiento se me dieron las
instrucciones. Si después por mis avisos circunstanciados (sic), y los
más interesantes se conoció el error de esos conceptos; si se advirtió
el disgusto del departamento de Arequipa por la desmembración; lo que
(es preciso decir) no se había tenido en consideración; no es nuevo
que el Sr. Ministro al comunicarme la improbación de los tratados,
fijase un sentido menos justo a las instrucciones; cuando de este modo
ponía a cubierto la dignidad del Supremo Gobierno (sic). No es esto
nuevo en la historia diplomática; y si los continuos sucesos que lo
testifican sirven para hacer laudable la conducta del Ministro;
recomiendan igualmente la irresponsabilidad del enviado. (...) Todo lo
expuesto versa con concepto a las instrucciones que se me dieron por
escrito. Además de ellas S. E. el libertador me indicó expresamente
(sic) que con tal que Bolivia accediese a la federación se le debía
ceder Arica. S. E. el Presidente del Consejo de Gobierno es un testigo
de esto como que entonces se halló presente (sic); y es por esto que
en mi nota de 27 de enero de este año número 25 dije: que si yo por
seguir las indicaciones verbales (sic) de S. E. el libertador fui
forzado a suscribir los tratados: como un hombre que amo al Perú por
mil títulos, me complacía en no tuvieses efecto. (...)." (Carlos Ortiz
de Zevallos: Op. cit.).

Lógica defensa. Pues, en este caso al instrumento se le quería
convertir en chivo expiatorio, cuando el primero que debía ser
defenestrado era Santa Cruz, quien paradójicamente seguía ejerciendo
en ese momento el cargo de presidente del Consejo de Gobierno, y el
siguiente debió ser Pando, por servil y antiperuano.

Tras consumarse a la mala la separación del Alto Perú, la cesión
alocada de Tarija de 6 de noviembre de 1825, creó un primer problema
con Argentina, al punto que este país se negó a reconocer a Bolivia en
nota de 26 de julio de 1826. Asimismo, por esos días, por intermedio
del aventurero Burdett O'Connor, se arrebató subrepticiamente al Perú
una pequeña franja costera con Cobija como puerto en el límite con
Chile, al norte del río Paposo. A esto se sumó el odio que generó la
decisión del dictador de imponer un Congreso a su gusto en Lima para
conseguir, primero, el reconocimiento del nuevo Estado y, luego, la
aprobación de su constitución vitalicia, todo esto dentro de un marco
de revuelta en Venezuela a instigación de Páez, opuesto a que las
decisiones se siguieran tomando en Bogotá, y en Ecuador donde Flores
actuaba centrífugamente aunque movido por razones distintas. La
revuelta de la guarnición colombiana en Lima el 26 de enero de 1827
creó, sin embargo, las condiciones para el cambio radical en el Perú,
con lo cual la construcción bolivariana comenzó a derrumbarse en
simultáneo, pues se rajaba por todos lados. Un nuevo gobierno peruano
quiso retrotraer la historia buscando anexar a Bolivia, Bolívar
retrucó amenazando con invadir el Perú por el norte, en junio de 1828.
Es decir, se dieron vertiginosamente las condiciones para la debacle.
En una palabra, todo comenzó con la ambición de Bolívar de forzar la
creación de Bolivia para que haya un Estado que llevara su nombre
dentro de un marco geopolítico fantasioso. Y desde ese entonces, la
gran nación andina unida por la geografía y la raza, se ha visto más
bien confrontada por causa de los nacionalismos estrechos y
encontrados que fueron tendenciosamente inspirados por el supuesto
precursor de la unidad latinoamericana.


Epílogo


Uno de los problemas inherentes a la historiografía es el
"presentismo"; esto es, siguiendo al filósofo de la historia Herbert
Butterfield, el enorme riesgo de hacer historia sin dejar del todo el
presente o de hacerlo en función de éste, lo que puede llevar a
construir "una gigantesca ilusión óptica" o a la falacia del nunc pro
tunc, según el historiador David H. Fischer. En efecto, es frecuente
la tentación de yuxtaponer los planos sincrónico y diacrónico en el
análisis de determinados acontecimientos dados en el pasado, o de
interpolar, sin solución de continuidad, juicios de valor basados en
estructuras conceptual y valorativa de otras épocas, de donde resulta
un producto historiográfico que es una reinterpretación actualizada
del pasado o su adulteración descomunal. ¿Qué hacer entonces?

Quien esto escribe ha procurado, dentro de lo posible, sustraerse al
"presentismo" tomando como marco de referencia temporal las propias
cartas de Simón Bolívar o de sus corresponsales (Sucre y Santander,
entre otros). Y para reforzar esa percepción sincrónica de los
acontecimientos en acción, otra vía ha sido la de recurrir,
complementariamente, a los testimonios dejados por algunos
observadores calificados, testimonios por lo general coetáneos con los
acontecimientos. Dicho en otras palabras, la metodología seguida ha
sido la de evitar la mirada retrospectiva y, más bien, procurar
descodificar sobre una base documental las intenciones subyacentes a
los discursos o decisiones como una forma de desentrañar la verdad
histórica.

Un ejemplo puntual en el empleo de esta metodología lo encontramos al
contrastar lo escrito por Sucre a Bolívar en su carta de 4 de abril de
1825 ("Mil veces he pedido a V. instrucciones respecto del Alto Perú y
se me han negado, dejándome en abandono") con lo que, finalmente, le
confesó en otra carta, de fecha 6 de junio de ese año: "porque he
dicho y he repetido que V. no me dio instrucciones al entrar en ellas.
V. me previno en dos cartas que siempre dijese esto; y como fue así lo
cumplo exactamente." Vale decir, el argumento repetido varias veces
por Sucre durante el crucial período que va de febrero a mayo de 1825
en cuanto a que no había recibido instrucciones para precipitar la
independencia del Alto Perú, resultó ser por su propia confesión pura
simulación para proteger a su jefe en caso de que las cosas salieran
mal. Y como para Bolívar lo "más seguro" era dudar, se tomó el
trabajo de instruirle sobre el particular a su lugarteniente en "dos
cartas" que, por supuesto, no se conocen.

De allí el término de "descodificación" que se usa, porque en realidad
lo que se ha hecho, al descubrir que las cartas más comprometedoras en
cuanto a las intenciones aviesas de Bolívar han sido ocultadas o
destruidas, es tratar de seguir el hilo conductor de esas intenciones
a través de un lapsus calami, una contradicción, una revelación o un
acuse de recibo expresados en forma de palabras, grupos de palabras o
frases dejados en la cuantiosa, aunque incompleta, correspondencia
publicada oficialmente, para demostrar que antes que especulaciones o
conclusiones tendenciosas de quien esto escribe, sí estuvo en el
pensamiento y acción de los protagonistas debilitar en grado extremo
al Perú hasta hacerlo, eventualmente, desaparecer.

Simón Bolívar fue tal vez el primer político en América Latina que
entendió que la política era un espectáculo. De allí su apego a las
formas y a la dramaturgia cada vez que debía precipitar decisiones
mayores en función de sus propios planes. Nada que le interesara dejó
al azar, ni tampoco permitió que la historia se hiciera sin imprimirle
su sello y direccionalidad. Por eso, no puede negarse que fue en la
región andina un partero inesperado de acontecimientos históricos,
pero de aquellos derivados de su enfermiza megalomanía que lógicamente
desencadenaron otros, igualmente no previstos. Rodeado de una corte
servil de turiferarios y alcahuetes, poco a poco fue enajenándose de
una porción importante de la realidad circundante hasta confundir la
fantasía con lo que es posible. Desde este punto de vista, cayó en el
mismo vicio que Napoleón, su paradigma, y terminó destruyendo lo que
con denuedo construyó.

Thursday, January 24, 2008

One-eyed Pete is the marshall

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
24-1-2008

One-eyed Pete is the marshall

Prima facie cualquier investigador foráneo tiende a pensar que Perú es
un país en que abundan "analistas, politólogos, internacionalistas,
expertos, estrategas, historiadores, sociólogos", etc, etc, etc. Las
páginas de los diarios consignan un día sí y al otro día, también, sus
sesudas, científicas y exquisitas declaraciones. No pocos de esos ya
son figuras en los canales porque, además, opinan de todo. Su
sabiduría alcanza a los vericuetos de cómo fue el gobierno del
delincuente Kenya Fujimori como también sobre el calentamiento
planetario o la vida sexual de los ornitorrincos machos. Casi han
tornado parte del mobiliario de redacciones, sets o cabinas de
transmisión.

Sin embargo ¡oh sorpresa! De la príncipe impresión se pasa a la
certeza de algunas comprobaciones. Son pandillas que actúan con
mecánica metódica y no dejan tema pendiente porque de eso se trata: de
"cubrir" el universo de opinión que dicen ellos formar o construir.

Un ejemplo delicado. Más de un "internacionalista" ya ha dado su
veredicto de cómo será la calistenia de guerra en La Haya. Ya sugirió
otro que Chile deberá respetar el veredicto. Vale la pena preguntarnos
si aquél tiene una bola de cristal para anticiparse a casi un decenio
de pelea jurídica que aún no comienza. Como lo anterior es más o menos
improbable, caer en la conclusión que hay mucha cuota de estupidez
vocinglera, es un hecho inevitable.

Más allá, leí días atrás, que un burro especialista, un marino que
confunde los términos de los tratados internacionales y que cree que
consultar es lo mismo que previo acuerdo, y que escribe en el diario
de la antipatria, El Comercio, da sus consejos y apotegmas para que lo
tengan en cuenta a la hora de formar comisiones y comisiones, forma
criolla de mantener a paniaguados y mediocres fabricados adrede como
el sujeto de marras.

Volviendo al hilo original del texto, se dibuja en el horizonte que
más que abundancia de estos personajes regios en verbalística de
inercia y que pronuncian cada quince minutos, entre otras, las
palabras: descartar, paso al costado, blindar, globalización,
transparencia, etc., lo que hay son egregios payasos, siempre los
mismos, que recorren, como en procesión, canales, radios y
redacciones. Son una secta, con todas las características de una
mafia, se halagan entre sí, se citan como si fueran importantes y, lo
más huachafo e impresionante: se premian cada vez que pueden por tal o
cual razón. Si se hiciera una investigación de las medallas o preseas
recibidas por estos monigotes, el inventario sería impresionante como
también la vacuidad e idiotez de los falsos méritos arguidos para el
despropósito.

No es nuevo el fenómeno en la república. Más bien es una tara nacional
que se repite desde la capital hasta todos los departamentos del Perú.
Los cogollos, las células de privilegiados, son los protagonistas del
dicho inglés que se lee así One-eyed Pete is the marshall of
Blindville que, traducido literalmente significa: El tuerto Pete es el
comisario de Villa de los Ciegos, más conocido el refrán, en el país
de los ciegos, el tuerto es rey.

Los tuertos cerebrales, dechado no envidiable de logreros, patanes,
coimeros, pseudo-científicos, han constituido una costra intermediaria
que maneja, fabrica o deforma las noticias en Perú. El fraude tiene
cómplices porque hay dueños que pagan las conductas aviesas y
gobiernos que alientan el envilecimiento de las sociedades.

¿Qué opina usted, amable lector? ¿está feliz con esta situación?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

Lea www.redvoltaire.net
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica

Piérola

Historia, madre y maestra

Piérola
por Manuel González Prada; Figuras y figurones,
Obras, Tomo I, volumen 2, pp. 337-373, Lima 1986

Por más que los europeos nos miren retratados en libros y diarios o
nos vean desfilar en caricaturas y sainetes, nunca se formarán una
idea precisa del ambiente que respiramos ni se imaginarán con
exactitud a los hombres que nos gobiernan.

Si Enrique Heine envidiaba la suerte de los Magyares porque morían en
garras de leones mientras los alemanes sucumbían en los dientes de
perros y lobos ¿qué diremos nosotros? Aunque poseamos muchas
constituciones, muchos códigos y muchas leyes y decretos, los peruanos
gemimos bajo tiranías inconcebibles ya en el Viejo Mundo, vivimos en
la época terciaria de la política sufriendo las embestidas de reptiles
y mamíferos desaparecidos de la fauna europea.

En Piérola diseñamos a uno de los bárbaros prehistóricos en medio de
la civilización moderna, a uno de esos presidentes sudamericanos que
justifican las palabras de Child, Gustavo Le Bon y Cecilio Rhodes.

I

Durante algunos años, Chile atisbaba la ocasión de lanzarse sobre el
guano y el salitre: la riqueza del Perú le quitaba el sueño. En 1879,
cuando su presupuesto acusaba un enorme déficit y sus finanzas sufrían
una crisis no muy lejana de la quiebra fiscal, sus hombres públicos se
resolvieron a tentar la empresa bélico-mercantil o asalto a la bolsa
de los vecinos: a más de la oportunidad de caer sobre nosotros,
hallaron entonces la causa justificativa de la agresión —nuestra
inofensiva y candorosa alianza con Bolivia.

Inflamada la guerra, sucedió lo que debía de esperarse dada la
condición del Perú: nuestros buques sucumbieron ante la escuadra
enemiga, nuestros improvisados batallones quedaron vencidos y
deshechos por fuerzas mejor armadas y mejor dirigidas. Si con la
captura del Huáscar aseguraba Chile su dominio en el mar, con la
victoria de San Francisco ganaba el litoral de Bolivia, Iquique,
Pisagua, Tarapacá. Mas su codicia no estaba satisfecha y volvía los
ojos hacia Tacna y Arica. Entonces el pueblo de Lima, como enfermo que
se imagina sanar repentinamente con sólo variar de medicinas y de
médico, pasó de la legalidad a la dictadura, derrocó a La Puerta y
levantó a Piérola.

Y conviene decir el pueblo de Lima, al considerar que un hombre solo,
entregado a sí mismo, sin colaboradores ni cómplices, sin el auxilio
del ejército ni la anuencia de las masas populares, no habría logrado
consumar el golpe ni entronizarse en el mando. Aunque la Ciudad de los
Reyes no se distinga por los sentimientos viriles ni los arranques
heroicos, sabe con la sola abstención o fuerza de inercia cortar el
vuelo a los ambiciosos e impedir el arraigo de las tiranías.2 En la
Dictadura del 79, tanta responsabilidad cabe, pues, al hombre que tuvo
la audacia de imponerla como al pueblo que aceptó la degradación de
sufrirla.

Sin la guerra con Chile, el Régimen Dictatorio no habría pasado de un
auto sacramental con intermedio de ópera bufa y evoluciones
funambulescas; pero entre la sangre, la muerte y el incendio se
convirtió en una tragicomedia, en una especie de Orestiada refundida
en El Dómine Lucas.

Dado el hombre ¿se concebiría diferente representación? Piérola nació
en los amores del Genio Atolondramiento con el Hada Imprevisión: de
ahí que en sus revoluciones no se descubra el plan de un político sino
la empresa de un aventurero. Con fe ciega en la fatalidad, como un
creyente de Mahoma, o confiado en el auxilio de la Providencia, como
un fanático de la Edad Media, él no calcula las probabilidades del
buen éxito, no mide la magnitud de los estorbos, no estudia a los
hombres para descubrir sus vicios o virtudes ni entrevé la sucesión
lógica de los acontecimientos: cierra los ojos y dispara, como jinete
con delírium tremens en un caballo desbocado.

Chile mismo no habría elegido mejor aliado. Cuando convenía ceñirse a
disciplinar soldados, reunir material de guerra y aumentar los
recursos fiscales, Piérola remueve las más pasivas instituciones: era
el caso de ordenar, y desordena; de hacer, y deshace; de conservar, y
destruye; de operar, y sueña. En el estado de guerra, cuando las
funciones del cuerpo social son de más intensidad y de mayor
extensión, suprime órganos o les sustituye con mecanismos artificiales
y muertos. Peor aún: asume el Poder Legislativo, el Ejecutivo, el
Judicial, el Generalato en Jefe del Ejército, el Almirantazgo de la
Marina, en fin, presume realizar una obra que no imaginaron Alejandro,
César, Carlomagno ni Bonaparte. Un dedo pretende monopolizar todas las
funciones del organismo.

Como Poder Judicial, expide, o mejor dicho, firma un laudo
reconociendo a la Casa Dreyfus un "saldo de veinte millones de soles",
precisamente cuando ese mismo Dreyfus se declaraba deudor al Perú y
estaba en vísperas de celebrar una "transacción equitativa y amigable"
con nuestro Agente Financiero en París. De ese laudo provienen
nuestras más graves complicaciones financieras: dígalo el forzado
arbitraje de Berna.

Como Poder Legislativo, promulga un Estatuto inquisitorial y vejatorio
que él mismo viola el primero cuando la desmoralización cunde en todas
las capas sociales, cuando tiene en sus manos al desertor, al espía y
al concusionario. Así corta (como sucedió con García Maldonado los
juicios por desfalcos y gatuperios en) que resultan complicados sus
acólitos, sus caudatarios, sus amigos y sus deudos. Sólo muestra mano
de hierro para fusilar a un pobre soldado de marina y a Faustino
Vásquez, "no obstante las irregularidades legales cometidas en el
proceso" (sic).

Como Poder Ejecutivo... Pero ¿quién sigue a Piérola en su actividad de
polea loca, en su vertiginosa carrera de locomotora lanzada a todo
vapor y sin maquinista? Al recorrer hoy las series de leyes y decretos
que por conducto de sus pasivos Secretarios manaban incesantemente de
su cerebro, como por los boquetes de una pared vieja y cuarteada sale
un enredado sistema de correas sin fin; al leer sus resoluciones sobre
delitos de prensa, fundación del Instituto de Bellas Artes, Gran Libro
de la República y uniforme del Vicario General de los Ejércitos; al
verle celebrar 3 como un segundo Lepanto el aniversario de la
escaramuza entre el Huáscar y dos fragatas inglesas; al considerar el
embrollo financiero que producía rechazando los billetes fiscales y
estableciendo la libra esterlina como moneda legal, para en seguida
regresar al papel moneda con la emisión de los incas; al recordar la
barahúnda que introducía en la Reserva y ejército de línea con su
renovación de jefes y cambio de táctica, la misma víspera de San Juan
y Miraflores, duda uno si está bajo la acción de una pesadilla o se
encuentra cogido en una balumba de locos arrebatados por el delirio
incoherente. Eso fue un chorro continuo de aberraciones y absurdos,
una avalancha de quimeras y desvaríos, un diluvio disparatorio, no de
cuarenta días y cuarenta noches sino de cerca de cuatrocientos días
con sus cuatrocientas noches.

Y ¡los hombres que aplauden y rodean al Dictador! En vísperas de las
batallas de enero, cuando los ejércitos chileno y peruano se hallan a
la vista, sus generales huyen furtivamente del campamento para venir a
refocilarse con las prostitutas de Lima, sus ministros bailan desnudos
en las saturnales de los barrios bajos o repletos de alcohol se
desploman en las plazas y calles de la ciudad. Basta ser primo de una
madre abadesa para conseguir una Prefectura, basta descender de un
canónigo para desempeñar una Comandancia General. Cuando se cruzan
barchilón y sacristán, el uno pregunta: "¿Cómo va, mi coronel?" y el
otro responde: "Para servir a usted, mi comandante". Mayores hay que
eructan a cañazo revuelto con chanfaina mal digerida, mientras dejan
asomar por los bordes del kepí unas inmemoriales aglutinaciones de
viruta, cola y aserrín. Porque el Dictador, desdeñando la ciencia y la
espada de los hombres encanecidos en la guerra, concede grados
militares a los leguleyos, a los mercaderes, a los pilluelos y a los
sinvergüenzas, con la misma facilidad que Don Quijote de la Mancha
otorgaba el don a la Tolosa y a la Molinera.

En esta vegetación viciosa y malsana, reinan de preferencia los hongos
nacidos en el estercolero del echeniquismo. Con los supervivientes y
herederos de la antigua mazorca, el robo asciende al rango de
institución social. Se roba en la dieta de los enfermos y en el rancho
de los soldados, hasta el extremo que las guarniciones de los fuertes
permanecen días enteros sin víveres ni leña.4 Cañones hay que no
funcionan por falta de saquetes: la franela, en lugar de contener
pólvora, ha servido para envolver la ciática o reumatismo de alguna
recomendable matrona. Los ambulantes despojan a los heridos o les
sustraen las prendas valiosas, porque al sagrado de la Cruz Roja se
acogen no sólo muchos prudentes que desean ponerse a salvo de las
balas chilenas, sino algunos desalmados que en el dolor y la muerte
quieren beneficiar un rico filón.

Supongamos que una tribu de beduinos acampara en el Palacio de
Gobierno y sus alrededores; mejor aún, imaginemos que en un museo de
Antropología se escaparan los monstruos recogidos en las cinco partes
del Globo, y adquiriríamos una idea remota de los personajes que desde
fines de 1879 hasta principios de 1881 componían el círculo del
Dictador.5

Si por lo dicho en los anteriores párrafos se vislumbra el lado serio
de la Dictadura, por lo siguiente se divisa su lado jocoso.

Piérola no sólo se caracteriza por el atolondramiento y la
imprevisión: estrambótica mezcolanza de lo cómico siniestro con lo
trágico ridículo, resume la caricatura de personajes diametralmente
opuestos. Así, cuando funda la Legión del Mérito 6 y establece en las
sucursales de Palacio un Versailles con viejas almidonadas y
reteñidas, se le diría un Luis XIV rebajado a la talla de Nene Pulgar,
y cuando lanza contra los veteranos de Chile a los infelices reclutas
de la puna, habiendo observado la precaución de hacerles confesar y
comulgar antes de enseñarles el manejo del rifle, parece un Gambetta
clerical y tonsurado. Con esa personalidad ambigua, se desdobla y
completa metamorfosis inesperadas: organiza con el nombre de Partido
Demócrata una facción maleante y agresiva, inflama el odio justo del
oprimido contra el opresor y anuncia una formidable liquidación
social; pero una vez encaramado en el Poder, cuando debería lanzar
rayos y truenos, enciende un fosforillo de cera y produce el retintín
de unos cascabeles: de Espartaco surge Polichinela, como de una vaina
con incrustaciones de oro sale un chafarote de cartón.

Por eso, mientras algunos rugen de cólera y hasta lloran al columbrar
el despeñamiento seguro de la Nación en un abismo sin luz ni salida,
otros se ríen a caquinos al presenciar el desenvolvimiento de un drama
donde figura un héroe trapalón y cursi, una especie de trinidad
carnavalesca formada por la integración de Arlequino, Roberto Macaire
y un rata de La Gran Vía.

Imposible no reírse de Piérola al verle recorrer las calles de Lima
con estrechísimos pantalones de gamuza, enormes botas de carabinero
español, casco a la prusiana y dolman sin nacionalidad. Se empinaba
sobre descomunales tacones para disimular la deficiencia de la
estatura, echaba atrás la cabeza, abombaba el pecho y avanzaba con
pasos diminutos y acompasados, moviendo las piernas, no con la
suavidad de un miembro que articula sino con la rigidez de un compás o
la tiesura de una barra que sube y cae de golpe. Separado de su
cortejo, aislado para ofrecer mejor blanco a los ojos de la
concurrencia, miraba sin pestañear, a manera de las Divinidades
Indostánicas, embebecido y transfigurado como si en lontananza
divisara los deslumbrantes resplandores de su apoteosis futura. Era
Robespierre en la fiesta del Ser Supremo, era un vencedor romano en
los honores del triunfo, era más aún, porque nadie -emperador o
monarca- atravesó jamás las calles de una ciudad como Piérola cruzó
Lima el 24 de setiembre de 1880 al seguir el anda de Nuestra Señora de
las Mercedes. Los chuscos y las granujas lanzaban una carcajada
homérica, los más ciegos partidarios del Dictador se mordían los
labios para no reventar de risa al presenciar algo así como el desfile
de Tom Pouce con el yelmo de Mambrino: todo el mundo palpaba lo
ridículo del acto, del disfraz del hombre; menos Piérola, que avanzaba
triunfante, sereno, inmutable en su papel de Magnus Imperator.7

Y durante los doce o trece meses de la Dictadura, ni un solo momento
dejó de hacer el Magnus Imperator, si no con la magnificencia de un
Julio César, al menos con la fatuidad de un Pompeyo. Antes que nada,
se tituló Jefe Supremo de la Nación y Protector de la Raza Indígena;
en seguida se formó una especie de corte donde predominaban abogados
que le tenían por buen general y militares que le creían eximio doctor
en leyes. Hacía observar la más rigurosa etiqueta, se arrellanaba en
un sillón dorado y no recibía tarjeta o papel sin venir en una bandeja
de plata conducida por un lacayo de rigurosa librea. Hasta con sus más
íntimos familiares usaba un tono imperioso y enfático. Si alguno por
descuido no le prodigaba el Excelentísimo Señor, él se lo recordaba
con frialdad y aspereza. " — Caballero, habla usted con el Jefe
Supremo", dijo a un condiscípulo que llanamente le endilgó el
acostumbrado tú. Dibujaba en sus labios una eterna sonrisa de
suficiencia o menosprecio, y de cuando en cuando tomaba un aire
lánguido y fatigado, como si le abrumara el peso irresistible de su
propio genio. Seguramente, al cruzar por delante de un espejo, se
inclinaba con religioso respeto.

En los negocios de Estado fallaba ex cáthedra, marcando el timbre de
su vocecilla nasal y desapacible. Las más veces se expresaba con
monosílabos o frases cortadas y sibilinas para no descubrir la
integridad de sus concepciones: aparentaba guardar en el cerebro un
rico tesoro que habría depreciado enseñándole a ignorantes y profanos.
El legendario "tengo mi plan" lo justificaba y lo explicaba todo. Para
muchos, tan exagerado disimulo nacía de un profundo saber, de una
consumada política. El silencio del oráculo producía el asombro en
algunos infelices que se apiñaban en los rincones de Palacio y se
decían a media voz, puesto el índice sobre los labios:

"-Don Nicolás no habla, pero ya veremos cuando opere". Sin embargo,
algunos de esos malintencionados y burlones que no faltan en ninguna
parte, se demandaban si el silencio de Piérola sería el prudente
silencio de Conrado, y si los famosos planes se parecerían a la
gestación de una mujer joven y fuerte o a la hidropesía de las viejas
verdes, de esas pobres señoras que llegadas a la edad climatérica
toman por embarazo la hinchazón, cosen los pañales, almidonan las
gorritas, adornan la cuna, eligen el padrino y aguardan todos los días
a un muchacho que nunca llega.

Guiados por semejante cabeza, parece inútil preguntar a dónde fuimos.
Sin auxilios ni refuerzos, reducido a luchar contra fuerzas superiores
en número, disciplina y armamento, el ejército peruano del Sur
sucumbió en el Campo de la Alianza.8 Después de Tacna cayó Arica, y
después de Arica le llegaba su vez a Lima. La pérdida de la capital no
tardó mucho en realizarse: al empuje de los veteranos chilenos se
desbarataron en San Juan y Chorrillos las improvisadas y colecticias
legiones del Dictador, y en vano parte de la Reserva opuso en los
reductos de Miraflores una resistencia heroica y desesperada. Lima
cayó en poder de los chilenos, y Piérola, aturdido pero no curado,
huyó a guarecerse en las encrucijadas de la sierra.

Al poco tiempo se hizo nombrar General por la Asamblea de Ayacucho.

II

Aunque la fisonomía del hombre quede ya esbozada en sus rasgos
característicos, debemos acentuarla más: no importa recargar las
líneas o incurrir en algunas repeticiones.

En Piérola resalta una cosa admirable: la olímpica serenidad para
sobrellevar las responsabilidades que gravitan sobre sus hombros.
Desde hace unos treinta años, las mayores calamidades vienen de su
mano, mereciendo llamarse el hombre nefasto por excelencia: como
Ministro de Hacienda, celebra el Contrato Dreyfus y arruina las
finanzas nacionales; como Dictador, consuma la derrota y agrava la
desventurada condición del país. ¿Quién dirá los caudales dilapidados
ni las vidas sacrificadas a su ambición y codicia? No habiendo
ejercido ninguna profesión ni producido nada útil o bello, gastó su
vida en practicar la industria sudamericana de las revoluciones. En el
largo curso de su existencia no ha sido más que una máquina empleada
en destruir o paralizar las fuerzas vivas de la Nación. Sin embargo,
en medio de la sangre y del llanto, del incendio y de las ruinas, de
la desesperación y de la muerte, en medio de su obra, se queda tan
impávido y sereno como el niño que rompe un jarrón de Sévres o deshoja
un ramo de flores.

Más que impávido y sereno, vive tan ufano y satisfecho como si nos
hubiera redimido de la esclavitud y fuera el Moisés o Judas Macabeo de
nuestra raza. Creyendo insuficientes las nubes de incienso que le
arrojan los turiferarios de la prensa oficial, no mueve nunca el labio
sin hacer su panegírico y alabar las excelencias de su gobierno.
Escuchémosle: Pardo, Prado, La Puerta, Iglesias, Cáceres, Morales
Bermúdez, Borgoño, todos erraron y delinquieron: sólo él resplandece
incólume, libre de error y pecado. Según lo deja traslucir, la
historia del Perú se divide ya en tres grandes épocas: desde Manco
Cápac hasta Francisco Pizarro, desde Francisco Pizarro hasta Nicolás
de Piérola y desde Nicolás de Piérola hasta la consumación de los
siglos.

Con el orgullo, la vanidad y la soberbia se explica todo, desde la
satisfacción y ufanía hasta las alabanzas propias y la olímpica
serenidad. Profesando la convicción de que unos nacen para mandar y
otros para obedecer, incluyéndose naturalmente en el número de los
favorecidos, Piérola se figura que los peruanos le debemos obediencia
y pleito homenaje. En el Palacio de Gobierno todos los Presidentes son
inquilinos, él es el propietario. Como proclama la existencia de
hombres providenciales, vive plenamente seguro de "haber sido creado
por un decreto especial y nominativo del Eterno".9 Se comprende, pues,
que desde las alturas donde se imagina colocado "nos divise como
átomos sin la menor semejanza con él"10 y se haya formado tan sublime
concepto de sí mismo que "respetuosamente lleve la cabeza sobre sus
hombros como si transportara el Santísimo Sacramento".11 Cuando en
1895 abre o instala su Asamblea Demócrata "en el nombre de Dios
Creador y Conservador del Universo", no hace más que solicitar la
presencia de un amigo para demandarle unos cuantos consejos. Admira
que al titularse Protector de la Raza Indígena no se hubiera llamado
también Defensor de Jesús en el Tahuantisuyu. Pero no cabe duda que al
sufrir los descalabros de Los Angeles, Yacango, San Juan y Miraflores
acusaba a Dios de ingrato y olvidadizo.

¡Ser providencial, grande hombre! Se desvive y se desvela por
manifestarse magnífico en sus dichos y hechos, por imitar y seguir a
las celebridades antiguas y modernas. No alcanzando a producir nada
original, retiene frases históricas y con el mayor aplomo las endosa,
más o menos alteradas, como si fueran chispas de su ingenio. Ya
sabemos de qué manera parodió la gasconada de Jules Favre: "Ni una
piedra de nuestras fortalezas, ni una pulgada de nuestro territorio".
Ministro de Hacienda, tuvo la osadía de apropiarse un arranque de
Guizot contra Mole y querer abrumar a los diputados de la oposición
diciéndoles: "Por más que algunos se empinen, no llegarán a la altura
de mi desprecio". Insolencia disculpable en Guizot que por su talla
parecía un eucalipto arraigado en el suelo del Parlamento,
imperdonable y ridícula en Piérola que por su estatura semejaba en la
tribuna un uistiti asomándose por la bota del ogro. Luis XIV ¿no se
llamaba o se dejaba llamar Le Roi-Soleil — el Rey-Sol? Piérola exclama
hoy cuando le hablan de su moribundo reinado: "Ya soy le soleil
conchante" (sic).

De Dictador quiso imitar a Bolívar y Prado, sin acordarse que Bolívar
se llamaba el Libertador Bolívar, ni que Prado, dictador in nomine, no
ejerció ninguna tiranía, declinó la autoridad en su ministerio y, más
que nada, supo justificar la Dictadura con el 2 de Mayo. Vivanco,
soñando ser el Napoleón III de los Andes, tuvo amago de pera y
consumación de mostachos; no obstante, se quedó sin el Imperio,
gracias al oportuno sable de Castilla. Queriendo ser ambos Napoleones
a la vez, Piérola realiza el bigote y la pera de Badinguet; mas como
la naturaleza del cabello le impide lucir el famoso mechón lacio de
Bonaparte, lleva en la frente un rizo que tiñe de blanco, engoma y
retuerce hasta comunicarle la forma de un aplanado tirabuzón de
hojalata. Probablemente habrá sabido que Mahoma ostentaba en la
comisura de las cejas una especie de lucero y se dice: "Vaya, el
tirabuzón por el lucero".

Se rodeó siempre de favoritos porque así lo acostumbraron los reyes; y
felizmente no se acordó de Enrique III, pues nos habría organizado una
escolta de miñones o maricas. En lo más encendido de la guerra con
Chile, pensando que Napoleón dictaba desde Moscú reglamentos para los
teatros de París, funda en Lima un Instituto de Bellas Artes, Letras y
Monumentos Públicos. Al recordar que Julio César, en medio de sus
conquistas, se daba margen para escribir libros de Gramática, o que
todo un Carlomagno bajaba del trono para vigilar su gallinero, nos
habría confeccionado leyes ortográficas sobre la sustitución de la y
por la i o decretos sobre la empolladura artificial de los huevos de
ganso. Desde hace algún tiempo se modela según el actual Emperador de
Alemania, sin fijarse que el menos agudo puede llamar a Bonaparte el
hombre, a Guillermo II el actor, a Nicolás de Piérola el fantoche.

Llevado por la manía de singularizarse; de monopolizar las miradas, de
acaparar la admiración, escribe su nombre en todos los edificios
públicos, erige su busto donde puede y graba su efigie donde cabe,
desde los sellos postales hasta la moneda. Las frases que el Padre
Coloma aplica a la Currita Albornoz, le vienen como de molde: "Si
asiste a una boda, quiere ser la novia; si a un bautizo, el recién
nacido; si a un entierro, el muerto". Si alguna vez le ahorcaran, se
alegraría con tal de bambolearse en el palo más alto.12 Habría deseado
estirarse como un álamo para sobresalir entre la muchedumbre y dar
ocasión a que todo el mundo se preguntara: "¿Cómo se llama ese
gigante?". Habría dado la honra de su madre y la vida de su padre,
habría gemido cien años en la parrilla de San Lorenzo, habría vendido
su alma al Diablo, por unas cuantas pulgadas de estatura. Ya se
comprende la rabia y el despecho del hombre que soñando medirse con
Goliat, despierta igualándose a Tirabeque y Sancho; del individuo que
pensando rozar las estrellas con la frente, sólo consigue rascar el
suelo con el fundillo.

La vanidad y la soberbia, el no creerse nunca en el desacierto ni en
condición inferior a los demás, hacen que Piérola ignore el
sentimiento de lo ridículo y ofrezca el más curioso espécimen del bobo
serio. Ofuscado por la veneración de sí mismo y juzgándose incapaz de
merecer la burla, carece de la malicia necesaria para distinguir
cuándo la sonrisa del interlocutor expresa la inocente verdad y cuándo
encierra el agridulce de la ironía. Por eso, al atacarle, no sirven de
nada rasguños de pluma ni cosquilleos de sátira benigna: se necesita
banderillas de fuego y rociadas de ácidos corrosivos. Naturaleza burda
y mal descortezada, vive a mil leguas de aquellos finos y delicados
espíritus que miden escrupulosamente sus acciones y palabras, se
conservan en la línea correcta y prefieren verse empalados cien veces,
antes de quedar una sola vez expuestos a la burla y el escarnio. De
otra manera ¿cómo darse títulos que se reclaman de La Vida Parisiense
y piden la música de Offenbach? ¿Cómo emperejilarse con adefesios que
merecen una orquesta de pitos y una lluvia de tomates? Mas exigirle a
Piérola seriedad en las acciones y gravedad en el vestido equivale a
querer un imposible. Si algunos hombres no ríen ni provocan la risa,
otros nacen para servir de irrisión y mofa: en lo más trágico de la
vida, en el dolor y las enfermedades, en el suplicio y la agonía,
ofrecen algo que nos induce a compadecerles riendo. Convertidos en
cadáver, los ridículos a nativitate presentan alguna mueca o gesto que
produce risa. Tal es Piérola: él y lo ridículo andan invariablemente
unidos. Cuando quiere echarla de hombre serio y grave se iguala con
esos caballeros que salen a paseo muy afeitados, muy prendidos, muy
flamantes y que sin embargo pasan causando una bulliciosa hilaridad
porque en la espalda llevan una calavera de albayalde o dejan asomar
la punta de la camisa por bajo los faldones de la leva. ¡Ridículo,
eternamente ridículo!

Pero hay actos de Piérola, no sólo ridículos sino de una desesperante
frivolidad, de una frivolidad femenina, pueril, incalificable. Se
ocupa de formar anagramas con su nombre (León Dapier) y viaja de
incógnito -por donde nadie le conoce- haciéndose llamar Castillo en el
Talismán, Teodoro de Alba en el Ecuador, Fernández Garreaud en París y
no recordamos si Mister White en Londres, Herr von Tiefenbacher en
Berlín o el Signar Vermicelli en Roma. Al evadirse de la prisión a que
en 1890 le redujo Cáceres, deja en la celda sus patillas, un corsé, un
detente, una variada serie de sus propias fotografías y no sabemos si
una colección de pantorrillas y nalgas postizas. En marzo de 1895,
antes de recoger cadáveres y curar heridos, se manda coser el uniforme
de General de División. Algunas almas caritativas le disuadieron de
llevarle. Últimamente le hemos visto hacer cuestión de gobierno el
color y calidad de las medias que envolverían las pantorrillas de su
valet de pied y de su valet de chambre. ¡Qué mucho! si en plena
Dictadura, con los chilenos a las goteras de Lima, consume horas
delante del espejo para ensayar alguna casaquilla o entorchado, y en
las conversaciones de sobremesa con sus Ministros y Comandantes
Generales discute larga y acaloradamente sobre si en la cima de su
casco pondrá un cóndor o un pararrayos. El uniforme estrenado en la
procesión de las Mercedes le costó más desvelos que la defensa de
Lima.

Con todo, Piérola tiene la malignidad bellaca, la inclinación a la
intriga vulgar o de escaleras abajo, en una palabra, la astucia. Y con
ella patentiza más su naturaleza burda y mal descortezada, su pequeñez
intelectual y moral, porque la astucia no pertenece a los hombres que
llevan el cerebro atestado de grandes ideas y el corazón rebosando de
nobles sentimientos: como el musgo en las piedras, la astucia nace en
las almas estériles y pobres. Los pensadores y los buenos se muestran
leales, crédulos, fáciles de sufrir el engaño; por el contrario ¿quién
se la juega al rústico y al patán? Astuto el posadero que da gato por
liebre, astuto el mercachifle que hace pagar la tela de algodón por
género de lana; astuto el boticario que endilga el aquafontis por un
maravilloso específico; astuto el gitano que vende un asno viejo y
mañoso por un pollino amable y de buen corazón. Gil Blas se burla de
Newton, un piel roja de Darwin. Si la astucia no recomienda mucho al
hombre, tampoco arguye en favor del animal: astutos el zorro, la
serpiente y la chinche; mas no el toro, el caballo ni el perro. Y lo
curioso está en que a Piérola se le mira venir desde lejos y se le
dice: "Ya te conozco, besugo": todos sus planes maquiavélicos resaltan
como parche blanco en tela negra. Queriendo hacer el fino, parece un
oso bailando la cachucha española y el minué francés. Se figura
eclipsar a Metternich o Talleyrand cuando se porta como el camello que
sepulta la cabeza en el arenal y deja al aire libre las dos jorobas.
Se congratula muchas veces de haber asestado un golpe maestro y digno
de la inmortalidad, como Tartarín de Tarascón se vanagloriaba de cazar
leones cuando había cometido el alevoso asesinato de un burro.

Pero, descúbrase o no se descubra la trama, le importa un comino,
siendo lo que llaman los franceses un je-m'en-fou-tiste, un hombre que
sigue las divisas de el que venga atrás que arree y después de mí el
diluvio. Su entrada en la vida pública lo dice muy bien. Salido apenas
del Seminario, cuando no posee más bienes que su título de abogado
(adquirido por arte de birlibirloque) cuando siente por primera y
última vez en su vida el deseo de trabajar honradamente, abre una
puerta-cajón o tenducho en la calle de Melchormalo, con el fin de
vender, no sembradoras para las haciendas ni picos para las minas,
sino santitos de yeso, fruslerías, Tónico Oriental y muchísimos
menjurjes para remozar viejos verdes y revocar jamonas averiadas. No
perseveró mucho en el comercio, más bien dicho, no le dejaron
perseverar, pues como se busca un bravo para que dé una puñalada, le
sacaron de su mostrador para que firmara el Contrato Dreyfus. Para
coger el cetro de Roma, Cincinato abandonó la esteva del arado; para
recibir el portafolio de Hacienda, Piérola deja la leche antefélica y
el ungüento del soldado.

Según Ph. de Rougemont, "el general Echenique, uno de los personajes
más comprometidos en esta intriga financiera, fue el que se encargó de
encontrar al hombre. "-Tengo, le dijo al Presidente, lo que usted
desea. No busque más. Un deudo mío, muy joven, muy pobre, muy oscuro y
muy ambicioso; tan vanidoso como falto de escrúpulo; lego en las
finanzas, pero bastante inteligente y bastante atrevido para hacer
creer que posee a fondo la Ciencia Económica, es el único hombre que
llena las condiciones del programa.13

Sin saber jota de finanzas, ignorando si la voz penique servía para
designar un asteroide o un molusco, firma un contrato leonino y nos
entrega maniatados a la mala fe y rapacidad de unos cuantos
especuladores cosmopolitas. Si el contrato hubiera favorecido a los
Consignatarios con perjuicio de Dreyfus y Compañía, le habría firmado
con el mismo tupé, con la misma ligereza. También, si en lugar de
hacerle Ministro de Hacienda, le hubieran nombrado Arzobispo de Lima,
ingeniero del Estado, profesor de lengua china, Contralmirante de la
Escuadra o comadrón de la Maternidad, habría aceptado el cargo, sin
titubear, creyéndose con aptitudes necesarias para ejercerle. El no
quería sino el trampolín donde pegar el salto y caer en la Caja
Fiscal.

Una vez ingerido en la política, habiendo saboreado las dulzuras de
signar contratos y manejar fondos públicos, no se satisface con
segundos papeles y dirige sus miradas a la Presidencia de la
República, al mismo tiempo que Manuel Pardo se afana por constituir el
Partido Civil. Entonces organiza una facción o bandería con ínfulas
liberales y democráticas. Veamos el liberalismo y la democracia de
Piérola.

Educado en Santo Toribio, al calor non soneto del clérigo Huertas,
ordenado de órdenes menores, Piérola no se desnudó del espíritu
clerical y jesuítico al borrarse la corona y desvestirse de la sotana:
conservó el indeleble sello del défroque. Desde los primeros ensayos
que bajo el seudónimo de Lucas Fernández publicó en no sabemos qué
periodiquillo fundado, redactado y fomentado por clérigos 14 hasta los
editoriales que dio a luz con su nombre en El Tiempo y anónimos en El
País, no defendió más causas que las retrógradas, no predicó más ideas
que las ultramontanas. A las pocas horas de organizada la Dictadura,
antes de dirigirse al Cuerpo Diplomático residente en Lima, se
arrodilla ante el Delegado de León XIII para besarle humildemente la
sandalia, "reiterarle la fe inquebrantable y el amor filial, y pedirle
su bendición apostólica". En el artículo 3o del Estatuto Provisorio
establece que "no se altera el artículo 4o de la Constitución,
relativo a la Religión del Estado". En su Declaración de Principios y
bases para la organización del Partido Demócrata, en ese piramidal y
famoso, documento donde trozos de Agronomía se mezclan a fragmentos de
Lugares Teológicos, donde preceptos de Higiene se confunden con leyes
de Economía Política y donde la Mineralogía anda en contubernio con
las "elecciones populares por medio del voto acumulativo", Piérola nos
habla de todo, sin olvidar "el drenaje, el halaje, el warrant
comercial" ni "el paludismo de los terrenos pantanosos", menos de la
cuestión religiosa: la juzga intangible.15

Hoy mismo acude fielmente a las asistencias religiosas, invierte sumas
enormes en refaccionar las iglesias, harta de oro a los obispos
nacionales que asisten al Concilio Latino Americano, favorece todas
las pretensiones absorbentes del clero y, con un simple decreto,
desvirtúa los pocos buenos efectos de la ley sobre matrimonio entre
los no católicos.

Al tacharle de hipócrita porque en sus días negros o de mandatario
indefinido asiste a misa con devocionario en mano, se pone en cruz,
besa el suelo y lanza fervientes jaculatorias, se le calumniará: cree
de buena fe, aunque su religión no pase de fango revuelto con agua
bendita. El no ha dejado las regiones inferiores de la religiosidad o
superstición, y practica acciones que pugnan con el Catolicismo, con
la Moral y hasta con la Higiene pública, porque su proceso mental se
parece al estado sicológico del negro que antes de violar y matar,
reza la oración del justo juez o pone los labios en el escapulario de
Nuestra Señora del Carmen. Sembrando el fanatismo y protegiendo las
órdenes religiosas, Piérola se imagina redimir sus culpas y hacer
mérito para ganar el cielo. Como por la noche "peca bueno" aunque no
"de balde" y al mediodía paga caro el remiendo de alguna torre
churrigueresca, resulta que sus buenos conciudadanos le costeamos el
pecado y la penitencia.

No cabe negar su hipocresía política. Billinghurst, el correligionario
y amigo de treinta años, el hombre que debe conocerle más a fondo, le
dice con muchísima razón: "La hipocresía política es mil veces más
funesta que la hipocresía religiosa, y usted don Nicolás, posee la
primera en grado que nadie que no lo conozca íntimamente podría
imaginarse".16 Y ¿no hay su mérito en eso? ¿Parece nada fundar toda
una vida pública y privada en el engaño y la mentira? Se cuenta de
hombres que mienten por conveniencia o costumbre; pero ¿se cita muchos
que tengan derecho a llamarse la hipocresía personificada?

La mentira gorda, la que llamamos madre porque de ella nacen todas las
demás, es su democracia. El hombre que en el Ministerio de Hacienda
nos engañó con su pericia financiera y en la Dictadura volvió a
engañarnos con su genio militar, sigue y seguirá engañándonos con sus
ideas democráticas. Mas, por mucho que intente alucinarnos con
pepitorias fraternizantes y divagaciones igualitarias, Piérola deja
traslucir en los menores actos de la vida su espíritu conservador y
autoritario. Aunque venga del echeniquismo, pertenece a la escuela de
Vivanco, el General que no ganó batallas, el académico que no escribió
ningún folleto, el marido que no engendró un solo hijo a su mujer. La
teoría de la escuela vivanquista se condensaba en sostener que para
gobernar al Perú no se requiere de leyes ni de constituciones, sino de
mucha energía, personificada en unos mostachos a la Napoleón III.

El Jefe del Partido Demócrata no sólo es monárquico por temperamento y
clerical por educación, sino aristócrata, no sabemos por qué. Habría
representado con gusto el papel aristocrático de Manuel Pardo si
hubiera nacido en más elevada esfera social, y sobre todo, si no se
hubiese malquistado con las personas decentes o consignatarios del
guano, al celebrar el Contrato Dreyfus. No pudiendo encabezar el
Civilismo, fundó el Partido Demócrata; careciendo de mucho para
nivelarse con Pardo, se declaró su enemigo mortal. El mismo lo ha
confesado con el mayor cinismo: "Tomé lo que me dejaron".

El odio de Piérola a Pardo se agravaba con la envidia, cosa muy
natural, dadas las condiciones sociales y hasta la contextura física
de ambos: era el odio del mulato al descendiente de sus antiguos amos,
del homúnculo enclenque y simiesco al hombre alto y bien constituido.
Porque Manuel Pardo, a pesar de su mirada siniestra, tenía una figura
arrogante, simpática y varonil; mientras Nicolás de Piérola,
deficiente de cuerpo y desfavorecido de cara, no poseía ninguna
perfección que hiciera olvidar el prognatismo de las mandíbulas, el
pigmento de la piel ni las vedijas del cabello. La distancia entre los
dos enemigos se marca bien diciendo que al entrar en una casa, a Pardo
se le hubiera creído el amo, a Piérola el sirviente. En lo moral
presentaban mayores divergencias que en lo físico y lo social: cuando
se habla de Pardo, se menciona sus defectos y en seguida se rememora
sus virtudes públicas y privadas; cuando se trata de Piérola, se
recuerda vicios y nada más. Si no, vengan los más empecinados
Demócratas y respondan: ¿cuál es la virtud de su jefe?

Se concibe, pues, que el día más feliz en la vida de Piérola, fue el
16 de noviembre de 1878, cuando un sargento (hipnotizado por no
sabemos quiénes) hirió de muerte a Manuel Pardo: le quedaba el campo
libre, se helaba la única mano capaz de tenerle a raya. Pero no
bastaba eliminar al enemigo y sustituirle en el Poder, faltaba
eclipsarle en mérito. Examinando los dichos y hechos de Piérola, se
nota que vivió tentando esfuerzos inauditos para levantarse sobre
Pardo. Con todos sus defectos, mejor dicho, con todos sus errores
(algunos gravísimos) Pardo se diseña como el único mandatario que,
después de Santa Cruz, haya concebido un plan político y abierto uno
que otro surco luminoso; Piérola no sabe dónde va ni da a entender lo
que desea, porque todo lo embrolla y lo descompone: genio
esencialmente maléfico, donde pone una mano deja una huella roja,
donde imprime la otra deja una mancha negra. En verse pequeño ante
Pardo encontró por muchos años su desesperación y su martirio; y hoy
mismo, sobreponiéndose al miedo y al remordimiento, evocará la
ensangrentada figura de su víctima para medirse con ella.

III

¿Se dirá que el hombre antiguo, el Piérola de 1880, no debe igualarse
al Piérola de hoy, instruido ya con su larga residencia en Europa y
amaestrado con las lecciones de la experiencia? Así lo piensan muchos,
resignándose a que el Perú haya sido un ánima vili o mandíbula de
muerto donde un aprendiz de sacamuelas ensaya sus tenazas y adiestra
sus manos. De modo que gastamos el oro, vertimos la sangre y perdimos
la honra para que un buen señor se perfeccionara en el arte de
gobernarnos. ¿Lo hemos logrado?

En la Naturaleza se verifican transformaciones con visos de milagros,
y los individuos experimentan cambios que simulan una reversión del
ser; pero nunca sucede que un manzano produzca rosas ni que un
moscardón labre capullos de seda. En el hombre mismo se presentan
cualidades irreductibles: se nace y se muere con ellas. Hace dos o
tres mil años que se afirmó: "Aunque majes al necio en un mortero
entre granos de trigo a pisón majados, no se quitará de él su
necedad".

Cierto, Piérola residió muchos años en París; mas ¿qué hizo? rondar la
casa de Dreyfus, espiar las salidas y entradas de Dreyfus, hablar con
el portero de Dreyfus, solicitar audiencias de Dreyfus, subir las
escaleras de Dreyfus, hacer antesala en las habitaciones de Dreyfus,
encorvarse humildemente en presencia de Dreyfus. El puede informarnos
sobre el número de catarros sufridos por Dreyfus en 1891 y sobre las
propiedades terapéuticas de las enemas administradas a Dreyfus en
1892. Hasta nos fijaría la exacta proporción entre la aguja de Nuestra
Señora de París y cualquiera de los supositorios aplicados a Dreyfus
en 1893.

Respiró en el mundo europeo el ambiente cargado de emanaciones
científicas y gérmenes libertarios, sin asimilarse un átomo de ciencia
moderna ni de espíritu libre. ¿Qué sabe él de bibliotecas y museos, de
invenciones y descubrimientos, de sabios y filósofos? Para medir su
calibre intelectual y pesar su bagaje científico, basta decir que se
gloría de no haber leído sino un solo libro en más de veinte años. No
le mencionen, pues, a Darwin ni Spencer, a Haeckel ni Hartmann, a
Córate ni Claude Bernard, porque les creería fondistas, peluqueros,
fabricantes de conservas o vendedores de afrodisíacos y fotografías
pornográficas. Tampoco le hablen de Bellas Artes ni de monumentos:
sería muy capaz de preferir un cromo chillón a una tela de Millet, de
confundir los machones de la Torre Eiffel con un friso del Partenón o
de tomar la chimenea de una fábrica por el obelisco de Luxor.

París no ha sido la escuela sino el cubil para devorar la presa: ahí
disfrutó las gordas economías del Contrato Dreyfus, ahí saboreó los
pingües ahorros de la Dictadura. Cuando la presa concluía y era
necesario pegar un nuevo zarpazo a las finanzas nacionales, entonces
dirigió el rumbo hacia el Perú trayendo planes de revolución,
proyectos de leyes y decretos, sales inglesas, inyecciones orquíticas
de Brown Sécquard y botellas con infusiones de zarzaparrilla en agua
de Lourdes.

Piérola en Francia se quedó tan Piérola, como la pelotilla de migajón
continúa de migajón por mucho que se mezcle algunos años con perlas y
diamantes. De otro modo ¿pensaría como piensa y hablaría como habla?
Sus actos y palabras nos corroboran en que lejos de haberse curado con
la edad y los viajes, presenta hoy más agravados los síntomas de
vacilación mental e incoherencia. No se agita en las regiones de la
locura; pero debe de estar muy próximo a los límites oscuros donde
empieza el reblandecimiento cerebral o la parálisis. Si penetráramos
en su cráneo, veríamos una especie de limbo donde pasan entre medias
luces y como figuras de un cinematógrafo, el Palacio de Gobierno y la
Catedral de Lima, el pouf de una cocotte y la bolsa de un banquero.

¡El cráneo de Piérola! Todo lo que entra en su mollera, se refracta
ofreciendo una imagen desviada, como bastón clavado en el agua, porque
su cerebro no consta de dos hemisferios donde se marcan
circunvoluciones más o menos complicadas, sino de un intestino, largo
y angosto, que da vueltas y revueltas, que se tuerce y se retuerce
sobre sí mismo para formar una diabólica y enmarañada aglomeración de
trenzas chinas y nudos gordianos. Si el intestino almacena fósforo, lo
dirá la autopsia. Y ¡el dueño de semejante órgano presume de orador y
escritor! Al inaugurar una fábrica de sombreros, dijo, después de
constatar la presencia de Dios en la ceremonia: "Fatigados estamos de
hombres que hablan: necesitamos hombres que hagan". Frases que
significan: Admírenme a mí que me porto como Cincinato, hablo como
Cicerón y escribo como Tácito.

Si lo moral de Piérola se obtiene vaciando en un molde la ferocidad de
un cafre y la lujuria de un gorila, lo intelectual se consigue
amalgamando la ergotería frailuna de un teólogo con la artimaña
leguleyesca de un picapleitos: es un casuístico doctor de Salamanca
involucrado en un fulleresco tinterillo de Camaná. Inventaría la línea
curva, la quinta rueda del coche y el laberinto de Creta. Sus
proclamas, sus manifiestos, sus mensajes, sus discursos, sus decretos,
cuanto mana de su pluma o de sus labios, se reduce a una pululación de
antiguallas y lugares comunes, en una prosa enrevesada, bombástica,
gerundiana: nunca una idea concreta y original, nunca una frase
cristalizada y luminosa.

Si sus pensamientos semejan el volar y revolotear de murciélagos en la
penumbra de una cripta, su lenguaje recuerda el traquetear de
carromato vacío, corriendo por un cascajal. ¡Qué términos, o mejor
dicho qué terminotes y qué terminajos! Careciendo así de la gracia que
seduce y hace olvidar los defectos, como de la fuerza que arrastra y
obliga a caminar por las regiones más áridas y abruptas, se vuelve
insufrible: para leer tres líneas de su pluma se requiere seis kilos
de paciencia, para oír dos oraciones de su boca se necesita blindarse
las orejas con triple coraza de algodón. No es el escritor sino el
grafómano y el cacógrafo, no el orador sino el logómano y el cacólogo.
Por eso, al hablar o escribir, no tiene facundia o afluencia sino
manía razonadora o imbecilidad verbosa; no inspiración sino logorrea
de enigmas, acertijos y logogrifos, salpimentados de Cabala, Talmud y
Apocalipsis.

Con los trozos escogidos de Piérola se formaría un florilegio muy
semejante a un rosario de pepinos, hojas de col y tomates, engarzados
en la tripa de una cabra. Sus obras completas causarían el efecto de
una ensalada turca batida en una sopa rusa. En la vida de San
Francisco figura el hermano Junípero que se distinguía por la
incongruencia de sus confecciones culinarias, pues introducía en la
olla las frutas sin pelar, los huevos con cáscara y los pollos
vírgenes de sus crestas, de sus plumas y de sus estacas. Para concluir
con la literatura de Piérola, basta decir que todas sus producciones
merecen llamarse guisos del hermano Junípero.

Si los viajes no convirtieron a Piérola en orador oíble, en literato
legible ni en causeur tolerable, le infundieron o perfeccionaron la
ciencia práctica de la vida, el arte de adquirir dinero. Sin heredar
bienes de fortuna, casarse con mujer rica, descubrir mina, encontrarse
entierro ni ganar el premio gordo de ninguna lotería, él ha vivido a
lo grande, fomentando más de un hogar, haciendo continuas excursiones
por América y Europa. En lo tocante al dinero figura como inventor de
genio, como un prodigio, hasta como dueño de un órgano especial. La
nariz del sabueso para rastrear al ciervo la tiene Piérola para oler
la mosca: abandonado en el Sahara, náufrago en la isla de Robinson,
perdido en los ventisqueros del Polo, encontraría un tesoro y un
amigo. ¡De cuánto no serviría a los catadores de minas y buscadores de
entierros, si quisiera usar ese don o sexto sentido que le concedió la
Naturaleza! Con instalarse en una eminencia y husmear unos cuantos
segundos, Piérola nos revelaría si en un kilómetro a la redonda hay o
no hay bolsones y tapados. Se habla de telegrafía inalámbrica ¡bicoca!
Piérola, sin efracción ni escalada, sin lima ni ganzúa, sin contacto
de los dedos con la bolsa, deja in albis o como patena al Caballero de
la Tenaza en persona. Algo saben los Barrenechea, los Olivan, los
Gambetta, los Ehrmann, los Piantanida, los Flórez, los Billinghurst,
etc., porque abundan tanto las víctimas que de sus fondos podría
sacarse una buena dote para las once mil vírgenes.

Y con tanta suavidad y maña verifica la limpieza que el limpiado se
queda tan satisfecho como si fuera el limpiador. Le han servido de
sésamo ábrete, las dos palabras tradicionales -la Causa. El bueno del
General Castilla, no sabiendo repetir con Luis XIV "el Estado soy yo",
se llamaba a sí mismo "el Gobierno" y solía decir con la mayor
gravedad: "el Gobierno se halla constipado; el Gobierno guarda cama;
el Gobierno sufre de irritación a los callos"... Ignoramos si Piérola
se titula el señor la Causa; pero seguramente se rige por el siguiente
raciocinio: "La Causa no prospera sin que su caudillo prospere; yo soy
el caudillo de la Causa: ergo mis amigos y correligionarios se
encuentran en la obligación ineludible de enviarme dinero para un
equipaje a la Daumont, un departamento lujoso y confortable en el
Faubourg Saint-Honoré, una estación de baños en Royan o Biarritz y
para echar una cana al aire en Le Moulin Rouge o Les Folies-Bergére".

Si la inteligencia de Piérola no se mejoró con los años y los viajes,
si el carácter agravó los defectos en lugar de corregirles ¿cómo nos
propinaría hoy un buen Gobierno? La verdadera política se reduce a una
moral en acción. La Presidencia inaugurada en 1895 vale tanto como la
Dictadura de 1879: en la Dictadura se arroga facultades omnímodas y
nos conduce como un señor feudal a sus siervos; en la Presidencia nos
manda con el mismo poder discrecional, interpretando a su antojo las
leyes, dándolas efecto retroactivo, anulándolas con un simple decreto,
tergiversándolas hipócritamente o violándolas con la mayor
desfachatez, seguro de no hallar en las Cámaras un freno moderador ni
en la prensa un juez incorruptible y severo.

Insistamos sobre algunos de sus actos, empezando por el más
culminante: su alianza con los Civilistas. En la carta dirigida en
setiembre de 1898 al Comité Central del Partido Demócrata, afirma
Piérola que "sería difícil señalar diferencia de principios entre el
Partido Civil y el Partido Demócrata". Así, los veinticinco años de
conspiraciones y guerras civiles, los tesoros derrochados y las vidas
sacrificadas, la ruina del país y el asesinato de Manuel Pardo, sólo
han servido para descubrir un día que entre el Demócrata y el
Civilista no cabe diferencia, que ambos marchaban por distinta senda
para llegar al mismo término. Debemos preguntar a Civilistas y
Demócratas ¿ustedes son agentes de policía que se juntan en el
domicilio de una persona honrada o simples malhechores que en
avanzadas horas de la noche se reconocen ante una caja de hierro?
¡Inocentes y candorosos Demócratas! Sin saberlo profesaban el
Civilismo como el doctor Paganel hablaba portugués creyendo expresarse
en castellano.

Al celebrar la alianza, Piérola no reniega de sus convicciones (desde
que toda su vida no abrigó más propósito que satisfacer su ambición de
mando); traiciona, sí, descaradamente a sus correligionarios, les pone
en ridículo, les deja relegados en segundo término, como incapaces de
gobernar sin la dirección de los Civilistas. Esos famosos Demócratas,
esa falange de Catones y Licurgos, esa reserva intelectual y moral que
el país aguardaba como única tabla de salvación, no fue más que una
falsificación de personajes, que una desfilada grotesca de gigantones
con mucho volumen de trapo y caña, pero con muy reducida consistencia
de hombre.

Quizá en la alianza con los Civilistas se oculta una acción expiatoria
y laudable, una obra de arrepentimiento y reparación. A Nicolás de
Piérola le ahoga la sangre de Manuel Pardo. Oír el nombre de Pardo le
equivale a recibir una bofetada. Pardo le amarga el bocado, le
avinagra la bebida, le envenena el placer, le quita el sueño. Tal vez,
en sus noches de agitación y desvelo, cuando el remordimiento le causa
fiebre y la fiebre le produce alucinaciones, Piérola siente en su
cuello la irresistible mano de Pardo que le arranca del sillón
presidencial, le arrastra por los salones de Palacio y le conduce a la
plaza mayor para colgarle en una torre de la catedral o en el farol de
Tomás Gutiérrez. Con una de esas noches dantescas o shakespereanas se
explica la alianza: no pudiendo resucitar al muerto, se quiere seguir
su idea. Como los antiguos creyentes presentaban a los Dioses
irritados el holocausto de una ternera, de una oveja o de un cisne,
Piérola ofrece a la ensangrentada sombra de Pardo el sacrificio de
todo el rebaño demócrata.

No olvidemos las finanzas, caballo de batalla de Piérola y sus
conmilitones. La célebre gallina que un Rey de Francia quería ver
todos los domingos en la olla de sus más desvalidos súbditos, parece
que los habitantes del Perú la saboreamos todos los días, si hemos de
creer al Jefe Supremo y a los accionistas de las Sociedades
Recaudadoras. "A nadie se debe, se administra con economía, se da
ejemplo de honradez, reina el bienestar general...". Así grita el amo,
lo repiten sus comensales y lo pregonan los escatófilos de la prensa
subvencionada.

"¡A nadie se debe!" y los inscriptos en las listas pasivas no reciben
sino la tercera parte de sus haberes, y los tenedores de bonos de la
deuda interna imploran inútilmente porque no se les siga defraudando,
y la Peruvian reclama unos cien mil soles, y el Presupuesto arroja un
déficit de tres millones. "¡Se administra con economía!" y se crea
nuevas oficinas y nuevos cargos para los amigos o los deudos, y se
concede a los favoritos sumas ingentes por comisiones que no
desempeñan, y se derrocha miles de miles en fomentar una prensa
aduladora y servil, y se emprende obras innecesarias o ridículas con
el fin de conservar a sueldo una masa de electores, y sin plan ni
control se arroja millones en el insaciable estómago del Pichis. "¡Se
da ejemplo de honradez!" y se encarpeta la denuncia de fraudes
fiscales por la suma de doce millones de soles, y se engloba en la
deuda nacional las deudas particulares, y clandestinamente se negocia
los bonos de la Coalición, y por segunda o tercera mano se compra los
devengados de las viudas, y de la noche a la mañana se hace
desaparecer el millón de la sal, y se contribuye a que el descamisado
de ayer se transforme hoy en rico señor con sólo ingerirse en el
manejo de los negocios públicos, y, en resumen, se establece
verdaderas finanzas dictatoriales, pues se dispone de las rentas del
Fisco, sin ceñirse al presupuesto, sin rendir cuenta de ninguna
especie, sin que nadie sepa cómo ni en qué se ha invertido más de
cincuenta millones en menos de cuatro años. "¡Reina el bienestar
general!" y los derechos aduaneros se duplican y triplican, y las
gabelas nacen y se aumentan, y los artículos de primera necesidad
encarecen extraordinariamente, y salvo algunos valles donde se produce
la caña, la agricultura decae, mientras la industria desfallece y el
comercio arrastra una vida triste y miserable, hasta el grado que el
primer puerto de la Nación va muriendo de asfixia y anemia.

Sólo en Lima florece un bienestar simulado y restringido: el hartazgo
de algunos privilegiados y parásitos. Con las Sociedades Recaudadoras
se ha constituido una plutocracia u oligarquía de financieros para
esquilmar a la Nación: funciona hoy en la capital un maravilloso
trapiche donde van los contribuyentes para dejar el jugo y salir
convertidos en residuo seco, estoposo y combustible. Y a los
cañaveleros de esta nueva especie ¿qué les importa el crujir y gemir
de la carne de trapiche? En todo el mundo, los negociantes y los ricos
simplifican de tal modo sus órganos y funciones que al fin se reducen
a la mera condición de estómagos provistos de innumerables tentáculos
para coger la presa. Apresar y digerir, palabras sacramentales que lo
explican y lo justifican todo. Esos hombres simplificados o ventrales
rodean y aclaman a Piérola, como rodearon y aclamaron a Iglesias,
Cáceres y Morales Bermúdez, como habrían rodeado y aclamado al mismo
Patricio Lynch, si los chilenos, en vez de arrasar bárbaramente los
fundos, destruir las casas e imponer odiosos cupos, hubieran tenido la
malignidad o maquiavelismo de respetar las haciendas, las habitaciones
y las bolsas de los ricos. Nada significa, pues, si los ventrales
dicen que todo anda bien, que reina el bienestar general: hablan
iluminados por la filosofía optimista de las panzas llenas.

La situación económica de hoy se debe figurar así: unos cuantos
hombres, a puerta cerrada y sentados en derredor de una mesa, comen y
beben, mientras una muchedumbre harapienta y escuálida husmea por las
rendijas y reprime los bostezos del hambre, sin atreverse a romper las
puertas y exigir lo estrictamente necesario. Y el porvenir se diseña
más sombrío que el presente, dado que Piérola sacrifica el gran bien
de mañana por el escaso bien de hoy y pospone la dicha de todos a la
dicha de unos cuantos, siguiendo el sistema del salvaje que para coger
el fruto derriba el árbol, imitando al egoísta que para cocinar un
huevo prendiera fuego a una ciudad.

Si el hombre que en las finanzas produce tan aciagos resultados diera
algo provechoso en los demás ramos de la Administración, asistiríamos
al fenómeno de una planta que en unas ramas se vistiera de cardos y
tomates, a la vez que en otras se adornara con botones de rosa y
racimos de uva. Piérola se imagina sacar mucho bueno de su cabeza y
erigir monumentos inmortales, sin pensar que vive imitando al loco de
Cervantes, que se da un trabajo ímprobo y consume todas sus fuerzas en
hinchar perros con un canuto. ¿Qué obra de sus manos significa un
adelanto y promete vivir un día más de lo que dure su período?

El tiene dos signos propios y geniales: la fecundidad de sustituir una
cosa por otra igual con diferente nombre, y el don de enredar,
descomponer y malear lo que presume corregir o mejorar. Su Tribunal
Disciplinario remeda al Tribunal de los Siete Jueces; su Escuela
Militar de Aplicación no se distingue de la Escuela de Clases; su
Consejo Gubernativo (concilio laico) reúne en un solo cuerpo las
diversas Comisiones Consultivas organizadas por Manuel Pardo, según el
modelo francés. En su proyectada Ley de Imprenta ahoga la
manifestación libre del pensamiento, haciendo de autores y editores
unos parias de las autoridades subalternas; en su Ley Electoral da
campo a tantas argucias y complicaciones que él mismo resulta cogido
en sus propias redes y no logra escapar sino cometiendo un cúmulo de
arbitrariedades; en su Código de Justicia Militar, o parodia del
antiguo y bárbaro Código Español, restablece los anacrónicos fueros,
viola nuestra Constitución y pone a toda la República bajo la ley
marcial como si perennemente viviéramos en estado de sitio.
Felizmente, se encariña hoy con una institución o una ley, y mañana
las olvida como si nunca hubieran existido. ¿Se acuerda ya del Consejo
Gubernativo, del Tribunal Disciplinario ni del Código de Instrucción?
¿Dónde esas magnas obras anunciadas en la Declaración de Principios?
¿Dónde los caminos abiertos? ¿Dónde las pampas irrigadas? ¿Dónde los
pantanos desecados? ¿Dónde los inmigrantes? ¿Dónde el drenaje y el
halaje?

Piérola no persigue más fin que dar golpes teatrales, valiéndose del
engaño y la superchería. Impide dictatorialmente una conferencia
pacífica, y a las pocas horas declara ante el Congreso que "el
Gobierno exagera las libertades públicas";17 ordena bajo cuerda la
confiscación o robo de un taller tipográfico, y hace aparecer el acto
como "procedimientos judiciales en una imprenta";18 no consiente que
el Poder Legislativo restaure las garantías individuales, y luego
promulga un decreto renunciando a las facultades extraordinarias, con
una magnanimidad a lo Carlos V en Hernani, magnanimidad que no le
estorba para llenar las cárceles de Lima y los aljibes del Callao; de
mañana pega un buen drenaje a la Caja Fiscal, y por la noche, en la
tertulia de Palacio, se suena las narices con un pañuelo deshilachado
y viejo para manifestar que todo el Jefe Supremo de la Nación vive en
una pobreza franciscana. Pero la broma fin de siécle, el clown de la
farsa, el hecho magno y que basta para dibujarle de cuerpo entero, es
el siguiente: suprime la Junta Electoral, organiza cuadrillas de
garroteros que magullen a los sufragantes libres, establece
públicamente el más sórdido cohecho, funda en el mismo Palacio una
fábrica de candidaturas oficiales, comete cuanto abuso puede cometerse
para falsear una elección, y en seguida se inscribe en el registro,
saca su boleta de ciudadano y va majestuosamente a depositar su voto
en el ánfora, para "dar a sus conciudadanos un ejemplo de virtudes
cívicas".

Si el Jefe Demócrata vale hoy tanto como ayer ¿quién halla la menor
diferencia entre los hombres que le rodearon en la Dictadura y los
hombres que actualmente le siguen y le aclaman? Hablen esos viejos,
impotentes para el bien y fecundos para el mal, esos viejos que
prostituyen la Justicia y deshonran la Magistratura, esos viejos que
empezaron su vida con un bautismo en el lodo y la van concluyendo por
una inmersión en el albañal, esos viejos que no acaban de morir porque
la muerte les rechaza y la sepultura siente asco de recibirles. Pero
existe algo más odioso que los viejos (disculpables por el
reblandecimiento cerebral y la atrofia cardíaca) ese algo es la
juventud enrolada en las filas del nuevo régimen. ¿Dónde viven esos
jóvenes Demócratas? no en las universidades asimilando la ciencia, no
en las minas extrayendo y beneficiando el metal, no en las haciendas
labrando la tierra; pululan en las calles haciendo política de bajo
vuelo, en las oficinas públicas merodeando destinos, en los
alrededores de la Caja Fiscal extendiendo la mano para recoger la
limosna del Estado. ¿Qué son? lechigadas de abortos morales
engendrados con úrea en lugar de sustancia viril, racimos de frutas
podridas antes de madurar, organismos anémicos y endebles, carcomidos
por una enfermedad epidémica hoy en Lima — la gangrena juvenil. Esos
jóvenes y esos viejos, esos seres inferiores o degenerados, no
adaptándose a la atmósfera del hombre superior o libre, buscan el
ambiente del harem, y se enorgullecen de ganar puestos más o menos
lucrativos según la mayor o menor flexibilidad para ejercer oficios
bajos en las alcobas de las favoritas presidenciales.

Y ¡esas autoridades! Con muchos de los prefectos, subprefectos,
gobernadores y comisarios se formaría un exquisito ramillete de
ganapanes, crapulosos, quitabolsas, proxenetas, torsionarios y
violadores. De la servidumbre galonada y de la ínfima ralea judicial
salen hoy los actores principales, los cómplices y los encubridores de
los más vergonzosos y repugnantes crímenes y delitos. Mujeres y niños,
jóvenes y viejos, nadie vive seguro en su libertad, en sus bienes ni
en su honra.

En el sistema Demócrata, no sólo se infiere el mal directamente y al
adversario, sino indirectamente y al limpio de toda responsabilidad:
conviene que no falte una víctima. ¿Se quiere operar directamente
sobre un enemigo del Gobierno? pues se le fragua un juicio criminal o
civil por medio de testigos falsos escogidos en el viscoso gremio de
alguaciles, agentes de pleitos y jueces de paz. ¿Se quiere dañar
indirectamente al adversario ausente? pues se calumnia, se infama y se
persigue a su mujer, a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos y a sus
amigos. A falta de personas, la pagan los bienes.

Si se extorsiona y roba, díganlo las partidas de ganado arrebatadas a
los indios y públicamente vendidas en las poblaciones del Centro; si
se encarcela, díganlo Cano, Rivera Santander, Zapatel, los supuestos
revolucionarios de Arequipa y cien más que se consumen y desesperan en
los cuatro muros de una prisión; si se tortura, díganlo Antenor
Vargas, Fidel Cáceres y Rodríguez Castaños; si se viola, dígalo Pasión
Muchaypiña; si se mata violentamente, no lo diga Cáceda (salvado no
sabemos cómo) pero díganlo los Villares en el Guayabo y los indios de
llave y Huanta; si se da muerte dulce, quitando a la víctima los
medios de subsistir, haciéndola saborear día por día y hora por hora
las amarguras del hambre, díganlo Mariano Torres y su familia.

Para que lo infame y lo trágico se unan a lo grotesco y lo ridículo,
reviven hoy las mascaradas y mojigangas de la Dictadura. El Código de
Justicia Militar corresponde al Estatuto Provisorio, la Gran Avenida
Central hace pendant a la Ciudadela San Cristóbal, la celebración de
San Nicolás se iguala con el aniversario de la escaramuza entre el
Huáscar y los buques ingleses, la apertura de la Escuela Militar de
Aplicación vale tanto como la fiesta de las Mercedes, la casaca
inédita de general se da la mano con el uniforme de Dictador, la gorra
coalicionista o a la Miss Helyett nada puede envidiar al casco alemán
o yelmo de Mambrino, la esclavina y el sombrero del Vicario General se
las tienen de bueno a bueno con el calzón corto, las medias azules y
las pantorrillas postizas de los cocheros palatinos.

Pero ¿cómo seguir a Piérola en esa fecundidad macabra, en esa vida de
cadáver a quien le crecen los pelos y las uñas mientras se le pudre el
cerebro y se le agusana el corazón? Todo se dice al afirmar que,
siempre el mismo, nos ha dado y sigue dándonos un gobierno de
iniquidad y mentira, de favoritismo y malversación, de lupanar y
sacristía: si en 1880 era un payaso ecuestre evolucionando en un circo
de sangre, desde 1895 es un clown pedestre haciendo cabriolas en un
tapiz de miriñaques y sotanas.

Así, pues, el hombre actual no se diferencia del hombre antiguo, el
Presidente sigue las huellas del Dictador; y no podía suceder de otra
manera desde que la patología del individuo no ha experimentado la más
leve modificación. Hoy como ayer, el estado mórbido de Piérola se
diagnostica de este modo, no contando por supuesto con achaques leves
o pequeñas dolencias intercurrentes: megalomanía, hipertrofia del yo y
tendencias al delirio incoherente, agravadas con eretismo crónico y
decretorrea en el período agudo.

IV

Y semejante hombre, empinándose más alto que Bolívar, se congratula de
"haber construido el nuevo hogar del Perú".

Imaginar que se pega un tajo decisivo entre el pasado y el porvenir de
una sociedad, que merced a unas cuantas leyes mal trasegadas se muda
la condición mental de un pueblo, y que se amasa y se amolda a los
hombres como si poseyeran la maleabilidad de la cera, es abrigar una
concepción infantil de las cosas. Las aglomeraciones humanas no se
parecen a bolas de billar que lanzamos con el golpe del taco ni a
fluidos gruesos que adaptamos a la forma del recipiente: como los
individuos, las colectividades poseen su yo más o menos reductible.
Para modificar a un pueblo se necesita modificar a los individuos, no
sólo intelectual y moralmente, sino de un modo físico. ¿Qué higiene o
qué medio de obtener una alimentación sana y barata nos ha dado
Piérola? ¿Qué escuelas ha fundado? ¿Qué lecciones de moralidad nos ha
ofrecido? El constructor de hogares nuevos no puede ni siquiera
ofrecérsenos como ejemplo de buen esposo, desde que ha vivido y vive
en el seno de la lubricidad, considerando las puertas falsas como
resortes de gobierno, el proxenetismo como institución social y la
cantárida como indispensable colaborador político.

Lo nuevo se construye con lo nuevo; y el gobernante que para modificar
a un pueblo se vale de instituciones añejas y leyes retrógradas se
parece al arquitecto que se vanagloria de levantar una casa nueva
cuando toma un viejo caserón y le remienda con adobes desmochados,
maderas apolilladas y hierros enmohecidos. Los individuos y las
naciones no edifican algo bueno y estable sin fundarlo en la verdad y
la justicia; ahora bien, toda la existencia de Piérola se reduce a un
bloque de iniquidades y mentiras, a una barbarie en acción. ¿Acaso el
hombre civilizado se caracteriza por sólo cubrirse de paño y
alumbrarse con luz eléctrica? La civilización se mide por el
encumbramiento moral, más que por la cultura científica: quien al
mínimum de egoísmo reúne el máximum de conmiseración y
desprendimiento, se llama civilizado; quien todo lo pospone al interés
individual haciendo de su yo el centro del Universo, debe llamarse
bárbaro; más que bárbaro, ave de rapiña.

El triunfo del Partido Demócrata no ha significado la aparición de
elementos saludables y reconstituyentes sino la fermentación de
gérmenes morbosos y disociadores. Esos Coalicionistas, que blasonaban
de "arrasar con la tiranía de Cáceres y restablecer el augusto imperio
de la Ley", han procedido con tanta ilegalidad y tanta perfidia que
nos obligan a clamar por los gobiernos militares. Siquiera los
soldadotes herían de frente y a la luz del Sol: eran enemigos
desenmascarados o fieras diurnas, no alimañas oblicuas, nocturnas y
cavernosas. Lo venido del cuartel no hace tanto mal como lo salido de
la sacristía, ni el microbio de la sangre posee tanta virulencia como
el microbio del agua bendita.

En el actual reinado de Loyola y Priapo, en la fusión de cosas tan
opuestas como la hipocresía y el cinismo, los Civilistas no merecen
perdón ni excusa. Ellos, en vez de actuar como freno moderador o
camisola de fuerza, sirven de claque y bombo cuando no de agentes
provocadores y aguijón. Todo lo aplauden o lo disculpan y lo aceptan,
siendo algo así como los padres putativos y comadrones de los
monstruos concebidos en el desorganizado cerebro de Piérola. Con aire
de sacrificarse en aras de la Nación, besan la mano que siempre les
abofeteó, lamen la bota que siempre les magulló las posaderas. Y
sufrirían mayores ultrajes, si la remuneración creciera
proporcionalmente a la bajeza: a los Civilistas no les duele caer al
cieno, cuando ruedan por una escalera de oro; no les importa
revolcarse en la ignominia, con tal de sentir llena la bolsa y
atiborrado el estómago.

Ya el país sale de su engaño, se quita la venda. La facción
demócrata-civilista, embotada a fuerza de locupletarse en las
Sociedades Recaudadoras y los negocios a la sordina, no escucha los
estallidos de la opinión ni divisa en el semblante de las gentes
honradas el gesto de repugnancia y asco, ese gesto precursor de
tempestades y desastres. Desastres y tempestades van a renacer, por
más que muchos no lo crean o finjan no creerlo. Gracias a la acción
opresiva de los gobiernos, en el Perú no conocemos la protesta
enérgica y vibrante del meeting: saltamos de la muda pasividad a la
cólera ciega: sufrimos a modo de ovejas, y en el momento menos pensado
embestimos a manera de tigres. Y no cabe medio, porque así lo quieren
las autoridades. Si en las naciones civilizadas los hombres del Poder
viven atentos a la voz de la opinión, aquí sucede lo contrario: en
gobernar contra la nación se resume todo el ideal de nuestros
mandatarios. Ellos incuban las revoluciones, no los pueblos, como se
figuran los sociólogos que nos juzgan de oída, o nos observan desde
las nubes. Si vivimos en perenne dictadura ¿qué extraño el combatir
para derribarla? Clausurando imprentas, desbaratando reuniones
pacíficas, lanzando turbas contra los diputados de la minoría, no
respetando vidas, propiedades ni honras, Piérola agota el sufrimiento
de las ovejas y excita la cólera de los tigres. El revolucionario de
veinticinco años hace un presente griego a su inmediato sucesor, le
deja el legado de una revolución.

Los hartos y felices encarecen las excelencias de la paz y
anatematizan los horrores de la guerra civil. ¡Paz! grita el
especulador de los bancos; ¡paz! el burócrata o servidor del Estado;
¡paz! el accionista de las Recaudadoras; ¡paz! el contratista de obras
fiscales; ¡paz! el escritorzuelo de periódicos oficiales u oficiosos.
¡Paz! grita el mismo Piérola mientras alguien le responde ¡guerra!
porque desde el instante que nacimos a la vida republicana, toda la
política nacional se reduce a un juego de balancín donde evolucionan
dos payasos: el ascendido a lo más alto proclama el statu quo, el
descendido a lo más bajo predica el movimiento.

Los criminales impunes afirman que "en el Perú no existe sanción
moral", fundándose naturalmente en haber escapado ellos mismos a la
cárcel del Código Penal y a los faroles de las justicias populares.
Conviene distinguir la sanción moral de la sanción jurídica, pues
muchos criminales, burladores de la acción de las leyes, no han podido
librarse del veredicto público y yacen ajusticiados en la conciencia
de las gentes honradas. Y ¿quién nos asegura que tras la inofensiva
sanción moral no venga mañana el castigo? Las grandes justicias
populares marchan con pies de plomo, mas al fin llegan.

Pero, aunque no existieran gentes honradas, aunque todo el Perú
sufriera una perturbación visual para llamar negro a lo blanco y
blanco a lo negro, aunque un irremediable eclipse moral envolviera la
conciencia de todos los individuos hasta el punto de reconocer en
Piérola una personalidad justiciera y honorable, aunque todos, sin
excepción de uno solo, se arrodillaran a sus pies y le embriagaran con
nubes de incienso y cánticos de alabanza, nosotros no cejaríamos un
solo palmo ni borraríamos una sola de las palabras consignadas en
estas hojas. Frente a frente de Piérola, le diríamos con ese tú
necesario y expresivo que sirve tanto para significar el respeto y el
amor como para acentuar el desprecio y el odio:

Tú eres la causa principal de nuestra desgracia y de nuestra deshonra,
tú vendiste a vil precio la riqueza nacional, tú allanaste el camino a
la planta conquistadora de Chile, tú inoculaste en las venas del
pueblo el virus de todas las malas pasiones, tú hiciste de la ambición
una Divinidad y de la mentira un culto, tú prostituiste la verdad y la
justicia, tú manchaste o violaste cuanto se puede manchar o violar, y
como única y suficiente prueba de las acusaciones, recogemos del suelo
y te arrojamos a la cara una mínima parte de la sangre y del lodo que
has desparramado en treinta años de conspiraciones y pronunciamientos,
de iniquidades y miserias, de ruinas y devastaciones.
.......................................................................................
1 Nicolás de Piérola, nacido en Camaná (Arequipa) en 1839. Ministro de
Hacienda en 1869; Jefe Supremo de la Nación durante la Dictadura, de
diciembre de 1879 a enero de 1881; Presidente de la República de 1895
a 1899. Fundador del Partido Demócrata. Fallecido en Lima en 1913.

El presente artículo —escrito a fines de 1898 o principios de 1899— es
inédito: su publicación fue impedida, en dos oportunidades sucesivas,
por el gobierno de Piérola. En la primera, agentes de policía
penetraron en el taller tipográfico donde se preparaba la publicación
en folleto, destruyeron la maquinaría y confiscaron el manuscrito.
Pero un cajista leal logró conservar una prueba de las Partes I y II,
que entregó más tarde a González Prada: es así cómo, en los originales
que han llegado a nuestro poder, las Partes I y II están en prueba de
galera, y las Partes III y IV, manuscritas, pues el autor debió
rehacer estas secciones del original perdido.

Una segunda tentativa de publicación, en agosto de 1899 (en El
Independíente, cuyas prensas fueron también destrozadas por esbirros)
resultó tan «fructuosa como la primera. Concluido en setiembre de 1899
el período presidencial de Piérola, González Prada consideró, sin
duda, pasada la oportunidad política de estas páginas, y han
permanecido inéditas hasta la fecha.

Un detalle: el manuscrito que confiscó la policía fue entregado al
Presidente: Piérola ha sido, pues, la única persona en conocer este
artículo, fue-n del círculo familiar del autor. (Nota del editor).

2 El autor ha borrado aquí, dejándolo en forma ilegible, un párrafo
alusivo a la revolución de los Gutiérrez. Parece probable que lo
suprimido repitiera pensamiento semejante al expresado en Manuel Pardo
(página 133) sobre los sucesos de Lima en julio de 1872. (Nota del
editor).


3 Sólo faltaba fijar la suma que Dreyfus entregaría, suma destinada
para comprar al Gobierno de Turquía un blindado. Al recibirse en París
noticias de la revolución efectuada por Piérola el 21 de diciembre del
79, Dreyfus cambió de tono: sabía muy bien a qué atenerse.

4 Nota marginal del autor: A persona decente, miembro de familia
respetable, hay que despedirla de un hospital porque se roba la carne
y la leche de los heridos.

5 Nota marginal del autor: Una legión de proveedores y rematistas se
lanza sobre la Nación para explotarla y esquilmarla, cuando más
apremiada se ve por las circunstancias y cuando más necesidad tiene de
recursos.

6 Nota marginal del autor: Por decreto de 28 de mayo de 1880, Piérola
hizo otorgar a Grau, a título póstumo, la condecoración de segunda
clase en la Legión del Mérito...

7 Nota marginal del autor: Uniforme de Piérola, al desembarcar en
Pacocha el 19 de noviembre de 1874, según Zubiría:
"Kepí sui géneris, porque sus bordados no correspondían a ninguna de
las altas clases conocidas en el ejército.
"Levita de aspirante, porque no tenía presillas ni insignia alguna de
clase militar.
"Pantalón del fuero común.
"Botas a lo Federico II.
"Faja bicolor con borlas de oro, de gran mariscal o de ministro de estado.
"Espada de subteniente de gendarmes".
(Justiniano de Zumbía, La Expedición de El Talismán, Valparaíso, Imp.
del Mercurio, 1875; pág. 140).

8 Al margen del, texto original aparece escrita con lápiz esta frase
trunca: "El epitafio de Piérola fue.. ." El autor tuvo,
indudablemente, el propósito de aludir a la conocida satisfacción que
produjeron en el Dictador y su círculo las derrotas del ejército del
Sur. A fin de completar el pensamiento inconcluso, juzgamos oportuno
reproducir los siguientes comentarios de don José María Químper:

"El Dictador sacrificó a su ambición a aquel puñado de héroes (el
ejército de Montero) hostilizándolo cuanto le fue posible y negándole
todo refuerzo o ayuda de cualquiera clase. La noticia del desastre se
recibió con dolor profundo por todos; pero Piérola y los suyos no
supieron siquiera disimular su alegría. No existía ya ni sombra de
oposición al régimen dictatorial, que dominaba sin rival en un vasto
cementerio. La Patria, órgano de Piérola, con un cinismo que rayaba en
demencia, calificó placenteramente la derrota de Tacna como "la
destrucción del único elemento que restaba del anterior carcomido
régimen"; se refería al constitucional".

Manifiesto del ex-Ministro de Hacienda J.M. Químper a la Nación.—
Citado por Tomás Caivano en su Historia de la Guerra de América entre
Chile, Perú y Bolivia; Lima, 1901, Vol. 1, pág. 287. (Nota del
editor).

9 Renán lo dijo por Víctor Hugo.

10 Saint-Simon refiriéndose al Duque de Bourgogne: "De la hauteur des
cieux il ne regardait les hommes que comme des atomes avec qui il
n'avait aucune ressemblance, quels qu'ils fussent".

11 Desmoulins hablando de Saint-Just.


12 En nota marginal, el autor ha escrito la siguiente variante: "Si
alguna vez le ahorcaran, rabiaría, como el envidioso de la Antología
Griega, contra el ajusticiado que bamboleara en una cuerda más alta".
(Nota del editor).

13 Ph. de Rougemont : Une page de l'histoire de la díctature de
Nicolás de Piérola en 1880, Melun, Imp. A. Dubois, 1883; pág.10.


14 El Arzobispo de Lima lo subvencionaba con cuarenta soles.

15 Apurados debieron de verse los Quispes y los Mamanis para entender
"el warrant, el halaje, el drenaje y el paludismo", porque la
Declaración de Principios está redactada, según su autor, "en forma
ligeramente razonada y sucinta como lo consiente el propósito de
llevarlos (los principios) con claridad hasta las últimas filas de
nuestros adherentes".

16 Carta del 18 de abril de 1899.

17 Alude el autor a su conferencia Librepensamiento de acción, inserta
en el libro Horas de Lucha con la siguiente nota: "Discurso que debió
leerse el 28 de agosto de 1898 en la tercera Conferencia organizada
por la Liga de Librepensadores del Perú. La lectura no pudo
efectuarse porque el Gobierno la impidió". (Nota del editor).

18 Referencia al atentado de 24 de febrero de 1899 contra el
periódico Germinal (órgano de La Unión Nacional) dirigido por González
Prada. (Nota del editor).